Opciones todas problemáticas: aumentar impuestos, tomar más préstamos, o reducir el gasto público. Lo primero se intentó y generó rechazo. Lo segundo depende de otros.
Por Rosario Espinal
Por años, las autoridades han informado que la República Dominicana es uno de los países con mayor crecimiento económico en la región, y para el 2021 ya se augura un crecimiento significativo. ¡Qué bueno! El crecimiento es condición necesaria, aunque no suficiente, para mejorar las condiciones de vida de la gente.
Sorprende, sin embargo, que, a pesar de tanto crecimiento, mucha gente se mantenga en la pobreza, que muchos no reciban electricidad constante en sus hogares ni tampoco agua potable, que los centros de salud de atención primaria no existan en muchas comunidades u ofrezcan servicios precarios, y que la educación pública no prepare bien a los estudiantes.
La lista de problemas es larga, agravada ahora con la pandemia, pero se encubre con el argumento de que la economía exhibe altas tasas de crecimiento.
Sin duda, la estabilidad política ha facilitado el crecimiento económico. Los inversionistas internacionales gustan de países estables. Eso no quiere decir exactamente democráticos, sino que el gobierno tenga capacidad de controlar las presiones sociales y garantizar un Estado de Derecho favorable a las inversiones.
Las compañías internacionales calificadoras de riesgo emiten sus evaluaciones determinando cuánto riesgo presenta un país para esos inversionistas, y la República Dominicana ha estado bien posicionada por la estabilidad económica y política. De ahí el flujo de inversiones extranjeras y las facilidades de préstamos internacionales en las últimas décadas.
En tiempos de vacas gordas, los países con previsión acumulan recursos para amortiguar los efectos negativos de una posible disminución del crecimiento en época de vacas flacas.
En la República Dominicana, desde hace años, los gobiernos recurren cada vez más al crédito para amortiguar los déficits, y es así como se ha podido enfrentar la pandemia. Ese modelo, sin embargo, representa un peligro a futuro porque no hay economía que pueda siempre crecer y endeudarse simultáneamente, mucho menos una del capitalismo subdesarrollado.
Los tiempos de vacas flacas siempre llegan por una razón u otra. Ahora por la pandemia.
Sabemos que el Gobierno tiene que hacer inversiones en infraestructuras. Que hay una gran deuda social con el pueblo dominicano. Que la pandemia agrava todos los problemas históricos de pobreza y desigualdad, de acumulación de deuda pública y de limitaciones para recaudar más impuestos.
Es difícil lograr que los ricos acepten pagar más impuestos o perder subsidios. Tienen mucho poder y lo usan para obtener y mantener beneficios. La clase media en el sector formal de la economía está sobrecargada de impuestos y los pobres no tienen mucho para aportar significativamente al fisco. Por eso, un Pacto Fiscal es prácticamente imposible, aunque se hable frecuentemente del tema.
El gran desafío de los próximos años es conjugar crecimiento, mayor recaudación y eficiencia pública para bajar los niveles de pobreza, que han aumentado aún más con la pandemia, y ofrecer garantías de bienestar al amplio segmento de clase media. Si antes era difícil lograr todo eso, ahora, en tiempos de vacas flacas, es más complicado.
La disyuntiva actual del Gobierno es escoger entre opciones todas problemáticas: aumentar impuestos, tomar más préstamos, o reducir el gasto público. Lo primero se intentó y generó rechazo. Lo segundo depende de otros. Lo tercero se está aplicando a la inversión en infraestructura porque los gastos corrientes no se contienen