Opinión

Lo nuevo contra lo viejo

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PoHamlet Hermann

Los problemas nuevos exigen soluciones nuevas

La solución a los nuevos y graves problemas que han surgido en la capital dominicana en el medio siglo recién pasado no puede seguir posponiéndose. Ahora bien, los problemas nuevos exigen soluciones nuevas. No se puede seguir arando el porvenir con viejos bueyes ni esgrimiendo concepciones utilitarias que sólo sirven para enriquecer a los que tienen la sartén por el mango mientras mantienen al pueblo con las manos en el fuego.

El Santo Domingo posterior a la invasión militar de Estados Unidos en 1965 fue sometido a cirugías urbanas en función de la guerra fría. Urbanismo de contrainsurgencia le llamaron. Los lugares que reflejaban victorias del pueblo en armas fueron demolidos y, sobre sus escombros, levantaron parques, apartamentos y cuanta cosa pudiera contribuir al olvido de las jornadas heroicas de los dominicanos contra el imperio estadounidense. Las edificaciones públicas en el entorno de la embajada de Estados Unidos constituyeron su primera línea de defensa, con una muralla de gran altura ante la posibilidad de otra revuelta popular. La ciudad se expandió creando núcleos diversos que sustituyeron a lo que fuera el centro histórico compuesto por la zona colonial, Ciudad Nueva, San Carlos y Villa Consuelo.

Entonces no había calles de “una vía”. Tampoco se movían tantos automóviles como para atascar el tránsito. Las únicas motocicletas que se veían circular eran las de unos cuantos mensajeros y contadas Vespas que algunos jóvenes usaban como moda de post guerra.

La avenida “27 de Febrero” fue entonces la trepanación del cráneo para el olvido. Una vía rápida dentro de la ciudad fue el inicio de la debacle que hoy, medio siglo después, sufrimos porque se quiere aplicar soluciones viejas a los problemas nuevos. Los que ahora deciden qué hacer con la capital dominicana, provienen de la escuela contrainsurgente de Balaguer. Para estos, la avenida “27 de Febrero” es un ícono que debe ser reproducido, no importa el daño que provoque a la ciudad como un todo. El concepto de las autopistas que estupran a las ciudades es materia de adoración porque producen enormes riquezas materiales a los contratistas y a los políticos. Y el que venga atrás, que arree.

En los 45 años recientes, el anárquico crecimiento urbano puede ser descrito como un caótico desmadre. Se expandió como gota de tinta en un secante, dando saltos de expansión en función de las conmociones sociales. La estampida desde el campo dominicano hacia los centros urbanos luego del ajusticiamiento del tirano Trujillo en 1961 y la incapaz caricatura de democracia que nos ha gobernado desde entonces, lograron que se estableciera una capital sin servicios básicos y sin respeto por las más elementales normas del urbanismo.

Mientras Balaguer y quienes lo siguieron democratizaban la corrupción y el crimen de Estado, la capital se llenaba de arrabales y tugurios. El urbanismo de contrainsurgencia llevó a que unas cuantas avenidas desnaturalizaran lo que debió ser una urbe organizada. Además, cualquiera construía donde quisiera y como quisiera sin que el Ayuntamiento ni el gobierno central fiscalizaran el desorden para frenarlo o eliminarlo.

Ninguno de los Síndicos que han administrado la capital ha demostrado tener noción siquiera de cómo debe controlarse el crecimiento de la capital de un país. Desde 1966 han pasado por ahí psiquiatras, abogados, convictos, locutores, comberos, cómicos, en resumen, nada que pudiera semejarse a un bien intencionado ciudadano. ¿Sus nombres? Báez Acosta, Guarionex Lluberes, “Manolín” Jiménez, “Papi” Estrella, Franco Badía, Peña Gómez, Corporán de los Santos, “Fello” Suberví, “Johnny” Ventura y “Roberto” Salcedo. Politiqueros todos que, medidos por los resultados morales y técnicos de sus respectivas gestiones, debían ser estigmatizados por condenarnos al caos y a la inseguridad de hoy día.

Es tiempo ya de que el Estado dominicano, sector privado y sector público, unan fuerzas para arrebatarles a los contratistas la toma de decisiones en torno a la ciudad y el transporte. Esos megaconstructores han logrado colocar al país en el primer lugar de las estadísticas continentales como productor de víctimas en accidentes de tránsito. Eso, junto al hecho de que nos han ubicado en los primeros lugares de la corrupción y en los últimos de recolección de basura y abastecimiento de agua potable.

Esto, ya cansa.

Artículo publicado originalmente en el periódico HOY.

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