Por Rosario Espinal
El suicidio perturba. Vivir es un deseo inherente a la condición humana aún en momentos de gran tristeza cuando pueden asaltar pensamientos suicidas. Perturba porque contradice el deseo de vivir, porque desconsuela a familiares y amigos, incluso a desconocidos, y porque saber que alguien se suicidó es un recordatorio de la amargura más profunda que somos capaces de sentir los seres humanos.
La sicología, la siquiatría y la sociología ofrecen diversas explicaciones del suicidio porque las causas son diversas, aunque el desencanto intenso y la desesperación son detonantes usuales.
Todo suicidio es personal pero algunos tienen trascendencia pública. El suicidio se convierte en político cuando la razón aludida para cometerlo es la protesta contra una arbitrariedad pública, o cuando se utiliza como símbolo de lucha o crítica social.
La inmolación de Mohamed Bouazizi en Túnez en diciembre de 2010 es un ejemplo de suicidio político. La policía le confiscó su estante de vendedor ambulante con que se ganaba el sustento, y en la desesperación se suicidó. Ese suicidio detonó las protestas que llevaron rápidamente a la caída del dictador Ben Ali.
El incidente motivó otros suicidios en países árabes con gobiernos dictatoriales, y en varios casos se utilizó el llamado “suicidio bonzo”, que consiste en prenderse fuego con líquido inflamable. La expresión “quemarse a lo bonzo” tiene su origen en los suicidios de monjes budistas en Indochina que se quemaban para protestar contra el régimen vietnamita a principios de la década de 1960.
En años recientes, los países en crisis económica y con procesos de cambio rápido en el mundo árabe y Europa han producido los casos más sonados de suicidios políticos.
En Grecia, hace más de un año, un hombre intentó quemarse a lo bonzo y un jubilado se pegó un tiro en la sien cerca del Parlamento, aduciendo que no querían seguir a la caza de comida en basureros.
En República Dominicana no se han registrado casos notorios de suicidios, o por lo menos los suicidas no han dejado evidencia pública como en Túnez o Grecia, pero el aumento de suicidios en tiempos recientes demuestra que hay un contexto favorable al suicidio en la sociedad dominicana. En el año 2010 se registraron 549 suicidios, en el 2011 se reportaron 643 y en el 2012 fueron 618.
La falta de buenos estudios socio-epidemiológicos dificulta conocer las razones del aumento de suicidios en República Dominicana, aunque podría especularse que algunos estarán vinculados a la desesperanza económica que enfrenta un amplio segmento de la población frente a sus expectativas de bienestar frustradas.
El sociólogo francés Emile Durkheim publicó en 1897 un libro titulado “El suicidio”, donde ofreció una tipología. Entre ellos codificó el “suicidio anómico” propio de las sociedades modernas desorganizadas, donde los lazos de convivencia se encuentran en proceso de desintegración, y se produce un gran desfase entre las expectativas de bienestar y las satisfacciones que se alcanzan.
Ante tal descripción, y con los datos de suicidios dominicanos de 2010-2012, vale preguntar: ¿está la República Dominicana en una corriente suicidógena propia de la modernidad desorganizada? Si combinamos las cifras de suicidios con las de feminicidios y homicidios en general, lo que sí se puede decir es que estamos ante una ola de violencia auto-personal e inter-personal.
El gobierno dominicano ha cacareado el progreso en los últimos años, pero lo ha concretizado en varilla y cemento, mientras la mayoría de la población sufre la precariedad del empleo, de salarios y de servicios públicos; y además, observa atónita el meteórico enriquecimiento de unos pocos, el aumento de la desigualdad y su correlato social: la delincuencia en general.
Artículo publicado originalmente en el periódico HOY