Por Rosario Espinal
De ser cierto ese profundo amor a la patria, muchos dominicanos no se irían al exterior ni a las grandes ciudades y suplirían la mano de obra necesaria en la agricultura y la construcción, y los empresarios no contratarían tanta mano de obra indocumentada.
Se dice que en territorio dominicano hay dos millones de haitianos (hasta más he escuchado), pero los opinantes no han realizado un censo. Los únicos datos empíricos los ofrece la Encuesta Nacional de Inmigrantes de 2017, que estimó para ese entonces una población inmigrante haitiana de alrededor de medio millón.
Sea cual sea el número, la inmensa mayoría trabaja en la agricultura y la construcción.
Y que quede claro: los haitianos no están en la República Dominicana en campos de refugiados patrocinados por Naciones Unidas, ni Estados Unidos ni la Unión Europea. Tampoco hay soldados extranjeros en la frontera (ni en los hospitales ni las escuelas) obligando a la República Dominicana a acoger haitianos. Vienen a trabajar y son empleados por dominicanos supuestamente patriotas.
La mayoría de esos inmigrantes permanece por muchos años (incluso hasta morir) sin que el Estado dominicano sepa quienes son, porque no están registrados. O, si fueron registrados en el Plan Nacional de Migración de 2014-2016, el carné venció y el Gobierno no los está renovando.
La razón es que no ha habido interés en establecer quiénes son esos inmigrantes para no reconocerles derechos. Declararlos un atentado a la nación es más barato.
Por otro lado, muchos dominicanos, insatisfechos con las oportunidades que ofrece este país emigran; la mayoría a Estados Unidos.
En el exterior, muchos viven en permanente contradicción. Se quejan de los problemas de la República Dominicana (la migración haitiana incluida) y forman enclaves con características similares a los barrios populares dominicanos: música alta, basura, juego de dominó en las calles, etc.
Esos migrantes dominicanos que ven a los haitianos como destructores de la identidad cultural dominicana parece no percatarse de que los migrantes dominicanos ocupan espacios donde las normas de organización eran otras, y las transforman para el desagrado de los lugareños que también se sienten amenazados en su identidad cultural (ahí está Trump para agitarlos).
Los dominicanos de aquí y de allá aplauden que la llamada diáspora dominicana progrese en el campo laboral y la política de los países donde han emigrado, pero muchos no aceptan que los inmigrantes haitianos y sus descendientes logren lo mismo en tierra dominicana. ¡Vaya contradicción!
En los últimos 50 años, la República Dominicana ha experimentado una significativa migración hacia dentro y hacia fuera. La migración haitiana ofrece mano de obra barata a los empleadores dominicanos (por eso los dejan entrar y emplean), y la migración dominicana quita presión al sistema de demandas internas y es fuente de muchas remesas.
¿Para qué entonces tanto patriotismo de pacotilla?
De ser cierto ese profundo amor a la patria, muchos dominicanos no se irían al exterior ni a las grandes ciudades y suplirían la mano de obra necesaria en la agricultura y la construcción, y los empresarios no contratarían tanta mano de obra indocumentada.
El presidente Luis Abinader ha dicho que nacionalizará la mano de obra en la agricultura y la construcción. El tiempo dirá cuántos dominicanos patriotas hay (incluidos políticos, comunicadores e influencers) dispuestos a reemplazar los haitianos que trabajan de sol a sol en un lodazal.