La tolerancia que prevalece en la República Dominicana frente al preocupante fenómeno de la corrupción coloca al país en medio de un gran dique de contención para promover desarrollo, sobre todo humano.
La indiferencia ante los bochornosos actos de corrupción, tanto en el sector privado como en el público, coloca a la República Dominicana en un derrotero que sólo garantiza aumentos de la delincuencia, la violencia y la incapacidad del Estado para satisfacer necesidades sociales.
Es un problema que debe enfocarse desde una perspectiva integral para poder llegar a los correctivos de lugar.
Sin embargo, cuando se analizan las encuestas y se observa la tolerancia que exhiben gobernados y gobernantes frente al problema de la corrupción, entonces podemos caer hasta en una posición pesimista y derrotista.
Esta realidad podría llevarnos a decir que “ésto se jodio”, expresión muy popular entre los dominicanos cuando han perdido la esperanza de que el país cambie el rumbo que lleva.
En la actualidad mientras se debate la corrupción que arropa a personajes del sector privado y funcionarios públicos de Brasil, en la República Dominicana no existe la voluntad política de investigar escándalos que conectan al país con los protagonistas de lo mal hecho en la hermana nación.
Nos referimos de manera muy concreta a las construcciones públicas que hace en el país la empresa Odebrech, cuyo presidente hoy está condenado y otros oscuros personajes son investigados por la misma causa en Brasil.
Sin embargo, en la República Dominicana esta empresa actúa a sus anchas a pesar de que esas obras son pagadas con recursos del pueblo dominicano.
Lo propio ha ocurrido también con la compra de los aviones Supertucanos, donde se ha comprobado que ha habido sobornos a funcionarios públicos de la República Dominicana y que los mismos fueron comprados a sobreprecio.
Lo cierto es que no se hace lo suficiente para parar un derroche de dinero en corrupción, tanto pública como privada, lo cual profundiza la gran tragedia social que golpea a la República Dominicana.
La indiferencia de gobernantes y gobernados frente al fenómeno de la corrupción, a diferencia de lo que pasa en otros países del continente, nos advierte que somos víctimas de una cultura del robo y tal vez de la ignorancia de muchos ciudadanos del poder que implica esa condición para contar con una buena y bien fiscalizada democracia.