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¿Sería útil que América Latina deje de crecer o consumir menos los países ricos?

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La crisis climática ha sacado el debate del decrecimiento del mundo académico. Pese a que el movimiento que se enfoca en las grandes economías, puede tener implicaciones positivas para nuestra región

A principios de septiembre, durante el Congreso Nacional Minero, la ministra de Minas y Energía de Colombia, Irene Vélez, dijo que era necesario exigirles a otros “países que comiencen a decrecer en sus modelos económicos” para evitar un mayor impacto frente al cambio climático. Por casualidad, unos días después, reunidas en la Universidad de Oxford, Reino Unido, varias organizaciones realizaron un conversatorio llamado Cómo salvar el planeta: decrecimiento vs. crecimiento verdeen el que dos reconocidos profesores – Jason Hickel, del Instituto de Ciencias Ambientales y Tecnología de la Universidad de Barcelona, y Sam Fankhauser, director de la iniciativa de investigación Oxford Net Zero – defendían cada una de las posturas.

Ambos eventos fueron una señal de que el concepto de decrecimiento, a pesar de rondar entre académicos y escuelas desde los años 70, cuando surgió en Francia, está empezando a salir de las aulas. Sobre todo, ante el actual escenario de crisis climática y ambiental que dejó en evidencia que hay una falla en cómo hemos definido el éxito económico.

Durante el debate, el planteamiento de Fankhauser – en pro del crecimiento verde – consistió en señalar que sí era posible reducir las emisiones de gases efecto invernadero vinculadas a la energía, el sector que más emite a nivel mundial, que en 2019 representaba el 34%. Además, dijo que sí se podía desacoplar el incremento del Producto Interno Bruto (PIB) al aumento de estas emisiones. En otras palabras, explicó que, por medio de tecnologías como las energías renovables y la eficiencia energética, el PIB podría seguir creciendo mientras las emisiones bajaban. Además, señaló que “un poco más de crecimiento, incluso podría ayudar a resolver algunas consecuencias del cambio climático”.

El discurso de Hickel apoyando el decrecimiento fue más crítico. La crisis ambiental, señalaba, se debía a “cómo la economía estaba organizada y dependía de un crecimiento perpetuo” cuando los recursos eran finitos. Incluso, resaltaba, así se logren bajar las emisiones a través de tecnologías, esto implica una transición muy acelerada y una implementación masiva de tecnologías que podría requerir “tres veces el tamaño de la India”. La opción más lógica para él era decrecer. ¿Quiénes debían hacerlo? “Se trata de una forma planeada y democrática de formas menos necesarias de producción en los países ricos”, contestó.

Un grupo de mujeres revisa las piedras extraídas por mineros en Segovia (Colombia), el 19 de julio de 2018.ANADOLU AGENCY (GETTY IMAGES)

El decrecimiento, efectivamente, es una discusión que ha permeado a los países con mayores ingresos, muchos en el norte global. También es una crítica a la idea de desarrollo, a producir para el exceso de algunos y no para garantizar las necesidades básicas de todos, y al “producir por producir”. Es retar la noción de que mayor crecimiento económico es igual a mayor bienestar, justicia y progreso. Pero si los países con economías más fuertes son los llamados a decrecer, ¿qué rol cumple América Latina en todo esto? ¿Por qué mencionar decrecimiento en países como Argentina, Colombia y Perú, donde, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), la pobreza aumentó siete puntos porcentuales en 2020?

Para Sofía Ávila, doctora en Ciencias Ambientales de la Universidad Autónoma de Barcelona e investigadora de la Universidad Nacional Autónoma de México, la respuesta tiene que ver con que el crecimiento perpetuo de los países “es y solo ha sido posible en la medida que se explotan los recursos y cuerpos periféricos. Y Latinoamérica, históricamente, ha sido proveedor de esos recursos, pero al costo de que se generen grandes injusticias sociales y ambientales”.

Es también, como agrega Gerardo Torres, investigador en Justicia Energética y Transición de la Universidad de Sussex, Reino Unido, pensar “¿para qué, para quién y bajo qué lógica producimos?”. Torres, por ejemplo, ha estudiado los impactos del primer parque eólico que se creó en México, en el Istmo de Tehuantepec, Oaxaca, para conocer qué ha pasado con esas tierras. “En una frase lo que encontré es que, bajo la transición energética, ha existido un paso de las tierras colectivas o indígenas hacia la propiedad privada”, apunta. Con la incoherencia, además, de que la energía que se produce allí no llega a las comunidades que, a veces, incluso fueron desplazadas de su territorio. “Se va a empresas que producen en el norte de México y que tienen inversiones extranjeras”. Pero que no generan bienes para garantizar necesidades básicas.

El crecimiento económico, tal cual lo hemos entendido, ha beneficiado solo a unos pocos. Según el informe de Global Wealth Report 2022, casi la mitad de la riqueza acumulada a nivel mundial está en manos del 1,2% de la población. Lo que se une también con quiénes generan más emisiones: solo el 1% de la población mundial fue responsable de casi una cuarta parte de las emisiones de gases de efecto invernadero entre 1990 y 2019, advierte un reciente estudio publicado en Nature Sustainability.

Pero como lo señala Gabriela Cabaña, candidata a doctora en antropología del London School of Economics y parte del Centro de Análisis Socioambiental (CASA) de Chile, el decrecimiento en América Latina también va más allá de pensar en las emisiones que causan el cambio climático e implica analizar otros problemas ambientales. Incluso, cuestionar cómo algunas soluciones climáticas también pueden significar conflictos para el sur global.

Un grupo de obreros en una mina en Escondida (Chile).OLIVER LLANEZA HESSE (GETTY IMAGES)

“Hay que pensar la transición energética, pero en el contexto de la crisis ecológica”, asegura. “Intentar reemplazar nuestro actual consumo energético que está basado en combustibles fósiles, una fuente muy alta e intensiva, por uno que se genere con energías renovables ya está provocando muchas tensiones”. Buscar que la demanda energética siga creciendo para satisfacerla con energías renovables – como lo plantea parte del crecimiento verde – necesita grandes extensiones de tierra y de muchos minerales.

La Agencia Internacional de Energía (IEA) estima que para lograr la transición energética necesaria para no impulsar aún más el cambio climático – pero sin plantearse la opción de decrecer ni en el consumo ni en la producción de energía – la demanda total del cobre y tierras raras para las próximas dos décadas aumentará hasta un 40 %, mientras que para el níquel y el cobalto será de entre el 60 y 70 %. El litio, necesario para las baterías y carros eléctricos, incrementará su demanda casi en un 90%, pero su extracción ya está dejando conflictos sociales y ambientales en Argentina. “Pensar en el futuro del mundo como uno con más energía implicará que estemos dispuestos a ser denominados territorios de sacrificio”, asegura la experta.

Pero la palabra “decrecer” no deja de generar cierto miedo. “Es bueno recordar que no es una propuesta de muerte al crecimiento, sino el agnosticismo al crecimiento”, es como prefiere llamarlo María José Murcia, directora del Centro de Estudios en Sustentabilidad e Innovación Social (CESIS) de la Universidad Austral, Argentina. Y en el caso de Latinoamérica, explica, decrecer es pasar por pensar en economías que sean regenerativas y redistributivas. “No hay un sistema económico que sea realmente resiliente si hay mucha gente excluida y si, además, el medio natural que sostiene a toda esa economía está severamente amenazado. Eso es necesariamente una fuente de desestabilización”.

Y es que decrecer, al final, es también una crítica al desarrollo. Si en los países del norte surgió esta idea como tal – decrecer –, en los países de América Latina desde mucho antes habían nacido corrientes similares: el buen vivir, comunalidad, economía popular y solidaria, posextractivismo, patrimonio comunitario, pensamiento decolonial e, incluso, feminismos latinoamericanos. De hecho, Ávila, de México, junto a su colega Mario Pérez Rincón, ayudó a recopilar varias miradas propias de América Latina que no están inmersas en la lógica del capitalismo para el libro Decrecimiento: un vocabulario para una nueva era, que ha sido una surte de pilar para este movimiento.

“El decrecimiento no busca cambiar el objetivo de crecer por el de decrecer”, insiste Cabaña. “No es una vez más Europa poniendo las pautas al mundo con una receta política empaquetada y lista para aplicar a todos los países. El decrecimiento propone que cada lugar pueda construir sus propias alternativas”. Es hacerse la pregunta que se hace Torres: “¿Qué pasaría si no se prende el Times Square y el Oxford Circle todas las noches?”.

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Años de investigación de una reserva para salvar al loro carirrojo de la extinción

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Tras varios años sin avistamientos, se volvió a registrar la presencia de esta especie en peligro de extinción en la recién creada reserva Ridgely, al sur del país andino

La primera expedición fue en 2022. Visitaron casa por casa en un pueblo de la provincia austral de Loja, al sur del Ecuador. Los científicos cargaban un par de fotografías en busca de un loro con brillantes manchas rojas alrededor del pico. “Preguntamos a los habitantes si lo habían visto”, cuenta Patricio Mena, coordinador de especies de la Fundación Jocotoco. Por aquella época había registros de poco más de 20 ejemplares en la zona. “Muchos respondieron que no, sobre todo los más jóvenes”. Pero, mientras avanzaban por el camino, los habitantes mayores de Selva Alegre confirmaron haber visto y hasta escuchado al ave. “Una persona nos dijo: ‘Sí, ese periquito suele estar ahí”, mientras señalaba un parche de árboles. Aquella pista encendió la esperanza de proteger al loro carirrojo (Hapalopsittaca pyrrhops), tanto así que, tres años después, en marzo de este año, crearon la reserva Ridgely, en el mismo Loja, para cuidar a esta especie, cuya población no supera los 2.400 individuos en el mundo.

Tras aquella primera expedición de 2022, emprendieron nuevos recorridos por las montañas y cordilleras cercanas en busca de más ejemplares. Ornitólogos, observadores de aves y personas de la zona trabajaron para confirmar que Selva Alegre era el lugar indicado para cuidar al loro. Es una especie neotropical muy rara, que habita únicamente en los bosques montanos nublados del sur de Ecuador y el norte de Perú. En los últimos años, su población ha disminuido de manera preocupante. Ha sido catalogado como una especie en peligro de extinción por la Lista Roja de Especies Amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), ya que es muy sensible a las alteraciones en su hábitat. Estudios recientes advierten que su población está experimentando declives rápidos, en gran parte por la pérdida de su entorno.

Recuperar su hábitat

La reserva Ridgely es hoy prácticamente una isla de árboles nativos a más de 2.500 metros de altura. A su alrededor, predominan extensas hectáreas de pino —una especie introducida hace más de un siglo en Ecuador, y que ha desplazado a los árboles y plantas originarias. A esto, se suman actividades ganaderas y agrícolas, que han reducido aún más el hogar del loro, explica David Parra, director de conservación de la Fundación Jocotoco, convirtiendo a la reserva en un sitio clave para la vida de las aves.

José Espinoza es el centinela del loro. Una mochila, unos binoculares y un teléfono son sus herramientas para contabilizarlos y proteger su hábitat. Espinoza fue uno de los primeros en lograr fotografiar al loro carirrojo, pocos meses después de la creación de la reserva. Todos los días patrullaba y abría camino en medio de la maleza. “Trataba de buscarlos y no los encontraba. Ya habían pasado más de dos meses”, dice este joven de 26 años mientras camina por los alrededores de la reserva.

En uno de sus patrullajes, en abril de este año, mientras recorría los senderos, llevaba un parlante que reproducía el canto del loro. “Cuando dejó de sonar, respondieron con el mismo sonido”, relata. Apenas los escuchó, alzó la mirada hacia las copas de los árboles y encontró un grupo de diez ejemplares entre las ramas. “Se quedaron varios minutos perchados, logré tomarles fotos. Estaba muy feliz porque rara vez se los logra ver”, cuenta ilusionado.

El siguiente paso es identificar si anidan o se desplazan en busca de comida en esta zona, explica Leovigildo Cabrera, administrador de las reservas del programa Chocó– Tumbes, una zona que combina las selvas tropicales del Chocó con los bosques secos de Tumbes, entre Ecuador y Perú, y de la que forma parte la reserva Ridgely. “Hay que entender cómo es su comportamiento, sus movimientos” y “para eso son necesarios los recorridos de monitoreo”, agrega. Hay que realizar largas horas de caminatas desde el amanecer, a las seis de la mañana, hasta entrada la tarde. Una tarea que exige paciencia, dedicación y constancia.

Pero el loro carirrojo no es único habitante de estos bosques. A más de 3.600 metros de altura, donde los pajonales y la vegetación de páramo domina el paisaje, vive el colibrí garganta azul (Lampornis clemenciae), en la reserva Cerro de Arcos que, junto con Ridgely, forman un corredor ecológico. “Las especies que habitan esta larga y delgada cordillera son muy móviles”, menciona Parra. Y, añade, estos ecosistemas “se comportan como islas porque guardan a especies únicas”.

Los vigilantes del colibrí son Ángel Macas y Norberto Ordóñez, dedicados a monitorear los nidos de esta especie única. En la aplicación de su celular llevan un registro exacto de cuántos colibríes habitan en la reserva. “Incluso identificamos los nidos con código y placas para diferenciarlos”, comenta Macas. Los recorridos los realizan en solitario por lo sensibles que pueden ser las aves. Pero su trabajo no se termina ahí, también participan en la reforestación con plantas nativas, como la chuquiragua, una especie de arbusto andino, que es el principal alimento del colibrí de garganta azul.

La meta de la nueva reserva Ridgely es aumentar su extensión. “Actualmente, tiene alrededor de 200 hectáreas y en el futuro se espera duplicar el área para crear un hábitat más grande que permita incrementar la población del loro carrirojo”, cuenta Mena. Proteger al loro crea un efecto paraguas: “Al conservar estos bosques, donde habita el loro, protegemos a muchas otras especies. La reserva empieza desde los 2.800 hasta los 3.500 metros, llegando casi el páramo. Al cuidar este ecosistema, preservamos fuentes hídricas y garantizamos la supervivencia de osos y aves, como el tucán andino, las pavas de monte, los colibríes o las ranas”, zanja el investigador.

La historia detrás del loro carirrojo y del colibrí garganta azul en Selva Alegre es también la de las personas que dedican su vida a protegerlos en medio de una región del Ecuador que está cada vez más amenazada por el impacto del cambio climático, además de la nueva presión que ha puesto en jaque a las áreas protegidas del país andino: la minería ilegal. La creación y expansión de la reserva Ridgely no solo busca salvar a una especie, sino preservar un bosque entero, sus ríos, su páramo y la increíble diversidad que habita en este ecosistema único.

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Análisis Noticiosos

Los desastres son inevitables; las tragedias, no

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En México, la alerta de las inundaciones recientes llegó “cuando la ola ya estaba encima”, según dijo un testigo. En Haití, el huracán ‘Melissa’ no llegó, pero fue el país del Caribe donde más muertes dejó el potente ciclón. Los desastres se vuelven catástrofes por sistemas que se omiten y presupuestos que se desvían

Podemos hablar del paso de los huracanes y tormentas como si fueran una serie de números y nombres que desfilan: Erin, Gabrielle, Humberto, Imelda, Andrea, Barry, Chantal, Dexter, Fernand, Jerry, Karen, Lorenzo y Melissa. El último de esta temporada 2025 en el Atlántico, Melissa, dejó al 77% de Jamaica sin electricidad, al menos 28 muertos, más de 25.000 personas en refugios de emergencia; a Haití con 40 fallecidos, decenas de desaparecidos y más de 160 viviendas inundadas; a Cuba con 735.000 personas evacuadas.

Y pensamos en esas personas —las afortunadas— que siguen con vida, pero que perdieron sus hogares y que no tienen dinero para reconstruirlas; que con el tiempo terminarán por reconstruir(se) hasta que el paso de un futuro huracán les vuelva a atravesar por la mitad.

Empezamos, entonces, a asimilar mejor el concepto de “injusticia climática” cuando desciframos estas cifras en el periódico y vemos los encabezados que compiten en grandilocuencia: “el más devastador”, “el más fuerte”, “el más destructivo”. Atravesados como rayo por la palabra cambio climático.

Es más difícil pensar en conceptos y cifras cuando estos se viven en carne propia. Es, también, más difícil tomar distancia de estas tragedias para preguntarse qué convirtió estos desastres en catástrofes humanitarias, crisis de salud pública y económicas. ¿Qué tuvo que acontecer para que esto sucediera?

Quisiera hablar de desastres en un sentido más amplio. En México, hace tan solo unas semanas, lluvias torrenciales en cinco estados provocaron la muerte de al menos 70 personas y otras 70 más siguen desaparecidas. Se estima, también, que hay más de 100.000 viviendas afectadas. Cuando nos preguntamos qué pasó, los sobrevivientes hablan: “La alerta llegó cuando la ola ya estaba encima”.

Y entonces, empezamos a entender el tipo de cosas que tienen que acontecer para que lo inevitable suceda.

En su momento, la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, sostuvo que no se escatimaría en recursos para atender a víctimas y que este año se aprobaron 19.000 millones de pesos mexicanos (unos 1.200 millones de dólares) para la atención de desastres.

Pero la atención no es lo mismo que la prevención. Como no es lo mismo salvar vidas que resarcir daños y enterrar muertos.

Cuando vemos los masivos recortes presupuestales a los sistemas de alerta temprana en México, en beneficio al tren Maya, a PEMEX, entre otros, entendemos por qué, el sistema mexicano de protección civil, que fue único e innovador a nivel global en su momento, sea tan insuficiente hoy en día. Se explica mejor el desmoronamiento de la comunicación de riesgos, la ausencia de convenios de colaboración con las telefonías para que alerten a las poblaciones vulnerables y los fondos de Prevención de Desastres desarticulados.

Este es el tipo de cosas que hacen que lo inevitable suceda.

En junio de este año, la ONU lanzó las alertas en Haití: el 96% de la población estaba en riesgos por desastres y, sin embargo, no existía el financiamiento necesario para activar sistemas de prevención ni material de emergencia post-desastre. Hacía tan solo unos meses, la ONU había decretado que el gobierno no tenía la capacidad de proteger a su población en su entrada a la época más difícil del año, la presente y temible temporada de huracanes. La ONU pedía 908 millones de dólares para apoyar a Haití, a mediados de junio tan solo había logrado reunir el 8%.

Este es el tipo de cosas que hacen que lo inevitable suceda.

En México, como en muchos otros países, la memoria sobre lugares a riesgo se fue gradualmente borrando y la legislación se hizo esquiva: los territorios inundables se volvieron habitables y se convenció a las poblaciones vulnerables de que eran seguros. Se omitieron, también, las estrategias de prevención y adaptación.

Y el problema, después, fue que “la alerta llegó cuando la ola ya estaba encima”.

En Haití, el huracán Melissa no llegó. Pero en las últimas décadas, el país fue paulatinamente acabando con sus bosques y zonas húmedas que permitían las infiltraciones al subsuelo, limitando las inundaciones; transformó sus árboles en energía para electricidad y debilitó los territorios que eran barrera a los deslizamientos de terreno. El huracán Melissa no llegó, pero Haití, que tenía ya a 230.000 haitianos en refugios improvisados, sufrió las consecuencias más mortíferas de la región tras su paso.

Las dinámicas territoriales de las últimas décadas y la degradación de los ecosistemas son ese tipo de cosas que tienen que suceder para que lo inevitable acontezca.

Y así, los desastres se vuelven catástrofes por procesos que se construyen, sistemas que se omiten, presupuestos que se desvían, personas cuyas vidas se juzgan poco importantes. Los escenarios son conocidos, las tragedias son previsibles, pero por falta de capacidad, se vuelven imposibles de evitar.

Estos desastres y tragedias ocurren a tan solo una semana de que se lleve a cabo la COP30, el evento climático más importante a nivel global, en donde se decidirá, entre otros temas, las inversiones que tienen que ser destinadas a la adaptación, la ayuda que recibirán los países más vulnerables a los riesgos climáticos y el rol de esos estados insulares que, a pesar de no ser responsables del cambio climático, terminan siendo los más afectados.

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Análisis Noticiosos

Al menos 64 muertos y decenas de detenidos en una megaoperación contra el crimen organizado en Río de Janeiro

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El gobernador afirma que “es una guerra que nada tiene que ver con la seguridad urbana” y pide ayuda a las Fuerzas Armadas

Sao Paulo.- Río de Janeiro vive este martes una jornada de caos colosal e intensos tiroteos por una operación policial contra el crimen organizado que ya es la más letal de la historia de la ciudad brasileña. Al menos 64 personas han muerto (incluidos cuatro agentes) y 81 han sido detenidas, según datos oficiales. El despliegue de 2.500 policías en esta megaoperación, que se ha centrado inicialmente en dos grandes barriadas cariocas de favelas, pretende frenar la expansión territorial del Comando Vermelho, el segundo grupo más poderoso del crimen organizado en el país sudamericano. El gobernador del Estado de Río, Claudio Castro, se ha quejado de que “Río está sola en esta guerra”, ha criticado la falta de apoyo del Gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva y ha pedido ayuda a las Fuerzas Armadas.

Río de Janeiro, turística, antigua capital y el hogar de seis millones de vecinos, es simultáneamente una ciudad muy desigual y acostumbrada a la violencia, pero las dosis desplegadas este martes resultan extraordinarias incluso para los locales. El descomunal despliegue policial ha sido respondido con intensos tiroteos por los hombres del Comando Vermelho, que incluso han lanzado granadas desde drones sobre los agentes. Horas después, el grupo criminal ha desplegado a sus miembros, que han cortado avenidas y calles con barricadas por toda la ciudad y por la zona metropolitana.

Las autoridades han elevado el nivel de alerta en Río ciudad y los noticiarios se han llenado de imágenes de avenidas cortadas con autobuses, coches quemados y decenas de hombres sin camiseta a los que los agentes se llevan detenidos. La policía se ha incautado de al menos 75 fusiles.

El baño de sangre en Río se ha producido a las puertas de que Brasil acoja a partir de la semana que viene la cumbre mundial del cambio climático, la COP30, que se celebrará en Belém, en la Amazonia, a más de 3.000 kilómetros de distancia. El presidente Lula será el anfitrión de una cumbre los días 6 y 7.

El principal objetivo de la operación policial es el jefe del Comando Vermelho en una barriada carioca llamada Complexo da Penha, el capo Edgar Alves de Andrade, apodado Doca. Los agentes, que tenían un centenar de órdenes de arresto, también buscan a decenas de sus lugartenientes.

Ya a primera hora de la mañana, las autoridades habían anunciado que los tiroteos entre agentes y criminales obligaron a suspender las clases en 45 colegios y a desviar 12 líneas de autobús. Por la tarde, el CV había logrado cortar el tráfico en al menos una quincena de puntos de la ciudad, incluida la avenida Brasil, una de las principales arterias viarias. “Es un escenario de guerra”, le ha contado la profesora Suellen Gomes al diario Estadão desde el Complexo do Alemão. Según ella, los tiros empezaron al amanecer y nadie fue al colegio. “Ninguna escuela de esta zona abre cuando hay operación”, explica.

Para atrapar a los jefes del negocio, a los contables que les ayudan a blanquear sus ganancias y a los soldados de a pie que con los que mantienen el control absoluto sobre barriadas completas donde dictan la ley, las autoridades han movilizado un despliegue enorme. A los 2.500 agentes de la policía militar y la civil involucrados, se han sumado una treintena de vehículos blindados, dos helicópteros, drones policiales y una docena de vehículos de demolición.

El gobernador Castro, bolsonarista, se ha quejado de que las Fuerzas Armadas rechazaron tres veces sus peticiones para que le enviaran blindados de apoyo. Ha pedido ayuda a los militares con el argumento de que esta “es una guerra que nada tiene que ver con la seguridad urbana” sino que está alimentada “por las armas del narcotráfico internacional”.

El secretario de Seguridad Pública Victor Santos, ha destacado que toda la operación se diseñó y se realiza con apoyo del Gobierno federal. Santos ha lamentado el caos para los vecinos y los heridos, pero ha recalcado que esta acción “era necesaria, estaba planificada, se basa en inteligencia y va a continuar”.

El epicentro de la megaoperación son dos enormes conjuntos de favelas donde viven casi 300.000 personas, el Complexo da Penha y el Complexo do Alemão. El primero es, según la fiscalía de combate a las familias criminales de Río, un centro neurálgico de las actividades del Comando Vermelho. El Complexo da Penha, dice una nota del Grupo Especial de Combate al Crimen Organizado (Gaeco), “es un punto estratégico para el flujo de drogas y armas, gracias a que está en las proximidades de varias autopistas, y se ha convertido en una de las principales bases del proyecto expansionista del grupo criminal”.

Uno de cada cuatro brasileños, es decir, 50 millones de personas, viven en barrios dominados por el crimen organizado, según un reciente estudio de la Universidad de Cambridge. El Comando Vermelho, el PCC u otros grupos armados, imponen su ley a sus vecinos y, en ocasiones, impide la acción de las autoridades. Los vecinos directamente afectados, que suelen ser pobres, negros y periféricos, se encuentran atrapados entre dos fuegos, abandonados por las autoridades, blanco fácil y presa de las balas perdidas, además de sometidos a extorsión.

En los últimos tiempos los delincuentes han descubierto las bondades del trabajo en remoto. Un fiscal del Estado amazónico de Rondonia explicaba recientemente en el diario O Globo que los jefes de las franquicias del Comando Vermelho por otros estados, sobre todo los fronterizos con otros países, se están refugiando en Río de Janeiro, que hasta este martes eran la principal guarida del grupo. “Se dieron cuenta de que el jefe ya no necesitaba estar en su estado natal. Podía estar protegido en Río y tomar decisiones por videollamada”, explicaba al diario carioca Anderson Batista de Oliveira, jefe del Gaeco en Rondonia. “El capo está en un lugar de difícil acceso para la policía, y la organización protege así a sus principales activos”, añadía.

Hasta ahora la operación más letal de Río era la de la favela de Jacarezinho, en el centro, donde en 2021 murieron 27 personas. La policía de Brasil es considerada una de las que más mata y más muere del mundo. En torno a un 10% de las muertes violentas suelen ser obra de uniformados. La de Río, tanto de la ciudad como del Estado, ha destacado durante años a nivel nacional por su alto. La creciente incorporación de cámaras en los uniformes ha contribuido a reducir las muertes en enfrentamientos a tiros con criminales.

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