Es ya “tradicion” nacional el carácter posesivo que se imprime a cada actividad y, casi sin excepciones, en este país.
La gente se apodera de las instituciones como si le pertenecieran.
Se trata de un síndrome insólito que pertenece a lo más oscuro del alma humana.
Los primeros que dan el mal ejemplo son los mandatarios.
Ellos quieren quedarse en la silla exquisita preferiblemente por siempre.
Aquí hay rectores universitarios que son campeones del diálogo democrático y de la alternabilidad pero se mantienen en sus centros de estudios, parapetados como nadie más, sin dejar entrar a nadie, durante más de cuatro décadas.
Por cierto que se trata de una realidad el hecho de que en las universidades dominicanas no hay investigación seria y actualizada.
Lo acaba de confirmar un estudio internacional.
Hay políticos que no quieren abandonar sus puestos privilegiados pese a que otros tienen el mismo derecho que ellos a ocuparlos.
Esa es una herencia del fijo tradicionalismo y el caudillismo criollo.
Hay políticos al frente de organizaciones que van a estar en la misma posición hasta que mueran.
Eso es lo que el sistema les ha enseñado.
Esa conducta entra dentro de un espíritu de aldea, claramente.
Muchos de los funcionarios que se quedaron en sus puestos, que ellos consideran una especie de herencia personal, forman parte del Comité Político del PLD, que hoy día es toda una corporación económica digna de estudio.
Ellos entienden que nadie es mejor que ellos y que es una especie de frescura tratar de sustituirlos.
Se le han impuesto al nuevo presidente.
Hay columnistas de diarios que creen que pueden dar órdenes incluso a nivel presidencial sobre lo que se debe hacer y más que nada lo que debe hacer el presidente.
Ellos saben que en este país hay gente blanda y asustadiza que les puede hacer caso a pesar de tratarse de personas socialmente desechables.
Aquí hasta los partidos políticos tienen dueño.
Este es el país de las maravillas.