Por Rosario Espinal
En casi todas las elecciones dominicanas los perdedores declaran que hubo un fraude. No soy experta en equipos electrónicos ni en conteo de boletas, así que mi objetivo no es argumentar si hubo o no fraude en las primarias. El propósito es señalar una paradoja: a pesar de todas las denuncias de fraude que se han hecho desde 1978 hasta la fecha, la mayoría de los dominicanos continúa votando.
El alto nivel de participación electoral en la República Dominicana se muestra con estos datos. En las elecciones presidenciales del año 2000 votó el 76% de los inscritos en el padrón electoral, en el 2004 el 73%, en el 2008 el 72%, en el 2012 el 71% y en el 2016 el 70%. El voto efectivo es aún mayor porque una proporción importante de dominicanos en el padrón no vive en el lugar donde están inscritos. Por ejemplo, muchos dominicanos fuera del país no se han inscrito en el padrón del exterior.
Debido a que en casi todas las elecciones alguien denuncia fraude, y, muchos dominicanos piensan que hay fraude, sorprende pues la alta participación electoral. Lo esperable sería que, si un amplio segmento de la población no confía en las elecciones, no vote.
Los mismos políticos que denuncian fraude cuando pierden, acuden decididamente a la próxima contienda asegurando que ganarán. ¿Sufren de amnesia?
En estos días el país está pasando por otro episodio de fuertes denuncias de fraude electoral; sin embargo, me atrevo a decir que, en las elecciones de 2020, votará mucha gente, independientemente de que hubiera fraude o no, e independientemente de las denuncias que se hacen.
¿Qué explica esto?
Si se pregunta a la gente porqué tantos votan a pesar de las constantes denuncias de fraude, es probable que de manera inmediata respondan: porque los dominicanos son estúpidos.
Como no soy partidaria de explicar los fenómenos sociales a partir de la estupidez, presento aquí otras posibles explicaciones.
Mi argumento es que para los dominicanos las elecciones son muy importantes por razones históricas e instrumentales.
En el post-trujillismo, la República Dominicana fue un país altamente politizado en torno al tema electoral. En septiembre de 1963 se derrocó a Juan Bosch, primer presidente electo democráticamente, con pocos meses en el poder. De 1966 a 1978 se impuso un régimen semi dictatorial de represión y fraudes electorales, y se afianzaron las ansias por elecciones libres.
A partir de 1978, los partidos pudieron competir electoralmente, aunque en casi todos los procesos electorales se produjeran denuncias de fraude de un tipo u otro. La presencia de tres caudillos de gran arraigo (Balaguer, Bosch y Peña Gómez) dio dinamismo a la política electoral, y las elecciones se constituyeron en una nueva forma de librar las luchas políticas.
Entrada la década de 1980, pero, sobre todo, en la década de 1990, las rivalidades políticas fueron reemplazadas por intereses clientelares (instrumentales), y eso se constituyó en otro factor de atracción electoral: para mantener beneficios los que están en el poder, y para obtenerlos los que están fuera.
Al pasar los años con repeticiones de denuncias de fraudes electorales, muchos dominicanos parecen haber internalizado la idea de que el que pierde denuncia, no por ideales ni razones transformadoras, sino por los beneficios que no obtendrá.
Durante todos estos años de denuncias de fraude, la población dominicana se acostumbró a votar, e incluso a ser parte activa del espectáculo electoral que montan los políticos en las elecciones.
Pero hay más, los mismos políticos que denuncian fraude cuando pierden, acuden decididamente a la próxima contienda asegurando que ganarán. ¿Sufren de amnesia?
¡Vaya paradoja!
Artículo publicado originalmente en el periódico HOY