Opinión
La Constitución y el Desafío del Verdadero Bienestar Social
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6 días agoon
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Isaías RamosPor Isaías Ramos
En un acto de promulgación de las nuevas reformas a la Constitución, que debió haber sido solemne, el presidente proclamó que “una Constitución no está hecha solo con frías palabras técnicas sobre un papel, sino que es, sobre todo, el alma de un pueblo.” También afirmó que “la Constitución es la brújula de nuestra democracia, el espíritu que nos une y nos eleva.” Sin embargo, estas palabras resultan un eco vacío frente a la cruda realidad de sus acciones.
Una Constitución debe ser más que un simple documento; debe encarnar las aspiraciones y los derechos fundamentales de su pueblo. Hoy vivimos una profunda disonancia entre los principios constitucionales y las políticas de este gobierno y de aquellos que le precedieron.
En lugar de orientar hacia el bienestar social y económico, somos testigos de un modelo neoliberal extractivista que prioriza el crecimiento económico sobre el bienestar colectivo, privatiza las ganancias y socializa las pérdidas, ignorando flagrantemente el espíritu de la Constitución y las necesidades de quienes debería servir.
Bajo esta administración, los derechos económicos y sociales consagrados en nuestra Constitución han sido brutalmente vulnerados. Las reformas fiscal y laboral impulsadas e introducidas en el Congreso por el poder ejecutivo están y estaban claramente diseñadas para beneficiar a unos pocos —los grandes intereses corporativos— mientras millones de ciudadanos lidian con la miseria y el sufrimiento diario. Esto no solo es inaceptable; es una traición a la promesa constitucional de garantizar condiciones dignas para todos.
El discurso oficial puede referirse a una «brújula» democrática, pero debemos cuestionar quiénes son realmente los beneficiarios de este rumbo. Al hablar del “espíritu” que une a la nación, es imperativo preguntarnos si ese espíritu incluye a los marginados por el modelo impuesto o si solo refleja los intereses de una élite privilegiada.
La verdadera esencia de una democracia reside en su capacidad para escuchar y atender las demandas del pueblo. Sin embargo, lo que hemos observado hasta ahora es una desconexión alarmante entre el gobierno, la Constitución y la ciudadanía. La promesa constitucional se convierte en retórica vacía cuando, día tras día, se ignoran los principios del Estado Social y Democrático de Derecho y las voces que claman por justicia económica y social.
En este contexto crítico, es urgente reafirmar nuestro compromiso con los principios fundamentales de nuestra Constitución. Exigimos acciones concretas, no solo palabras grandilocuentes. Es momento de recordar a las élites que nos gobiernan que su mandato conlleva una responsabilidad ineludible hacia todos los ciudadanos, sin excepción.
Al final del día, “el alma” mencionada por el presidente reside en cada uno de nosotros: trabajadores luchadores, familias que se esfuerzan por salir adelante e individuos comprometidos con construir un futuro mejor para las próximas generaciones.
Por ello, en el Frente Cívico y Social hacemos un llamado urgente a reorientar nuestro camino hacia uno en el que prevalezcan la justicia social, la igualdad y el respeto por nuestros derechos económicos como pilares inquebrantables dentro del marco constitucional.
En el FCS creemos firmemente que solo así podremos forjar una democracia auténtica, donde nuestras vidas sean valoradas más allá del simple crecimiento económico impuesto desde arriba. La verdadera brújula debe guiarnos hacia una sociedad inclusiva, donde cada voz cuente y sea escuchada, porque esa es la esencia del pacto social: gobernar para todos.
Despierta, RD.
Por Nelson Encarnación
La soledad del poder es un concepto referido, básicamente, al espacio y tiempo cuando el gobernante entra en la etapa final de su mandato, en la cual, como ratas en naufragio, algunos de su cercanía—y más aun de los aparecidos—empiezan a saltar del simulado barco del Estado.
Es decir, un mandatario que concluye y no tiene opción de continuidad, comienza a experimentar la soledad, pues casi siempre se va quedando con pocos leales que permanecen a su lado a pesar de las tempestades.
Sin embargo, no siempre tiene que ser en ese momento ni en esas circunstancias cuando se experimenta la soledad, porque se puede estar solo en la defensa de políticas esenciales para la buena marcha de la administración.
Y peor es cuando se desconecta con la población porque esta carece de la información básica para no dejarse confundir. Verbigracia, el reciente naufragio de la reforma fiscal es un caso específico.
El presidente Luis Abinader está convencido de que la reforma no solo era y sigue siendo necesaria, casi indispensable, sino que sus efectos negativos podrían ser atenuados con los positivos.
Estos elementos de gran impacto positivo quedaron sepultados por la corriente mediática que satanizó la reforma, mientras los encargados de contrastar lo bueno con lo malo, fueron ahogados de tal forma que el proyecto parecía no contener nada positivo.
Pero veamos, someramente, algunos puntos fundamentales que la población desconoció en detalle, porque falló la didáctica de los encargados de hacerlos digeribles:
—Se proyectaba duplicar el salario mínimo del sector público, lo que también implicaba que otros salarios subsiguientes aumentaran empujados por el menor.
—Los municipios y distritos verían duplicados sus presupuestos, con el impacto que esto representaba para las comunidades, expresado en obras, mejoramiento de entornos y más.
—Se difería el pago del anticipo para ser liquidado trimestralmente, lo que tendría un efecto altamente significativo en el fortalecimiento de las mipymes, cuya incidencia casi revolucionaria repercutiría en la creación de nuevas empresas y, por consiguiente, la posibilidad de ampliar la clase media.
¿Por qué la población no fue debidamente edificada sobre estos y otros aspectos positivos de la reforma y se permitió que la parte negativa se impusiera?
Solo dejo esta interrogante, porque el presidente no puede, al mismo tiempo, cantar la misa y andar en la procesión.
Por Miguel Guerrero
Muchos lectores atribuyen a los periodistas, y en especial a los autores de columnas como esta, un conocimiento de los asuntos nacionales y de las personalidades del país que la mayoría de ellos no posee, incluyéndome por supuesto. Presumen que no ignoramos nada, ni siquiera aquello que pertenece al mundo íntimo de las celebridades y de los presidentes. Por eso, nada tuvo de extraño que alguien me preguntara en estos días con cuál de los dos —Hipólito Mejía y Leonel Fernández— se podría pasar mejor momento. Para explicarlo en buen dominicano, cuál de ellos es o podría ser “mejor tercio”.
Lo primero, le respondí sin percatarme de la trampa, es que ninguno bebe, por lo menos no tienen fama de eso, aunque el primero se las da de gran jugador de dominó. La cosa es que todo depende de los gustos del que figurara como acompañante. Si a fulano le gusta el internet le iría mejor con Fernández, pero si le agradan los momentos relajantes lo aconsejable sería quedarse en compañía de Mejía. Aunque no son asuntos míos, la verdad es que si me encontrara con ambos en una fiesta no tendría duda alguna en la elección.
Son en apariencia tan distintos que hasta se parecen. Pero eso con cuál de ellos se la pasaría mejor es algo difícil de determinar. Uno es demasiado confianzudo y a veces suele pasarse de la raya y el otro es excesivamente seco y aburrido, para usar palabras que aparecen en el correo electrónico de quien me hiciera la pregunta metiéndome en tan grave compromiso. Extremos que para todo fin práctico viene a ser lo mismo. Lo que sí se observa en las fotos en que ambos aparecen en público, es que en el entorno de uno se ven caras sonrientes y alrededor del otro rostros muy adustos, tal vez porque el rigor protocolar de su agrado no permite demasiadas libertades. Total, en el fondo comparten una misma inclinación: les gusta más el poder que cualquier otra cosa, incluso el comer al mediodía.
Por Rosario Espinal
Los datos de preferencia de candidaturas en las elecciones de Estados Unidos mostraron que la clase obrera blanca con influencia religiosa evangélica y católica apoyaría mayoritariamente a Donald Trump. ¡Vaya paradoja!
Según la teoría marxista, en el capitalismo hay dos clases sociales antagónicas: la burguesía y el proletariado. La burguesía extrae de la clase obrera mayor riqueza de la que devuelve en salarios y, como los trabajadores no reciben una justa compensación, hay una relación de explotación que lleva a la alienación, y eventualmente a la conciencia de clase obrera para derrocar el sistema capitalista y lograr la liberación.
La historia de la primera mitad del siglo XX en los países del capitalismo desarrollado muestra el ascenso del sindicalismo y las luchas obreras inspiradas en ideas socialistas, que llevaron a mejoras sustanciales en las condiciones de vida de los trabajadores en la posDepresión de 1929.
Desde la década de 1930 hasta la de 1970 se produjo en los países del capitalismo avanzado mayor redistribución de la riqueza, con más impuestos para los ricos y la expansión de programas sociales. Hubo reformas, no revolución, y la clase obrera mejoró sustancialmente sus condiciones de vida.
En la década de 1980, sin embargo, comenzó a producirse un declive del sindicalismo, producto de cambios en la estructura de producción a nivel mundial (muchas fábricas se mudaron a los países de menor desarrollo económico, China en particular, en busca de mano de obra más barata), y también proliferó el credo neoliberal de dejar el capital a su libre albedrío.
La clase obrera abrazó las medidas neoliberales bajo el falso argumento de que se rebajarían los impuestos a todos. La desigualdad aumentó junto con la desindustrialización.
La desprotección económica en que quedaron muchos trabajadores en la etapa posindustrial del capitalismo avanzado, unido al racismo, la xenofobia y la oposición a derechos de autonomía personal, han convertido a la clase obrera blanca en presa de los líderes populistas de ultraderecha en Estados Unidos y Europa Occidental (Trump, Le Pen, Meloni, entre los más conocidos).
Incapaz de ofrecer real mejoría económica, la ultraderecha ofrece a la clase obrera agitación contra los inmigrantes, los negros, las mujeres y la comunidad LGBT.
Y con la intervención de iglesias, sobre todo evangélicas, la ultraderecha política articula los mensajes que estructuran la ideología social de la clase obrera, lejos de las luchas de clases o liberación marxista.
Aunque este fenómeno es más evidente en los países del capitalismo desarrollado, no es exclusivo a ellos; también se produce en Rusia y Europa del Este, en países asiáticos, africanos y latinoamericanos que asumen como bandera el conservadurismo social contra las llamadas élites liberales globalistas que promueven supuestas “ideologías de género” o política “woke”.
Así, el conservadurismo político contemporáneo es un fenómeno con base social obrera, mientras las capas medias de mayor nivel educativo tienden a asumir posiciones más democráticas enfocadas en los derechos de las personas.
El marxismo ofrece, sin duda, la crítica más profunda al capitalismo, pero no pudo proyectar cómo el sistema capitalista se transformaría, produciendo novedades políticas inesperadas.