
Los niveles de degradación de la sociedad dominicana están más asociados que a cualquier otra cosa a la mentalidad de su gente.
Es de hecho la gran tragedia nacional que los dominicanos prefieran lo más fácil, lo que requiere mucho menor esfuerzo.
La vida se ve en función de lo que impacta de forma muy individual a la persona, importa muy poco lo general, lo colectivo, y en consecuencia el Estado se ve como un botín, no como un instrumento de imponer valores como el trabajo, más que antivalores.
La gente no logra entender en el país que el único con la fortaleza para transformar la sociedad en bien de todos es el Estado.
Los políticos partidistas han logrado imponer el criterio de que el Estado es para depredarlo, porque lo suyo no es de nadie.
Craso error, porque el Estado es el único que lo puede todo, que tiene la capacidad para producir transformaciones profundas para crear una mejor sociedad, donde las frustraciones prácticamente desaparezcan.
Ahí estriba precisamente el desarrollo desigual de las sociedades, algunas de las cuales registran impresionante avances humanos y crecimiento económico y social.
No es que los que han logrado alcanzar altos niveles de desarrollo sean marcianos o extraterrestres, sino seres humanos que se guían por la planificación y actúan al margen de la improvisación.
Además, son sociedades donde el interés colectivo prima frente al individual, sobre todo cuando se trata de políticas provenientes del Estado.
Naturalmente, el Estado tiene que verse presionado por el ciudadano, sobre todo por aquel que ha hecho conciencia de que éste lo puede todo, no así las personas de forma individual.
En tal virtud, mientras el dominicano no cambie su mentalidad, su interés sólo por lo individual, sin importarle lo colectivo, los grandes cambios parecen prácticamente imposibles, lo cual indica que en vez del país crecer se empequeñecerá, en cuya circunstancia pierde la mayoría y sólo se beneficia una minúscula minoría.