Por Nelson Encarnación
En el manejo de las relaciones entre los Estados surgen intríngulis que solo el jefe de la política exterior, esto es, el presidente de la República, está en condiciones de saber y de enfrentar.
Es probable que con el polémico tema que envuelve el proyecto de ley de trata de personas y otras cuestiones relacionadas con la política hacia Haití, el presidente Luis Abinader se encuentre en esta posición, es decir, frente a situaciones y hechos que solo él conoce y decide.
En esas condiciones es dable asumir que el mandatario habrá estado sometido a presiones para que afloje su determinación frente al caso haitiano, sobre la cual ha desarrollado una discursiva que va a tono con los intereses nacionales, llegando incluso a rehusar, en la reciente Cumbre de las Américas, la firma de la declaración final en sentido opuesto a su criterio.
Sin embargo, al presentar el indicado proyecto, el jefe del Estado se ha expuesto a un riesgo innecesario, si nos atenemos al hecho de que dos presidentes que le antecedieron le dieron de lado a ese asunto.
Y es que todo lo que atañe a la situación haitiana genera urticarias en la epidermis nacional, dado que las potencias mundiales—o varias de ellas, para ser menos absolutos—creen que Haití y su desgracia son responsabilidad de la República Dominicana.
No se olvide que esos intereses han buscado todas las formas que su creatividad les permite para tirarnos el caso haitiano, razón por la cual todo lo que huela a ese despropósito pone a la sociedad dominicana en guardia.
Es lo que ha sucedido con el proyecto en cuestión, retirado en medio del vendaval de críticas para buscar consenso con todos los sectores nacionales, donde se pudiera aligerar esa carga.
Empero, el logro de consenso tiene un camino poco auspicioso en las presentes circunstancias, las cuales son favorables al presidente para deshacerse de las presiones que de seguro ha venido recibiendo para que el Gobierno actúe en la dirección que quieren esos intereses.
Una decisión de ese calado no debe ser asumida por el Gobierno de manera solitaria, pues sabemos que su dimensión la convierte en tema-país con todas sus implicaciones en el ámbito político y, más aun, electoral.
¿Por qué tiene el presidente Abinader que cargar un fardo al que rehuyeron los presidentes Leonel Fernández y Danilo Medina?
Esto, sin mencionar la firme determinación de Joaquín Balaguer de enfrentarse en su momento a presiones para establecer campamentos de refugiados en el lado dominicano de la frontera.
Y es que los esfuerzos posteriores de las potencias han ido en esa misma dirección, aunque con nombres disfrazados. ¡Pues no!