Opinión
Teoría de la corrupción
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9 años agoon
Por Andrés L. Mateo
La corrupción que hoy espanta a los círculos sociales se relaciona con el hambre de poder, con la vocación de eternidad de nuestros gobernantes. Y no se trata únicamente de ODEBRECHT
Cuando el presidente Leonel Fernández habla o escribe sobre la corrupción, los grandes arquetipos mentales con los que intenta siempre impresionarnos son desahuciados por meras imágenes sensoriales. Las ideas le salen artríticas, antañonas. Y desde la decepción uno piensa que cuánto más cambian las cosas, más idénticas permanecen. Aunque en su último artículo del lunes pasado se supera a sí mismo.
No se puede explicar la desbordada corrupción de los gobiernos peledeísta situando la historia como si la corrupción fuera una naturaleza, una esencia de la dominicanidad; porque la corrupción se vincula con un orden histórico particular, con un manejo del poder, con una ideología patrimonialista con la ausencia dramática de instituciones verdaderas, con la construcción de un manto de impunidad y la ausencia de un régimen de consecuencias; y no con las grandes formas neutras de la naturaleza humana. Lejos del ser, los humanos están anegados en las cosas. La corrupción no es una maldad de origen, ni un discurso, sino un vastísimo sistema circulatorio (“El tiburón se baña, pero salpica”), una enorme palanca de movilidad social, ante cuyo funcionamiento el poder es como el susurro de las escamas del reptil. Quienes mejor lo saben ahora son los funcionarios ex pequeñoburgueses del PLD. Nunca la corrupción había alcanzado un nivel tan elevado de presencia en la sociedad, jamás la acumulación originaria de capital provenientes de la corrupción habían alcanzado cifras tan estratosféricas y obscenas.
En el año 1978 los perredeístas no pudieron encarcelar ni uno solo de los corruptos. Y siguiendo la escuela de Balaguer, produjeron su propia camada de corruptos, y se adhirieron a la saga de usurpadores de la riqueza pública que cuentan con la impunidad y el olvido. Pero el peledeísmo, viniendo de una prédica moral, nos clavó con violencia en lo impensable, en las alucinaciones y los simulacros, en la desventura de vivir la práctica de la hipercorrupción como un discurso invertido. Es por eso que cada palabra con la que alguien trata de envolver el fenómeno de la hipercorrupción actual, la hipercorrupción misma las engulle y desaparece en su negra garganta. La ignominia del espectáculo de la hipercorrupción estriba en que ha comenzado a detestar su propia naturaleza. En una encuesta de la Gallup el 98% de los dominicanos percibía corrupción en el gobierno, lo que quiere decir que los propios corruptos la perciben.
La corrupción que hoy espanta a los círculos sociales se relaciona con el hambre de poder, con la vocación de eternidad de nuestros gobernantes. Y no se trata únicamente de ODEBRECHT ¿No aumentó un 33% la nómina pública en los meses previos a la reelección del presidente Fernández, y un 36% en la reelección de Danilo Medina? ¿No siguió aumentando después, como pago a los 426 movimientos y los 12 partidos que la apoyaron? ¿A dónde fueron a parar los cincuenta y cinco mil millones del erario para la reelección? ¿No ha sido entregado el Estado a parcelas políticas corrompidas? ¿Los contratos grado a grado, el clientelismo qué son? ¿El nepotismo, el tráfico de influencias, las comisiones, no son privilegios políticos? ¿A qué obedecen las prioridades en la ejecución presupuestaria? ¿La mayoría de los funcionarios acusados documentalmente de corrupción, no formaron movimientos reeleccionistas y preservaron rangos y salarios, aún después de haber sido destituidos o reciclados?
Leonel Fernández puede seguir haciendo flores de retórica con el tema de la corrupción, pero él no puede hablar de la corrupción como si fuera un analista social, lejano y admirado, como se porfía en hacernos creer. Él está indisolublemente vinculado por su régimen al despliegue de la corrupción en nuestro país. Su artículo esfuma la corrupción concreta, real, transformándola en una corrupción universal que exculpa al corrupto verdadero y lo disuelve en el esfumato de lo universal. Pero la corrupción es una práctica social, un hecho circunstanciado e intransferible. No es una tara genética, una maldición gitana, sino el modo concreto como quienes nos han dirigido han legitimado su vida. El escándalo ahora es porque la corrupción peledeísta ha estructurado un sistema, y el caso ODEBRECHT ha dejado al desnudo todo el funcionamiento de una maquinaria corrupta que no concibe límites ni tiene escrúpulos. Cuando terminé de leer el artículo de Leonel Fernández, pensé de inmediato que se trata de un hombre escindido entre las pequeñas escorias del poder y la verdad. ¡Oh, Dios!
Opinión
Navidad de dignidad: la fe que rompe el silencio
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19 mins agoon
diciembre 28, 2025Por Isaías Ramos
En esta Navidad, cuando las familias intentan reencontrarse con lo esencial, vale la pena detenernos un instante y preguntarnos qué celebramos de verdad. La Navidad no es solo una fecha ni un conjunto de costumbres: es un llamado al renacimiento, a volver a la fuente de nuestros valores y a recordar que la esperanza no es ingenuidad, sino una decisión.
Cerramos el año con señales que duelen. Las denuncias e investigaciones por corrupción han herido la confianza pública y, cuando ese deterioro toca instituciones llamadas a proteger derechos fundamentales, el golpe se vuelve más profundo y más personal para el pueblo.
El caso de SeNaSa, por lo que representa, nos recuerda que la salud no es un privilegio: es un derecho. Por eso, exigir que se investigue a fondo y que se sancione conforme a la ley, caiga quien caiga, no es venganza: es justicia; es respeto al Estado de derecho.
A esto se suma una realidad económica que obliga a la sobriedad. La CEPAL proyecta un crecimiento de 2.9%, insuficiente para responder a la magnitud de las necesidades acumuladas en tantos hogares. Pero el problema no es solo el porcentaje: es el sentido del crecimiento. ¿De qué sirve hablar de avance si no llega al salario ni fortalece los servicios esenciales?
Durante demasiado tiempo se ha sostenido un modelo que, en buena medida, descansa en la explotación laboral y en la extracción intensiva de recursos del pueblo. Zonas francas donde el trabajo no siempre dignifica; minería que presiona recursos y comunidades sin la transparencia y el control ambiental que la nación merece; turismo que produce divisas, pero que no siempre deja prosperidad equitativa y sostenible en los territorios que lo sostienen.
Nadie pide apagar la producción ni cerrar oportunidades; lo que el país exige es justicia: trabajo decente, valor que permanezca en la comunidad y progreso que se convierta en vida digna. El desarrollo real no se mide solo por el PIB: se mide por la dignidad.
Y aquí debemos hablar con claridad, con firmeza y con respeto. No estamos ante fallas aisladas, sino ante un sistema corroído de arriba abajo, donde la impunidad se vuelve costumbre y lo público se usa como botín, mientras al pueblo se le pide paciencia y silencio como si la paciencia pagara la comida, el medicamento y la educación.
Tras tres décadas de un sistema político que, en vez de educar y formar ciudadanos útiles a la patria, ha pervertido la vida pública, endeudado la nación, desmantelado las instituciones productivas del Estado y saqueado los fondos del pueblo bajo un manto de impunidad —donde demasiadas veces los casos se han convertido en “pan y circo”: titulares y medidas de ocasión para calmar al pueblo, pero sin condenas firmes, sin recuperación de lo robado y sin desmontar las redes de impunidad— ha llegado la hora de que el pueblo se ponga de pie, rompa el silencio y se organice para recuperar su dignidad y su futuro.
Sí, existen hombres y mujeres de bien dentro del Estado. Pero cuando el sistema castiga al que denuncia y premia al que abusa, el silencio deja de ser prudencia: se convierte en complicidad. Hoy el país necesita valentía moral y coherencia, no neutralidad cómoda.
Por eso esta Navidad nos importa tanto: nos devuelve al centro. Que esta Navidad nos sirva para asumir un compromiso con una fe inquebrantable en el Niño que nació en Belén. Él nació en humildad, conoció la opresión y, aun así, depositó su confianza en el Padre, más grande que cualquier poder terrenal.
Cristo nos prometió la paz que solo Él puede dar. Esa paz no es anestesia ni silencio ante el abuso; es fortaleza para hacer lo correcto. Es la paz que sostiene el carácter cuando todo alrededor quiere quebrarlo y que impide que la indignación se convierta en odio.
Aunque a veces parezca que los opresores lo tienen todo bajo control, la fe nos recuerda que hay un Dios que ve y toma nota, porque solo Él tiene el control último. Pero esa certeza no nos adormece: nos exige; nos llama a esforzarnos y ser valientes, y a cumplir la parte que nos corresponde.
Nuestro Señor Jesucristo vino a proclamar libertad a los oprimidos y a anunciar buenas nuevas a los pobres. Por eso, la fe verdadera no puede quedarse en consuelo privado ni en indignación sin rumbo: no es solo señalar; es organizar; no es solo criticar; es participar; no es solo esperar; es servir. Y desde el Frente Cívico y Social entendemos que esto incluye comprometerse con una economía que dignifique: apoyar la producción local, exigir trabajo decente, fortalecer encadenamientos para que el turismo se integre a la economía real, compre más a manos dominicanas, y que ningún proyecto de “desarrollo” se construya a costa del agua, la tierra o la vida comunitaria o la explotación humana.
Que esta Navidad sea un punto de inflexión: el inicio de un renacimiento colectivo donde la fe se convierta en responsabilidad, la paz se convierta en unidad con propósito y la esperanza se convierta en acción perseverante. Porque, aunque Dios tenga el control último, a nosotros nos corresponde el deber moral de ser instrumentos de justicia, de libertad y de dignidad para la República Dominicana.
¡Despierta, RD!
Por Oscar López Reyes
Son 13 los días -entre el 24 de diciembre y el 6 de enero- de la temporada más festiva y dinámica de término de diciembre y comienzo de enero, la Navidad, simbolizada en el lenguaje de cantar villancicos, adornos especiales, arbolitos con luces multicolores, gustosos manjares, regalos y tarjetas, belenes, encuentros, el icónico atronar de alegría y felicidad de Papá Noel: «¡Jo, jo, jo!» y servicios religiosos. Y, en esa magia en lienzo de aguinaldos y frescura, se aviva el pedido de perdón por los pecados y el apaciguar del alma para espantar la ambición monetaria y carbonizar, en vitriolo de cobre, la codicia que estrangula la dignidad.
¡Qué lástima, corruptos!,
¡Oh, exclusión de la violencia!
¡Ah, deterioro mental!,
¡Vaya, individualismo extremo!
¡Caray, aislamiento!
¡Guau, pérdida del decoro!
¡Uy, discriminación!
¡Caramba, crisis de valores!
¡Ay, cambio climático!
Estos son sintagmas o enunciados que se deletrean con rituales en la Corona de Adviento: Ramas verdes y cuatro velas, que representan a Jesús como luz de esperanza en una vida de amor eterno. Ese signo litúrgico -que evoca las cuatro semanas del Adviento y las estaciones del año- grita para que se deshagan las tinieblas de esas malignidades que socavan la vergüenza y el pundonor, la lealtad y la generosidad, la integridad y la decencia, el orgullo y la autoestima en el abolengo de la aristocracia y el linaje de la plebe.
Cristianos y ateos participan gozosos en la fiesta anual de la Navidad (proviene del latín Nativitas, que quiere decir nacimiento), que conmemora la venida al mundo de Jesucristo (el 25 de diciembre, entre los años 7 y 4 a.C., en Belén de Judea, y la celebración fue estatuida siglos después para coincidir con los jubileos romanos y paganos.
Belén está enclavada en Palestina (región de Cisjordania), a unos 10 kilómetros al Sur de Jerusalén. Desde 1995 está bajo el mando de la Autoridad Palestina (Estado de Palestina), conforme los Acuerdos de Oslo, pero separada de Jerusalén por un muro de hormigón, ocupado por Israel.
Ese Patrimonio de la Humanidad y otros territorios de Oriente Medio, ubicado entre el mar Mediterráneo y el mar Muerto, se sitúa en el epicentro de un conflicto bélico entre Israel y Palestina. La primera entiende a Jerusalén como su capital “eterna e indivisible”, y la segunda reclama a Jerusalén Este (incluyendo la Ciudad Vieja) como la capital de un futuro Estado.
La mayoría de las naciones no reconoce la anexión de Jerusalén Este por Israel, que entre octubre de 2023 y diciembre de 2025 ha matado a cerca de 70 mil palestinos, en el Genocidio de Gaza: horribles violaciones a niños y mujeres, el bloqueo de la ayuda humanitaria para afrontar la hambruna, la destrucción de hospitales, sistemas de agua, escuelas y hogares, y el permanente desplazamiento forzado de sus habitantes por los bombardeos.
¡Oh, violencia…!
A sus discípulos y otros adeptos, Jesucristo predicó, imperturbablemente, contra la violencia y los exhortó a quebrar la cadena del odio y la venganza, a perdonar en la misericordia, a no utilizar la espada o la ley del más fuerte, a amar a sus enemigos y orar por quienes los persiguen; a poner la otra mejilla a quienes les golpeaban y a dar más de lo que les piden.
Como costumbres festivas, en la víspera -el 24 de diciembre- del nacimiento de Jesús, la Iglesia Católica celebra la “Buena Noche” o Nochebuena a la espera de la conmemoración del Mesías, como banquetes: platos típicos -pavo y cerdo asado-, dulces y frutas secas, bebidas, villancicos, compartir de regalos, la Misa de Gallo y vigilias en templos, hasta el amanecer.
Oficialmente, entre el 25 de diciembre y el 6 de enero las iglesias cristianas evangélicas efectúan el período de la Natividad con misas del día, celebración de la Sagrada Familia, solemnidad de Santa María, de la Epifanía, el Bautismo del Señor, los Santos Inocentes (28 de diciembre), Año Nuevo (fuegos artificiales y música navideña) y el Día de los Reyes Magos. Marginalmente, han sido agregados vacaciones y viajes.
En ciertas épocas y territorios, la Navidad fue prohibida por puritanos y congregaciones protestantes, pero se han impuesto la memoria festiva, las texturas crujientes y la tradición, como estímulo para el bienestar psico-emocional -por la alegría-, para renovar la expectativa y la esperanza en nuevos proyectos, fomentar el amor y la gratitud, y como un canal para robustecer nexos familiares, religiosos y sociales.
En esencia, la Navidad equivale a llegar, dar, recibir y tocar. Y para perdurar, ¡qué suba más y más, hasta la Estrella de Belén, en el solsticio de invierno, trazo de luz, banquetes, diversión y júbilo!
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El autor: Periodista, escritor, catedrático, gremialista y columnista de El Nacional y decenas de medios digitales.
Opinión
Resumen 2025: cuando el Gobierno y la oposición se acomodaron
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31 mins agoon
diciembre 28, 2025Por Rosario Espinal
Desde la campaña electoral del año 2020, el PRM hizo del PLD el mismo demonio: lo peor que pasó por el país. La Fuerza del Pueblo se salvó del descrédito máximo porque había surgido precisamente de una ruptura con el PLD y sirvió de pie de amigo al PRM.
Así evolucionó la política dominicana hasta que, a mediados de 2025, el presidente Luis Abinader convocó a una cumbre de expresidentes para abordar el tema haitiano. Ahí estuvieron Leonel Fernández, Hipólito Mejía y Danilo Medina.
La cumbre aún no ha dado resultados concretos de políticas públicas, pero envió una señal de que el Gobierno y el PRM moderaban su feroz oposición al PLD.
Puede decirse que Abinader fue el gran beneficiario de esa cumbre porque pudo compartir el peso de la compleja política hacia Haití y hacia los haitianos inmigrantes en la República Dominicana. También porque enviaba una señal de moderación estadista.
Pero Danilo Medina fue también beneficiario porque, por primera vez, desde su salida del poder bajo las acusaciones de corrupción en su Gobierno, podía asumir legítimamente su rol de expresidente.
El fraude de SENASA también abre el camino de la crítica a la oposición, que se había mantenido cabizbaja por los escándalos de corrupción que se produjeron durante los gobiernos peledeístas.
Esa cumbre ayudó a moderar la lucha política y a enviar la señal de que en la República Dominicana la clase política seguía privilegiando la estabilidad sobre el desenfreno político.
Otro acomodo se produjo en torno a la aprobación del Código Penal, manzana de la discordia política por dos décadas.
Los tres partidos con mayoría de representación legislativa acogieron la aprobación de un código que, si bien actualizó el listado de crímenes y penas a estos tiempos, negó derechos fundamentales a las mujeres (no se incluyeron las tres causales) y a otros grupos discriminados. O sea, la clase política dominicana acordó la aprobación de un Código Penal conservador.
Cuando el Gobierno parecía tener la sartén por el mango, con la oposición disminuida y subordinada, surgió el megaescándalo de corrupción en el Seguro Nacional de Salud (SENASA). El Gobierno tuvo que ponerse a la defensiva y la oposición aumentó los decibeles de la ofensiva.
Ese escándalo de corrupción cierra el año 2025 con mala nota y representa un gran desafío para el PRM, que llegó al poder bajo el manto de la anticorrupción.
La línea argumentativa del Gobierno ha sido que por primera vez se someten de inmediato a los que perpetraron el fraude, a diferencia del pasado, cuando se apañaba la corrupción.
Navidad en tiempo de persecuciones
Ese argumento es un calmante, pero el fraude tenía varios años en ejecución sin la supervisión adecuada para detectarlo, desarticularlo y sancionarlo. Es evidente que el Gobierno del PRM falló.
Si no aparecen más casos de corrupción de esa magnitud, el Gobierno podría ir disipando el impacto negativo en la opinión pública de ese fraude. De lo contrario, el Gobierno enfrentará un problema de legitimidad porque, con bombos y platillos, prometió desde 2020 combatir la corrupción.
El fraude de SENASA también abre el camino de la crítica a la oposición, que se había mantenido cabizbaja por los escándalos de corrupción que se produjeron durante los gobiernos peledeístas.
