Por José Cabral
La preocupación de algunos sectores de la vida nacional sobre la desviación de las funciones del Tribunal Constitucional, ha sido destacada en los últimos días por uno de los jueces que conforman la alta corte.
El magistrado José Alejandro Vargas ha hecho pública la inquietud de sus colegas, principalmente de los que salen de la alta corte, en el sentido de que el Tribunal Constitucional parece estar amenazado por intereses desde fuera del órgano extra poder.
La revelación al respecto se produce a propósito de que el Consejo Nacional de la Magistratura escogiera los cinco jueces que sustituyen a los que deben dejar la posición por un asunto de cumplimiento con el tiempo que establece la ley sobre la materia.
Y ciertamente, aunque hay quienes buscan quitarle fuerza a lo ocurrido, lo cierto es que algunos de los elegidos como que no satisfacen las expectativas creadas en lo referente a las condiciones que deben tener los nuevos magistrados.
No se puede negar que entre los aspirantes hubo quienes reunían extraordinarias condiciones para ser jueces del Tribunal Constitucional, por lo que no se entiende por qué se seleccionaron a personas que no mostraron estar tan preparadas para ocupar un puesto en el órgano extra poder.
Yo soy de los que se adhieren a la idea de que el Consejo Nacional de la Magistratura (CNM) está contaminado con la politiquería, lo cual ocurre con unos y con otros, es decir, que fuera lo mismo si gobernara Leonel, Danilo o cualquier otra ficha de la partidocracia, ya que en realidad es algo que parece inevitable porque sus miembros provienen del partidarismo político.
Pero de que han sido escogidos algunos jueces que por su compromiso con la partidocracia nadie puede dudarlo y ello representa una amenaza de que las delicadas funciones del T.C. puedan ser distorsionadas.
Naturalmente, hay quienes quieran quitarle valor a ese detalle, pero una sentencia definitiva sobre un tema como la corrupción que prevalece en los partidos políticos, que tiene contaminadas toda la actividad pública y privada del país, basta para enrumbar la sociedad dominicana por un camino equivocado.
En tal virtud, tiene una gran trascendencia la advertencia del magistrado Vargas, quien ha demostrado hasta la saciedad estar comprometido con las mejores causas nacionales, máxime con la promoción de una cultura constitucional.
No hay por qué llamarse a engaños, ya que el Tribunal Constitucional ha cumplido con una parte de su rol, pero en algunos aspectos ha dejado sombra, sobre todo en lo que respecta a emitir sentencias en contra de los partidos políticos que violentan la transparencia consignada en el artículo 216 de la Carta Magna.
De manera, que la matricula del T.C., que termina sus funciones en este mes de diciembre, tiene sus debilidades en lo que respecta al manejo de los casos en que los partidos políticos han cometido sus travesuras que lesionan la institucionalidad y la democracia.
No hay una sola sentencia que castigue las violaciones que cometen los que conforman la llamada partidocracia, tal vez porque sean ellos los que escogen los jueces del alto tribunal.
Pero si se sigue ese mismo comportamiento frente a los partidos políticos, las posibilidades de la consolidación de la democracia son prácticamente nulas.
El Tribunal Constitucional no sólo puede ser bueno para unas cosas y para otras no, por lo que lo revelado por el magistrado Vargas deja claro que hay preocupación dentro y fuera de la alta corte con la etapa que le corresponde cumplir o alcanzar a partir de ahora en torno al respeto de los derechos fundamentales en la República Dominicana.