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Opinión

A la luz de la cuarta ola de cambios en el continente

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Por Narciso Isa Conde

NARCISO-ISA-CONDE11111121Al llegar a los cincuenta años de fundadas las Fuerzas Armadas Revolucionarias Colombianas FARC -convertida en Ejercitó del Pueblo bajo la coordinación del  camarada Manuel Marulanda, a quien siempre admiré y valoré como uno de los luchadores revolucionarios más firme, persistente, sagaz, inteligente y abnegado de las insurgencias se nos presenta con nuevos emplazamientos la necesidad de volver sobre el debate de las formas de lucha, las fuerzas y los caminos de la revolución en nuestra América.

La guerra sucia contra el pueblo colombiano se inició a raíz del asesinato de Gaitán a raíz del Bogotazo en el año 1948, desatada a continuación la gran y prolongada matanza a cargo de las fuerzas conservadoras tuteladas por la oligarquía colombiana.

A la luz de lo acontecido durante esta larga, accidentada y heroica existencia de las FARC, me luce extremadamente inconsistente -aun en el contexto de los actuales diálogos en busca de una salida política al conflicto social armado- negar  la validez histórica de la lucha armada en la Colombia actual, en la Colombia que ha devenido en una plataforma de bases militares estadounidenses y en teatro de crueles operaciones militares y paramilitares.

Pero como esa inconsistencia se expresa desde una visión política-ideológica, que apelando a ciertas razones aparentes y superficiales, exhorta a descartar totalmente a escala continental la insurgencia popular, es preciso que nos esforcemos por valorar no simplemente el significado de las victorias electorales progresistas o de izquierda y la importancia de los procesos de reformas avanzadas que tienen lugar en una serie de países del continente, sino también -y sobre todo- los complejos caminos de la revolución en nuestra América; necesariamente conformados por las más variadas indignaciones y rebeldías, imposibilitada de ser excluida de ellas, por la esencia violenta y destructiva del presente capitalismo senil, altamente militarizado, el poder armado del pueblo como medio de acción y/o disuasión.

Y las FARC-EP son una obligada referencia en este importante debate.

 Los caminos

Esta reflexión resulta más pertinente en la medida existe una lectura interesada, unilateral y reduccionista de los procesos de cambio que se desarrollan en la región, la  que procura descartar todo lo que no sea el acceso al gobierno por elecciones y alienta reeditar el viejo dilema Vía Armada vs. Vía Pacífica o Violencia vs.  Elecciones, potenciando así el simplismo aquel que tanto contribuyó a la división de las izquierdas en los años 60 y 70 del pasado siglo XX.

No se trata de eso. La realidad actual es mucho más rica y compleja que esa supuesta disyuntiva.

Las propias FARC-EP, en su  proceso de desarrollo han evolucionado como un ejército guerrillero con milicias populares adicionales; se han constituido no solo como un ejército del pueblo, sino también como un partido comunista clandestino, como un movimiento político, social y cultural marxista-bolivariano, como una potente organización articuladora de un gran abanico de fuerzas transformadoras dispuestas a combatir en diversos escenarios; como un componente fundamental de un movimiento por la paz con justicia, soberanía y dignidad humana; como una especie de contra-poder popular abanderado de un pliego de demandas democratizadoras, articuladas a la propuesta de poder constituyente y orientada a la refundación del Estado colombiano.

No hay tabúes ni exclusiones de métodos.

No se reniega ni de las armas ni de los votos.

Todas las formas y modalidades de lucha tiene su validez y oportunidad, y todas admiten combinaciones, cada una en sus tiempos.

Las FARC han dado un gran aporte para superar visiones unilaterales, accionando ahora en el corazón de unos de los procesos con dinamismo ascendente y en el contexto de una oleada popular continental sensiblemente afectada en el presente por el impacto variado de concepciones reformistas al interior de las nuevas y viejas izquierdas gobernantes.

Nuevas reflexiones sobre la revolución necesaria.

En nuestro caso -y en el de no pocos/a revolucionarios/as de estos tiempos- las experiencias vividas y los intensos debates realizados a lo largo de las últimas décadas, (a consecuencia de los importantes acontecimientos registrados en este periodo), nos ha permitido desarrollar una visión cada vez más integral, abarcadora y profunda del acontecer continental y sus perspectivas; tomando siempre como eje irrenunciable la necesidad de la revolución, en tanto cambio radical en la hegemonía de clase, de género,  ideológica, cultural… en tanto cambio de los sujetos sociales en materia de poder en la sociedad civil popular y también en el poder estatal; en tanto respuesta a una crisis insoluble, ya crónica, dentro del capitalismo y la dominación imperialista.

 Y pienso que las FARC-EP no han estado ausentes de esas transformaciones en el modo de reflexionar, crecer, actuar y procurar una línea de acción y de acumulación integral y multifacética.

En sentido general, en no pocos escenarios nacionales del continente y del mundo, así se ha venido abordando este tema crucial en una parte de las izquierdas y sujetos transformadores, especialmente en cuanto a las modalidades de lucha y a la construcción de fuerzas y propuestas, a la acumulación político-militar y cultural, a la ruptura del monopolio militar impuesto desde el poder establecido en decadencia, a las transiciones revolucionarias y a las búsquedas de puntos de no retorno al pasado.

Igual respecto al nuevo poder en torno al vínculo Estado y sociedad, a las formas  de propiedad, a las relaciones del Estado, partidos y movimientos sociales; y  a las raíces culturales propias de los diferentes procesos.

También esta reelaboración toca al sistema jurídico-político, a la participación y las decisiones democráticas, a la institucionalidad, a las bases constitucionales del sistema y al proyecto estratégico de la sociedad sin Estado, siempre vinculado al proyecto de patria grande liberada y revolución mundial.

De esta nueva manera de pensar se deriva que no es lo mismo vía de la revolución y vía de la toma del poder central del Estado, ni tampoco que es igual hablar de vía de la revolución o de vía de la toma del poder que de las vías de aproximación a esos objetivos.

Y dentro de esta lógica ha estado muy presente la idea de que el poder del pueblo no simplemente se toma, sino que se crea, se construye en todos los órdenes, se desarrolla paralelamente al existente como contra-poder; y también se toma cuando se trata de reemplazar el viejo aparato estatal con la participación y decisión del pueblo; concebida fundamentalmente ese poder en estrecha relación con todos los pilares de la dominación, concebido como liberación y contra-hegemonía, autoridad bien ganada, influencia político-cultural decisiva en el tejido social y en las nuevas instituciones; como proyecto transformador de la sociedad y como poder popular.

Esto es, como transición a una sociedad basada en la asociación o comunidad de seres humanos absolutamente libres, lo que exige la extinción progresiva del Estado.

Experiencias que han estado presente en esta reflexión.

La determinación de las FARC-EP de no dejar de ser lo que ha sido y, por el contrario, superarse dialécticamente con la misma esencia, tiene un valor comparativo muy trascendente al interior del proceso continental.

La historia reciente y el presente latino-caribeño nos ayudan mucho en esta necesaria reflexión vinculada a la práctica revolucionaria.

En los años 70, en una fase de predominio de procesos violentos, Salvador Allende y la Unidad Popular lograron acceder al gobierno por la “vía pacífica”, a través de un proceso electoral.

No se trató, claro estaba, de un nuevo poder. Solo se alcanzó el gobierno.

Lo fallido en ese caso no fue alcanzar esa victoria electoral, sino la posterior incapacidad para defenderla y avanzar a consecuencia de una visión constitucionalista-reformista; la incapacidad política y militar para responder a la violencia y al poder militar de los enemigos de ese proceso. Las limitaciones para producir el paso de ser gobierno al poder real del pueblo.

Desafíos similares, en mejores condiciones y en contextos institucionales más avanzados, se le pueden presentar –y casos específicos se le están presentando- a procesos actuales como el venezolano, boliviano y el ecuatoriano si no optan por mediatizarse y se deciden por profundizar las reformas en dirección a la revolución. Esa necesaria profundización solo es posible a partir de una activa movilización popular y una necesaria recreación de las vanguardias transformadoras, hoy casi inexistentes, o desarticuladas, o dispersas.

No es lógico desde una óptica revolucionaria objetar avances por vía electoral (muchas veces precedidos de fuertes confrontaciones sociales), ni procede menospreciar cualquier otro triunfo electoral de carácter progresista, avanzado, inspirado en el propósito de avanzar hacia un proceso revolucionario.

Eso no es lo que está en cuestión.

Lo que se discute es si ese logro basta o no basta, si se debe detener la marcha en ese contexto institucional, si se debe o no ir más lejos, si en caso de pretender avanzar hacia un nuevo poder y hacia las transformaciones estructurales, se deben o no ignorar las respuestas necesarias a las consabidas resistencias violentas que eso entraña; si se debe  o no ceder frente a las reacciones de obstrucción, a las variadas reacciones de violencia contra-revolucionarias o anti-reformas, a la desestabilización y subversión reaccionaria, orquestada constantemente por una burguesía imperialista mafiosa asociada al gran capital local de igual calaña.

Si de antemano se debe desistir de la contrapartida revolucionaria y de la respuesta también violenta desde el pueblo ante esas obstrucciones reaccionarias.

Si se debe proceder de manera tal que el monopolio de las armas sea eternamente de las derechas y del imperialismo.

Lo que se cuestiona es si hay que declarar definitivamente clausurada la vía violenta, la guerra de guerrillas, las insurrecciones populares armadas, los levantamientos cívico-militares, los contragolpes revolucionarios, las guerras  patrióticas contra los invasores, las guerras de todo el pueblo, las guerras asimétricas…Más cuando estamos frente un poder imperialista, burguesías y derechas políticas caracterizadas por una vocación  no precisamente pacifista, algo totalmente ausente de la naturaleza violenta del sistema capitalista dominante, potenciada en medio de su múlti-crisis y de su actual dinámica destructiva.

Lo que objetamos es que anticipadamente líderes que actúan a nombre de las izquierdas en sus respectivos países y que ganan elecciones con esas banderas,  resignen (por los riesgos que conlleva) la necesidad de cambios profundos y se limiten a  paliar algunos males, a hacer reformas más o menos importantes, o a contemporizar en vertientes importantes de la dominación burguesa-imperialista, o a moverse  parcial y limitadamente con cierta independencia en la política exterior y a plegarse en otros aspectos significativos;  o, peor aun, a administrar y moderar inteligentemente  modelos neoliberales, o a intentar nuevos modelos social-demócratas.

Lo que hay que debatir es si las izquierdas, después de las recientes victorias electorales y sus ascensos a gobiernos -precedidas algunas de ellas de grandes convulsiones sociales- deben limitarse a reformar lo existente o deben proponerse reemprender el camino revolucionario.

Lo que se impone es discutir el carácter de la presente crisis capitalista. Si el poderío militar y mediático del imperialismo nos obliga a la moderación o si su crisis irresoluble nos brinda la oportunidad de hacer revolución.

En el actual proceso de cambios a nivel continental nos encontramos con actitudes diferenciadas entre sus protagonistas en cuanto a ese dilema.

La profundidad de las reformas es diferente en Ecuador y Bolivia, por ejemplo, a las que se dan en Brasil, Uruguay y El Salvador. La distancia es mayor respecto a Chile o Argentina.

La experiencia del proceso hacia la revolución en Venezuela es diferente en su origen, como lo fue en mayor grado el camino cubano y el mismo nicaragüense en su primera etapa.

La masacre militar a raíz del “Caracazo”, rompió en Venezuela la quietud del dominio de la partidocracia, de la burguesía parasitaria, de las transnacionales y del imperialismo estadounidense, y generó como contrapartida del levantamiento militar del MRB-200 encabezado por Chávez.

Se trató de una especie de insurrección militar impactante. Un acto de rebeldía armada, nada pacífico(aunque poco sangriento), que posibilitó una original acumulación de poder militar, garantía posterior de todas las victorias (electorales y no electorales) y transformaciones en paz; paz precaria, amenazada, asechada, no solo por el golpismo violento, sino por los procesos intervenciones gringos-colombianos camino a nuevas agresiones militares.

Si vemos las revoluciones como procesos, ni tan pacífico ha sido el proceso hacia ella que ha tenido lugar en la Venezuela bolivariana de  los últimos años. Su esencia, pese al peso de la vía electoral después del levantamiento militar de principio de los 90, no es el simple civilismo sino la alianza pueblo-fuerzas armadas.

Se trata, además, de un proceso inconcluso y todavía cargado de las incertidumbres  que pueden generar planes funestos del imperialismo, peores que las sediciones anteriores y que el golpe derrotado, como lo demuestran los acontecimientos recientes cargados de violentas guarimbas.

Un proceso afectado también por el peso del reformismo a nombre de la revolución y el peso del rentismo petrolero y la cultura consumista, mezclado con el capitalismo privado, a nombre del socialismo; aunque con una significativa corriente anticapitalista a su interior y significativos espacios de poder popular.

Un proceso constantemente amenazado por la violencia contrarrevolucionaria imperialista y la reacción fascistoide interna, amenazado por la penetración del para-militarismo colombiano y la intervención directa d EEUU, tal y como lo revelan múltiples hechos a lo largo de los últimos años.

Revolución pacífica pero armada, decía Chávez.

Por lo que desde ella no es correcto negar “persé” la pertinencia del uso de la contra-violencia armada y no armada desde el poder popular-comunal.

Esto sobre todo a la luz del recrudecimiento de la violencia contrarrevolucionaria y del persistente plan desestabilizador, impregnado del despliegue de fuertes componentes fascistas, imperialistas y paracos, puestos en marcha en Venezuela, apuntando también contra el avance de los diálogos de paz en Colombia.

No parece acertado abordar ese plan desestabilizador recurriendo en gran medida a las concesiones al gran capital privado y a las derechas, es decir, con dando pasos muy alejadas del contenido esencial de Golpe de Timón y del Plan de la Patria propuesto por Chávez; contrarias,  en fin, a la profundización del proceso y marcadas por la idea de pervivir o sobrevivir retrocediendo. Eso lejos de desalentar envalentona a sus protagonistas, que van logrando parte de sus objetivos combinando violencia y negociación.

Cuba tuvo que hacer dos años de revolución armada para vivir 50 años de paz, independencia y conquistas sociales trascendentes, pero nunca desistió de volver a la vía armada frente a la posible ejecución de los designios violentos de la contrarrevolución imperial. Por el contrario, su determinación en ese aspecto llegó al punto de darle cuerpo, como medio de autodefensa de masas, a la tesis de la guerra de todo el pueblo de inspiración vietnamita, sin dejar de poner sus cohetes de cara a la Florida.

Y por eso la Cuba revolucionaria no pudo ser derribada, vigente todavía la continuidad ascendente de su proceso -sensiblemente degradado a lo largo de varias décadas por el estatismo-burocrático- solo si al tiempo de preservar esa firmeza defensiva surgen factores capaces de reactivar la posibilidad de un relevo generacional, un viraje antiburocrático y socializante de lo estatal, y un nuevo modelo de orientación socialista más participativo y eficiente; perspectiva que lamentablemente se está quedando atrás por la marcada preeminencia del “camino chino”, reforzado ahora por la ley de inversión extranjera, que facilita la restauración pacífica (¿???) del capitalismo desde un estatismo burocrático abierto a la impronta actual de la burguesía transnacional.

Colombia, el valor de la insurgencia y los cincuenta años de FARC.

En Colombia existe una especie de engendro macabro en términos de Estado y de poder. Es, seguido del modelo represivo y fascistoide hondureño, la nota más discordante a escala continental.

Un Estado narco-paramilitar, terrorista, feroz.

Una dominación violenta, corrupta, asquerosa, criminal, en todos planos y vertientes, como la caracterizaron el comandante Marulanda, los líderes de las FARC y el ELN, y todos/as los/as dirigentes e intelectuales revolucionarios de ese país.

Un país con grados elevados de presencia militar estadounidense (siete bases militares) y arrastrado a jugar un papel puntero en los planes de agresión estadounidenses y de conquista militar de la Amazonía; así como en los programas contrarrevolucionarios contra Venezuela y Ecuador.

No hay que repetir aquí los datos que prueban su vocación persistente por el genocidio y las masacres. Esto dura ya 60 años y cada día ese poder se torna más violento y empobrecedor, más excluyente y saqueador. La era neoliberal y el poder de los halcones ha potenciado todo esto en el peor de los sentidos. Esto incluso ha cruzado los periodos de diálogos de paz y ha gravitado para abortarlos.

Cruza incluso el actual esfuerzo hacia la salida política -presente en la agenda de la Mesa de Diálogo de la Habana, traspasada felizmente al debate nacional- basado en un inmenso de deseo popular de paz, en la renovación de las convicciones colectivas a favor de una salida política a un conflicto social armado sin desenlace militar a la vista, y lo amenaza pese a estos tener mejor base de sustentación que los diálogos anteriores y haber logrado mayores avances.

Esos diálogos están también fundamentalmente amenazados por la raigambre de la violencia y el guerrerismo en Colombia y por la naturaleza del imperialismo y de su propia crisis.

La insurgencia, las FARC y el ELN, los movimientos sociales radicales, han sido una necesaria contrapartida; independientemente de cualquier error cometido en su largo y heroico batallar. Lejos de ser matriz de la violencia han sido esencialmente insurgencia por la paz y por la vida

Ese mérito estará definitivamente vinculado a la historia, al pensamiento y al accionar de esa leyenda viva y trascendente que el pueblo humilde bautizó cariñosamente con el sobrenombre de “Tiro Fijo”.

Se trata, por demás, de un importantísimo acumulado político-militar, no solo para enfrentar lo que está cruel realidad ha deparado y puede deparar, sino además como garantía para construir una paz sólida, erradicando las causas estructurales de la confrontación violenta.

Sugerirle a las FARC-EP que se desmovilice y acceda a la vida pública y legal en el contexto de un Estado con las características descritas y en una situación como la existente en Colombia  y en el mundo, es como pedirle que lo arriesgue todo y se exponga al exterminio; equivale a solicitarle que liquide de sopetón al patrimonio político-militar y el contrapoder integral construido en décadas de sacrificios y pase a ser víctima de segura de retaliaciones sin posibilidad de responder.

Aceptar ahora esa sugerencia envenenada, o decidirla por cuenta propia en cualquier otra oportunidad, es sencillamente suicida;  porque sería un paso hacia un abismo mortal y una forma de liquidar la opción de paz duradera, vinculada indisolublemente a la justicia social y a la soberanía nacional.

Esto implicaría disolver a cambio de nada, o de muy poco, el único ejército popular, irregular antiimperialista, pro-socialista, existente en Colombia y en esa sub-región.

Y digo el único, porque esa misma valoración es válida también para el ELN, que es aunque diferenciado y en menor escala, es el otro componente de ese ejército y de la contrapartida popular-militar insurgente colombiana, que junto al torrente político-social civil generado por ambas fuerzas y por innumerables movimientos transformadores gestados antes y durante los actuales diálogos de paz, han sido potenciados por la firmeza, por la profundidad propositiva y la apertura hacia la sociedad colombiana exhibida por las FARC-EP en esta nueva y difícil oportunidad para abrirle cauces a la paz; sin que se hayan conjurado los riesgos de recrudecimiento de la guerra por decisión del poder transnacional y local que históricamente la han sustentado y ahora vuelve a negarse a un cese al fuego.

La opción de paz depende de la preservación y ampliación de ese acumulado político- militar logrado por esa extraordinaria capacidad de resistencia exhibida a lo largo de los últimos 50 años, superando reveses, desmintiendo vaticinios agoreros, recuperándose de los golpes recibidos, venciendo estigmatizaciones perversas, creciendo en calidad y cantidad más allá de las declinaciones temporales, forzando a su reconocimiento como fuerza beligerante, combinando firmeza estratégica y flexibilidad táctica, renovando y enriqueciendo su pensamiento teórico-político sin embotar el filo revolucionario ni renunciar al proyecto emancipatorio socialista-comunista.

La opción de paz en un contexto de reformas sociales, políticas y económicas –no de revolución y socialismo en lo inmediato- contiene en su despliegue un eventual riesgo de embotar el filo revolucionario de la contra-parte anti-sistema, anticapitalista.

Cuando se consuman los acuerdos –algo no fácil en este nuevo caso- el uso de la legalidad  y la incursión en los espacios institucionales por una fuerza marxista revolucionaria, con grandes posibilidades de convertirse en una gran fuerza electoral, casi siempre emplaza desde las corrientes contradictorias que es capaz de generar, o a un proceso paulatino de integración al sistema reformado, o a emplear lo acumulado para dinamizar las reformas en dirección a las transformaciones revolucionarias de orientación socialista; incluida la asunción de nuevas y originales rupturas de la institucionalidad y del dominio del gran capital, desarrollando sin contemplaciones un potente contra-poder popular dinamitador del sistema dominante.

Ese proceso es complejo y contradictorio. El sistema tiene una gran capacidad contaminante e influye de múltiples maneras sobre sus contrarios.  El enemigo no solo nos hace la guerra con balas, bombas y artefactos militares. Tiene infinita facetas influyentes y una buena parte de las más sutiles tienen que ver con lo político-electoral, con las llamadas cuotas de poder, la cultura dominante y la nueva realidad material influyente.

Los ejemplos mundiales sobran y los casos de metamorfosis políticas negativas de fuerzas revolucionarias en los periodos post-paz negociadas abundan en nuestra América. Se que las FARC-EP y el ELN tienen muy presente esas lecciones negativas.

Ojala que esa enorme fuerza transformadora colombiana, que incluye en forma relevante a las FARC-EP, pero no solo, sea preservada y potenciada en todas sus vertientes y contenidos, cual que sea el resultado final de los nuevos diálogos de paz. Es mi deseo en ocasión de esta boda de oro y dignidad de las FARC, sobretodo porque aprecio que en Colombia está presente todavía uno de los pocos procesos dinámicos ascendente con energías, firmeza y conducción revolucionarias.

¿Declinación de la ola transformadora continental?

En la diversidad que conforma esta cuarta oleada de cambios continentales, el enorme déficit de viejas y nuevas vanguardias revolucionarias, ha influido para  asentar el reformismo en la conducción de esos procesos, incluyendo en aquellos con significativa independencia del imperialismo y no tutelados por burguesías y partidocracias tradicionales.

En el contexto de la dialéctica reforma y revolución, la reforma está predominando; aunque la contra-reforma no haya vencido a la reforma, ni se haya impuesto totalmente la contra-revolución.

El surgimiento de corrientes neofascistas, en algunos casos, ha operado potenciando el reformismo en actores políticos de primer orden de procesos de cambios sensiblemente debilitados.

Eso se ha producido en detrimento de la revolución, determinando estancamientos y retrocesos; sin que todavía la dinámica rebelde de las bases populares esté totalmente agotada, ni en esos escenarios, ni en aquellos bajo control total de la burguesía transnacional y local, hegemonizados políticamente por las derechas. Y sin que las causas que potencian la multi-crisis crónica del capitalismo hayan sido conjuradas.

Todo lo contrario. La última palabra no se ha dicho y es poco probable que pueda pronunciarse por el momento.

La declinación está en marcha, pero no es fatal. Ella afecta el nuevo momento colombiano, pero éste a su vez podría inyectarle nuevas energías a la ola ya menguada, como también podrían hacerlo otros procesos en gestación. Depende del proceder de las vanguardias allí y más allá.

La responsabilidad de esas fuerzas en gestación y de todos los factores revolucionarios anti-capitalistas continentales y mundiales, lejos de reducirse, se ha incrementado como nunca antes en la historia de la humanidad.

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Opinión

Las remesas: el gran regalo de los inmigrantes dominicanos

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Por Rosario Espinal

Los inmigrantes dominicanos no solo envían remesas regularmente, también llegan con las maletas cargadas, sobre todo en época navideña, y los bolsillos dispuestos a auxiliar a sus familiares y amistades, o a gastar para disfrutar en su terruño.

A fin de año siempre es pertinente abordar el tema de las remesas y los inmigrantes dominicanos porque muchos regresan a pasar la Navidad.

Las cifras oficiales del Banco Central muestran que, en el 2021, la República Dominicana recibió 10,402.5 millones de dólares en remesas familiares, en el 2022 fueron 9,856.5 millones, en el 2023 un total de 10,157.2 y en el 2024 al mes de septiembre la suma iba por 7,998.7 millones. Y que conste, la cantidad real de aportes en dólares y euros de los inmigrantes es mayor que lo computado, porque hay transacciones informales que no captan los radares del Banco Central.

Las remesas familiares representan pues la mayor fuente de divisas para el país, y nadie movió un dedo en el mercado laboral dominicano para generar esos ingresos.  Llegaron gracias a la solidaridad familiar de miles de dominicanos que han emigrado al extranjero, sobre todo a los Estados Unidos, de donde proviene el 85% de las remesas.

Unos enfatizan la consecuencia negativa de las remesas familiares, argumentado que la población receptora se acostumbra a no trabajar o hace pocos esfuerzos laborales. Otros señalan el mayor bienestar y la movilidad social de las familias que reciben remesas, así como la disponibilidad de divisas en la economía nacional.

El mayor flujo de remesas a la República Dominicana en los últimos años es producto de un factor coyuntural y otro estructural. El coyuntural fue la pandemia que llevó a Estados Unidos a distribuir subsidios, y una parte de los recursos que recibieron los inmigrantes dominicanos los enviaron a sus familiares. El estructural es el incremento constante de la migración dominicana.

Aunque el Gobierno dominicano no lleva estadísticas precisas sobre la cantidad de dominicanos que emigran, la República Dominicana se encuentra entre los principales países del mundo que reciben visas de inmigrante de Estados Unidos con relación a su población. Eso ilustra la magnitud.

¿Por qué tanta migración dominicana?

Hace 60 años se inició el proceso migratorio de dominicanos hacia los Estados Unidos porque, durante la intervención militar de 1965, el consulado aumentó la cantidad de visas de inmigrante que otorgaba a dominicanos.

Ese mismo año, Estados Unidos cambió su Ley de Migración para favorecer la reunificación familiar. O sea que, cada dominicano o dominicana que emigraba con visa de residencia tenía la opción de pedir sus familiares cercanos. Esto ha generado una espiral migratoria sin precedentes en los últimos 60 años que aún no se detiene.

Los inmigrantes dominicanos no solo envían remesas regularmente, también llegan con las maletas cargadas, sobre todo en época navideña, y los bolsillos dispuestos a auxiliar a sus familiares y amistades, o a gastar para disfrutar en su terruño.

Para la República Dominicana, la migración dominicana ha sido una tabla de salvación económica. Los inmigrantes son el verdadero seguro social de muchas familias, aportan divisas que la economía dominicana necesita, contribuyen al crecimiento económico y de la clase media.

Demos pues la bienvenida navideña a los inmigrantes dominicanos.

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Opinión

El miedo frente a la vergüenza.

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Por Elba García Hernández

Independiente del comportamiento histórico del pueblo dominicano frente, sobre todo, del dominio de la nación por extraños, ha sido de mucho arrojo y gallardía. Ahí está la reacción del pueblo dominicano ante la dominación haitiana y el imperio español. Son muchos los ejemplos que se configuran en cada batalla que se produjo para liberarse el país de la intromisión foránea.

Sin embargo, en el curso del tiempo las cosas no parecen ser iguales, porque en segmentos importantes de la sociedad se observa en muchas ocasiones más miedo que vergüenza. No importa que tan amenazada esté la dignidad de la gente. Probablemente el fenómeno tanga su explicación en la aparición en el país de la figura de sicariato. Es decir, que cualquier individuo disponga de la vida ajena por una paga de unos cuantos pesos y que como reacción la gente tenga miedo porque el sicario no tiene rostro y puede aparecer en cualquier momento y lugar.

El asunto reviste una gran importancia sociológica y política porque se observa que muchas personas prefieren tolerar lo peor y echar por la borda su dignidad cuando tienen que poner en una balanza el miedo y la vergüenza. Y no es que se trate de caer en una irracionalidad que lleve a la persona a ser desaprensiva y dar una respuesta violenta a cualquier ataque que se produzca en su contra.

Pero la realidad es que la vida sin dignidad es como convertirse en la peor de las basuras, en no ser nadie y por consiguiente perder hasta el respeto de los demás. Incluso, hay personas que tienen como principio de vida no tener problemas, lo cual es muy sensato, pero cuando el individuo sacrifica su dignidad por esa causa entonces se convierte en un pusilánime que será irrespetado por todo el mundo.

En el campo del derecho, incluso del penal, lo que no se invoca se queda en la impunidad, ya sea por negligencia o miedo, sobre todo en los hechos cuya persecución sea a instancia privada, porque además existe la razón temporal para que los casos mueran y que prevalezca la impunidad, así se trate de un crimen horrendo.

De manera, que el miedo si pesa más que la vergüenza entonces la gente y toda la sociedad se vuelve inservible y no funcional, sobre todo en el campo de los derechos y obligaciones, cuya última figura es una parte muy importante del Derecho Civil.

En la República Dominicana la tendencia a que impere una nueva dictadura, tan férrea y criminal como la trujillista, podría ser el resultado del miedo, más que de la vergüenza, pero hay centenares de situaciones que podrían perdurar en el tiempo como consecuencia del primer elemento de preocupación.

En esa virtud, el 2025 tiene que ser un año de arrojo y de echar a un lado el miedo para que prevalezca la vergüenza y de esa manera enfrentar todos los males sociales que nos aquejan y acechan.

Este nuevo año 2025 debe sobresalir para enfrentar las amenazas en contra de la dignidad de los dominicanos a través de sobreponer la vergüenza por encima del miedo, lo cual será una forma de recobrar o recuperar los derechos perdidos y el respeto frente a los demás.

No se trata de cualquier realidad, porque cuando un pueblo, un ciudadano o cualquier persona pierde  la vergüenza y se deja vencer por el miedo, entonces desaparecen los derechos subjetivos y en consecuencia impera la ignominia y la desigualdad.

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Opinión

El 2025, año de erradicación de las plagas políticas.

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Por José Cabral

No hay un solo argumento que justifique el comportamiento de los partidos políticos, porque han demostrado que son la peor plaga de la democracia. No como sostienen hipócritamente algunos de que los partidos políticos son el sostén de la democracia. Solo bastaría con pasar balance a sus acciones, cuya mayoría está dirigida a arruinar lo poco de lo bueno que puede tener el llamado sistema democrático representativo.

Puede decirse con toda seguridad que el mal augurio para el 2025 es el comportamiento de esa plaga llamada partidocracia, que repito se trata de los partidos políticos grandes, medianos y pequeños, sin excluir a los que dicen ser de izquierda o de derecha. Es una verdadera maldición para la sociedad. La gente no se imagina cómo los que dirigen los partidos políticos están llenos de tantas malas intenciones.

En una cosa difiero de algunos ciudadanos que dicen que dentro de todos los partidos políticos hay personas buenas y malas, lo cual me lleva a la siguiente reflexión: Se puede confiar en aquel que va a una de estas organizaciones a sabiendas de que está controlada por depredadores del patrimonio público y por ladrones vulgares de lo que no es suyo.

La cuestión es señores que se trata de una verdadera plaga, tanto es así que ya ni siquiera sus dirigentes hacen un esfuerzo por simular lo contrario a la verdad, como por ejemplo lo que ocurre en la partidocracia donde con el tiempo todo lo mal hecho se legitima. Ahí están los casos de Félix Bautista y otros tantos que ahora son los que proponen las leyes para dirigir a toda la sociedad.

A la partidocracia le encanta tener como legisladores a extraditables y convictos de la justicia de los Estados Unidos, lo que parece ser un orgullo de esta plaga, que hoy ya no solo se traga el Producto Interno Bruto, sino el presupuesto de la nación y todos los recursos con que cuenta el dominicano para lograr alguna vez una vida digna.

De manera, que, si una cosa podría indicar que la sociedad dominicana ha entrado en un verdadero proceso de cambio, es la erradicación o cuando menos el control de la conducta de la partidocracia. Es una imperiosa necesidad de todas las sociedades del mundo limpiarse, sacudirse, dejar en el basurero la plaga política, pero principalmente en la República Dominicana, donde la tendencia es que todo lo anormal sea vea como normal y lo podrido como sano.

Sin embargo, debe decirse que la sentencia del Tribunal Constitucional sobre las candidaturas independientes es una buena señal, aunque la misma no sea la panacea en lo que respecta a la eliminación de la vida política nacional de la partidocracia. Que nadie se llame a engaño de que este fallo no traiga consigo la penetración al sistema de otras plagas que también están presentes en la sociedad dominicana. Cualquier cosa puede ocurrir, pero, sin lugar a dudas, que la decisión del TC representa un pequeño avance en esa lucha sin cuartel para por lo menos disminuir el control que tiene la partidocracia sobre la vida político-electoral de la nación.

Los ataques en contra del TC serán muchos y mayores en razón de que está de por medio un botín, que no es otro que el patrimonio nacional, el cual es controlado por esa plaga que no tiene hiel ni remordimiento. En este contexto los dominicanos de buenos sentimientos deben de prepararse para organizar movimientos sociales con la fuerza necesaria para detener las pretensiones de la partidocracia de obstaculizar todo lo que vaya en contra de los intereses de la plaga que representan los partidos políticos en la República Dominicana. El 2025 tiene que ser el ano de grandes cambios para construir un país que la naturaleza se lo ha dado todo, pero que un grupito de vividores que se han alzado con todas las riquezas nacionales. El momento ha llegado de parar en seco a una partidocracia que no tiene el más mínimo interés de que el país cuente con una democracia decente y funcional.

En conclusión, entiendo que el 2025 sólo será un año de cambios si el dominicano asume la problemática nacional con seriedad y decisión.

 Con más vergüenza que miedo.

¡Manos a la obra

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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