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Editorial

Un Acontecimiento Preocupante.

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Desde hace muchos años, décadas, que el problema haitiano ha sido motivo de múltiples análisis y todos hasta el momento no han pasado de una simple preocupación, en realidad han servido de poco.

Esta madrugada fue asesinado el presidente haitiano, Jovenel Moise, quien había seguido la misma mala práctica de sus antepasados mandatarios de querer perpetuarse en poder sobre la base de métodos pocos democráticos, ilegales e ilegítimos.

El hecho en el que también perdió la vida o está muy grave su esposa parece provenir de un comando extranjero, conformado por colombianos y venezolanos, siempre de acuerdo a las versiones que llegan desde la hermana nación, pero lo más importante de que como se han producido los acontecimientos, es que deja clara la debilidad institucional del Estado haitiano que ni la seguridad de la máxima autoridad de la nación estaba asegurada.

El magnicidio impacta desde diferentes perspectivas a la sociedad dominicana, porque ello podría implicar que grupos armados y una mayor cantidad de haitianos quieran llegar al país para garantizar su vida y para poder sobrevivir frente a la inseguridad y la miseria que los azota.

Lo otro es que este acontecimiento debe poner al dominicano en el contexto de autoanalizarse para evitar que en el futuro en el país pueda haber un desenlace parecido, ya que ambos pueblos han sido victimas de los depredadores que van al Estado a quitarles el derecho a la vida de los que menos tienen.

Los grupos económicos de países donde no existe ninguna conciencia de clases son despiadados y actúan como si no se dieran cuenta que están afilando cuchillos para sus propias gargantas, porque cuando el hambre ataca se pierde la racionalidad y la cordura y se puede llegar a la peor de la violencia.

Y a propósito de lo ocurrido en Haití hay que revisar la sociedad y el Estado dominicanos, donde la sustracción de fondos públicos ya ha hecho crisis y es una situación que podría crear hechos incontrolables como los que ocurren en Haití.

Nadie puede negar que las diferencias institucionales del Estado dominicano con el haitiano no son tantas que no exista en el país la posibilidad de que la violencia se apropia de las calles y de otras de sus instancias, lo cual sólo es evitable si se toman las medidas pertinentes.

Desde hace muchos años se advierte que en la República Dominicana hay detalles que envían el mensaje de que el Estado no está en capacidad de afrontar los abusos que se cometen en contra del patrimonio nacional, cuya realidad del asunto se ha visto ahora mas contundentemente a propósito de la existencia de un Ministerio Público independiente de hecho, pero no de derecho.

En ese contexto hay que decir que es urgente hacer definitiva la independencia del Ministerio Público del Poder Ejecutivo, así como la incorporación de otras figuras jurídicas que blinden el Estado frente a los depredadores que no tienen hiel y que van a la administración pública a robárselo todo.

Son reformas impostergables, sobre todo después de verse lo que antes era una sospecha como una realidad amenazante, que puede poner en peligro   la vida social, económica y democrática de la República dominicana.

Los acontecimientos en Haití son una buena razón para hacer lo que se ha dicho miles de veces que se hará, pero que nunca se ha hecho para evitar acontecimientos lamentables que le quite legitimidad al Estado y a la ley.

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Editorial

De la ridiculez a la vergüenza.

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Son miles los dominicanos que hoy sienten vergüenza del comportamiento de los partidos políticos, porque aparte de traerles mucho sufrimiento han servido para proyectarlos de la peor manera.

Naturalmente, algunos casos son peores que otros, pero si hay una expresión que no deja duda de que hemos pasado de la ridiculez a la vergüenza, es la candidatura presidencial de Abel Martínez.

Todos se preguntan si hay forma de explicar la audacia de este muchacho que vendió una administración municipal fundamentada en la mentira y el engaño para saltar y asaltar la cima de una organización que en algún momento se le vio como un patrimonio nacional.

Abel representa el nivel más alto de la degradación política, no sólo porque carece de formación, sino también porque simboliza uno de los mejores ejemplos de la corrupción administrativa en el país, lo cual es el denominador común en el mundo de la politiquería.

Pero en ese mismo escenario están la mayoría de los que hoy se quieren proyectar como líderes nacionales, cuyo nivel de descredito no motiva al ciudadano a creer todo lo que se le dice en tiempo de campana electoral.

La presencia de Abel Martínez en el escenario electoral es el más preocupante llamado para que el país se fije en el camino que lleva el instrumento vital de la política para que la nación pueda lograr la transformación necesaria y transitar de un país que raya en lo salvaje y entrar al mundo de la civilización.

Pero candidatos como Abel Martínez es un mal ejemplo para nuestros jóvenes y viejos, porque representa lo peor del nauseabundo mundo político, cuyo único logro a exhibir es haberse apropiado de lo que no es suyo para entonces buscar dirigir a todos sus demás compatriotas sobre la base de las peores de las distorsiones.

Abel Martínez es el candidato que simboliza el antivalor de aquel que quiere lograr lo que busca a cualquier precio, sin importar las consecuencias.

Los dominicanos estamos en un escenario de grandes preocupaciones en el que nadie le cree a nadie, porque el lenguaje de moda es donde está lo mío.

Abel es un candidato de “juego” que testimonia hasta dónde estamos degradados y sin credibilidad.

Punto.

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Editorial

Un debate que se queda en las buenas intenciones de sus organizadores.

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El debate presidencial entre los tres principales candidatos en las elecciones del próximo 19 de mayo del 2024 representa un escenario que por sí solo no constituye ni genera ningún tipo de esperanza en una democracia con niveles muy alto de descredito.

No importa que hermosos sean los discursos de figura como Leonel Fernández, Abel Martínez y del presidente Luis Abinader, porque hay una expresión que dice por sus hechos los conoceréis.

Habrá alguien que se atreva a decir que aparte de lo que ellos puedan prometer estos tres personajes tienen algo tangible en favor de la democracia dominicana, máxime en el tema más delicado de la vida nacional que es el que tiene que ver con un comportamiento ético.

Este periódico entiende que ello sería vender una mentira que tarde o temprano se confirma una vez más, ya que son tantas sus falencias que no hay forma de que lo dicho por ellos pueda servir para mejorar los niveles de credibilidad de la democracia.

En realidad, es como si se tratara de un circo, donde sus protagonistas no es verdad que motivan una reacción saludable para que se puedan vender muchas boletas y aumentar la asistencia a ese entretenimiento.

Y el problema no radica en la edad, para específicamente hablar de Leonel Fernández, sino con lo que ha sido su conducta, ya que es muy poco lo que se puede creer de lo que dice, aunque lo propio se puede decir de los relativamente jóvenes que están en el mismo entorno como Abel Martínez o Luis Abinader, lo cual lo hace viejos de pensamientos y en consecuencia representantes de la misma cosa.

Es decir, que la juventud de Abel Martínez significa lo mismo, dado que su comportamiento en el escenario político nacional y su vida pública son más contundentes que cualquier otra cosa y que de todo lo que se pueda decir.

El presidente Abinader tampoco tiene la credibilidad suficiente para mejorar  la democracia nacional, entonces siendo así el debate es una herramienta que en este caso sirve de poco.

Y no es que el mismo no sea idóneo siempre y cuando cambien los referentes de los personajes que intervienen en él, sino que su efecto sólo será posible si quienes exponen sus ideas avalan éstas con una conducta que haga creíble lo que dicen.

De otro modo, es como nadar en el mar, dado que el color de la pluma del pájaro no descansa en pintarlo del color que más puede gustar en el escenario donde vuela, sino de aquella que es la natural y que sin importar lo fea que sea no distorsiona  el mensaje fundamentado en la verdad, la originalidad, la transparencia y la formalidad que reclaman las circunstancias.

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Editorial

Policías y militares dominicanos no difieren mucho de los haitianos.

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Si una cosa debe preocupar a la sociedad dominicana tiene que ser el comportamiento de sus policías y militares, porque la gran mayoría no exhibe una buena conducta.

Si se revisa la participación policial y militar en los atracos y robos a mano armada que ocurren en el territorio nacional,  siempre se encontrará la sombre de miembros de los cuerpos armados.

Y si se analizara el problema a partir de lo que ocurre en la frontera, las cosas se complican, porque aparte de que son los militares destacados allí los que permiten la entrada de los haitianos, también fácilmente va a quedar al descubierto que por ahí entra mas que seres humanos, sino  droga,  trata de blanca y miles de actividades ilegales.

Lo complicado del asunto es que el lenguaje que se habla en esa parte del pais es el del dinero dinero, cuyo involucramiento de los militares destacados allí  proviene de los partidos políticos, en los que todo tiene un precio y sólo las cosas caminan cuando cada uno recibe los suyos.

Es decir, que pedir un comportamiento ético y mística en las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional es una quimera que no parece tan fácil de lograr.

El país está inmerso en la fiesta de los cuartos y el que no tiene la audacia para buscarlo y repartir se queda fuera de la misma, porque nadie lo quiera a su lado y precisamente así están los cuerpos armados de la nación.

Ahí está la explicación del comportamiento de los miembros de la Dirección Nacional de Migración, quienes están más atentos de las propiedades de los haitianos que de su documentación y si son o no ilegales.

Lo grave del problema es que, aunque muchos superiores hablan todo lo que les viene a la boca cuando se produce un escándalo, lo cierto es que nadie está fuera del botín, cuyos beneficiarios no les importa otra cosa que acumular dinero sin importar las consecuencias e incluso aunque tengan que poner en peligro los intereses de la patria.

Si este comportamiento no es detenido al precio que sea, la República Dominicana va a sufrir un deterioro en su imagen que llegará un momento que el mal va ser muy difícil revertir.

El problema toma cuerpo, porque se profundiza la crisis de valores, pero no parece que el mal pueda ser detenido porque es la mayoría de la gente que anda en la misma onda.

Solo queda observar.

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