Opinión
Arando con los mismos bueyes
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13 años agoon
Danilo Medina asumió la Presidencia de República Dominicana y las predicciones sobre cómo gobernará el país, no se hicieron esperar. Amigos y adversarios opinan en función de sus deseos y prejuicios. Pronosticar el futuro no es una asignatura que alguien pueda asegurar que ha aprobado. Unos y otros, pudieran tener razón en sus opiniones así como podrían estar totalmente equivocados.
Me picó entonces la curiosidad por saber cómo yo había opinado en cada cambio de gobierno en las tres décadas recientes. Como referencia, revisé mis artículos periodísticos, tratando de descubrir aciertos y errores.
En 1986 escribí: “hemos despedido a Salvador Jorge Blanco con un suspiro de alivio, cuando no con un ¡zape! Establecí que “muy difícil es la situación en que los perredeístas han dejado las arcas del Estado, al mismo tiempo que los mercados internacionales no son favorables”. Pronostiqué entonces que “los reformistas buscarían enterrar al PRD”, haciendo un gobierno relativamente diferente, acelerando la circulación del dinero en manos del pueblo. Y no lo hicieron.
En 1994 los reformistas, “enriquecidos a la carrera, muerden como hicotea los mecanismos del poder para no entregar, voluntariamente, lo que tan fácil les ha llegado en un gobierno en el que predomina la impunidad”. Y en cuanto a los peledeístas escribí entonces: “por el otro lado de la rosca están los que, supuestamente en la oposición a Balaguer, entienden que para llegar a un cargo público, tienen que renegar de lo que tanto han pregonado. Esos tienden a ser más exagerados que los propios balagueristas en los ataques al enemigo común de este momento (el PRD)”.
En 1996, me forjé ilusiones con Leonel Fernández cuando escribí: “Creo que para lograr la verdadera gobernabilidad, el nuevo Presidente cuenta con una habilidad como la de Juan Bosch de 1962: la forma de comunicarse con el pueblo y lograr su apoyo.” Confiando en la buena fe de Leonel dije: “Por supuesto que uno tiene que entender que es tanto lo que ha sido arruinado este país durante la década reciente que, antes de empezar a construir lo mejor, hay que desarticular lo peor”. Y no lo desarticuló.
En el 2000, después del frustrado experimento de fusión peledeísta=balaguerista, hice un llamado a no evaluar con mucha severidad. Decía: “no hay que olvidar que de las transiciones en el cuadro presidencial, ésta ha sido la más pacífica y la menos traumática, luego del gacetazo de 1978, el sacrificio de Guzmán, el carcelazo de Jorge Blanco y los reiterados fraudes electorales de Balaguer”.
En el 2004, consideré que “muchos dominicanos tienen más esperanzas depositadas en Leonel Fernández para que, por lo menos, frene la crisis que sufre el país. Además, esos sabrán de sobra que no puede desperdiciarse un minuto ante la magnitud de la debacle”. Y me equivoqué.
Defraudado hasta los extremos, en el 2008 publiqué: “por enésima vez, el presidente Leonel Fernández contrae el compromiso de ejecutar un Plan Estratégico Nacional de Ética y Sanción de la Corrupción. Lamentablemente, los resultados de promesas anteriores solo han conducido a la pérdida de credibilidad. La corrupción no parece molestar a las autoridades a cargo de esa responsabilidad”.
Hoy en el 2012, luego de tres décadas en que diversos estilos han primado en la Presidencia, podemos concluir que cada gobierno que hemos soportado, ha sido peor que el anterior. Para los dominicanos eso no necesita demostración. Ahora toma posesión Danilo Medina, coincidente políticamente con Leonel Fernández a pesar de sus estilos. Asume la posición de “pitcher tapón”, el lanzador relevista que tiene la misión de que su equipo continúe manteniendo el “score” y evitando que los adversarios anoten carreras. Como considera que está ganando el juego, Danilo mantiene la misma alineación que han mantenido hasta ahora.
De lo que tiene que cuidarse es de que no se le esté considerando sólo como relevista intermedio, dado que la Vicepresidenta podría considerarse “la cerradora”. Por eso, no le queda más remedio que apretarse el cinturón y hacer saber que no es muñeco de nadie.
Y, a veces, recordar que hay un pueblo azotado por la corrupción y la impunidad, que sufre hambre, ignorancia y discrimen gracias a los gobiernos que sus nuevos millonarios han aplicado.
Artículo publicado originalmente en el periódico HOY
Por Isaías Ramos
En el artículo anterior, “Cuando trabajar no alcanza”, mostramos lo esencial: en nuestro país hay trabajadores a tiempo completo que, aun cumpliendo con todo, no alcanzan el costo de la canasta básica. Hoy toca cerrar el círculo con una pregunta inevitable: si el Estado asegura que no tiene margen para indexar el ISR ni para acercar los salarios a la canasta, ¿cómo sí lo tiene para blindar exenciones y subsidios que ya rondan el medio billón de pesos al año?
La comparación es contundente: alrededor de RD$19 mil millones para cumplir la indexación —lo mínimo para que la inflación no se coma el salario por la vía del impuesto— frente a más de RD$500 mil millones en gasto tributario y subsidios no focalizados. Esa diferencia no es técnica; es moral. Es un impuesto silencioso al trabajo para sostener privilegios que casi nunca rinden cuentas.
No hablamos de milagros, sino de coherencia constitucional.
Primero derechos; después privilegios.
La indexación es justicia básica; que el salario cubra la canasta es dignidad mínima. Cuando eso no ocurre, todo lo demás se convierte en una transferencia regresiva: recursos públicos arriba y salarios de subsistencia abajo.
Lo vemos en historias como la de Marta, cajera en una tienda que abre seis días a la semana. Gana el salario mínimo del tramo superior y aun así no le alcanza para transporte, alimentos y educación básica de sus hijos. Todos conocemos una Marta. Su caso no es la excepción; es el reflejo de un modelo.
Reconocemos, sin ambigüedades, que ciertos sectores han traído inversión y empleo. Pero en un Estado Social y Democrático de Derecho, la prioridad no se discute: derechos primero, incentivos después. Si un sector recibe exenciones millonarias durante décadas, la contrapartida mínima es un salario mediano por encima de la canasta y una reducción verificable de la informalidad. Y si los beneficios se justifican por su aporte, ese aporte debe comprobarse con datos públicos.
Las preguntas son simples, y las respuestas deberían serlo también:
- ¿Cuál es su salario mediano y qué parte de la canasta cubre?
- ¿Cuál es su aporte fiscal neto, descontadas exenciones y transferencias?
- ¿Qué metas salariales y de formalización han cumplido —auditadas y con plazos—?
Si esas respuestas no existen, la falla no está en quien critica, sino en un modelo que evita mirarse al espejo.
Cuando miramos la región, el panorama se vuelve más claro y más crudo. Llevamos décadas creciendo alrededor de 5 % anual, más del doble del promedio latinoamericano. Sin embargo, datos del Banco Mundial muestran que menos de 2 % de los dominicanos ascendió de grupo de ingreso en una década, frente a un 41 % regional. Es una de las movilidades más bajas de América Latina: un motor económico de alta potencia montado sobre una carrocería social demasiado frágil.
A eso se suma un mercado laboral con alrededor de 55 % de informalidad, superando un promedio regional que ya bordea la mitad. Millones de personas trabajan sin contrato, sin protección y sin capacidad de negociación. Mientras tanto, el salario mínimo formal del sector privado no sectorizado —según el tamaño de la empresa— oscila hoy entre unos RD$16,000 en las microempresas y cerca de RD$28,000 en las grandes, y ni siquiera en su tramo superior alcanza el costo de la canasta familiar nacional, que ronda los RD$47,500, ni la canasta del quintil 1, situada en torno a RD$28,400. La mayoría de los trabajadores informales ni siquiera se acerca a esos montos.
Ahí está el nudo del modelo: un PIB que corre por delante del promedio regional, con salarios más bajos, más informalidad y menor movilidad que casi todos. Ahí es donde la retórica del “milagro” deja de coincidir con lo que millones viven cada día: jornadas largas, ingresos insuficientes y un crecimiento que no se traduce en dignidad.
Y, mientras tanto, la indexación —que solo evita que el impuesto castigue el salario— se presenta como inalcanzable. No lo es. Lo inalcanzable es pretender estabilidad congelando la protección del trabajador mientras se blindan privilegios que nadie revisa con lupa desde hace décadas. Eso no es estabilidad; es un subsidio a la precariedad.
La discusión no es “si hay dinero”, sino de dónde es justo que salga.
¿De quienes ya no pueden más, o de exenciones que llevan medio siglo sin evaluación seria?
¿De la nómina de la clase trabajadora, o de regímenes especiales convertidos en vacas sagradas?
En el Frente Cívico y Social entendemos que la guía es simple y está escrita en la Constitución. El artículo 62 establece, entre otras cosas, que es finalidad esencial del Estado fomentar el empleo digno y remunerado y, en su numeral 9, consagra el derecho a un salario justo y suficiente para vivir con dignidad. No es poesía; es mandato. Si el salario mediano de un sector no cubre la canasta, ese sector no cumple con la dignidad mínima. Y si además recibe exenciones, la obligación de rendir cuentas es aún mayor.
Y porque no hay dignidad sin desarrollo, no olvidemos lo esencial: salario digno es demanda interna, productividad futura y estabilidad social. Con sueldos de miseria no se construye un mercado interno robusto, no se fortalece el capital humano, no hay escalera de movilidad. Lo que se “ahorra” hoy en salarios bajos se paga mañana en menor crecimiento y mayor conflictividad.
En una frase: un país que se respeta no pone el privilegio por encima del salario, ni el incentivo por encima de la dignidad. Cuando la política honra esa jerarquía, la estadística deja de ser consuelo y se convierte en vida vivible.
Despierta RD.
Las escaseces de divisas, alimentos, medicamentos, salarios y servicios públicos, como la electricidad, etc., predominan y se agravan en Cuba, donde no ha estallado una poblada contra el orden socio-político instaurado principalmente por la comprensión ciudadana del inhumano bloqueo económico-financiero y comercial de Estados Unidos y su inspiración en el líder histórico de su Revolución, Fidel Alejandro Castro Ruz. Ese prodigio comprueba el poder de la ideología y la herencia de los sistemas de valores como pilares para mantener el control del Estado.Opinión
La Corte Penal Internacional y los tribunales penales internacionales (2 de 2)
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14 horas agoon
diciembre 5, 2025Por Rommel Santos Diaz
La naturaleza sui generis de los tribunales Ad-Hoc los constituye al mismo tiempo como jurisdicciones que tienen un carácter limitado tanto ratione temporis como ratione loci.El Tribunal Penal Internacional para la Ex Yugoslavia solo tiene competencia para juzgar los crímenes cometidos a partir del 1 de enero de 1991 en el territorio de la Ex República Federal Socialista de Yugoslavia mientras que el Tribunal Penal Internacional para Ruanda tiene una competencia temporal aún más restringida dado que sólo puede juzgar los crímenes cometidos durante el año 1994 en el territorio de Ruanda.
Por su parte, la Corte Penal Internacional es un tribunal permanente que tiene una competencia ratione temporis de carácter prospectivo, vale decir, se aplica sólo a los crímenes cometidos luego del 1 de julio del 2002, fecha de la entrada en vigor de su Estatuto. Además, su competencia ratione loci se basa en el principio de territorialidad y no en el principio de jurisdicción universal.
Por otro lado, conviene destacar que la forma de creación de los tribunales penales internacionales determina a su vez el modo como estos tribunales internacionales se relacionan con las jurisdicciones internas.
Así por ejemplo, la Corte Penal Internacional se rige por el principio de complementariedad en relación a la jurisdicción interna de los Estados. Esto tiene particular relevancia en los casos de competencia concurrente con la jurisdicción nacional, dado que la jurisdicción del Tribunal Penal Internacional para la Ex Yugoslavia y del Tribunal Penal Internacional no es complementaria de la jurisdicción nacional, sino que en su lugar se trata de una jurisdicción internacional que tiene primacía sobre las instancias nacionales.
Lo anterior permite que en cualquier estado de un proceso ante un tribunal nacional tanto el Tribunal Penal Internacional para la Ex Yugoslavia y el Tribunal Penal Internacional para Ruanda puedan requerir a los tribunales nacionales la remisión del caso a sus respectivas competencias.
En relación a la existencia de mecanismos de cooperación judicial entre los tribunales penales internacionales, es pertinente subrayar que esta instituciones responden a principios distintos de aquellos que son propios del derecho penal internacional propios del derecho internacional privado y es en esta línea conservadora que ninguno de los estatutos de los tribunales internacionales contiene disposiciones específicas sobre cooperación entre ellos.
Así por ejemplo, el Estatuto de Roma regula las relaciones de cooperación y asistencia judicial sólo entre los Estados Parte y la Corte Penal Internacional y conforme al Artículo 2 de su Estatuto, se prevé en virtud del acuerdo entre la CPI y las Naciones Unidas, relaciones de cooperación con esta organización internacional.
Por tanto, el tratado de Roma no contiene referencias relativas a la forma como la Corte Penal Internacional podría vincularse con otros tribunales del sistema de justicia penal internacional.
Finalmente, tal como se observa en las líneas precedentes no existe un vínculo normativo entre la Corte Penal Internacional y los tribunales Ad-Hoc . No obstante, es innegable que la valiosa y extensa jurisprudencia del Tribunal Penal Internacional para la Ex Yugoslavia y el Tribunal Penal Internacional para Ruanda servirán como referente en el desarrollo del trabajo jurisprudencial de la CPI.
