Por José Cabral.
El pueblo haitiano, igual que otros de Latinoamérica, ha sufrido las consecuencias de las intervenciones armadas de los Estados Unidos.
El dominicano también ha sido víctima de dos intervenciones armadas, las cuales han dejado un sabor muy amargo entre su gente.
Las intervenciones armadas nunca son buenas, porque buscan someter por la fuerza a los pueblos mediante una grave violación a su soberanía y su derecho a la auto determinación.
Aunque todo el mundo reconoce que la situación haitiana se ha vuelto incontrolable, pero en cualquier caso son los haitianos los que tienen que buscarle una solución a su problema.
La posible intervención armada pedida por algunos, incluido el gobierno defacto haitiano, ya ha recibido una respuesta con el lanzamiento a las calles de grandes cantidades de ciudadanos.
Nadie debe propiciar que la soberanía de ningún pueblo sea violada, sobre todo por aquellas potencias que tienen mucho de responsabilidad de la gran tragedia haitiana.
Todo el mundo entiende el complejo problema que afronta Haití, porque el asunto no es sólo de seguridad ciudadana, sino también de que no existe prácticamente ninguna posibilidad de establecer allí un aparato productivo para mejorar las condiciones de vida de su gente.
Haití es un pueblo que padece una crisis integral, sin Estado ni tierras para garantizar su seguridad alimentaria y frente al cuadro que presenta a las personas no les queda más opción que irse para donde sea.
El problema es que cuando el haitiano no puede irse para Puerto Rico, Bahamas, Miami o a cualquier otro lugar de América, tiene que poner su mira para la República Dominicana, lo cual explica el aumento de los inmigrantes haitianos en el territorio nacional.
Ciertamente que la crisis humanitaria que podría presentarse o que ya tiene lugar en Haití impacta de una forma muy directa al país, pero ello no puede ser motivo para que algunos sectores nacionales compartan la idea de que el vecino sea intervenido militarmente por los Estados Unidos.
Porque de cualquier manera que sea la situación, a la Republica Dominicana le tocará su parte, es decir, que no saldrá ilesa de la ocupación militar de Haití, dado que la vecina nación no tiene la más remota posibilidad de superar su grave crisis.
El problema haitiano debe enfocarse desde otra perspectiva que no sea la intervención armada, porque ella tampoco representa una salida al caos prevaleciente allí.
Sólo con la ayuda de la comunidad internacional para prestarle asesoría para reestructurar el Estado haitiano y rearticular su ejército para llevarlo a niveles mínimos de institucionalidad para que sean los propios ciudadanos afectados los que trabajen por la reconstrucción de su nación.
Es una insensatez de quien quiera meter las narices en una nación libre y soberana por mucha solidaridad que necesite para superar la profunda crisis que le afecta.
Definitivamente, que esa no es la mejor vía para rehabilitar una nación que su problema no son sólo las pandillas y el desorden generalizado que la afecta, sino también la falta de empleo y la imposibilidad de solucionar un asunto de unas tierras que no tienen por el momento como darles a sus hijos el pan de cada día.
Haití es una verdadera tragedia, pero una intervención armada acabaría con su dignidad de pueblo soberano, libre e independiente y de cuya acción la República Dominicana también tocaría su parte.