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Opinión

Mandela no ha muerto “na”

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Por Juan Bolívar Díaz

JUAN-BOLIVAR-DIAZ-2-300x199111-e1372603134555Por todo el mundo andan diciendo que Nelson Mandela, el estadista más grande de nuestra época, el símbolo de la grandeza política, ha muerto. Pero están equivocados. Mandela no ha muerto “na”. Se ha transmutado, su cuerpo se apagó, pero su espíritu sobreviviente de mil tempestades ha trascendido a la inmortalidad, convertido en un símbolo universal de la nobleza humana y la grandeza política.

Por eso en la Sudáfrica negra y blanca se realiza este fin de semana un “funeral festivo” con llanto colectivo emocionado, pero también celebrando su legado, su trascendencia universal en un mundo hoy tan huérfano de referentes de ética y coherencia humana y política.

Madiba fue inmenso desde su juventud, cuando a los 24 años decidió dedicar su vida a la lucha contra la discriminación racial y el apartheid de que era víctima el 90 por ciento de la población sudafricana. Tuvo que poner su vida en riesgo y apostar a una lucha que sabía sería prolongada. Fue sabio y grande en los 27 años y medio de cárcel política, condenado a cadena perpetua, como líder del Consejo Nacional Africano, como primer presidente de la Sudáfrica libre, y luego que optó por el retiro.

Su autobiografía publicada bajo el sugerente título de “El Largo Camino hacia la Libertad”, compendia una de las vidas más potentes y fructíferas de todas las épocas, una lectura apasionante, reveladora de una infinita cantidad de detalles sobre la forma en que se constituyó lo que algunos llaman la leyenda Mandela.

Es que este hombre estaba dotado de un espíritu invencible. Sus primeros 18 años en la cárcel de la Isla Robben transcurrieron en condiciones impresionantemente inhumanas, alejado de todo contacto con sus familiares, a los que podía ver una hora cada seis meses, picando piedras en el clima extrema tanto del verano como del invierno, sufrió los peores intentos de humillación. Luego tendría que transcurrir casi otra década para que alcanzara la libertad.

Aquellos padecimientos infinitos en vez de doblegar su espíritu, lo fueron fortaleciendo. No permitió que el odio se anidara en su alma y cuando alcanzó el poder en 1994, en las primeras elecciones libres, fue refractario a todo sentimiento de venganza. Su norte sería gobernar para unificar a su pueblo, negándose a practicar la discriminación de que fue víctima por tanto tiempo. No cargó con una sola retaliación y su generosidad y grandeza vencieron las resistencias de partidarios y contradictores economizando a Sudáfrica lo que pudo haber sido una sangrienta guerra civil.

Ya en el poder, fue un gobernante extremadamente humilde, consciente de la infinita levedad de la condición humana. No se creyó un ser sobrenatural imprescindible y se negó a buscar la reelección, proclamando que el progreso institucional y socio-económico no podía ser la obra de un solo hombre, sino de un gran conglomerado de líderes políticos.

Tras su retiro, Nelson Mandela, quien tuvo pocos disfrutes en sus 95 años de existencia, no pretendió tutelar a sus sucesores y dedicó sus últimos 14 años a pasear su grandeza por el mundo, convertido ya en un símbolo del continente más pobre y explotado por siglos de esclavitud y colonialismo. Vencedor de tinieblas, gran estratega político, que practicó la coherencia, la persistencia y la fidelidad a los principios por los que luchó.

Gracias Mandela por habernos ayudado a mantener la fe en que es posible la grandeza política en un mundo saturado de líderes mediocres que sólo persiguen su gloria personal, apegados a concepciones de la política como el arte del pragmatismo y la permanencia en el poder. Vale concluir citando a William Ernest Henley en su célebre poema “Invictus”:

“En medio de la noche que me cubre,

Negra como el abismo de polo a polo,

Agradezco a cualquier dios que pudiera existir Por mi alma inconquistable.

En las feroces garras de las circunstancias No me he lamentado ni he llorado.

Bajo los golpes del azar Mi cabeza sangra, pero no se doblega.

Más allá de este lugar de ira y lágrimas

Se acerca inminente el Horror de la sombra, Y aun así la amenaza de los años

Me encuentra y me encontrará sin miedo.

No importa cuán estrecha sea la puerta,

Cuán cargada de castigos la sentencia.

Soy el amo de mi destino:

Soy el capitán de mi alma.”

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Opinión

Un Futuro Digno, Libre y Democrático

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Por el Dr. Isaías Ramos

En una época marcada por desafíos sociales y políticos sin precedentes, la necesidad de fortalecer los cimientos de una sociedad basada en la dignidad, la equidad, la libertad y la democracia es más urgente que nunca. La búsqueda de un futuro más justo y equitativo para todos nuestros ciudadanos requiere un compromiso renovado con estos principios fundamentales, esenciales para el bienestar y el progreso de nuestra nación.

La libertad individual permite a cada persona expresar sus ideas, creencias y opiniones sin temor a represalias. Es un derecho intrínseco y un pilar indispensable de cualquier sociedad que aspira a ser justa y equitativa. Esta libertad es la esencia misma de la dignidad humana y debe ser defendida con vigor en todos los frentes, especialmente en tiempos donde puede ser amenazada por intereses partidistas o agendas autoritarias.

Paralelamente, la democracia, entendida como el sistema político que facilita la participación activa de los ciudadanos en la toma de decisiones que afectan sus vidas, es crucial para la salud de nuestro tejido social. A través de una democracia robusta y vibrante, podemos garantizar que los derechos fundamentales de cada individuo sean respetados y que las políticas públicas reflejen verdaderamente las necesidades e intereses del pueblo.

Sin embargo, debemos reconocer que la libertad y la democracia no son solo aspiraciones ideales; son principios concretos y palpables que deben guiar nuestras acciones cotidianas. La defensa constante y la promoción de estos valores son cruciales para mantener una sociedad justa, libre de opresión y capaz de adaptarse a los cambios de nuestro mundo globalizado.

Es esencial fortalecer las instituciones democráticas existentes para garantizar su transparencia, eficiencia e integridad. El respeto irrestricto al Estado de Derecho y el cumplimiento riguroso de las leyes son fundamentales en la protección de los derechos individuales y colectivos. Estos principios no solo preservan el orden, sino que también promueven un clima de confianza y seguridad que es vital para la estabilidad social y el desarrollo económico.

La educación desempeña un rol crucial en este panorama, actuando como el medio por el cual se inculcan los valores cívicos necesarios para fomentar una cultura basada en el respeto mutuo, la tolerancia y el diálogo constructivo. A través del acceso universal a una educación inclusiva y equitativa, podemos formar a ciudadanos informados y críticos, capacitados para participar de manera activa y consciente en la vida política y social del país.

En el Frente Cívico y Social entendemos que en estos tiempos donde las amenazas contra la libertad individual y los principios democráticos son evidentes y crecientes, es responsabilidad de todos nosotros defender estos derechos inalienables con valentía y determinación. No podemos ser complacientes ni pasivos; el compromiso con la libertad y la democracia debe ser activo y constante.

Es por esa razón que en el  FCS creemos que un  llamado a la acción no es solo un imperativo moral, sino también una oportunidad para reafirmar nuestro compromiso con un futuro donde cada persona pueda vivir con dignidad y equidad bajo un sistema robusto basado en principios sólidos e incluyentes. Juntos debemos trabajar incansablemente por fortalecer nuestra democracia, preservar nuestra libertad individual e impulsar una sociedad donde reine la justicia social para todos sus habitantes.

No dejemos pasar la oportunidad de ser parte de la construcción de un país que no solo aspire a la grandeza económica, sino que también fomente un ambiente de respeto mutuo y oportunidades equitativas. ¡Juntos, podemos construir el país digno, libre e igualitario que todos anhelamos!

¡Despierta, RD!

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Opinión

La Competencia de la Corte Penal Internacional

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Por Rommel Santos Díaz

Según el artículo 1 del Estatuto de Roma  la CPI tendrá la potestad de ejercer su competencia sobre las personas responsables ¨de los crímenes más graves de trascendencia internacional¨. El artículo 1 también estipula ̈La competencia y funcionamiento de la Corte se regirán por las disposiciones del presente Estatutillo que significa que la CPI sólo tiene competencia sobre las personas mayores de 18 años en el momento  en que se cometió el crimen.

El artículo 11 del Estatuto de Roma estipula que la  CPI tiene competencia sólo respecto a los delitos cometidos posteriormente  a la entrada en vigor del Estatuto de Roma .Si un Estado deviene Estado Parte luego de la entrada en vigor , entonces la CPI podrá ejercer su competencia  sólo respecto a los crímenes cometidos luego de la entrada en vigor del Estatuto en ese Estado, excepto cuando se haga  la declaración estipulada en el artículo 12, en que se acepte la competencia  de la Corte como un Estado no Parte.

Si un Estado Parte desea enjuiciar a alguien por un crimen de la CPI deberá contar, como mínimo, con una legislación que le permita ejercer competencia territorial sobre tales delitos y competencia extraterritorial sobre sus nacionales que cometen los delitos en el extranjero.

Los Estados  que deseen enjuiciar a una persona por un delito de la CPI deberán asegurarse de contar con la legislación nacional que les permita ejercer su competencia sobre aquellas personas que cometan estos delitos dentro de su territorio, y los nacionales que los cometan en el exterior. Esto podría requerir simplemente de una enmienda al código penal nacional.

Adicionalmente, el Estado podría  tomar en cuenta  para ejercer su competencia sería  la ̈competencia universal ̈, tal y como se estipula en las  Convenciones de Ginebra de 1949 y sus Protocolos de 1977, relacionados a las ¨faltas graves Cabe resaltar los distintos  conceptos de  ̈competencia universal¨ que existen: algunos interpretan este término  en cuanto a que un Estado  puede ejercer su competencia sobre cualquier persona que se encuentre en su territorio, mientras que otros lo interpretan de tal manera que significa que un Estado puede arrestar a cualquier persona, en cualquier lugar del mundo, sin tomar en cuenta cualquier relación que tenga  con el Estado en cuestión. Además otros Estados podrían considerar incluir la competencia basada en el estatus de víctima.

Rommelsantosdiaz@gmail.com

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Opinión

La criminalidad y nuestro entorno

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Por Nelson Encarnación

Entre las preocupaciones que suelen perturbar el sueño de los gobernantes, la seguridad de los ciudadanos es una, si tomamos en cuenta que el Estado está obligado a garantizar la tranquilidad y el desplazamiento seguro de los gobernados.

Es por ello que asumir esta como una prioridad refiere el interés de que el territorio desenvuelva su cotidianidad dentro de un ambiente de paz y sosiego.

Sobre todo, un país como el nuestro, cuya economía está atada a dos renglones muy espantadizos: el turismo y la inversión extranjera directa.

Cuando el presidente Luis Abinader asume el combate a la delincuencia como una de sus preocupaciones—y también ocupaciones—es precisamente por el impacto negativo que esta tiene en el clima de negocios, pero igual por el interés de propiciar la tranquilidad nacional.

Con frecuencia escuchamos sobre el entendible temor que genera la delincuencia, lo que deja la impresión de que vivimos en el país más inseguro del continente, lo cual no es cierto.

Y no lo digo yo, sino el informe de InSight Crime de 2023, que recoge las cifras de homicidios en América Latina y el Caribe, en el cual aparecemos entre los más seguros de la región.

Según este informe, la tasa de homicidios se ubicó en 11.5 por cada 100,000 habitantes, una reducción del 7% respecto de 2022, lo que nos sitúa por debajo de países competidores en turismo como Jamaica (60.9), y Puerto Rico (14.4), para solo citar dos ejemplos caribeños.

El Ecuador revienta la balanza en países de más de 10 millones de habitantes, con la astronómica tasa de 44.5 homicidios por cada 100,000, (más que Haití, 40.9), con la agravante de que ha registrado un aumento del 74.5% en los últimos cinco años.

Una verdadera catástrofe sin fin, en contraste con su vecino Perú, que apenas registra 3.2 homicidios por cada 100,000 habitantes.

Sobre nuestro país, el informe resalta que, a pesar de ser territorio de tránsito de cocaína, no experimentó un aumento en la violencia en 2023, sino una reducción del 7%.

“El crimen organizado no parece ser un detonante determinante de la violencia en la República Dominicana, ya que la mayor parte de los casos (45,4%) están relacionados con conflictos sociales, y solo el 24,3% parecen estar vinculados a la delincuencia”. Un dato importantísimo.

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