Por Rosario Espinal
Donald Trump es un empresario neoyorquino de bienes raíces que promovió por muchos años su apellido como marca comercial: Trump Tower, Trump Hotel, Trump Residencias, Trump Golf. Se declaró en bancarrota varias veces, no obstante, proyectó una imagen de hombre de negocios exitoso.
Luego desarrolló su marca mediática con el programa televisivo “The Apprentice”, transmitido del 2004 al 2017 con la participación de Trump en muchas temporadas. Ahí proyectó la imagen de empresario exitoso y despiadado.
En el 2015 se lanzó a la política cuando anunció su precandidatura en el Partido Republicano. En las primarias se enfrentó a sus contrincantes republicanos con determinación e insultos; cayeron uno a uno: Jeb Bush, Chris Christi, Ted Cruz, Marco Rubio, Rand Paul, etc. Así comenzó Trump a establecer su marca política de populismo estridente, irreverente e insultante.
Muchos republicanos y demócratas pensaron que Trump, con ese estilo y sin mayor experiencia política, perdería de Hillary Clinton en el 2016. Fallaron.
Si brutal fue con sus adversarios republicanos, peor fue con Hillary. Su lema en los mítines era “encarcélenla”, y así enraizó su marca populista: él representando al pueblo contra las élites republicana y demócrata. Con su triunfo, el Partido Republicano se postró a sus pies.
Trump utilizó sin descanso su populismo estridente (machista, racista, xenófobo) para apelar a su base y a los votantes descontentos con la economía, dispuestos a ignorar o perdonar sus faltas y condenas.
Los primeros tres años de gobierno fueron de relativa estabilidad a pesar de sus constantes tuits y acciones perturbadoras. Trump había heredado una economía saneada por Obama después de la crisis financiera de 2007-2008 durante el gobierno de George W. Bush, y no se presentaron nuevas guerras.
Sus ejecutorias gubernamentales claves fueron del agrado republicano: la masiva reducción de impuestos favorable a los ricos y el nombramiento de tres jueces conservadores a la Suprema Corte de Justicia que posteriormente eliminaron a nivel federal la protección a los derechos reproductivos.
Llegó la pandemia y la inestabilidad del liderazgo de Trump se hizo más evidente. Mucha gente entró en pánico y votó por Joe Biden en el 2020.
Trump nunca aceptó la derrota, presionó funcionarios republicanos para que cambiaran los resultados y agitó la protesta del 6 de enero de 2021. Eso tensionó el Partido Republicano, pero la inmensa mayoría se quedó con él.
Dos asuntos en particular explican su reciente triunfo: la inflación de 2022-2023 que se convirtió en tema central para muchos votantes, y el desborde de inmigrantes cuando Biden levantó las restricciones de entrada por la frontera al concluir la pandemia.
Ambos problemas desplomaron la aprobación del envejeciente Biden muy temprano en su presidencia (junto al caótico retiro de Afganistán), y Trump utilizó sin descanso su populismo estridente (machista, racista, xenófobo) para apelar a su base y a los votantes descontentos con la economía, dispuestos a ignorar o perdonar sus faltas y condenas.
En un ambiente socioeconómico adverso para el Partido Demócrata, presentar a última hora una candidata mujer, negra e hija de inmigrantes, frente a un populista blanco, con fama de hombre fuerte y agenda antinmigrante, probó ser una fórmula a favor de Trump.
Mucho más ocurrió en la campaña, pero lo expuesto, considero, es la esencia explicativa del resultado electoral.