Por Nelson Encarnación
Durante muchos años los medios de comunicación y entidades de la sociedad civil han enfatizado en la necesidad de que nuestro país ingrese a la cultura de los debates presidenciales, los cuales son ya tradicionales en Europa y tienden a afianzarse también en nuestro continente.
Me parece que en Europa, y probablemente en Estados Unidos, el debate presidencial tiene alguna utilidad como mecanismo de edificación de los ciudadanos respecto de la capacidad de los candidatos que encabezan la oferta electoral, para, a su vez, responder a la demanda electoral.
No estoy tan seguro de que en Latinoamérica esto tenga alguna repercusión que impacte los electorales, particularmente en la franja más complicada en cualquier proceso: los llamados indecisos.
Las dos experiencias más recientes que me llevan a razonar sobre esa probable inutilidad del debate son la ecuatoriana y la argentina, en ese mismo orden.
En el primer caso, la candidata Luisa González propinó—en términos coloquiales—una zurra a su oponente Daniel Noboa, quien en muchos tramos del debate ni siquiera completó el tiempo reglamentario, en una evidente falta de argumentación para discernir sobre sus propias propuestas de campaña.
Sin embargo, el señor Noboa ganó a la abanderada de la Revolución Ciudadana 52-48, convirtiéndose en el próximo presidente para 18 meses.
Un argumento que pudiera esgrimirse contra lo que señalo sería la polarización existente en determinados países, por ejemplo el mismo Ecuador, y sobre todo el fuerte antagonismo hacia el llamado correísmo.
Pudiéramos refutar que una cosa no invalida la otra, es decir, que el resultado del debate favorable a la candidata del correísmo debió ser un elemento a su favor, lo cual no ocurrió.
El otro caso acaba de registrarse en la Argentina, donde el candidato de ultraderecha Javier Milei, vapuleado en el debate por su oponente Sergio Massa, terminó arrebatándole el balotaje por amplio margen.
Para el experto español Manuel Campo Vidal, en “La cara oculta de los debates electorales”, estos constituyen una plataforma valiosísima para ver, escuchar, comparar y decidir.
Y es aquí que “decidir” no me parece ser el final de los debates, al menos en América Latina, donde median otros factores menos estrictos, como el clientelismo, la mentira y el apabullante uso de los medios de comunicación favorables a una de las propuestas en liza.