Durante el escándalo de corrupción de la empresa brasileña Odebrecht y cómo ha impactado el tema a la República Dominicana, los defensores del Gobierno de Danilo Medina alegan que esta compañía pagó sobornos, sobrevaluó y financió campañas electorales en la mayoría de los países latinoamericanos, pero no en el nuestro.
En otras palabras, los voceros del Gobierno lo que sostienen es que en el único lugar donde la corrupción de Odebrecht no llegó fue a la compaña de Medina, tal vez porque es el más “ético y puro” de Latinoamérica.
Naturalmente, ese es un argumento que ni ellos mismos se lo creen, porque está demostrado hasta la saciedad que la corrupción, pública y privada, es la principal retranca que afronta la nación, cuya responsabilidad es muy evidente con hechos reprochables cuando de la administración del erario se trata.
En pocas palabras, los personeros del Gobierno quieren convencer al pueblo dominicano que cuando se trata de cometer indelicadezas con el patrimonio público a los funcionarios de Danilo hay que sacarle su comida aparte.
De igual modo, se nos envía el mensaje de que los responsables de Odebrecht cuando pisan tierra dominicana se convierten de demonios a santos, que no bien aterrizan en el país cambian su forma de hacer negocios, el cual consiste en comprar voluntades de los políticos para la consecución de obras públicas.
El sentido común nos dice, hasta pruebas en contrario, que el comportamiento de Odebrecht en Brasil y en otros países latinoamericanos, tuvo que ser el mismo que en la República Dominicana, porque nuestra nación no es tierra santa, libre de pecados.
La corrupción es el flagelo que más nos ha golpeado, sumergiendo en la pobreza y el atraso a la República Dominicana, donde no hay un sólo escenario que no esté contaminado con el fenómeno.
La corrupción es integral en el país e impacta a la industria, el comercio y la administración pública, lo cual ha provocado que los recursos que deben invertirse en sectores como la salud y la educación, terminen en los bolsillos de los políticos y de compañías nacionales y extranjeras que saquean la nación con altas sobrevaluaciones.
Por confesión propia, Odebrecht invirtió dinero en corrupción a nivel internacional, cuya conducta no puede ser diferente en la República Dominicana, pero muy difícilmente esto pueda ser demostrado en virtud de que los funcionarios criollos son expertos en nadar y guardar bien la ropa.
Además, en la República Dominicana no se podría esperar un resultado diferente al de la impunidad, sobre todo cuando se trata de embarrar al presidente de la República.
No olvidemos que la República Dominicana, quizás como ningún otro país latinoamericano, su institucionalidad es muy flexible cuando se trata de tocar con la justicia a los más encumbrados en la pirámide política, social y económica.
Por esta y muchas más razones la lucha de amplios sectores nacionales para que se juzgue a los corruptos es de hecho quimérica, aunque sienta un importante precedente y al final de la jornada la misma surtirá un efecto político.
Se negará el financiamiento a la campaña electoral de Danilo Medina por parte de Odebrecht con la misma vehemencia con que el mandatario le prometió al pueblo dominicano que no buscaría la reelección presidencial, pero cuando decidió hacerlo compró a todo aquel que tenía precio.
La negación del financiamiento de la compaña de Danilo Medina por parte de Odebrecht sólo se la creerá al Gobierno los que están enrolados en el tren administrativo y en el sector más ignorante de la sociedad.
Su conducta los delata.