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La deforestación en Colombia disminuye: se redujo en un 10% en 2022, según el Gobierno

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El Ministerio de Ambiente dio unas cifras preliminares que serán confirmadas en junio. En la Amazonia, la tala de árboles bajó entre un 15% y un 25% entre 2021 y 2022

Bogotá: La deforestación en Colombia es uno de los temas que más preocupa a ciudadanos y ambientalistas del país. Tras la firma del Acuerdo de Paz entre el Gobierno y la antigua guerrilla de las FARC, la cifra llegó a un pico máximo en 2016, cuando se borraron 178.597 hectáreas de bosque en el país, aumentando un 44% en comparación a 2015. Pero la tendencia parece empezar a cambiar. Según cifras estimadas y preliminares anunciadas en la mañana del 16 de mayo por la ministra de Ambiente, Susana Muhamad, la deforestación disminuyó en Colombia en un rango que está entre el 5 y -10% en 2022, si se compara con lo que ocurrió en 2021.

“La cifra exacta va a estar en junio de este año, cuando se terminen de procesar todas las imágenes satelitales”, aseguró la ministra. “Y nos llevaría a una cifra similar a lo que se tenía antes del Acuerdo de Paz”. Aunque las mayores mejorías se dieron en la Amazonia, región que venía sufriendo de una deforestación implacable, no fue así para toda Colombia. En alerta aún está Putumayo, Catatumbo, Norte del Pacifico y la Serranía de San Lucas.

“El programa de contención de deforestación, que quedó en el Plan Nacional de Desarrollo, incluye 28 núcleos de deforestación de Colombia, y 22 de los 28 están en la Amazonia”, señaló Muhamad.

Un ojo de cíclope en la Amazonia

Históricamente, uno de los puntos más alarmantes de deforestación, es lo que se conoce como el Arco Amazónico, zona que incluye los departamentos de Meta, Caquetá, Guaviare y Putumayo. Y allí, precisamente, es donde parece que el escenario comenzó a mejorar. Muhamad explicó que la deforestación ha caído en Guaviare (-35%), Caquetá (-31%) y Meta (-25%). “La deforestación en esta región, suele darse en el último trimestre y el primer trimestre de cada año, por eso era muy importante trabajar en el último trimestre del año 2022 para tratar de mitigar la deforestación”, dijo la ministra.

Sin embargo, las buenas noticias no fueron las mismas para Putumayo, donde la deforestación igualmente aumentó un 26%. Según la ministra, mientras en los otros tres departamentos el principal motor de la pérdida forestal es el acaparamiento de tierras y a donde se llegó con acuerdos de conservación ambiental y con la estrategia de la paz total, en el Putumayo no se ha llegado con una política sólida. “Tampoco hay conversación respecto a la ‘paz total’, por ser otros grupos los que dominan allí el territorio”.

Si se suman los datos de todo el Arco Amazónico, eso indicaría que en esa zona la deforestación cayó entre un 15% y un 25% entre el año 2021 y 2022, según los datos preliminares del Gobierno.

Muhamad también explicó que las buenas cifras en el Amazonas se deben a un cambio en la política, en especial en Parques Nacionales Naturales (PNN). Antes, y durante el Gobierno Iván Duque, el eje de la política de deforestación era la Campaña Artemisa, durante la cual se judicializó a varios campesinos por ese delito, pero se creó conflicto en el territorio. Actualmente, el enfoque pasó a ser de acuerdos de conservación con las comunidades, sin tener que sacarlas del territorio, lo cual, según la ministra, está dando buenos frutos. “Obviamente estamos buscando la diferencia de los grandes acaparadores de tierra y de los campesinos arraigados”, afirmó.

Durante el primer trimestre de 2022, por ejemplo, en los doce parques nacionales que están en la Amazonia se llegaron a deforestar 9.260 hectáreas de bosque, mientras que, para el mismo periodo de tiempo del 2023 la cifra apenas llegó a 393 hectáreas. En algunos PNN clave víctimas de la deforestación, las cifras también son mejores: en Tinigua se disminuyó en 5.209 hectáreas, en la Macarena fue de 2.496 hectáreas menos, mientras que en Chibiriquete y en Picachos cayó en 671 y 296 hectáreas, respectivamente. En total, sumando los 12 parques, se trata de una reducción 8.869 hectáreas.

“Sin embargo es un trabajo permanente, y esto no es un canto de victoria porque las tendencias pueden revertirse, y hay que seguir trabajando”, concluyó Muhamad.

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Flores, poder y secretos: la historia rota de Laura Sarabia y Armando Benedetti

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El presidente Gustavo Petro despide a dos de sus colaboradores más cercanos por su implicación en un caso de escuchas ilegales y filtraciones a la prensa

Bogotá.- Esta es la historia de una mujer joven que no sabía qué hacer con su vida y de un hombre que hacía demasiadas cosas. El destino los juntó en una aventura de esas que solo pasan una vez. Una historia de jerarquías, de poder y de ambición que ha puesto a temblar al mismísimo Gobierno de Colombia. Este es el cuento breve de Armando Benedetti y Laura Sarabia, un binomio que se ganó el corazón de Gustavo Petro en la campaña y que ahora le ha provocado un incendio en Palacio.

Hace ocho años, Sarabia está desempleada. Tiene 21, no sabe bien qué rumbo tomar en la vida. La incertidumbre la ha sumido en un pozo oscuro. Venía de ser una de esas alumnas brillantes que de golpe se encuentra con que ahí fuera a nadie le importan tus matrículas de honor. Laura ha suspendido las pruebas de ingreso de las fuerzas armadas y no le han querido renovar su pasantía como administrativa en el ministerio de Defensa. Casi pierde la fe. Pero no deja de leer la Biblia ni de asistir a la Iglesia cristiana. En el culto, una amiga le recomienda que vaya en busca de trabajo al partido de la U, el del pulcro Juan Manuel Santos, entonces el presidente.

Benedetti había militado en el uribismo, el santismo y ahora está dispuesto a agarrar la siguiente ola que lo lleve hasta la orilla. En un momento de clarividencia, deja todo atrás y se une al líder de la izquierda Gustavo Petro. Es noviembre de 2020. Está seguro de que ese hombre con pinta de despistado va a ser el próximo presidente de Colombia y no quiere quedarse fuera. Petro había fracasado en sus dos intentos anteriores, pero algo le dice a Benedetti que su tiempo ha llegado. Con él, por supuesto, se lleva a Sarabia. Benedetti guía a Petro por todo el país en busca de votos, Laura les organiza los viajes, la agenda, el almuerzo, el hotel, los aviones. Es buen momento para mencionar que, en medio de la frenética campaña, a los hijos de Benedetti los cuida Marelbys Meza, una persona que entrará en escena más adelante.

Un día, mientras cruzan Colombia a bordo del Super King Air 300, Benedetti mira a Petro, recostado a su derecha en un asiento de cuero beige:

—La única forma de evitar que este man sea presidente de Colombia —entona con tono dramático— es tirando este avión.

Con esa convicción absoluta enfilan la campaña presidencial. Benedetti y Petro se creen Batman y Robin en su lucha contra el mal; que en este caso, y siempre según ellos, son las élites corruptas que no han permitido prosperar al país y a las que conoce de cerca Benedetti. Petro en estos viajes se muestra teórico, filosófico, tiene todos los detalles del país en la cabeza. Benedetti resulta más concreto, realista, aterrizado. Y Sarabia hace de pegamento, lo que los ancla al suelo. La que se acuerda de pagarle a la empresa que monta el escenario en un pueblo perdido de Dios.

Ella se queda embarazada en mitad de la campaña, pero eso no cambia nada. Sigue haciendo todo por teléfono. Sarabia trabaja para Benedetti, pero poco a poco va ocupándose cada vez más de Petro. Si el candidato duerme una siesta, ella es quien lo llama para se levante, se lave los dientes y vaya al próximo mitin.

Laura Sarabia, 29 años, jefa de gabinete del presidente Gustavo Petro, durante una entrevista en el Palacio de Nariño, en Bogotá, Colombia, el 12 de mayo de 2023.SANTIAGO MESA

Cuando Petro gana las elecciones, el trío que habían conformado parece destinado a resquebrajarse. Empieza el tiempo de las decenas de asesores, los ministros, los escoltas, la vida truculenta en Palacio. Benedetti quiere un puesto cercano al presidente, uno que le permita continuar guiando a Petro en los vericuetos del poder. Sin embargo, arrastra varios procesos judiciales que hacen dudar al presidente. Lo estima mucho, pero cree un riesgo tenerlo en primera línea. Así que decide ponerlo en un cargo relevante, el de embajador en Venezuela. De esa decisión participa también la primera dama, Verónica Alcocer.

Se trata de una forma de tenerlo cerca, pero lejos. Ni con él ni sin él. Una decisión salomónica. Benedetti se lo toma como un exilio, pero lo acata. Ahora se encargará de restablecer las relaciones con el chavismo y de departir con Nicolás Maduro y Jorge Rodríguez. No es poca cosa. Sarabia está convencida de que va a seguir a Benedetti hasta Caracas, pero Petro la llama para que ocupe el cargo más cercano posible, el de secretaria personal. Benedetti, lejos; Laura, cerca, en el despacho de al lado, a diez pasos uno del otro. La pupila ha superado al mentor. Su tarea viene a ser una extensión de lo que había hecho en campaña. Levantar de la cama a un hombre que no madruga, conducir a las citas a un señor que no tiene noción del tiempo y después resumirle la actualidad mientras él está enfrascado en alguna discusión en Twitter.

A Benedetti nunca llega a gustarle su lugar en el Gobierno que ayudó a crear. Él, que quería ser ministro, se siente desterrado en Caracas. Sarabia, en cambio, amplía su hueco en el centro del poder. Su nombre empieza a sonar a todas horas, su cuerpo menudo aparece en todas las fotos del presidente como si fuera su sombra. Esa mujer tan joven y sin pasado político empieza a llamar la atención de algunos ministros. Mientras a ellos los obligan a dejar sus teléfonos fuera de los Consejos, Sarabia teclea en su celular durante las reuniones. Solo ella tiene esa bula. Se convierte así en la persona más cercana al presidente.

El Gobierno parecer rodar solo durante los primeros meses. La novedad entusiasma a buena parte del país. Pero con el tiempo llegan las primeras crisis. Benedetti, que conoce bien el Congreso, donde se le atascan las reformas a Petro, cree saber lo que necesita el presidente para conseguir votos y lealtades en otros partidos. Llama asiduamente a Sarabia, con quien tiene una gran confianza. Le dice que las cosas se están haciendo mal. Eso lleva también a que las discusiones sean más fuertes y suban de decibelios.

Una de las primeras grietas entre ellos surge por el canciller, Álvaro Leyva, un hombre de 80 años que quiere controlar con celo su espacio. No parece muy feliz de que Benedetti se encargue de las relaciones con Venezuela. Desconfía de él. La cancillería empieza a mirar con lupa los viajes del embajador, que va asiduamente a Colombia. Empieza una guerra sorda que ha durado hasta el final. Sarabia le pide a Benedetti que no se ausente tanto de Caracas y este se lo toma mal, como si ella hubiera tomado partido. Con las semanas no se arreglan las cosas. Petro visita por sorpresa Caracas para verse con Maduro, pero Benedetti es de los últimos en enterarse. Le informan terceros. Se lo toma de forma personal, le parece un insulto. Considera que Sarabia, que ha trabajado siete años con él, le debe algo de lealtad.

En paralelo, se atascan las reformas en el Congreso. Benedetti, una de esas personas que siempre tienen contactos en todas partes, llama a Sarabia y discuten sobre la manera en la que se está gobernando. Las conversaciones son agrias, aunque suelen acabar en reconciliación. Un día se gritan, otro se hablan de forma amorosa. El día de la madre, Benedetti le manda flores.

Pero eso no frena nada, muy al contrario. El embajador se siente cada vez más amenazado por Laura, de la que cree que se ha aliado con la magistrada Cristina Lombana, de la sala de instrucción de la Corte Suprema de Justicia, para reabrirle uno de sus casos. Eso le llega por terceros, y Benedetti le da credibilidad. Al teléfono, se muestra paranoico. Jura que Sarabia le ha interceptado las comunicaciones -no hay ninguna prueba que demuestre que es así-. Cada vez que ella le hace ver que sabe más de lo que él piensa, Benedetti se dice a sí mismo: “Me ha chuzado”.

Con el paso de los meses, la impaciencia va a más. Considera que ya ha hecho todo lo que tenía que hacer en Venezuela, al menos todo lo que puede darle brillo. Las relaciones bilaterales se han restablecido y Petro y Maduro se han reunido varias veces. Quiere volver a Bogotá como ministro. Petro trata de buscarle un hueco y le ofrece ser súper ministro, una figura que actualmente no existe pero que ya se había usado en otros gobiernos. A Benedetti le encanta la idea. Los detalles los hablaría con Sarabia. Algunas versiones contrastan en este punto. Hay quien dice que Sarabia no quiere que Benedetti regrese porque teme que ocupe su rol; otros que Sarabia está de acuerdo, pero que el presidente lo frena.

El gran escándalo

Colombia vive esos días pendiente de otra historia de intriga. Cuatro niños indígenas han sobrevivido a un accidente de avioneta y están perdidos en la selva. El país espera -todavía no han aparecido- un rescate con final feliz. Los desencuentros entre las dos personas más cercanas al presidente aún son material doméstico. Pero algo empieza a torcerse en Palacio. Como todo relato de suspense, este comienza a cuentagotas. La revista Semana, acostumbrada a captar la atención de los sábados con sus portadas, lleva a su primera página a Marelbys Meza, la niñera que cuidaba en campaña de los hijos del embajador. El titular dice: “Me sentí secuestrada”.

Meza trabajaba entonces cuidando al primer hijo de Sarabia. De casa de los Benedetti había salido acusada de un robo, señalada por un poligrafista privado. La Mary, como la llaman ellos, fue despedida. Sarabia conoce estos hechos, pero aún así la contrata y la historia vuelve a repetirse. Del apartamento de la alta funcionaria desaparece un dinero en efectivo en el mes de enero. Sarabia denuncia ante la Fiscalía el robo de 7.000 dólares, pero su equipo de seguridad decide someter a su entorno a un polígrafo en el Palacio de Nariño. Meza tropieza en la misma prueba, aunque hay que recordar que la fiabilidad de esas máquinas es dudosa. Ahí es donde dice que se sintió secuestrada y maltratada.

El país se pasa cuatro días hablando de Meza, Sarabia y el polígrafo. Benedetti está al margen hasta que el periodista Daniel Coronell lo mete de lleno en la trama. Antes de ser portada de la revista, La Mary hizo un viaje asombroso. Despedida ya de casa de Sarabia, Benedetti volvió a confiarle el cuidado de sus hijos y se la llevó a Caracas en un vuelo privado para pasar una semana. Solo ellos pueden saber de qué hablaron en ese tiempo. El día que los dos regresan a Colombia, la niñera se pone delante de las cámaras de Semana en los alrededores del Palacio presidencial. Colérico por las nuevas informaciones que lo involucran, Benedetti niega haber tenido nada que ver en ese asunto, dice que Meza lo hizo por iniciativa propia. Entonces suelta la bomba que acabará con la salida de ambos del Gobierno.

El miércoles pasado, el político publica un hilo de Twitter incendiario. En él asegura que Sarabia le pidió ayuda para frenar la publicación de la entrevista y dice que la funcionaria temía que se conociera que en su casa había dinero en efectivo. También desliza que ella habría intervenido el teléfono de la niñera. Del polígrafo se pasa a las escuchas ilegales.

El presidente Gustavo Petro, junto a su jefe de gabinete, Laura Sarabia, en la reunión con la delegación de congresistas estadounidenses que lidera el demócrata Bob Méndez, el martes en Bogotá. GOBIERNO DE COLOMBIA

La denuncia velada llega como un ángel caído del cielo a una Fiscalía siempre al acecho del presidente. El fiscal Francisco Barbosa, propuesto por la administración anterior, siempre parece dispuesto a dar los últimos coletazos en su puesto a lo grande. Su oposición a Petro es total y entra en este caso como si acabara de descubrir el Watergate.

El día después de los tuits del embajador hay un silencio incómodo en el Gobierno. Petro, recién llegado de Brasil, debía reunirse con Sarabia y Benedetti para tratar de frenar el caos, pero pasan las horas y nadie sabe nada del presidente. El vacío lo llena Barbosa, con una rueda de prensa en la que dice cosas como que el haber intervenido el teléfono de la niñera es el peor caso contra los derechos humanos que se produce en Colombia en años. Por momentos, hasta se le escapa la risa. Promete ir hasta el final en su investigación y llamar a declarar a Sarabia y Benedetti. La situación es insostenible para el presidente. Esa noche del jueves se reúnen los tres, como tantas otras veces habían hecho, pero ahora la tensión se corta. En esas horas se escuchan lágrimas y gritos.

Petro aparece públicamente el viernes en un acto militar, posiblemente los ascensos del ejército con más audiencia de la historia. Pasa un rato hablando de lo propio cuando suelta el veredicto: “Mientras se investiga, mi funcionaria querida y estimada y el embajador de Venezuela se retiran del Gobierno”. El triángulo de poder se rompe. Petro le dedica palabras de cariño a Laura; a Armando ni lo menciona. Los dos se van a su casa y el presidente se queda solo. Los que han estado cerca dicen que a diferencia de otros gobiernos, en el de Petro casi nunca se ve ni escucha a nadie por los pasillos de Palacio. El presidente ha perdido mucho en estos seis días. De entrada busca a alguien que sepa organizarle la vida.

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¿Por qué los hombres van menos al médico y cómo afecta esto a su salud?

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Los hombres visitan al médico de familia un 8% menos que las mujeres en España. Los expertos advierten de los efectos perniciosos de que se sometan a muchos menos controles preventivos

Tienen cinco años menos de esperanza de vida. Tienen más probabilidades de morir en un accidente o en un suicidio. Pero echando un vistazo a la sala de espera de un centro de salud, se diría que los hombres no tienen ningún problema. Y ese es, precisamente, parte del problema. La Encuesta Europea de Salud en España puso cifras a esta tendencia: un 21% de hombres y un 29,2% de mujeres aseguraron haber asistido a la consulta del médico de familia en las últimas cuatro semanas. La diferencia es más amplia en la primera juventud, pero se mantiene alrededor de los 10 puntos porcentuales hasta los 65 años, cuando las cosas empiezan a igualarse.

Benno de Keijzer, médico y profesor de Antropología especializado en estudios de género en la Universidad Autónoma de México, lo resume de forma elocuente: “Los varones suelen ir al médico cuando son chicos, hasta los 13 años. Después desaparecen para volver a aparecer de mayores, con unos 60 y ya con algunos achaques”, explica en un intercambio de audios. “Salvo la gran excepción de que sí encontramos a jóvenes y adolescentes, los sábados y viernes en la noche, poblando los servicios de urgencia de los hospitales”.

De Keijzer, autor de varios estudios sobre el tema, señala otro factor más, relacionado con el machismo: “El cuidado ha sido históricamente feminizado. A las mujeres les toca cuidar a los menores y a los mayores, y hay una estrecha relación entre el heterocuidado y el autocuidado”. Abunda en esta idea Anastasia Téllez, antropóloga y directora del Observatorio de las Masculinidades, para explicar que la edad, la educación y el contexto son importantes. “Hay muchas formas de entender la masculinidad”, señala en conversación telefónica. “Y hay muchos hombres que, cuando empiezan a tener hijos, o a cuidar de sus padres, se incorporan en el cuidado como nunca lo habían hecho antes. Incorporan nuevos hábitos y se los aplican a sí mismos”.

Sin embargo, la figura del hombre que evita al doctor por miedo a perder el control, a salir de ahí con una dieta, unas pastillas o un diagnóstico funesto, goza de una estupenda salud. Al menos metafóricamente. “Muchos siguen viendo como un símbolo de debilidad que el médico, no digamos la médica, tenga el poder de cambiarle el estilo de vida”, explica Téllez. Son los hombres que no se ponen casco si trabajan en la obra, los que dicen: “Nunca falté a mi trabajo, aun teniendo 40 de fiebre”, “Nunca me eché protector solar”. “Es el concepto de masculinidad asociado al riesgo, a la valentía y a la fortaleza”.

Numerosos estudios en los últimos años, publicados en diferentes publicaciones, han señalado esta relación entre ideología y reticencia a ir al médico. Como señala la psicóloga Diana Sánchez, coautora de uno de ellos, se han estudiado las diferencias biológicas entre hombres y mujeres para explicar por qué ellas viven más. También se han analizado sus diferencias psicológicas para entender por qué los hombres se suicidan más. “Pero una posible explicación es que los hombres son más reticentes a ir al médico. Y una vez que van, son menos honestos”. La biología o la fisiopatología han estudiado cómo el género puede marcar nuestra esperanza de vida, pero también hay equipos que lo hacen teniendo en cuenta estos determinantes sociales, como el de María José Calero García, investigadora de las diferencias de género en el envejecimiento de la Universidad de Jaén.

El miedo de que miren ‘ahí abajo’

Según la Encuesta Merck: Hombres, Cáncer y Tabúes de 2022, los hombres se someten a muchos menos controles preventivos que las mujeres, con un 61% de estas frente a un 43%. Entre las pruebas que cita, sobresale el cáncer colorrectal. Las diferencias en la revisión de cánceres específicamente masculinos y femeninos son evidentes. Un 60% de los hombres no se revisa la próstata con la periodicidad necesaria, mientras que solo un 24% de mujeres evita la prueba de cérvix.

“Es por miedo, desinformación, virilidad… y que no nos gusta que nos miren ahí abajo”, explica Mario Domínguez Esteban, urólogo del hospital universitario Marqués de Valdecilla, quien apunta también a una cuestión educacional. “Las mujeres están acostumbradas a ir al médico. Desde jóvenes empiezan a consultar todos los años al ginecólogo, porque se les ha transmitido que hay riesgos por cáncer y lo han integrado. A los hombres no se les ha transmitido esta necesidad”.

Se está empezando a hacer. Hay países que tienen programas de concienciación sobre la necesidad de ir al médico específicamente dirigidos al hombre. Brasil, Irlanda y Australia, por poner tres ejemplos, aunque según señala Benno de Keijzer, “son acciones marginales, insuficientes y tardías”. A nivel global también existe Movember, un movimiento dedicado a concienciar y recaudar fondos para acelerar la investigación de enfermedades que afectan a los hombres, como el cáncer de próstata y el de testículos.

Pero es difícil cambiar con anuncios y campañas una realidad tozuda, cimentada en costumbres interiorizadas. Las mujeres empiezan a visitar al ginecólogo a entre los 13 años y los 15 años. La primera visita del hombre al urólogo se suele dar pasados los 45. Ellas se acostumbran desde adolescentes a exploraciones dolorosas e invasivas, mientras que ellos ven con terror una intervención que, además, puede poner en tela de juicio su idea de masculinidad. “Muchos hombres tienen miedo a lo que les podamos hacer en el chequeo urológico, a la exploración rectal”, confirma el doctor Domínguez. “Y es algo que a veces es necesario, pero no siempre está presente”.

Estos prejuicios y esta falta de educación se trasladan a lo que ve diariamente Domínguez en su consulta. “Muchos hombres no sienten la necesidad de ir al médico hasta que se encuentran mal. Y muchos no vienen concienciados, sino obligados. Me encuentro a pacientes de 50 años que vienen diciendo: ‘No, si yo me encuentro fenomenal, pero mi pareja me ha obligado”.

La idea de que el hombre sea más reacio a acudir al médico está cada vez más extendida, pero tiene sus detractores. Luis Llanes, jefe de urología del Hospital de Getafe, señala distintos estudios médicos para argumentar que “existen importantes excepciones a esta opinión generalizada, porque hay pocos estudios de población general en los que se hayan comparado los patrones de consulta de hombres y mujeres con enfermedades similares”. No tiene sentido comparar el cáncer de mama (que afecta a mujeres jóvenes y se supera en un 90% de los casos) o el de cuello uterino (con una tasa de supervivencia del 67%) con el de próstata (que afecta a hombres mayores y se supera en un 85% de los casos) o el de testículos (en un 95%).

Hay otros factores, explica el doctor Llanes, como el empleo, el tamaño familiar o el estado civil, que, según algunos expertos, “podrían ser importantes para explicar las diferencias de género en las consultas”. El género no define, o no debería definir, la relación con el médico. Pero la educación y los prejuicios se manifiestan en aspectos triviales. Comer una ensalada, usar protector solar, llorar o ir al médico no son acciones que sirvan para definir la masculinidad de una persona, pero ha pervivido durante demasiado tiempo la idea de que así es. La masculinidad tóxica condiciona el comportamiento de millones de hombres; también la forma en la que habitan y cuidan de sus cuerpos.

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De trabajar en la calle a las aulas de juego: volver a ser niños en Bogotá

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Las autoridades de la capital colombiana han abierto 13 centros de aprendizaje y recreo para ofrecer una alternativa adecuada a las víctimas del trabajo infantil y la mendicidad en la ciudad. El programa es una gota en un océano de más de medio millón de pequeños trabajadores en Colombia

Bogotá (Colombia).- Samuel Martínez, de 12 años, limpiaba parabrisas de coches en una esquina del sur de Bogotá cuando un grupo de mujeres lo abordó en la calle. “Era mi sexto día”, cuenta el niño de menos de un metro y medio de altura, como si hablase de cualquier cosa. “Lo encontramos en un semáforo cercano a una estación de policía”, explica Diana Rodríguez, encargada de uno de los 13 centros Amar que la Secretaría Distrital de Integración Social (SDIS), un organismo del Gobierno de Bogotá, tiene repartidos por la ciudad para proteger a los niños expuestos al trabajo infantil.

En Latinoamérica, Unicef estima que 8,2 millones de niños trabajan. En Colombia, el número asciende a medio millón, según datos del último reporte del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE) y solo en Bogotá hay 63.000 niños víctimas de esta lacra, a pesar de que la ley 1098 de 2006 prohíbe el trabajo infantil, por medio de la expedición del Código de la Infancia y la Adolescencia. Los centros Amar en la capital colombiana atienden a 1.170 menores que, como el pequeño Martínez, acuden todos los días a alguna de las 13 sedes en la ciudad. Allí, los niños realizan actividades de aprendizaje y ocio en vez de trabajar en las calles o crecer en entornos inadecuados.

Desde que el niño abandonó Venezuela en 2021, junto a su madre y su hermana, la familia apenas sobrevive con el dinero que consigue la progenitora, Danixzia, limpiando casas. “A veces llaman a mi mamá para trabajar y a veces no”, comenta el niño tímidamente. Aunque él trataba de ayudar a su familia limpiando coches o reciclando plásticos, latas y cartones para comprar comida, ha decidido avanzar hacia una realidad distinta. “Me demoro media hora caminando hasta aquí”, afirma, explicando el trayecto que recorre en solitario, de lunes a sábado, para asistir sin falta al centro. En este lugar, Martínez come, juega, corre, canta y practica deportes. Pero, sobre todo, aprende de nuevo a ser un niño.

“¡Quiero estudiar!”, exclama el pequeño mientras aprieta los nudillos. Enseguida, Rodríguez lo acaricia, del mismo modo en que lo hace con cada niño que se acerca a su asiento. Martínez aún está a la espera de que la Secretaría de Educación le asigne una plaza en un colegio cerca de su casa, por eso pasa más horas de las habituales en el centro Amar, en el que cada niño recibe asistencia por un periodo de dos años. “La permanencia irregular de las familias migrantes en el país es una de las principales limitaciones en la atención de los niños”, reconoce Margarita Barraquer, responsable de la Secretaría Distrital de Integración Social (SDIS). Ante este panorama, en 2019, la entidad pública decidió abrir el centro Abrazar, dedicado únicamente a servir a los menores migrantes, cuyos derechos básicos estaban siendo vulnerados.

Para identificar a los niños que precisan asistencia, la SDIS realiza búsquedas activas en los sectores que colindan con los centros, como ocurrió en el caso de Martínez. También cuentan con lo que llaman “estrategia móvil”: varios funcionarios se desplazan por la ciudad para localizar a niños en situación de trabajo infantil o mendicidad, y ofertarles sus servicios. Así encuentran a unos 4.000 menores al año, según los datos de la entidad.

Catherine Moreno trabajó durante más de tres años en la estrategia móvil, y ahora es la líder de los 13 centros Amar en Bogotá. Para ella, la lucha en contra del trabajo infantil requiere de una labor en conjunto con los menores y sus familias. “En la mayoría de los casos, los niños no trabajan, pero sí acompañan a sus padres en el trabajo o efectúan actividades que no son propias de su edad y que están normalizadas en muchos hogares”, argumenta la magíster en Terapia Familiar por la Universidad Autónoma de Barcelona, en España, moviendo las manos al ritmo acelerado de sus palabras. Por ejemplo, Martínez cocina habitualmente en su casa. De hecho, explica cómo prepara la comida con menos titubeos que los que tendría cualquier adulto.

En los centros Amar, como este en el centro de Bogotá, los niños reciben una comida.

El acompañamiento laboral y el encierro parentalizado —situación en la que los niños llevan a cabo tareas domésticas o de cuidado más de 15 horas semanales— son las principales causas de ingreso a los centros, de acuerdo con la SDIS. Por esta última razón, Evelyn Guerra, de siete años, asiste después de clases al centro Amar de La Candelaria, en pleno corazón de la capital. “Prefiero estar aquí con mis compañeros que estar en mi casa”, apunta la niña, batiéndose el pelo, a la espera de bajar al aula de música para cantar.

Despreocupada, Guerra comenta que vive con su padre, sus tías y sus abuelos. Relata que su abuela está enferma y su papá debe trabajar todo el día. “En la casa no tengo con quien jugar”, afirma con un tono de voz apagado. Por eso, la niña prefiere pasar las tardes en la casa colonial que aloja al centro Amar en La Candelaria, al que acuden 105 menores para participar en actividades de aprendizaje y recreación. “Queremos que visiten nuevos lugares y que se convenzan de que pueden cumplir sus sueños”, apunta Moreno. En el futuro, el pequeño Martínez asegura que anhela entrar en el ejército y Guerra no descarta ser cantante.

De izquierda a derecha: el profesor de música Alex Gallego, Daniel, Brayan, Daisy, Antonela, Nicol, Justin, Oriani y Evelyn. Ellos son el grupo de los C.A.C Rockers del centro Amar del barrio La Candelaria

A pesar de que la cobertura de los centros no es muy amplia si se compara con la cantidad de niños afectados por el trabajo infantil en Bogotá, la SDIS no prevé la construcción de más sedes. “No contamos con presupuesto para hacerlo”, dice la secretaria Barraquer. Para ella, las soluciones deben apuntar a la raíz principal del problema: la falta de recursos de las familias, que acaba arrastrando a los niños a buscar empleos, a acompañar a sus padres al trabajo o la mendicidad. “Es necesario que las administraciones pongan en marcha programas de lucha contra la pobreza”, zanja. En Bogotá, según el último informe del DANE, el índice de pobreza supera el 35%.

En el campo la situación es peor. De acuerdo con las cifras del DANE, del medio millón de niños trabajadores que se estima que hay en Colombia, más de 316.000 se dedican a labores de agricultura, ganadería, caza, y pesca. La batalla contra este problema es, además, desigual según el territorio. Mientras que la tasa de trabajo infantil en el país bajó del 5% en 2020 al 4,8% en 2021en la ciudad de Cali se ha producido un aumento, y en Cartagena varios menores han sido recientemente rescatados por ejercer mendicidad, según el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, principal entidad encargada de la protección de los niños y adolescentes.

“Si la vida de un solo niño cambia, nuestra labor ya ha valido la pena”, argumenta Moreno con una sonrisa. Mientras que la funcionaria, que es psicóloga de profesión, se pasea por el centro para estar al tanto de todas las gestiones; en un aula de la primera planta, el profesor Alex Gallego da instrucciones al grupo de niños del centro que aprenden y disfrutan de la música. Se hacen llamar C.A.C Rockers, y ya tienen dos CDs con sonidos y letras propias.

Alex da una señal y la canción Latinoamérica, de Calle 13, inunda el salón. “Tú no puedes comprar mi alegría, tú no puedes comprar mis dolores”, cantan al unísono Evelyn, Daisy, Antonela, Nicol y Justin. A su lado, tres menores más acompañan las voces con el bajo, la batería y los tambores, mientras el profesor toca la guitarra. Los compases suenan intensamente y los niños entonan cada palabra con fervor. Al terminar, Gallego muestra unas hojas sueltas de cuaderno con las letras que componen los pequeños artistas. En uno de los papeles rasgados se lee: “Nos tratan como si no supiéramos hablar, piensan que porque somos chiquitos, nuestra voz no se elevará”.

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