Opinión

¡Oh caudillismo!

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Por Rosario Espinal

Las recientes declaraciones de Hipólito Mejía de que él y Leonel Fernández no serán fácilmente reemplazables por un nuevo liderazgo, y la suposición de que ellos serán los candidatos en el 2020, es evidencia clarísima del caudillismo endémico en la sociedad dominicana.

La corrupción ocupa mucho tiempo y esfuerzos para cometerla y atacarla. Pero para entender la condición endémica de la corrupción, hay que primero comprender la condición endémica del caudillismo.

Las sociedades capitalistas subdesarrolladas se caracterizan por lo que Carlos Marx llamó acumulación originaria de capital. Ese concepto refiere a que, a diferencia del capitalismo avanzado donde el capital genera acumulación a través de la producción en masa y el aumento de la productividad, en el capitalismo subdesarrollado la riqueza viene en gran medida de la estafa, el hurto, la corrupción.

Es por eso que todos los gobiernos dominicanos han sido corruptos. Pero no solo los gobiernos en tanto conglomerado de funcionarios públicos, sino también diversos sectores de la sociedad, cada quien en función de su posición social. A mayor riqueza o mayor poder político, mayor posibilidad de robar impunemente.

El poder político embriaga, por lo cual, para cualquier presidente, estar y seguir en el poder es una prioridad. En sociedades de mayor institucionalidad, hay leyes y tradiciones que se preservan, y sirven de control a las aspiraciones excesivas de los políticos, sobre todo de los presidentes.

En sociedades de baja institucionalidad como la dominicana, las fantasías de poder de los políticos se alimentan en torno a la creación de personajes que se proclaman imprescindibles (primera característica del caudillo), y se auto-alaban como seres superiores (segunda característica del caudillo).

El pueblo no es tan estúpido como a veces se argumenta. Consciente de su existencia precaria en el capitalismo subdesarrollado, desde los empresarios codiciosos hasta los pobres, ven en el caudillo su salvación. Los primeros porque no tienen las destrezas ni las condiciones para generar acumulación de capital en la producción y el aumento de la productividad. Los segundos porque carecen de empleo y educación.

En el medio se encuentra precisamente la clase media, un sector importante que, aunque no profese seguir con devoción a los caudillos, depende en cierta medida de empleos y contratos en el Estado. Muchos buscan beneficiarse de su acceso al gobierno vía empleos, contratos u otros mecanismos; y para eso necesitan confiar en políticos que realmente tengan la posibilidad de ganar. Por eso en la República Dominicana las votaciones generalmente se concentran en dos opciones. El caudillo que gana tiene extenso poder.

Ese caudillismo endémico no es solo una característica de los políticos que dirigen los partidos grandes. Lo vemos también en los partidos pequeños, todos dirigidos por las mismas personas por años y años; todos con los mismos aspirantes a cargos presidenciales por años y años.

La política no es un empleo vitalicio. La democracia electoral necesita generar opciones nuevas para refrescarse, para rejuvenecerse.

Mientras amplios segmentos de la sociedad busquen prebendas en el Estado, el caudillismo seguirá siendo endémico en la sociedad dominicana, los partidos seguirán anquilosados por el continuismo, y las mismas caras aparecerán una y otra vez en las boletas electorales,

No por casualidad en República Dominicana se cambia la Constitución cada varios para modificar las reglas que rigen la reelección presidencial. El que llega nunca se quiere ir, se cree indispensable, se proclama indispensable; y el que se va quiere volver. Por eso Hipólito Mejía cambió la Constitución en el 2002, Leonel Fernández en el 2010, y Danilo Medina en el 2015.

¡Oh caudillismo!

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