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Editorial

La ausencia de alternabilidad en las posiciones burocráticas

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Es ya “tradicion” nacional el carácter posesivo que se imprime a cada actividad y, casi sin excepciones, en este país.

La gente se apodera de las instituciones como si le pertenecieran.

Se trata de un síndrome insólito que pertenece a lo más oscuro del alma humana.

Los primeros que dan el mal ejemplo son los mandatarios.

Ellos quieren quedarse en la silla exquisita preferiblemente por siempre.

Aquí hay rectores universitarios que son campeones del diálogo democrático y de la alternabilidad pero se mantienen en sus centros de estudios, parapetados como nadie más, sin dejar entrar a nadie, durante más de cuatro décadas.

Por cierto que se trata de una realidad el hecho de que en las universidades dominicanas no hay investigación seria y actualizada.

Lo acaba de confirmar un estudio internacional.

Hay políticos que no quieren abandonar sus puestos privilegiados pese a que otros tienen el mismo derecho que ellos a ocuparlos.

Esa es una herencia del fijo tradicionalismo y el caudillismo criollo.

Hay políticos al frente de organizaciones que van a estar en la misma posición hasta que mueran.

Eso es lo que el sistema les ha enseñado.

Esa conducta entra dentro de un espíritu de aldea, claramente.

Muchos de los funcionarios que se quedaron en sus puestos, que ellos consideran una especie de herencia personal, forman parte del Comité Político del PLD, que hoy  día es toda una corporación económica digna de estudio.

Ellos entienden que nadie es mejor que ellos y que es una especie de frescura tratar de sustituirlos.

Se le han impuesto al nuevo presidente.

Hay columnistas de diarios que creen que pueden dar órdenes incluso a nivel presidencial sobre lo que se debe hacer y más que nada lo que debe hacer el presidente.

Ellos saben que en este país hay gente blanda y asustadiza que les puede hacer caso a pesar de tratarse de personas socialmente desechables.

Aquí hasta los partidos políticos tienen dueño.

Este es el país de las maravillas.

 

 

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Editorial

Una Conducta Desviada y Preocupante.

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En algún momento se escuchó decir a uno de los políticos más folklórico de la nación, el expresidente Hipólito Mejía, de que todo el dominicano es ladrón.

Esta expresión en ese momento se vio como una chanza, pero todo parece indicar que la misma no está lejos de la realidad.

Naturalmente, que esa condición se expresa en circunstancias generalmente muy diferentes, porque hay ladrones a mano armada, de cuello blanco y los que tienen un perfil diferente por estar sumergidos en la peor de la miseria.

Pero todas, al final de cuentas, representan formas muy variadas del dominicano  comportarse frente a lo que no es suyo.

 Esa cultura, porque de eso se trata,  se expresa de mil maneras, entre las que se podrían mencionar cuando alguien llega a su negocio o vivienda para ponerse de acuerdo para un trabajo del tipo que sea, quien regularmente pide el 50 por ciento en avance, lo cual termina muchas veces en un verdadero drama.

Este de engaño ha tomado mucho cuerpo en el país, a tal grado que los tribunales están repletos de demandas por trabajo hecho y no pagado, penalizado a través de la Ley especial 3143.

Pero precisamente por ser tan común el delito los tribunales lo manejan con mucha tolerancia y las victimas generalmente se cansan y el asunto no pasa de ahí.

Sin embargo, la cuestión es peor cuando un dominicano es designado en un puesto público, cuya principal presión para que se apropie de lo que no es suyo proviene de su familia, que le advierten que no toleraría que salga pobre de la función estatal que ocupa.

Otra forma de robar es también cuando un mecánico le chequea su vehículo y atribuye el problema a una razón inexistente, pero cuyo propósito es cobrar por una pieza que nunca va a comprar ni a colocar.

Es muy diversa la forma de apropiarse de lo ajeno, pero quizás la más inhumana y cruel es cuando alguien que no cree en el robo con violencia se presenta al lugar donde ha ocurrido un accidente automovilístico para sustraer las prendas de vestir de las víctimas, porque se trata desde cualquier perspectiva que se analice de una persona con una profunda vocación sanguinaria cuando tiene que lograr su propósito en medio de la sangre y el pedido de auxilio de las víctimas.

Es un cuadro que debe merecer un buen trabajo de investigación de los profesionales que estudian la conducta humana para tal vez llegar a una conclusión lógica del fenómeno.

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Editorial

Las esperanzas de tener un nuevo país, no son muchas.

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Los niveles de degradación de la sociedad dominicana están más asociados que a cualquier otra cosa a la mentalidad de su gente.

Es de hecho la gran tragedia nacional que los dominicanos prefieran lo más fácil, lo que requiere mucho menor esfuerzo.

La vida se ve en función de lo que impacta de forma muy individual a la persona, importa muy poco lo general, lo colectivo, y en consecuencia el Estado se ve como un botín, no como un instrumento de imponer valores como el trabajo, más que antivalores.

La gente no logra entender en el país que el único con la fortaleza para transformar la sociedad en bien de todos es el Estado.

Los políticos partidistas han logrado imponer el criterio de que el Estado es para depredarlo, porque lo suyo no es de nadie.

Craso error, porque el Estado es el único que lo puede todo, que tiene la capacidad para producir transformaciones profundas para crear una mejor sociedad, donde las frustraciones prácticamente desaparezcan.

Ahí estriba precisamente el desarrollo desigual de las sociedades, algunas de las cuales registran impresionante avances humanos y crecimiento económico y social.

No es que los que han logrado alcanzar altos niveles de desarrollo sean marcianos o extraterrestres, sino seres humanos que se guían por la planificación y actúan al margen de la improvisación.

Además, son sociedades donde el interés colectivo prima frente al individual, sobre todo cuando se trata de políticas provenientes del Estado.

Naturalmente, el Estado tiene que verse presionado por el ciudadano, sobre todo por aquel que ha hecho conciencia de que éste lo puede todo, no así las personas de forma individual.

En tal virtud, mientras el dominicano no cambie su mentalidad, su interés sólo por lo individual, sin importarle lo colectivo, los grandes cambios parecen prácticamente imposibles, lo cual indica que en vez del país crecer se empequeñecerá, en cuya circunstancia pierde la mayoría y sólo se beneficia una minúscula minoría.

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Editorial

Lo mismo de Siempre.

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El dominicano muchas veces vende la idea de que disfruta el sufrimiento, las precariedades y que ha venido a este mundo para tolerar lo mal hecho.

Esta afirmación se desprende de la forma en que el dominicano es engañado, ya que prácticamente todo el presupuesto nacional de una o otra manera se va en corrupción administrativa.

La más preocupante de toda es la inversión en obras públicas, cuyo 60 por ciento se va a la cartera de empresas constructoras que están conectadas con los funcionarios de turno y sobrevalúan las mismas, pero al final sólo gastan una parte muy pequeña en materiales de construcción de mala calidad.

Por esta razón,  que nadie piense que se trata de una exageración que en cualquier momento podrían colapsar  los elevados construidos en el país, porque no aguantan un sismo de cierta magnitud, ya que prácticamente todos son un fraude en contra del pueblo dominicano.

Una muestra de la tragedia que podría ocurrir en el país ha sido como calapsó el paso a desnivel de la avenida 27 de febrero con Máximo Gómez, donde han fallecido nueve personas.

Ese es el resultado de las andanzas de los políticos dominicanos que son los principales cómplices de la depredación del patrimonio público.

No se trata de desconocer que la naturaleza puede acabar hasta con lo muy bien construido, pero es que en el caso de la República Dominicana hay mucha hambre de sustraer lo ajeno.

Ahora ocurrió en ese paso a desnivel, pero de continuar las aguas no descarten que sean muchas las estructuras que terminen en el suelo, como por ejemplo las escuelas construidas con el 4 por ciento, cuyo presupuesto ha sido una herramienta para llevarse a su cartera lo mucho y dejar lo muy poco para la educación.

Igual debe decirse los hospitales, los cuales han sido reconstruidos y ampliados más que para garantizar la salud a la población, como una vía para que determinados “vivos” se hagan multimillonarios.

A los dominicanos sólo nos queda rezar para que el Todopoderoso nos proteja ante la embestida de la naturaleza y de la depredación de los actores de la llamada partidocracia.

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