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Opinión

Solidaridad con Marino Zapete

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Por Juan Bolivar Díaz

No ha sido nunca fácil. Ni lo será, porque es parte de su naturaleza, rebelde sin piedad ni titubeo. Lo conozco desde las aulas universitarias y lo recuerdo como el más contestario de los casi dos mil a quienes me tocó impartirle los fundamentos de la interpretación periodística, entre los años 1973 y 2005, con dos pausas, en la más antigua universidad del continente.

Disfruté de sus ocurrencias y alegatos porque siempre me han gustado los estudiantes y las mujeres de recia personalidad, distantes de la sumisión y el conformismo, que se atreven a la discusión y andan soñando con auténticas utopías.

Pero como todos los jóvenes izquierdistas de la segunda mitad del siglo veinte, él bordeaba frecuentemente la línea de lo ilusorio, hasta niveles radicales que nunca pude validar. Por ejemplo, cuando sostuvo en una clase que un periodista no podía autocensurarse.

Traté de demostrarle que la autocensura, como todo en la vida, tenía relatividad. Y le pregunté si él no se autocensuraba ante la compañerita bien aparecida que tenía al lado, si le decía a su madre o al padre todo lo que le pasaba por la cabeza, o a la vecina, casada con un boxeador, le gritaba lo buena que estaba. Que si eso ocurría en la vida personal, con más razón por los medios de comunicación, que lo importante era no autocensurarse en las cosas fundamentales, en las trascendentes, en el patrimonio común, en la lucha por un mundo mejor.

No estoy seguro que llegara a asumir mi postulado de que no hay necesidad frente a un hijo de puta de gritárselo con palabras tan fuertes. Si lo es, y usted lo investiga, probablemente establezca  que nació en un barrio epicentro de la prostitución capitalina, que no conoció a su padre y tuvo varios hermanos de madre que se desperdigaron antes de ser adolescentes.

Pero a Marino siempre le ha gustado ir a lo directo, para que nadie se quede sin entender, casi sin desperdiciar oportunidad de gritar asesino o corrupto a unos cuantos de los millares que abundan en estos lares. No da ni pide tregua en su eterna cruzada contra los malvados y depredadores. Con valentía que obligan a respetarlo, y a llevarlo en el alma con la esperanza de que sea suficiente para protegerlo de las acechanzas y la alevosía.

Seguro alguna vez hemos disentido de su tono, pero siempre coincidimos en el fondo y en la decisión de enfrentar los agentes de la corrupción, del abuso de autoridad, de la burla de la ley, de las mil recurrencias rancias que carcomen el alma de la sociedad.

Celebro que hoy día Marino Zapete sea un símbolo de la libertad de expresión, del periodismo comprometido, dispuesto a batallar hasta el final, no importa la dimensión de los  farsantes que deba enfrentar. Y se toma el tiempo y las diligencias de investigar, de contactar.

Incorruptible, no asimilable por el poder político o económico, y lo ha demostrado en sus compromisos laborables, con empresa y al menos en un gobierno. Porque él dirigió departamentos de comunicación en el primer gobierno del PLD, y hasta con el general Candelier, pero no dejó allí su cabeza ni su rebeldía. Y ha enfrentado todas las desmesuras que comenzaron justo en la segunda mitad de aquel régimen, para magnificarse en los años posteriores hasta las ruindades y desproporciones de nuestros días.

A Marino le sobra el valor que no han tenido empresarios, sindicalistas, religiosos, políticos y dirigentes sociales que se rinden, o se inclinan ante las presiones del poder, sin reparar mínimamente en la hipoteca social de la comunicación y especialmente del periodismo.

El último tropiezo de Marino Zapete es particularmente grave, porque todo lo que dijo sobre una hermana del Procurador General está fundado en documentos. Sin el menor invento. Ella podrá hacer algunas precisiones o alegatos, pero los datos están documentados. Puro abuso de poder que extiende una práctica sufrida recientemente por Altagracia Salazar, Edith Febles, Ricardo Nieves, Domingo Páez. Presiones que conocen muchos otros comunicadores como Fausto Rosario, Nuria Piera o Alicia Ortega, para quedarnos en los más relevantes.

El intento de silenciar a Zapete es un zarpazo más de los que gobiernan de espaldas a la sociedad, que no responden cuestionamientos y ni siquiera dan ruedas de prensa, y sólo admiten entrevistas su propia legión de comunicadores. Pero las voces de alta dimensión no pueden ser acalladas  por las miserias y negocios del poder. Me quedo con el Marino que conocí en los glamorosos setenta del siglo pasado.-

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Opinión

La verdad se comprueba con los hechos.

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Por Elba García Hernández

En los últimos días del presente año 2024 he tenido la obligación y el deber de defender derechos fundamentales ante el Tribunal Superior Administrativo y he podido comprobar lo mal que está el país en materia de justicia.

Los abusos de poder se observan en esta jurisdicción de Derecho Administrativo en cualquiera de las salas que conocen las litis que se presentan entre la administración y los administrados.

Es penoso ver como los abogados repiten como papagayos los mismos argumentos en los diferentes casos que en esta instancia se conocen. Pero peor aún el nivel de los jueces que manejan los casos.

En esta jurisdicción hay un nivel de razonabilidad que sonroja a cualquier profesional del derecho, pero las cosas se complican cuando se examinan las sentencias que emiten los juzgadores de una jurisdicción que está estrechamente vinculada con el Derecho Constitucional.

Es tanto así, que muchos de los jueces están más interesados en penalizar a las partes sobre la base de disposiciones arbitrarias e ilegales de comisionar un alguacil de estrado para que haga nuevas notificaciones y cobrarles a los litigantes por ese concepto hasta 20 mil pesos cuando se trata de conflictos legales que provienen del interior del país.

Cualquiera se forja la impresión de que existe una sociedad para hacer dinero mediante las notificaciones entre los alguaciles de estrados y los magistrados que presiden salas en el Tribunal Superior Administrativo.

Lo preocupante de este asunto es que cuando no se satisface el deseo del juez o del alguacil de estrado, ese disgusto se refleja en la sentencia que emite el tribunal.

Otro detalle importante de lo mal que se manejan algunas salas del Tribunal Superior Administrativo es que se agarran de cualquier detalle insignificante para justificar una sentencia en contra del que no se acoge a la comisión de un alguacil para fines de nueva notificación.

Impresiona, además, el poco nivel de razonabilidad de los que participan de las audiencias que se celebraran en el Tribunal Superior Administrativo.

En realidad, parece un juego de niños, lo cual desmiente los supuestos avances en Derecho Administrativo, porque la verdad es que lo ocurre en esta jurisdicción de la justicia  deja mucho que desear.

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Opinión

No es resentimiento ni frustración.

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Por José Cabral

El panorama que se observa en el país lleva a cualquier persona, por optimista que sea, a sentir que todo se derrumba y que nada tiene solución. No hay un solo estamento estatal que indique que el país transita por un buen camino.

Esto así, porque si al azar se escoge cualquier instancia, pública o privada, fácilmente se llega a la conclusión de que prácticamente todo está perdido. Son prácticamente nulos los referentes que indican que en el futuro se alcanzaría una mejor nación.

El principal fracaso de la sociedad dominicana tiene que ver con el fiasco que representa el Ministerio Público y la judicatura nacional, donde uno apoya la ilegalidad del otro. Es un asunto para mantenerse seriamente preocupado.

En realidad, no se sabe cuál si el fiscal o juez anda peor, pero de lo que sí se puede estar seguro es de que ambos transitan por un camino que solo garantiza el abismo de la nación.

En el país no hay proceso penal que termine de buena manera, pero tanto el Ministerio Público como los jueces recurren permanentemente a decisiones al margen de las leyes que les sirven de sustento.

El Ministerio Público sólo parece ser bueno para manejar casos de importancia mediática, mientras que los jueces se han especialistas en emitir sentencias al margen de las normas y de los derechos, deberes y principios fundamentales.

Es una verdadera vergüenza lo que ocurre en el país, ya que tribunales como el Superior Administrativo, donde el administrado busca liberarse de los abusos de la administración, tiene un nivel similar al de un juzgado de paz. Sus jueces carecen de razonabilidad y muchas veces hasta de sentido común.

En el sistema de justicia nacional se produce una verdadera negación de derechos, pero el hecho de que los jueces no puedan ser procesados por muchos de los casos que fallan, ya que hasta las acciones de amparo no pueden ser interpuestas en contra de los tribunales nacionales, habla claro de la trampa en que está envuelto el ciudadano.

Es decir, que, aunque existe la querella disciplinaria, la recusación e incluso la prevaricación, es una batalla como aquella siempre citada entre el huevo y la piedra, porque la complicidad se extiende de un lado a otro sin excluir a prácticamente la totalidad de los actores del sistema de justicia.

Adentrarse en el comportamiento de la justicia y del Ministerio Público es una razón determinante para frustrarse o resentirse, aunque, naturalmente, este mal debe combatirse con herramientas que tal vez algún día surtan efecto.

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Opinión

El impresionante resbalón del Escogido

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Por Nelson Encarnación

Algunas personas han llegado a afirmar que el juego de béisbol no es un deporte, sino un pasatiempo que sirve de entretenimiento a toda la familia, la que puede tener un importante consumo mientras transcurre un partido de nueve entradas, por lo general lento.

Sin embargo, somos más los que sostenemos lo contrario, no porque seamos fanáticos o seguidores, sino porque una contienda en la que medie la aplicación de estrategias no puede ser un simple pasatiempo.

Las estrategias son fundamentales en el juego de pelota, sin las cuales el resultado no puede ser el esperado, aunque no siempre estas funcionen. Como en toda actividad humana, inclusive en la guerra.

Hechas estas disquisiciones, pasamos a no entender qué ha provocado el impresionante descalabro, el resbalón sin final que ha abatido a los Leones del Escogido.

No se explica que un equipo que en los primeros 20 juegos del presente campeonato obtuvo quince victorias, haya caído a un abismo, tan profundo que, al día de hoy, está en la peligrosa ruta de quedar fuera de la siguiente ronda.

Es como estar con respiración asistida, mantenerse vivo gracias a la buena fortaleza física que se acumuló—15 victorias contra 5 derrotas—, pero no suficiente como para rebasar de manera exitosa un estado comatoso.

¿Qué hará la gerencia del equipo capitalino para tratar de revertir la ruta hacia el fondo? No preveo una opción, sobre todo, al recordar lo declarado hace un par de años por uno de los dueños del “Duro de matar”.

¿Qué dijo ese ejecutivo? Que al equipo le es económicamente más rentable quedar fuera en la serie regular que pasar a las siguientes. Algo así o algo peor, según recuerdo.

Cuando leí aquello tuve que remontarme a los pleitos con mi difunto padre—liceísta furibundo—que no asimilaba derrota frente al “eterno rival”, y yo, como escogidista, le daba la cuerda, corriendo riesgo de unos correazos por irreverente. De este tamaño ha sido mi escogidismo.

¿Hay escasez de cartera en la gerencia del equipo rojo? No lo creo. ¿Falta estrategia para la ofensiva? Lo creo un poco. ¿Cayó por un barranco irrecuperable el pitcheo de los Leones? Me quedo con esta.

Frente al despeñadero actual, los rojos no tenemos muchas esperanzas. Y por favor, no echemos la culpa al mánager Pujols.

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