Por Rosario Espinal
Con los flujos migratorios de dominicanos hacia afuera y haitianos indocumentados hacia dentro, la élite económica acumula riqueza y la élite política circula en el poder sin mayor presión social para impulsar cambios redistributivos.
En América Latina sobresalen la inestabilidad y los regímenes autoritarios en diferentes modalidades. Así sucedió también en la República Dominicana. Sin embargo, en las últimas décadas, este país se ha caracterizado por la estabilidad en un contexto de democracia electoral.
No ha habido interrupción del orden político; la última crisis en 1994 se resolvió dentro del marco institucional con participación de las distintas fuerzas políticas. No ha colapsado el sistema de partidos a pesar de las divisiones y deficiencias de los partidos. Se han mantenido la competencia electoral y las garantías ciudadanas de libertad de expresión, asociación y elección.
¿Qué ha permitido esta estabilidad política en una región propensa a la inestabilidad y al autoritarismo? Señalo aquí ocho factores.
Primero, los caudillos del post-trujillismo (Balaguer, Bosch y Peña Gómez) forjaron organizaciones políticas que sentaron las bases para un sistema de partidos que, a pesar de sus limitaciones, ha mantenido la competencia electoral, fundamental para la circulación ordenada de las élites en el poder.
Los movimientos sociales dominicanos de los últimos 30 años han sido fundamentalmente de clase media. No buscan abortar el sistema, sino que ofrecen la oportunidad de relegitimarlo.
Segundo, en las décadas de 1960 y 1970, Balaguer promulgó diversas leyes de incentivos económicos (industria, turismo, zonas francas, etc.) que contribuyeron al crecimiento de la clase empresarial y la clase media. A los grupos antisistema de izquierda Balaguer los reprimió.
Tercero, mediante un sistema clientelar (corrupción incluida) que inició Balaguer en los años 60, las élites económicas y políticas han accedido a amplios recursos públicos. Y los sucesivos gobiernos han incorporado cada vez más al reparto sectores de capas medias y bajas mediante empleos públicos, contratos y asistencia directa.
Cuarto, las jerarquías militares han sido beneficiarias del clientelismo y la corrupción. Balaguer lo hizo para que lo dejaran gobernar, y todos los presidentes posteriores lo han emulado. Así desaparecieron los golpes de estado.
Quinto, las iglesias reciben subsidios del Estado, sirviendo de soporte a los gobiernos, y haciéndole oposición cuando es hora de cambiarlos.
Sexto, los movimientos sociales dominicanos de los últimos 30 años han sido fundamentalmente de clase media. No buscan abortar el sistema, sino que ofrecen la oportunidad de relegitimarlo.
Séptimo, el flujo migratorio de dominicanos que se inició en 1965 hacia Estados Unidos ha quitado presión política interna. La expectativa de movilidad social de muchos dominicanos no radica en la República Dominicana, sino en la migración. Y las remesas, cada vez mayores, sirven de sustento y movilidad a muchas familias.
Octavo, los más pobres y explotados no son fundamentalmente dominicanos, son inmigrantes haitianos indocumentados que ofrecen mano de obra barata. Sin voz política para demandar, están a expensas de sus empleadores y las autoridades dominicanas.
Con los flujos migratorios de dominicanos hacia afuera y haitianos indocumentados hacia dentro, la élite económica acumula riqueza y la élite política circula en el poder sin mayor presión social para impulsar cambios redistributivos.
Así las cosas, el sistema de partidos, aunque fragmentado y debilitado por el caudillismo, sigue generando estabilidad política, y casi todos los partidos con registro legal (34 ahora en total), han accedido al Estado en distintas coaliciones en los últimos 45 años.