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Candidatos presidenciales que penden de una especie de ruleta rusa que no deja la certeza de quién será la víctima.

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Donald Trump aparecía hace algunos meses como el seguro ganador de las elecciones presidenciales de los Estados Unidos, pero la entrada en competencia de su rival, Kamala Harris, como que le ha dado un vuelco a las mismas que nadie se atreve a asegurar cuál será el resultado final.

Pero de cualquier modo la imagen de la nación más poderosas del mundo ha sufrido bastante en lo que respecta a su credibilidad frente al mundo por el candidato más audaz de estos tiempos doblegar la parte más fuerte y sólida de los Estados Unidos de América como es sus altos niveles de institucionalidad.

Ello así, porque  hace algún tiempo que nadie se podía imaginar que una persona física, no una clase social, pudiera torcer la balanza en favor de sus intereses personales en desmedro de la historia de la unión americana.

Aunque hay una serie de casos judiciales pendientes y que probablemente pueden vislumbrar una condena civil o penal, pero en términos de opinión pública Trump ha ganado la batalla, ya que incluso se le ve como mucho más fuerte que el sistema de justicia y que otros estamentos de la institucionalidad de la potencia del norte.

Ha sido tanto así que mientras más se presentan acusaciones de crímenes y delitos en contra de Trump, éste aumenta su popularidad y nadie puede negar que representa un candidato lo suficientemente fuerte para imponerse en las elecciones de noviembre.

Sin embargo, luce que la entrada en la escena presidencial de Kamala Harris ha disminuido la fortaleza de una candidatura que a pesar de sus debilidades y la vocación de hacer cosas  al margen de la ley de Trump no ha aparecido una forma que lo saque de la contienda electoral.

El caso Trump debe estudiarse política y sociológicamente para entender el fenómeno, pese a que en realidad a partir de la herencia histórico cultural de los Estados Unidos no parece que haya una explicación convincente.

Trump es un candidato antivalores y que no tiene ninguna base de sustentación, cuya aceptación popular es producto de la espontaneidad, pero apoyado en un discurso que lo principal que conlleva es impactar negativamente la imagen y la institucionalidad de una nación en la que no hay una explicación lógica del por qué no ha funcionado el sistema de justicia en su caso.

Es una tolerancia que no encaja con lo que todos los analistas consideran como un ejemplo de la  aplicación severa de la ley cuando se trata de la comisión de crímenes y delitos graves, pero que esa tradición parece haber terminado con la salida al mundo político de Donald Trump.

Este hombre no sólo ha logrado llegar a la cima del poder, sino que vista la cuestión desde la irreverencia en que se apoya vende la idea de que es  protagonista de una película en la que él siempre vence.

Independientemente de que Kamala Harris en las elecciones de noviembre no parece que pueda llevar a los Estados Unidos a recobrar la fortaleza institucional y la imagen de pulcritud que ha exhibido históricamente ante los demás países del mundo, pero por lo menos vende una imagen de mayor tolerancia y ternura que ni remotamente se puede encontrar en Trump, cuya principal obra es el  irrespeto a la institucionalidad de una nación que busca castigar a los que se apoyan en un comportamiento parecido en aquellos países que están bajo su órbita geopolítica.

En todo caso, ya Donald Trump ha parido algunos iguales en algunos países latinoamericanos, como Javier Milei en Argentina, Jair Bolsonoro en Brasil y otros tantos que buscan parecerse a este personaje que se proyecta como enemigo de las instituciones y de la aplicación irrestricta de la ley.

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El dimes y diretes del presidente Abinader y del ministro de Interior de Venezuela que desluce a ambos Estados.

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El Gobierno del presidente Nicolás Maduro está en la cuerda floja hace mucho tiempo por lo que parece ser una obsesión con el poder que ha colocado a Venezuela en un punto muy vulnerable frente a la comunidad internacional.

Lo que ocurre en ese país hermano nadie varias décadas atrás se lo iba imaginar, ya que se trata de personas que llegan al control del Estado para supuestamente hacer las cosas diferentes.

En los actuales momentos Maduro confronta problemas hasta con sus propios aliados naturales internacionales como el presidente de Brasil Ignacio Lula Da Silva y Gustavo Petro de Colombia, todo como resultado de ese interés desmedido por manejar la cosa pública de esa nación.

En ese contexto ha entrado al escenario el presidente Abinader que durante sus mandatos se ha caracterizado por querer intervenir en asuntos que no le competen y de alguna manera ponerse al servicio de intereses que no son los de la República Dominicana.

Abinader en lo que respecta con los temas nacionales se ha manejado con mucha torpeza, no solo con la comisión de los mismos errores y ahora resulta que no sabe distinguir cuál debe el escenario en el que debe pelear con su contrario.

Ello comprueba una vez más con la confrontación verbal que mantiene Abinader con Diosdado Cabello, una figura de primer orden del gobierno de Maduro, pero que no tiene la categoría y la jerarquía para que el jefe de Estado del país se involucre en una discusión pública en la que ninguno de los dos tiene razón.

Ni en Venezuela ni en República Dominicana y mecho menos en la comunidad internacional puede haber alquien que se atreva a desconocer los vínculos históricos y de solidaridad de ambos pueblos, pero raya en lo ridículo que estos funcionarios públicos regateen el aporte que ambas naciones han hecho a través de lo que se conoce como la solidaridad internacional.

Cabello le enrostra a la República Dominicana de una deuda de 350 millones de dólares, lo cual debe ser determinado a través de los mecanismos que tienen los Estados para esos fines, pese a que no hay ningún asidero para reconocer que Venezuela ha sido muy desprendida en términos de petróleo con el país.

Negar eso es ponerse al lado de la ingratitud y de la sin razón, pero ese desprendimiento de Venezuela no puede usarse como un mecanismo de chantaje y de humillación de un país en contra del otro.

Este enfoque equivocado en política internacional ya había ocurrido a propósito de la situación haitiana, porque Abinader asumió ese tema como si tuviera autoridad hasta para solicitar una intervención armada en la hermana nación.

Fueron incontables los escenarios internacionales en los que Abinader hablaba y se comportaba como si él tiene la facultad para hablar y actuar en nombre del pueblo haitiano, cuyos resultados no pudieron ser otros que una confrontación que ha profundizado los niveles de odios en los dos pueblos.

Pues ahora el escogido es Venezuela por razones de geopolítica si el asunto se ve desde la perspectiva de los intereses de Estados Unidos en el país sudamericano, cuya torpeza del Gobierno dominicano ha llevado la situación a lo prácticamente irreconciliable.

El silencio es generalmente más elocuente que la palabra, cuya opción fue la debió tomar el presidente Abinader, porque si ciertamente hay una deuda pendiente con Venezuela, lo cual no es nada nuevo, debió manejarse el asunto por las vías correspondientes.

Naturalmente, todo el mundo sabe que las diferencias entre los gobiernos dominicano y venezolano está asociado a la incautación del avión de la nación sudamericana por parte de los Estados Unidos y que ésta entiende que República Dominicana ha sido utilizada para atacar a un pueblo hermano que ha practicado mucha solidaridad con el país.

Lo más inteligente para la República Dominicana es mantener una postura equidistante del conflicto entre los

AME7886. BOGOTÁ (COLOMBIA), 10/09/2024.- Combo de fotografías de archivo del presidente de República Dominicana, Luis Abinader (i), y el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro. Maduro, llamó «ladrón» a su homólogo de República Dominicana, Luis Abinader, luego de que Estados Unidos confiscara un avión oficial del mandatario en una operación que se llevó a cabo en la isla caribeña. EFE/ ARCHIVO

Estados Unidos y Venezuela, porque en todo caso son los hermanos sudamericanos los que tienen la responsabilidad de buscarle una salida a la terquedad de Maduro.

El presidente Abinader debe abandonar la actitud de meter la cuchara en un plato que no es el suyo para que prevalezca el respeto mutuo y la dignidad en las relaciones entre los pueblos que conforman la comunidad internacional.

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Desconfianza interpersonal se constituye en principal retranca para el desarrollo social en el país.

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Por Elba García

La República Dominicana es una nación en crisis en lo que respecta a su desarrollo social, dado que sólo tres de cada diez ciudadanos dicen confiar en las demás personas.

Este cuadro resulta desalentador porque establece una desconfianza interpersonal que representa un gran peligro para el desarrollo social.

La realidad reflejada en la encuesta de Cultura Democrática del ministerio de Economía, Planificación y Desarrollo (Mepyd) demuestra que el 68.9 por ciento de la población cree que la mayoría de sus conciudadanos son “poco” o nada confiable.

Es decir, que el grueso de la ciudadanía no tiene esperanza con relación a sus semejantes y la baja confianza social alberga expectativas muy negativas sobre el comportamiento ajeno.

Esto plantea la necesidad de revertir los indicadores encontrados en el referido trabajo de investigación, ya que las sociedades donde la confianza interpersonal se encuentra generalizada, no crea un alto grado de compromiso y cohesión social, fruto de la expansión de normas informales que no favorecen la producción de bienes públicos.

Un elemento destacable en la investigación es que la baja confianza en las personas también se extrapola a las instituciones públicas, de las que de un total de diez  medidas, los resultados constatan la baja confianza en las instancias democráticas nacionales.

Según el trabajo, los partidos políticos, lo cual no podía ser menos tras la gran abstención electoral en las elecciones municipales, congresuales y presidenciales de los pasados meses de febrero y mayor del presente año,  son los que generan menos credibilidad para la gente, ya que el 76.6 % de la muestra asegura tener poca o ninguna confianza en ellos, mientras que los funcionarios generaron un nivel de desconfianza del 75.7 %.

Sin embargo, en contraposición a este deplorable cuadro, la Presidencia representa la institución que mejor valúan los dominicanos, dado que el 22.2 % respondió que confía «mucho» en Luis Abinader, siendo este el balance más alto de esa métrica.

En la medición una serie de instituciones públicas fueron evaluadas, entre las que se encontraban los tribunales, la Procuraduría, el presidente, el Poder Legislativo, los ayuntamientos, los funcionarios, los partidos políticos, la Junta Central Electoral, la Policía Nacional y las Fuerzas Armadas.

En sentido general los indicadores demuestran que el país proyecta una imaginaria estabilidad política, máxime porque se celebran elecciones cada cuatro años, lo cual vende la idea de ser una democracia consolidada, pero la población entiende que no se gobierna para el bienestar colectivo.

Otro hallazgo de la investigación indica que apenas un 28.9 % de los dominicanos pudo expresar que se gobierna para el bien de todo el pueblo.

Otro detalle es que la mayoría de la población considera que ciertos grupos gobiernan el país para satisfacer sus propios intereses, lo cual constituye una retranca para el progreso social y económico.

Asimismo, la mayoría de las personas entiende que ciertos grupos gobiernan el país para satisfacer sus propios intereses.

El 67.3 % de alrededor de 2000 personas entiende que RD «está gobernada por unos cuantos grupos poderosos que sólo buscan su propio beneficio».

Este porcentaje pasó ligeramente de abril de 2022 a abril de 2023, ya que la ciudadanía que considera que en la nación no se priorizan los objetivos colectivos, de 66.5 a 68.7 %.

En el trabajo se detalla en sus conclusiones la urgencia de que las autoridades aborden esta crisis de representatividad y desconfianza hacia los actores estatales.

«Es necesario mejorar la representación de los intereses ciudadanos desde la actuación gubernamental, ya que en la actualidad sólo tres de cada diez ciudadanos afirman que el país está gobernado para el bien de todo el pueblo, mientras dos de cada tres lo perciben gobernado por unos cuantos grupos de poderosos en su propio beneficio», expresa el informe. 

En la investigación se revela la ruptura entre gobernantes y gobernados y se agudiza por diversos factores relacionados al bienestar colectivo y a la gestión de lo público.

La población del país culpa a la clase política, ya que piensa que ésta es la que impone sus intereses por encima de los de la mayoría de los ciudadanos.

En un cuadro en el que se explican diferentes variables para este fenómeno, se evidenció que la percepción que se tiene de los actores políticos, se ve empañada por los casos de corrupción a los que pueden ser vinculados.

Se destacan dos factores que inciden en el tema: los políticos son «algo» o «muy» corruptos y los funcionarios del gobierno son «poco» o «nada» confiables.

El trabajo revela que aunque la gente establece que  está de acuerdo con la democracia, el 64.0 % afirmó que está «poco» o «nada» satisfecho con el funcionamiento de este sistema político en la actualidad.

La poca satisfacción es la opción predominante entre los encuestados con un 35.7 % de escogencia para 2023. 

 

 

 

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Designación de personas cuestionables pone en tela de juicio política anticorrupción del Gobierno.

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La partidocracia, en cuyo contexto se encuentra el Partido Revolucionario Moderno (PRM), que encabeza Luis Abinader, ha iniciado su nuevo cuatrienio con el nombramiento de una serie de personas que su compromiso es con la vieja política.

Aunque los nombramientos han salido a cuenta gotas desde antes de su juramentación el pasado 16 de agosto de este 2024, la ligereza y el criterio para la escogencia de los nuevos funcionarios ha partido de la misma premisa, la cual consiste en qué tanto está comprometido el escogido con la falta de escrúpulo para ser tomado en cuenta para un cargo público.

El detalle también se observa para ratificar o mover a un funcionario cuestionado por el ciudadano, ya que aquel que ha sido responsable de acciones preocupantes es enviado a una posición que a pesar de que no tiene la misma jerarquía, pero es una garantía para que resuelva sus problemas económicos, lo cual es una conducta repetida de los llamado partidos del sistema.

Personajes que fueron investigados en el caso Odebrecht hoy ocupan posiciones públicas de relevancia, pese a que todo el mundo sabe que éstos fueron figuras que jugaron su papel hasta el punto de enriquecerse con la corrupción promovida en contra del Estado por la empresa brasileña.

Julio César Valentín y Andrés Bautista García, el primero exsenador peledeísta y el segundo presidente de la cámara alta, fueron de los primeros encartados en el caso Odebrecht, pero ambos no sólo salieron libres de las imputaciones, sino que también ahora retornan al Gobierno con el discurso de que serán transparentes y que combatirán la corrupción.

Valentín, un político con viejas costumbres, ha sabido moverse en los entornos del poder, porque luego de ser una ficha importante de Leonel Fernández se cruzó para la corriente de Danilo Medina, en la que jugó un papel, podría decirse, protagónico, pero ahora apoya la reelección de Luis Abinader y es designado Superintendente de Seguros, posición que, sin dudas, utilizará para alimentar la organización creada por él y sustentada por el llamado gobierno del cambio.

La cantidad de empleos en el sector público que tiene la Superintendencia de Seguros tal vez no sea suficiente para satisfacer los planes del nuevo incumbente, pero por lo menos le otorga la posibilidad de hacer proselitismo con los fondos del Estado para continuar con una carrera política fundamentada en la doble moral.

Así podría hablarse de muchos otros cargos, algunos de los cuales serán entregados durante los próximos cuatro años a unos partidos que apoyaron la reelección, pero que carecen de planes estratégicos y que su único fin es acumular para sí parte del presupuesto de las instituciones del Estado que manejan.

La misma cosa ocurre con otros personajes que en algunos ministerios y otros órganos del Estado han cometido comprometedoras travesuras, pero que en vez de ser excluidos son designados en posiciones, que, aunque no de igual relevancia, pero que en términos económicos generan una cantidad de dinero cada mes que sirven para que esa cúpula del PRM resuelva sus problemas económicos.

En ese contexto está el consulado dominicano en Nueva York, donde ha sido enviado Chú Vásquez luego de pasar cuatro años como Ministro de Interior y Policía y quien sustituye a otro cuadro de los grupos que operan internamente en el PRM, Eligio Jáquez, cuya posición mantuvo desde cuando se inició el llamado gobierno del cambio, lo cual no había ocurrido en ningún otro gobierno, ya que los ingresos son tantos que ni Balaguer dejó a uno de los suyos por tanto tiempo en una institución recaudadora para llenar los bolsillos de una cúpula que no tiene ningún cuidado cuando de cobrar altas tarifas se trata.

Cada designado tiene su historia, como por ejemplo Guido Gómez Mazara, un tíguere de la política vernácula, cuyo discurso rebuscado es una garantía de intelectualidad y de beligerancia, lo cual le ha permitido a este personaje hacer oposición con una aparente defensa de los intereses nacionales, pero que en realidad se trata de una “búsqueda” de posiciones públicas.

Otra designación que deja mucho que desear es la Faride Raful, la cual parece obedecer a las tantas críticas que recibió Abinader por ella no haber sido postulada como candidata a senadora por el Distrito Nacional, pero que evidentemente Interior y Policía requiere de una audacia que parece que ella no la tiene, por lo que tal vez hubiera caído mejor colocarla en Indotel y el “tíguere” de Guido en la posición otorgada a la exlegisladora.

De cualquier modo, resulta prácticamente imposible que estos detalles puedan ser tomados en cuenta por un presidente y un gobierno que carecen de visión y planificación estratégica y que su discurso no pasa de ajustarse a lo que siempre ocurre en el país de sustentarse en una percepción que acerca a una gran velocidad al Estado dominicano con el haitiano, donde la improvisación y la mentira campea por doquier.

Son muchas las aristas negativas del Gobierno que pueden ser tomadas en cuenta en este reportaje interpretativo, pero sería también como llover sobre mojado, sobre todo porque en el país no parece que hayan muchos ciudadanos que no vean la conducta de los partidos que acceden al control del Estado y que los turnos no hacen  ninguna diferencia, a menos que no sea de forma, con los que fueron expulsados del poder, pero que no se resignan y que no detienen sus esfuerzos de retornar al manejo de la cosa pública con una visión personal, grupal e individual.

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