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Editorial

La Corrupción es integral y transversal a todo el sistema público y privado de la nación.

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Da mucho deseo de llorar escuchar las barbaridades que se producen con la administración del patrimonio público del país.

Se debe reiterar que la República Dominicana está seriamente amenazada con sufrir una degradación social y económica igual a la que se produce en el pueblo haitiano.

La corrupción constituye un problema integral que está presente en todo el sistema de la administración pública sin que exista un régimen de consecuencia.

Pero lo que ha ocurrido en el Ministerio de Educación llora ante la presencia de Dios.

Los niveles de corrupción son realmente impresionantes, perturbadores, deprimentes y los mismos sirven para tener una idea de lo mal que el país anda como sociedad.

Es que no cabe en ningún cerebro humano que cosas iguales puedan ocurrir y que los ciudadanos de una nación se puedan agredir de esa manera.

No hay forma de entender que los dominicanos toleren cosas iguales, aberraciones tan dañinas para el presente y el futuro de cualquier nación civilizada.

Son desviaciones que lleva a cualquier persona a pensar que el país se ha descarrilado a un nivel que indica que la recuperación, sino no es imposible, por lo menos es muy difícil.

Es un cuadro que no cabe en una cabeza humana con la racionalidad debida.

La verdad es que el dominicano está expuesto a que se derrumben todos los cimientos de la sociedad y que la misma corra el riesgo hasta de su desaparición.

Exactamente, así como se oye.

 

 

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Editorial

La Pobreza: Espejo de Vida en Latinoamérica.

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Los niveles de pobreza son, sin lugar a dudas, el talón de Aquiles de los pueblos latinoamericanos, donde la democracia sufre los vaivenes de la inestabilidad por estar asociada a un comportamiento de sus actores que erosiona su credibilidad.

Es un problema que ha acabado con la mayoría de los gobiernos que se han dado las naciones del llamado Tercer Mundo, donde la brecha entre pobres y ricos es muy ancha.

Esto parece ser uno de los problemas seculares de las democracias latinoamericanas, dado que sus políticas tributarias son más regresivas que progresivas, donde la evasión es una herramienta importante para los que están colocados en la macro economía acumulen más en estímulo del aumento de la pobreza.

Las riquezas de los pueblos latinoamericanos están concentradas en pocas manos, ya que los propietarios de las mismas cuentan con la sombrilla del Estado para prácticamente aplastar las aspiraciones, sino de igualdad, por lo menos de equidad de amplias mayorías nacionales.

Es un fenómeno que se observa en todas las naciones de la llamada América Morena, desde el sur y centro américa, hasta los golpeados países caribeños.

Estos niveles de desigualdad que caracterizan a las naciones latinoamericanas se constituye en una tragedia que genera mucha inestabilidad democrática y que estimula una inmigración que marca de forma muy especial a millones de familias con los consecuentes traumas que produce el fenómeno.

El gran dilema que afrontan todos los países de la llamada América Morena es hasta dónde puede ser posible disminuir la pobreza de su población cuando la principal razón que la genera es la corrupción administrativa, cuyos recursos económicos en vez de ser canalizados para mejorar los sistemas de salud y educación, se van por el camino equivocado de la falta de transparencia.

No resulta aventurero decir que los dineros de los presupuestos de las naciones del tercer mundo generalmente terminan en los bolsillos de una clase política indolente y que sólo tiene el propósito de acumular a costa de sumergir a la gente en una más preocupante pobreza.

La pregunta que se haría cualquier ciudadano, si es fácil erradicar este flagelo de la vida de países que ya han cimentado toda una cultura de lo mal hecho y cuyos actores de la democracia no han entendido que en la medida en que no se disminuya la pobreza muy difícilmente pueden existir democracias creíbles y fuertes.

Todo parece indicar por la conducta de la clase política de los países latinoamericanos que se verán pasar muchas décadas, tal vez siglos, para cambiar los paradigmas de hacer política a otros en que el modelo sea la vocación de servicio y no la acumulación sobre la base de la poca o ninguna transparencia en la administración del patrimonio público.

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Editorial

Las cosas en el país no caminan en la dirección correcta.

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Este periódico es del criterio de que muy difícilmente la República Dominicana tome el sendero de corregir las distorsiones de que adolece su democracia.

Este cambio sólo podría llegar en la medida en que el empoderamiento ciudadano contrarreste la visión de hacer política en el país, porque crea el riesgo de que la nación se convierta en otro Haití, no porque haya muchos haitianos, sino porque nuestras debilidades institucionales nos lleven a tener lo que ocurre en la hermana nación donde hay un estado de derecho, pero no de hecho.

Nadie debe poner en duda de que la República Dominicana cuenta con un Estado que existe de hecho y de derecho, lo cual la ubica transitoriamente en una categoría diferente a Haití, pero su nivel de contaminación con los intereses del bajo mundo, la corrupción administrativa y otros males, advierten que su colapso sólo depende del transcurrir del tiempo con la persistencia en los mismos errores o visiones equivocadas de los partidos políticos y en última instancia del ciudadano.

El asunto reviste tal gravedad que el problema sistémico del país se sustenta en la venta de una percepción que no se corresponde en nada con la realidad, entre cuyos actores que contribuyen con esta distorsión están las altas cortes, entre ellas el Tribunal Superior Electoral y el Tribunal Constitucional, cuyos jueces no hay forma de que tomen en serio el necesario castigo que deben imponer a los partidos políticos que son los responsables de todos los males nacionales.

Es realmente decepcionante que el Tribunal Constitucional no tenga forma de emitir una sentencia condenatoria en contra de la llamada partidocracia y para cuyo propósito se apoya en la mora judicial y cuando no en una interpretación muy pobre de los delitos que cometen este tipo de organizaciones.

Por esta razón cada día son muchos más los que quieren sumarse a la actividad política no para sanear la vida nacional, sino para buscar acumular fortunas sobre la base del fraude y de apropiarse de recursos que no son propios, que salen del esfuerzo del pueblo dominicano.

En décadas mientras la democracia se hace más vulnerable por la conducta de sus actores, los mecanismos de supuesto combate del mal se vuelven impracticables y aumentan  las posibilidades de que este modelo político fracase.

El país es un escenario de negación de un verdadero reforzamiento de los valores cívicos y democráticos y está muy latente la amenaza de que todo el andamiaje estatal colapse y que su recuperación se vuelva realmente imposible, cuyo mejor espejo es lo que ocurre en Haití.

Lo más preocupante del fenómeno dominicano es que aun aquellos partidos que mantenían una actitud crítica con la partidocracia, ahora se han sumado a la fiesta de la corrupción administrativa, porque se han dado cuenta que es más rentable que sostener principios éticos y morales.

Ese retroceso en que han caído partidos como Alianza País de Guillermo moreno y Opción democrática de Minú Tavárez Mirabal  indica que  son propuestas irrecuperables porque han perdido la moral para hablar de cambios en el país, dado que  ahora andan de la mano de los que son responsables del gran desastre nacional.

 

 

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Editorial

Un afán desmedido de extrapolar proyectos políticos extraños a la sociedad dominicana.

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No han sido pocas las veces que algunos dominicanos han querido extrapolar proyectos políticos que no se corresponden con la sociedad dominicana.

Ocurrió cuando vino la ola de gobiernos de izquierdas, lo cual género que no fueron pocos los que soñaban con transportar esas experiencias hacia la República Dominicana.

Pero hace ya algunas décadas que igual ocurrió con la revolución cubana, cuya izquierda nacional pretendía que en el país se instaurara un gobierno marxista leninista con el mismo corte del cubano.

Naturalmente, los que así pensaban desconocían que Cuba tuvo un desarrollo desigual con la República Dominicana, ya que allí cuando en el país había en una época tal vez doscientos esclavos en esa nación ya eran miles, lo cual es entendible desde el punto de vista de que ese país era un gran exportador de azúcar mientras aquí sólo se producía para el consumo local y además que España  prohibía su comercialización en mercados del exterior.

Igual ocurre cuando Hugo Chávez llega a la presidencia en Venezuela y no fueron pocos los que pretendían que aquí ocurriera algo similar, sin tomar en cuenta que hay diferencia sociales, económicas y políticas que distancian a la nación sudamericana y a la República Dominicana.

Podría este periódico citar una serie de acontecimiento en la historia dominicana que ha llevado a lo que se puede calificar como un suicidio de muchos dominicanos que creyeron que Cuba y Venezuela tienen las mismas características que Dominicana.

Sin embargo, debe decirse que toda esta argumentación está sustentada en que estos tres países no han tenido un desarrollo igual en su fuerza productiva y en consecuencia en la conciencia social, lo cual explica que se trate de escenarios totalmente diferentes.

Por esta razón, querer imitar lo que pasa en El Salvador es un gran disparate por parte de quienes promueven esas ideas, tanto es así que se siente vergüenza ajena cuando estos pretendidos mesías promueven este tipo de contrasentido.

En la República Dominicana se impone que ante el colapso de la partidocracia, lo cual no puede ser negado por nadie, se conciban proyectos políticos propios, que no estén fundamentados sólo en el diagnostico sin la receta.

Con este trabajo periodístico no se le quita mérito a lo que hace Roque Espaillat de denunciar las inconductas de los actores de la vida política nacional, pero no se puede atacar con las mismas mentiras las distorsiones y falsedades de la partidocracia nacional

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