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Editorial

Un País Bendecido por el Todo Poderoso

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La República Dominicana está amenazada desde hace muchos años de ser devastada por un fenómeno natural, principalmente por terremotos, por ser tierras altamente sísmicas, pero que parece como si la propia naturaleza haya cambiado la ocurrencia cíclica de los sismos.

Un terremoto por encima de los siete grados sería definitivamente mortal para la República Dominicana, pero lo que muchos atribuyen a una bendición del todo poderoso, ha evitado semejante tragedia, porque se sabe de más que por sus niveles de improvisación las consecuencias serían catastróficas.

Sin embargo, la ubicación del país en una zona azotada por una temporada de huracanes muy activa como la actual, agrega otra amenaza muy peligrosa para la República Dominicana, pero la suerte o la bendición divina parece que también en cierto modo nos libera de los daños pronosticados.

Los especialistas coinciden en que Irma se ha condolido de los dominicanos, sobre todo de los más pobres que son los más vulnerables, porque tienen casitas de yaguas, zinc y cartón, además de que no tienen qué comer en cualquier época del año, no importa que seamos o no impactados por este fenómeno de la naturaleza.

De acuerdo a los informes, Irma ha disminuido su intensidad a su llegada al entorno de la República Dominicana y pese a que sus vientos siempre serán una amenaza para la gran mayoría de la gente, sus ráfagas no son tan intensas como cuando azotó a San Martín, Puerto Rico y  Barbuda, donde arrasó y convirtió por lo menos ésta última en tierra de nadie.

Las lluvias y los vientos de Irma todavía no han llegado a la República Dominicana con toda su fortaleza, ya que eso será a partir de las tres de la tarde de este jueves, pero se observa que el país no será impactado con tanto fuerza como se esperaba y se advirtió.

De ser así, podríamos proclamar que somos un país protegido por el Todopoderoso, pese a que los dominicanos no hemos tenido la misma suerte con los huracanes políticos que se lo han llevado prácticamente todo a su paso por el escenario nacional.

Podemos asegurar que los daños causados por huracanes como David nunca fueron tantos y tan cuantiosos como los provocados por los fenómenos de la corrupción y la impunidad, cuyos encargados de combatir estos flagelos los promueven de una forma descarada y sin  vergüenza.

El último capítulo de corrupción e impunidad es el caso de los Súper Tucanos, en  el cual el Ministerio Público, cuya responsabilidad consiste en perseguir el crimen y el delito, termina en una especie de complicidad que daña a todos y cada uno de los dominicanos.

Esa política del Ministerio Público, sin lugar a dudas, ha impactado más negativamente que todos los huracanes que han causado muchos daños en el país, porque han promovido más pobreza e injusticias sociales que cualquier otro fenómeno.

Y ni que hablar de los desplazados, porque son varios millones la cantidad de criollos que ha tenido que largarse del país por los fenómenos de la corrupción y la impunidad, cuyas consecuencias se llevan de paro la igualdad de oportunidades, el  bien común y la convivencia nacional.

Gracias al Todopoderoso por protegernos de los fenómenos naturales, lo cual ojalá se haga extensivo hacia los huracanes políticos que azotan al país y en consecuencia a toda nuestra gente desde hace décadas, por no decir siglos.

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Editorial

Un año nuevo que llega lleno de preocupaciones.

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El discurrir nacional constituye una repetición de los problemas que arrastra el país desde antes de su nacimiento como república.

Nos asaltan las mismas deficiencias de hace por lo menos medio siglo, falta de un servicio de agua potable eficiente y lo propio hay que decir de la energía eléctrica, pese a que van y vienen préstamos que comprometen la capacidad crediticia per cápita de los dominicanos.

Este fenómeno tiene el agravante de que hace entrada un año que es la antesala de un proceso electoral que, si bien es para escoger a las autoridades nacionales, es una vía también para medir el desempeño de la democracia, la cual luce muy resquebrajada y débil.

El comportamiento ciudadano deja más preguntas que respuestas frente a un panorama tétrica, porque se observan muchos problemas tanto en el gobernante como en el gobernado.

De lo que si se puede estar seguro es que queda muy poco margen para evitar que la democracia entre en una crisis de proporciones insospechadas, dado que no es mucha la posibilidad para contrarrestarla, la cual se podría profundizar en un sistema sin ninguna credibilidad.

El soporte de la democracia nacional cada día sufre un mayor deterioro como consecuencia de que su herramienta principal, que no es otra que los partidos políticos, se mueve sobre la base de repetir una conducta desde el poder de lo mismo que se han pasado criticando a su contrincante cuando están en el gobierno.

Un buen ejemplo al respecto es PRM que fue un crítico en contra del PLD y ahora tras su llegada al control de la cosa publica repite la misma conducta de los morados.

Ello es así, por ejemplo,  en política exterior y endeudamiento público, así como en corrupción, que no forma de saber cuál es peor, pero lo propio hay que decir de Leonel Fernández y su llamada Fuerza del Pueblo.

Sin embargo, se advierte que a pesar del descredito de todos los partidos políticos, todavía no ha surgido en el escenario nacional ninguna propuesta que garantice una mejora del deterioro de la credibilidad de la llamada democracia representativa.

En lo que respecta al año que prácticamente hace su entrada, hay que decir, que si en los primeros seis meses del 2026 en el país no surge una propuesta innovadora, entraríamos en una curva de un retroceso peligroso para la democracia, porque se trata de un enfermo que podría resultar difícil, sino imposible, su sanación.

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Editorial

La solemnidad de una justicia con pies de barro.

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La promoción de la vía de hecho por la ineficacia de la justicia nacional, son muy pocos los quieren verla, unos por su baja formación y su pensamiento no profundo y otros porque son parte del mal.

Pero lo cierto es que el fenómeno constituye un problema de una magnitud insospechada y de una peligrosidad que amenaza las propias entrañas de la fallida democracia nacional.

El asunto no parece tener una solución fácil en razón de que tiene un componente profundamente político y cultural.

Los debilidad y la vocación de violar la ley suprema y las adjetivas de la noción puede echarlo todo a perder, sobre todo porque no se trata de un mal a nivel de una sola instancia publica, sino de todo el tejido social e institucional.

El nivel de la problemática del sistema de justicia nacional se podría convertir en una falta que también comprometa la responsabilidad civil y penal del Estado porque se trata de la violación de derechos humanos fundamentales protegidos por el derecho internacional,

Son múltiples y variadas las violaciones de los derechos fundamentales en que incurren los tribunales nacionales a través del no respeto de los plazos razonables y en consecuencia de la tutela judicial efectiva, el debido proceso y el derecho a la defensa.

Otros principios constitucionales violados por los actores del sistema de justicia son el de celeridad, economía procesal y el de analogía, así como el del juez natural y el de estatuir ante pruebas aportadas por las partes,

En realidad se trata de un asunto de una dimensión inmedible, cuya solución no parece tan simple y sencilla.

Ahora mismo puede decirse  con toda seguridad que la ineficacia y contaminación politiquera del sistema de justicia produce en la nación un efecto que lo daña todo, absolutamente todo.

Es un verdadero cáncer que impacta todo el cuerpo social de la Republica Dominicana

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Editorial

Un problema que no se ve a simple vista.

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La educación superior dominicana, que como bien se establece en el reportaje que aparece en la sección “De Portada” de este diario, implica un problema que debe motivar profundas reflexiones para que el país se avoque a pasar de la deficiencia a la calidad de la enseñanza universitaria.

Pero este es un asunto que sólo puede solucionarlo el Estado, el cual no está en capacidad de dar los pasos para que al cabo de algunos años el cuadro pueda dar un giro positivo.

La tendencia entre los dominicanos es sólo ver lo que está frente a ellos, sobre todo en materia de educación universitaria, pero no hay forma de llevar su mirada crítica a lo que requiere de un esfuerzo más profundo y exhaustivo.

El gran problema de la educación superior del país es que no sólo la situación depende de la negligencia y la deficiencia del Estado, sino que además que no se cuenta con una cultura para crear un cuerpo profesoral preparado para impartir docencia a nivel universitario, aunque, naturalmente, una cosa depende de la otra.

De manera, que los resultados no pueden ser peores, cuyos egresados, penosamente, terminan su carrera con una formación tan precaria que en la práctica son analfabetos funcionales.

Lo peligroso del fenómeno es que la sociedad está frente a médicos que puedan matar al paciente, ingeniero civil que construya una obra que puede caerle en la cabeza en cualquier momento a sus propietarios y un abogado que no puede asesorar idóneamente a su clientes y en consecuencia poner en peligro, por su poca formación, la tutela judicial efectivo, el debido proceso y el derecho a la defensa.

De manera, que el asunto no es como se puede ver a simple vista, sino que se trata de una deficiencia que aparte de hablar muy mal de toda la sociedad, amenaza la seguridad nacional, todo como resultado de un problema integral que impacta a todo el Estado.

Lo grave del problema es que no se ven soluciones fáciles en el camino, porque además la explicación de una educación superior fundamentada más en el negocio vulgar que en un plan nacional para lograr los índices de desarrollo del mundo competitivo de hoy, es parte de una cultura nacional y de un neoliberalismo salvaje que se lleva de paso todo lo bueno.

La realidad es que no es posible poner en orden las universidades nacionales, ya que en el país todo está contaminado con la politiquería, de arriba hacia abajo y lo contrario, de abajo hacia arriba.

Se impone entonces la siguiente pregunta: ¿Quién nos sacará del tremendo tollo de la educación superior nacional, aunque la respuesta más realista es que no hay una respuesta convincente y que satisfaga.

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