Por Nelson Encarnación
La importancia que el Gobierno dominicano ha concedido a los nacionales residentes en el exterior ha sido muy relativa, generalmente referida a la capacidad de remesas que haya demostrado.
Y ni aun así se le ha tenido en el lugar que merece, y a lo sumo se le considera dentro del ámbito de la solidaridad más desinteresada.
Durante años, los residentes fuera—no sólo de nuestro país sino de todas las demás naciones emisoras de inmigrantes—han sido vistos como el banquito de dólares sin costo alguno que ayudan a la economía nacional. Por lo menos han desaparecido los estereotipos que por decenios lapidaron a los dominicanos, a los que llamábamos “dominicanos ausentes”, en el mejor de los casos, pues se les llegó a identificar como “dominican-york” o “cadenuses”, unas denominaciones cercanas al crimen y al delito que les atribuían, en la mayoría de los casos sin ninguna razón.
En lo concerniente a nuestra diáspora, esta ha sido una de las más exprimidas por décadas, ya que se le extrae en campaña para financiar actividades de los partidos, pero también después desde el propio Estado, donde generalmente se le ha visto como una fuente de ingresos a través de los consulados y otros mecanismos.
¿Y qué se les devuelve, en términos reales, a las comunidades del exterior? Muy poco.
Se ponen en vigencia medidas temporales de escaso impacto, como la exoneración de impuestos aduanales en Navidad para que los viajeros traigan artículos por hasta 3,500 dólares exonerados.
En otras, se han aprobado medidas tendentes a facilitar un regreso digno, poniendo a su disposición orientaciones en diversos aspectos, si bien muchas de ellas no han sido efectivas en lo más mínimo.
Lamentablemente, se han dado muchos casos de que se ha producido regreso anhelado, pero se han encontrado con tantas trabas y engaños que han tenido que hacer maletas y volver a guayar la yuca en el ambiente hostil de la exigente sociedad estadounidense o europea
Analizado lo anterior, hay que destacar la celebración de un Consejo de Ministros en la ciudad de Nueva York, lo que, sin embargo, no pasaría de un gesto simbólico si en el futuro inmediato no se ponen en marcha las decisiones que se adopten en beneficio de esas comunidades.
El monitoreo para que eso ocurra corresponde a los líderes comunitarios sin vinculación partidaria directa, ya que estos últimos están demasiado atomizados y sus intereses son una retranca contra toda acción colectiva.
De todos modos, y a la espera de cuestiones concretas en el futuro inmediato, no se puede pasar por alto este evento llevado a cabo por el Gobierno.