Por Roque A. Espaillat T.
El presidente Abinader ha llegado a su tercer año y ha caído en el típico síndrome que sufren la mayoría de los presidentes en este punto de su mandato. Se siente seguro y empoderado, cree conocer a fondo la bestia indomable de lo público y manejar con destreza la ecuación del poder. Se siente capaz de gobernar por encima de las debilidades de sus oponentes.
El horizonte le sonríe, los oponentes parecen famélicos, muchos con códigos de barras esperando por la caja registradora del poder. El gran empresariado, como es habitual, dice apoyar la continuidad de su gestión tan exitosa y saludable para la Nación. Los funcionarios solo traen buenas noticias. El alma presidencial se siente dominante sobre todo y todos.
¡Parece casi idílico!
En este escenario tan prometedor, renunciar a una reelección es más que inconcebible, es inaceptable. Sería un acto de cobardía y una negación a la nobleza de sacrificarse un poco más por la Patria, y dejar a medias una obra que su cerebro registra como portentosa aunque el pueblo la señala como promedio.
En un cielo despejado, aguas mansas, brisas que acarician, mapa sin amenazas, tanque lleno, barco listo, tripulación que adula y aplaude
Como no zarpar?
Pero aquellos que piensan así, no conocen en profundidad los mares de la política en estos lares macondianos, las tempestades emocionales que vive la gente hoy, ni los torbellinos que eructa la hiperconectividad.
En los cielos de nuestra política, los atardeceres suelen ser idílicos y tranquilos, casi sedativos. Se viste el ocaso con faldas de nubes blancas, para luego ser desgarrado a prima noche por la violencia del relámpago y la rabia del trueno.
El camino hacia la Repostulación no tiene boleto de regreso ni aeropuerto alterno. Si sales, no puedes volver. El que entra en el túnel de la reelección, no se parece en nada al que saldrá de ahí. Es una metamorfosis inversa a la oruga.
Como es propio del trópico político, los vientos cambian súbitamente, las emociones sociales se visten de montaña rusa, las amenazas acechan, las traiciones crecen, los números electorales se derriten, el sosiego escasea, las certidumbres vuelan, las ansiedades se fusionan con la epidermis presidencial, los aliados se mudan, los amigos enferman, WhatsApp se va de vacaciones y entonces aterrizan los fantasmas de togas y birretes preñados de rencores y plusvalías electorales
Es un inframundo. El palacio muta silenciosamente en un circo de taconeos pálidos, anémicos ramos y kepis, teléfonos que timbran y nadie responde. La soledad se muda al solio presidencial con la omnipresencia de quien regresa a su casa.
UNA PENA
INNECESARIO
IMPAGABLE.