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Editorial

Nuevas advertencias sobre los peligros a que están expuestos los pobres de solemnidad

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¿Cuántos ciudadanos en este país saben cómo defender su vida y la de los suyos en caso de un sismo mayor?

La respuesta a esta y otras interrogantes la debería tener no el departamento de sismología, que se limita a cumplir su labor informativa, sino de las autoridades de  la Defensa Civil y del gobierno en general.

Lo cierto es que hay una percepción generalizada de que no hay suficiente información respecto  a este tema que se vuelve particularmente serio después de ocurrir los hechos generalmente trágicos.

Ni siquiera muchas personas de los pueblos en la vertiginosa geografía nacional, tienen suficientes datos defensivos a la hora de un ciclón.

Y cuando les anuncian que comiencen a defender vidas y propiedades ¿para dónde van a ir?

Ello explica que muchos hagan resistencia cuando intentan sacarlos para los refugios que identifican como seguros los organismos encargados de la protección civil.

Nunca estará de más insistir en este tipo de cuestiones que se vuelven cruciales en el momento de la verdad cuando hay pánico, cuando hay amenazas, cuando hay emergencias.

Hay que pensar en los más débiles, en los más vulnerados por los fenómenos de la naturaleza, que suelen ser paradójicamente, los peor informados.

Se ha construido un país para los que cabildean más, para los que se mantienen al acecho de los privilegios, para aquellos que tienen menos escrúpulos o una mayor cuota de presión ante los gobiernos.

Pero no se ha construido un país para los más necesitados y más olvidados.

¿Es justo que tengamos un país levantado de esa manera?

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Editorial

Las esperanzas de tener un nuevo país, no son muchas.

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Los niveles de degradación de la sociedad dominicana están más asociados que a cualquier otra cosa a la mentalidad de su gente.

Es de hecho la gran tragedia nacional que los dominicanos prefieran lo más fácil, lo que requiere mucho menor esfuerzo.

La vida se ve en función de lo que impacta de forma muy individual a la persona, importa muy poco lo general, lo colectivo, y en consecuencia el Estado se ve como un botín, no como un instrumento de imponer valores como el trabajo, más que antivalores.

La gente no logra entender en el país que el único con la fortaleza para transformar la sociedad en bien de todos es el Estado.

Los políticos partidistas han logrado imponer el criterio de que el Estado es para depredarlo, porque lo suyo no es de nadie.

Craso error, porque el Estado es el único que lo puede todo, que tiene la capacidad para producir transformaciones profundas para crear una mejor sociedad, donde las frustraciones prácticamente desaparezcan.

Ahí estriba precisamente el desarrollo desigual de las sociedades, algunas de las cuales registran impresionante avances humanos y crecimiento económico y social.

No es que los que han logrado alcanzar altos niveles de desarrollo sean marcianos o extraterrestres, sino seres humanos que se guían por la planificación y actúan al margen de la improvisación.

Además, son sociedades donde el interés colectivo prima frente al individual, sobre todo cuando se trata de políticas provenientes del Estado.

Naturalmente, el Estado tiene que verse presionado por el ciudadano, sobre todo por aquel que ha hecho conciencia de que éste lo puede todo, no así las personas de forma individual.

En tal virtud, mientras el dominicano no cambie su mentalidad, su interés sólo por lo individual, sin importarle lo colectivo, los grandes cambios parecen prácticamente imposibles, lo cual indica que en vez del país crecer se empequeñecerá, en cuya circunstancia pierde la mayoría y sólo se beneficia una minúscula minoría.

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Editorial

Lo mismo de Siempre.

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El dominicano muchas veces vende la idea de que disfruta el sufrimiento, las precariedades y que ha venido a este mundo para tolerar lo mal hecho.

Esta afirmación se desprende de la forma en que el dominicano es engañado, ya que prácticamente todo el presupuesto nacional de una o otra manera se va en corrupción administrativa.

La más preocupante de toda es la inversión en obras públicas, cuyo 60 por ciento se va a la cartera de empresas constructoras que están conectadas con los funcionarios de turno y sobrevalúan las mismas, pero al final sólo gastan una parte muy pequeña en materiales de construcción de mala calidad.

Por esta razón,  que nadie piense que se trata de una exageración que en cualquier momento podrían colapsar  los elevados construidos en el país, porque no aguantan un sismo de cierta magnitud, ya que prácticamente todos son un fraude en contra del pueblo dominicano.

Una muestra de la tragedia que podría ocurrir en el país ha sido como calapsó el paso a desnivel de la avenida 27 de febrero con Máximo Gómez, donde han fallecido nueve personas.

Ese es el resultado de las andanzas de los políticos dominicanos que son los principales cómplices de la depredación del patrimonio público.

No se trata de desconocer que la naturaleza puede acabar hasta con lo muy bien construido, pero es que en el caso de la República Dominicana hay mucha hambre de sustraer lo ajeno.

Ahora ocurrió en ese paso a desnivel, pero de continuar las aguas no descarten que sean muchas las estructuras que terminen en el suelo, como por ejemplo las escuelas construidas con el 4 por ciento, cuyo presupuesto ha sido una herramienta para llevarse a su cartera lo mucho y dejar lo muy poco para la educación.

Igual debe decirse los hospitales, los cuales han sido reconstruidos y ampliados más que para garantizar la salud a la población, como una vía para que determinados “vivos” se hagan multimillonarios.

A los dominicanos sólo nos queda rezar para que el Todopoderoso nos proteja ante la embestida de la naturaleza y de la depredación de los actores de la llamada partidocracia.

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Editorial

Una táctica que se come la estrategia.

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La República Dominicana está inmersa en una contienda electoral que permite que se junten mansos con cimarrones.

Sin embargo, lo que más se ve en esta época es el nivel de la crisis ético-moral que prácticamente se traga al Estado y a la sociedad.

Ya lo dijimos en un editorial anterior, que todas las crápulas del partidarismo político dominicano, donde prácticamente no hay excepción, se acomodan al lado del que detenta el poder para satisfacer sus apetencias nacionales, lo cual está más que demostrado.

Pero hay casos que despiertan mayor interés que otros, como por ejemplo la decisión de Opción Democrática de inclinarse para participar en las elecciones del 2024 en alianza con lo peor.

Esa táctica política se come la estrategia, porque después de esta alianza quién podrá creer en Opción Democrática, porque ella misma ha matado su discurso de ética, moral y transparencia.

Hay una expresión muy popular que dice dime con quien anda y te diré quién eres, la cual es perfectamente aplicable a este partido que ahora tendrá que andar en el mismo escenario de aquellos que se han robado el patrimonio público en busca de una diputación o una senaduría.

Alguien podría decir que se puede hablar de transparencia y de combate a la corrupción con los ladrones de siempre en la retaguardia?

Parece definitivamente contraproducente que alguien pretenda promoverse en la política con un doble rostro o con una doble moral, es decir, con posiciones y principios duales.

Resulta que ahora Minú Tavárez Mirabal anda de las manos de Félix Bautista y de otros tantos que han depredado el Estado.

Es importante saber cuál sería su propuesta para solucionar la crisis moral que padecen los dominicanos, porque la alianza firmada por Opción Democrática con el PRD de Miguel Vargas Maldonado, la Fuerza del Pueblo de Leonel Fernández y el PLD de Danilo,  le ha matado cualquier discurso moralista y ético que quiera asumir, a menos que no sea para que el mal se profundice.

Esta alianza de Opción Democrática parece ser una jugada con el fin de pelear o jugar entre los grandes siendo pequeño, pero se olvidan sus artífices que es tanta la sangre derramada y tan grande el tufo a ladrón que puede dejarlos muy hediondos y atollados.

Que no tengan la menor duda de que así es.

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