El principal drama que vive la sociedad dominicana tiene que ver con la degradación moral, cuya principal arma en el ámbito judicial de cualquier imputado es la simulación, no importa las pruebas que puedan haber en su contra, apoyándose siempre en su presunta inocencia.
Esta alegada inocencia se fundamenta en un principio universal del derecho, el cual dice que todo acusado se presume inocente hasta que no se demuestre lo contrario en un juicio público, oral y contradictorio.
La presunción de inocencia es una arma con la que siempre cuenta cualquier persona imputada de la comisión de un crimen, cuyo proceso de enjuiciamiento implica tres grados como son primera instancia, apelación y casación.
Sin embargo, cuando el acusado proviene de una buena familia no hay forma de que se pueda recuperar totalmente de un proceso judicial, no importa que sea culpable o inocente, sobre todo en un país como la República Dominicana donde se producen dos enjuiciamientos, uno social y otro legal.
Los hombres considerados por la sociedad como serios nunca llegan a retornar a una vida normal después de ser acusado de la comisión de un hecho grave, porque generalmente se producen heridas psicológicas que no permiten que el referido imputado vuelva a sentir o disfrutar de una total tranquilidad.
En la República Dominicana ya nada es nada, para utilizar una expresión popular, porque la deficiencia del Estado hace que cualquier culpable sea proyectado como inocente y lo contrario, pero lo peor de todo es que ya son pocos los que tienen vergüenza por sus pecados.
El mejor ejemplo fue lo ocurrido con los encartados del caso Odebrecht, quienes proyectaban sentirse alegres y felices, como cuando una persona llega a una meta difícil y complicada, por lo menos eso aparentaba una buena parte de los acusados.
Un caso que llamó mucho a la atención fue la sonrisa de Temístocles Montás, quien en todo momento se comportó como si el hecho de estar incluido entre un grupo de presuntos corruptos, lo hacia incluso más feliz que cuando intentó ser candidato presidencial peledeísta.
Hay otros que se comportaron de la misma manera, pero el colmo de estos casos lo constituye el de Blas Peralta, condenado a 30 años de prisión por el asesinato del ex-rector de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, Mateo Aquino Febrillet.
De acuerdo a como habla este despreciable ser humano, la cárcel parece que era una parte de su meta, porque se comporta como cuando a alguien se le entrega un reconocimiento por un buen servicio a la comunidad.
Lo que pasa que en la República Dominicana se es culpable o inocente dependiendo del cristal con que se mire, porque cada uno defiende a los suyos como si fueran personas infalibles, que no son capaces de romper una tasa.
Todo esto no tiene otra explicación que la crisis de valores que afecta a la sociedad dominicana, donde se quiere vender la idea de que nadie es capaz de cometer un delito, porque la culpabilidad o inocencia está determinada por los vínculos personales que se tenga con el que emite su opinión por los medios de comunicación social o de la amistad que vincule al criminal con sus vecinos o compueblanos.
En pocas palabras, en la República Dominicana ya existe lo que muy bien podría llamarse la relatividad de la culpabilidad o de la inocencia.