Desde hace años en la República Dominicana se ha advertido de las distorsiones que se producen en la sociedad con situaciones que se vuelven incontrolables por la anarquía en lo que respecta a la capacidad de regulación que debe tener el Estado.
Primero fueron las manipulaciones para escoger una Suprema Corte de Justicia que respondiera a los intereses del Gobierno del Partido de la Liberación Dominicana (PLD) y luego fue el enjuiciamiento de los responsables de la corrupción con el caso ODEBRECHT.
Han habido otros procesos que también han dejado claro el peligro que corre el país con los déficits que sufre el Estado en cuanto a la justicia, el Poder Legislativo y por las bellaquerías de los que manejan el Poder Ejecutivo.
Ahora ha quedado al descubierto que a pesar de que se habla de muchas inauguraciones de hospitales, la realidad es que el país carece de un eficiente sistema sanitario, cuyos datos hablan por sí solos.
En la actualidad la República Dominicana ocupa uno de los últimos lugares en educación en el mundo, la impunidad que ha predominado frente a casos muy escándalosos de corrupción administrativa, tiene un nivel de fallecidos por coronavirus y con tendencia a subir de cerca de un cinco por ciento que es el tope que ha establecido la Organización Mundial de la Salud.
El cuadro dominicano es una consecuencia de los altos niveles de complicidad con que se ha manejado el Estado, porque cualquiera pudiera hablar de la letalidad de países como España e Italia, pero los factores que han incidido allí no es por un problema sistémico, sino por negligencia de sus gobernantes y por cuestiones que los distancian de la realidad del tercer mundo.
Además, la República Dominicana es un país con apenas algo más de diez millones de habitantes, mientras en estas naciones europeas hay cantidades superiores, donde enfrentar la pandemia es mucho más complejo y costoso.
La comparación debe hacerse con nuestros iguales y nos referimos a los países latinoamericanos, donde la letalidad supera ligeramente un 2 por ciento, lo cual revela que el país está por debajo de los niveles de eficiencia de los Estados de las naciones hermanas.
Aunque en estos momentos se impone combatir la pandemia con el protocolo establecido por instituciones como la Organización Mundial de la Salud, que va desde la cuarentena y la prevención, sobre todo con el lavado permanente de manos, pero lo cierto es que en la República Dominicana ya comienza la especulación, la desaparición de los utensilios médicos y el rebote de pacientes de clínicas privadas de contagiados con el Covid-19 como una forma de proteger su rentabilidad y evitar que el pánico ahuyente a sus clientes que les tienen terror a contagiarse, lo cual complica los efectos del coronavirus y de seguro provocará más víctimas.
Ojalá que la consecuencia no sea más lamentable de lo que cualquiera pueda pensar, porque la realidad es que en la República Dominicana tenemos un aumento desproporcionado de coronavirus, principalmente de muertes que no se corresponde con la dinámica de la enfermedad en los países latinoamericanos, sin tadavía haber llegado al pico de la infección, lo cual nos dice que la amenaza es mucho mayor de los vaticinios al respecto.
Frente a la realidad que nos golpea en este momento y que igual ha pasado en otros casos, que necesariamente no tienen nada que ver con el sector salud, se impone que el dominicano saque de abajo para cuidarse y combata la enfermedad y el dolor que es propio del Covid-19, el cual te aparta de las relaciones afectivas que son consustanciales a la vida humana, familiar, de amistad y de confraternidad con los demás, ya que nisiquiera se puede hacer acto de presencia ante el fallecimiento de un allegado, lo cual genera un estado de pánico y de anciedad que complica el panorama por las propias características de la cultura nacional