Por Rosario Espinal
Me llamarán pesimista por este artículo, pero mi intención es ser realista. Los desafíos son inmensos y el compromiso insuficiente.
Siempre que el Ministerio de Educación anuncia los resultados de una evaluación educativa las calificaciones son malas. Por eso he dicho que la educación dominicana era y es de baja calidad.
Ahora bien, ¿por qué digo que seguirá siendo de baja calidad? A continuación, me refiero exclusivamente a la educación pública. La privada tiene otras características.
La educación pública dominicana tiene ocho pilares:
1) las familias de los estudiantes,
2) las comunidades donde viven,
3) los estudiantes,
4) los maestros,
5) la burocracia del Ministerio de Educación,
6) la pedagogía,
7) la Asociación Dominicana de Profesores (ADP),
y 8) el presupuesto público asignado.
La mayoría de las familias de los estudiantes viven en la precariedad socioeconómica, y las madres y los padres no tienen la formación para apoyar a sus hijos con las tareas, ni para ofrecerles actividades extracurriculares que sirvan de soporte al aprendizaje escolar. Dicho en lenguaje sociológico: las familias aportan poco capital social.
Las comunidades pobres, donde viven muchos de los estudiantes que asisten a escuelas públicas, enfrentan serios problemas de servicios (falta de acceso adecuado al agua potable, la electricidad y la higiene), y, además, están plagadas de drogas, juegos de azar, y prostitución infantil y adolescente. Todo eso dificulta el aprendizaje escolar.
Con familias en su mayoría incapaces de apoyarles y comunidades adversas al aprendizaje, muchos estudiantes llegan a la escuela con problemas acumulados. Entonces, se espera que la escuela haga el milagro, que los convierta en estudiantes dedicados a aprender y a sacar buenas notas en pruebas nacionales e internacionales. ¡Tarea difícil!
Para complicar la situación, en las escuelas, los estudiantes encuentran muchos maestros que, a su vez, tienen precaria preparación, aún hayan tomado cursos de capacitación.
Por su parte, la burocracia del Ministerio de Educación (como toda burocracia) es lenta y poco creativa: impone modelos educativos ineficaces para las necesidades de los estudiantes.
La pedagogía dominante enfatiza la memorización sobre el razonamiento, el dogmatismo sobre la investigación y la repetición sobre la creatividad.
La ADP es un sindicato interesado en mejores condiciones laborales para sus afiliados, cuyo control se disputan los grandes partidos políticos. Mejorar la enseñanza no es su propósito.
El aumento del presupuesto a la educación era necesario y se logró con la asignación del 4% del PIB a partir de 2013, pero gran parte de esos recursos se ha destinado a aumentar los sueldos de los maestros y de la burocracia escolar, a construir escuelas, al desayuno y almuerzo escolar, a uniformes, libros y tabletas. No a la innovación pedagógica y la capacitación magisterial efectiva.
Cambiar el modelo educativo para mejorar el aprendizaje supone más que declaraciones e intenciones de las autoridades. Requiere voluntad férrea al más alto nivel del Gobierno, la colaboración de la ADP y el involucramiento de las familias. Además, dejar de hacer negocios clientelares con el presupuesto.
Los desafíos son inmensos y el compromiso insuficiente. He ahí el problema