Por Nelson Encarnación
El 31 de agosto de 2017 el país fue estremecido con la noticia de que una jovencita de 16 años había sido encontrada muerta con signos de violencia, luego de varios días de estar desaparecida. A ese hecho trágico se le sumaba otra noticia impactante: la adolescente tenía varios meses de embarazo.
Por el hecho existe una condena de 30 años de prisión que cumple Marlon Martínez, juzgado como autor del homicidio, que se comprobó estuvo mezclado con la inducción de un aborto al que se negaba la adolescente.
Todo el drama estuvo precedido de una conducta permisiva de los padres de Emely Peguero, quienes le consintieron una relación con Martínez, unos 15 años mayor que ella, por lo cual la legislación la tipificaría como agresión sexual a una menor.
Sin embargo, en la República Dominicana esa categorización de delito sexual carece de valor cuando de por medio está el consentimiento de los padres de la menor metida en amores con un hombre que, en muchas oportunidades, le triplica la edad.
Y es que, en esas condiciones, los padres no mueven la acción pública si el noviazgo ha sido consentido por ellos, ya sea por conveniencias—regularmente el consentido disfruta de una buena posición económica—o bien por irresponsabilidad o descuido.
Se dan casos en los cuales las autoridades se enteran de la situación solo cuando ocurren situaciones extremas o salidas de control, verbigracia, la muerte de la joven Emely.
Casi seis años después de aquel evento socialmente desgarrador y mediáticamente conmovedor, la sociedad vuelve a ser impactada por un hecho trágico que, si bien, y hasta prueba fehaciente, no guarda una analogía con aquel episodio, sí motiva la necesidad de recalcar que los padres tienen que ser en todo momento celosos responsables de la seguridad de sus hijas, sobre todo si son adolescentes.
O más que celos, creo que en la actualidad los progenitores deberían ser dictadores en el cuidado de sus muchachas, en especial cuando el afán figurativo de las jovencitas las lleva a creerse mujeres antes de tiempo.
¿Qué busca una adolescente de 16 años metida en el frenesí de redes sociales, subiendo fotos y videos cual si fuese una actriz de cine o televisión?
Las imágenes en redes sociales de la jovencita Esmeralda Richiez evidencian un inexplicable descuido de sus padres al no establecer ciertas normas hasta ser mayor.
Ahora bien, es oportuno establecer que su figuración mediática no fue el detonante de los lamentables eventos mortales, sino un evidente aprovechamiento del imputado del dominio que ejercen los maestros frente a sus alumnas, sobre todo cuando son jóvenes con pretensiones de mujeres. Que se entienda.