Conecta con nosotros

Análisis Noticiosos

Drogas y hambre no ceden en villa argentina donde nacieron las Madres contra el paco

Published

on

La pandemia multiplica la asistencia a los comedores sociales, mientras los “curas villeros” ayudan a los jóvenes hundidos en el drama de la pasta base de cocaína

Buenos Aires.- Ezequiel Antonio Arévalo lleva gorra, ropa deportiva y una mueca que parece sonrisa. Tiene 24 años. Empezó a fumar pasta base de cocaína —o paco, como le dicen en Argentina— a los 12. Sus padres murieron cuando nació y quedó al cuidado de sus abuelos. Antes de los cuatro años ya no tenía a nadie en el mundo. Dice que soñaba con “hacer plata fácil” y estuvo preso por robo. Una tarde, en su casa, recibió un disparo. Meses después, una cuchillada. Sintió que había tocado fondo y pidió ayuda. Hoy lleva “más de un año limpio”. “Yo antes no le daba mi nombre a nadie”, dice luego del saludo. Y cuando habla mira a los ojos.

Si en Argentina eres adicto y pobre, te fríes el cerebro con paco, fabricado con la resaca que queda en la olla de la cocaína. El polvo se fuma y el efecto es muy rápido y muy breve, de no más de cinco minutos. Antes de terminar, el adicto ya está pensando de dónde sacará el dinero para la próxima dosis. Los consumidores pueden llegar a fumar entre 10 y 15 dosis en un día; en combinación con alcohol, ese número puede ascender a más de 60. Ezequiel conoce bien de qué se trata, y por eso tiene hoy un trabajo importante: se convirtió en referente para los chicos que llegan buscando ayuda al Hogar de Cristo Gran Familia, territorio de “los curas villeros”. Son sacerdotes “con los pies en el barro”, como le gusta decir al papa Francisco.

El "cura villero" Gastón Colombres toma mate en su oficina del hogar en el que ayuda a jóvenes victímas del paco en Ciudad Oculta, Buenos Aires, el 11 de junio de 2022.ENRIQUE GARCIA MEDINA

El «cura villero» Gastón Colombres toma mate en su oficina del hogar en el que ayuda a jóvenes victímas del paco en Ciudad Oculta, Buenos Aires, el 11 de junio de 2022.ENRIQUE GARCIA MEDINA

A quienes llegan destruidos por las drogas se les brinda un techo, cama, comida y apoyo psicológico. La única condición es que estén decididos a dar el paso; que haya llegado “su momento”, como dice Ezequiel. Él decidió darlo hace poco más de un año. “Las ganas de consumir no se van nunca”, aclara. En el hogar donde trabaja Ezequiel bajo la supervisión del cura Colombres viven 25 varones. No todos son jóvenes. En la villa también hay uno que asiste a mujeres, pero por ahora es ambulatorio. Los curas encuentran a los jóvenes tirados en los corredores de Ciudad Oculta, consumiendo en alguna esquina. “Están en situación de calle”, dice Colombres.

Al cura de Ciudad Oculta le dicen Tonga. Tiene 35 años y lleva desde los 20 en el equipo de la Pastoral de las Villas y Barrios de Emergencia. Viste ropa de calle y en su oficina tiene una bandera de River Plate. Si cruza el pasillo angosto de la villa estará en la parroquia, pintada de naranja. Es sábado y hay un bautismo. Se escucha de fondo un reggaeton que viene del hogar, ubicado a metros de allí. Colombres dice que la droga hace estragos entre los jóvenes. “No solo el paco”, dice, “ahora vemos mucha droga sintética”. Y pide no subestimar los efectos del consumo de alcohol. El trabajo de Colombres es acompañar, porque nadie sale del agujero solo. Menos si tienen una causa judicial abierta o si no acceden a derechos esenciales como un techo y un documento de identidad. “Priorizamos el acompañamiento con la convicción de que son la paciencia, la cercanía, el afecto y la dedicación los que educan, sostienen y orientan”, dice. Entonces pide disculpas porque tiene que debe irse para bautizar al niño.

Ángel (primero a la izquierda), Elio, Gabriel, Ezequiel, Javier y Brian posan en el Hogar de Cristo Gran Familia, de Ciudad Oculta, donde se recuperan de su adicción al paco, el 11 de junio de 2022,ENRIQUE GARCIA MEDINA

Ángel (primero a la izquierda), Elio, Gabriel, Ezequiel, Javier y Brian posan en el Hogar de Cristo Gran Familia, de Ciudad Oculta, donde se recuperan de su adicción al paco, el 11 de junio de 2022,ENRIQUE GARCIA MEDINA

El paco está vinculado a la pobreza; y la pobreza al hambre. En la conjunción de ese tridente trabaja Bilma Acuña. En uno de los ingresos a Ciudad Oculta, Acuña y su marido, Abel Meza, tienen desde 1993 el comedor comunitario En-Haccore (“Manantial del que clama”, en la Biblia). Antes de la cuarentena por la covid alimentaban a 380 personas. La cifra saltó a 700 durante el cierre de actividades y hoy se ha quedado en 560. Los vecinos de Ciudad Oculta se acercan al comedor de lunes a viernes, hacen una larga fila en uno de los pasillos de la villa y se llevan un plato de comida. Por la tarde hay merienda. “Cada vez estamos peor”, se lamenta Bilma.

Hace 30 años, cuando la hiperinflación devastaba Argentina, en Ciudad Oculta ya se repartía comida en ollas populares, y esa experiencia está en el origen del comedor de Bilma y Abel. Los vecinos de aquella época habían sido expulsados de la villa por la topadoras de la dictadura (1976-1983), que consideraba que las casas de chapa y las calles de tierra afeaban la ciudad durante el Mundial de 1978. Cuando terminó la dictadura, la gente volvió a Ciudad Oculta. Pero ya nada fue igual. El desarraigo había roto los lazos sociales y la solidaridad. Y después llegó la droga.

Bilma nació en Paraguay y Abel en la provincia de Chaco (norte). Llegaron a Buenos Aires con sus padres y se asentaron en la villa. En 2001, uno de sus seis hijos murió acribillado por los narcos. Era el año de la debacle económica de Argentina, cuando apareció el paco en los barrios marginales. “David había cumplido 16 años, y unos chicos que protegían a una mujer que vendía drogas acá adentro lo asesinaron”, cuenta Acuña, sentada en una silla de plástico blanca en su comedor. Ella decidió vencer el miedo, quedarse en la villa y pedir justicia. “Me propuse que mi hijo no iba a ser un chico más. Y ahí empecé la guerra”. Nació así la Red de Madres en Lucha contra el Consumo de Paco de Ciudad Oculta. Las mujeres “escrachaban” a los narcos en sus casas y los obligaban a abandonar el barrio. En 2007, Bilma consiguió que Isidro Ramón Ibarra Ramírez, líder de la banda narco que abastecía a Ciudad Oculta, fuera condenado.

Bilma Ibarra posa frente a uno de los murales que adornan su comedor comunitario En-Haccore, en Ciudad Oculta, Buenos Aires, el 11 de junio de 2022.ENRIQUE GARCIA MEDINA

Bilma Ibarra posa frente a uno de los murales que adornan su comedor comunitario En-Haccore, en Ciudad Oculta, Buenos Aires, el 11 de junio de 2022.ENRIQUE GARCIA MEDINA

Bilma peleó contra el paco y ahora lo hace contra el hambre. Desde el principio, ella y su marido pensaron el comedor como un sitio de encuentro. “Como un puente para llegar a las familias y ver sus necesidades”, explica. “Y así fue. Empezamos a apuntar a la violencia de género y a la violencia que sufrían los chicos. Armamos redes de defensoría con abogados y juzgados para ayudar a los jóvenes. Todo fue a los golpes. Había mucha violencia acá, los chicos se mataban entre ellos y la Policía los mataba”.

El cura Gastón Colombres se prepara para un baustismo en la capilla de Ciudad Oculta, el 11 de junio de 2002. ENRIQUE GARCIA MEDINA

El cura Gastón Colombres se prepara para un baustismo en la capilla de Ciudad Oculta, el 11 de junio de 2002.
ENRIQUE GARCIA MEDINA

El comedor da cursos auspiciados por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y aloja una escuela primaria para adultos. Pero el trabajo es enorme. La crisis económica y la pandemia han disparado el hambre. Al menos algo ha cambiado en Ciudad Oculta con la demolición del Elefante Blanco, una mole de 14 pisos que debía ser un hospital y terminó ocupada por desamparados. El Elefante Blanco llegó al cine en 2012, bajo la dirección de Pablo Trapero. Hoy en su lugar hay dependencias del Gobierno de la ciudad y parques públicos. “Lo extrañamos”, dice Bilma, “porque era nuestro muro”. Y enseguida responde a una pregunta sobre su vida: “No recuerdo haber sido feliz”.

elpais.com

 

Click to comment

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Análisis Noticiosos

Años de investigación de una reserva para salvar al loro carirrojo de la extinción

Published

on

Tras varios años sin avistamientos, se volvió a registrar la presencia de esta especie en peligro de extinción en la recién creada reserva Ridgely, al sur del país andino

La primera expedición fue en 2022. Visitaron casa por casa en un pueblo de la provincia austral de Loja, al sur del Ecuador. Los científicos cargaban un par de fotografías en busca de un loro con brillantes manchas rojas alrededor del pico. “Preguntamos a los habitantes si lo habían visto”, cuenta Patricio Mena, coordinador de especies de la Fundación Jocotoco. Por aquella época había registros de poco más de 20 ejemplares en la zona. “Muchos respondieron que no, sobre todo los más jóvenes”. Pero, mientras avanzaban por el camino, los habitantes mayores de Selva Alegre confirmaron haber visto y hasta escuchado al ave. “Una persona nos dijo: ‘Sí, ese periquito suele estar ahí”, mientras señalaba un parche de árboles. Aquella pista encendió la esperanza de proteger al loro carirrojo (Hapalopsittaca pyrrhops), tanto así que, tres años después, en marzo de este año, crearon la reserva Ridgely, en el mismo Loja, para cuidar a esta especie, cuya población no supera los 2.400 individuos en el mundo.

Tras aquella primera expedición de 2022, emprendieron nuevos recorridos por las montañas y cordilleras cercanas en busca de más ejemplares. Ornitólogos, observadores de aves y personas de la zona trabajaron para confirmar que Selva Alegre era el lugar indicado para cuidar al loro. Es una especie neotropical muy rara, que habita únicamente en los bosques montanos nublados del sur de Ecuador y el norte de Perú. En los últimos años, su población ha disminuido de manera preocupante. Ha sido catalogado como una especie en peligro de extinción por la Lista Roja de Especies Amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), ya que es muy sensible a las alteraciones en su hábitat. Estudios recientes advierten que su población está experimentando declives rápidos, en gran parte por la pérdida de su entorno.

Recuperar su hábitat

La reserva Ridgely es hoy prácticamente una isla de árboles nativos a más de 2.500 metros de altura. A su alrededor, predominan extensas hectáreas de pino —una especie introducida hace más de un siglo en Ecuador, y que ha desplazado a los árboles y plantas originarias. A esto, se suman actividades ganaderas y agrícolas, que han reducido aún más el hogar del loro, explica David Parra, director de conservación de la Fundación Jocotoco, convirtiendo a la reserva en un sitio clave para la vida de las aves.

José Espinoza es el centinela del loro. Una mochila, unos binoculares y un teléfono son sus herramientas para contabilizarlos y proteger su hábitat. Espinoza fue uno de los primeros en lograr fotografiar al loro carirrojo, pocos meses después de la creación de la reserva. Todos los días patrullaba y abría camino en medio de la maleza. “Trataba de buscarlos y no los encontraba. Ya habían pasado más de dos meses”, dice este joven de 26 años mientras camina por los alrededores de la reserva.

En uno de sus patrullajes, en abril de este año, mientras recorría los senderos, llevaba un parlante que reproducía el canto del loro. “Cuando dejó de sonar, respondieron con el mismo sonido”, relata. Apenas los escuchó, alzó la mirada hacia las copas de los árboles y encontró un grupo de diez ejemplares entre las ramas. “Se quedaron varios minutos perchados, logré tomarles fotos. Estaba muy feliz porque rara vez se los logra ver”, cuenta ilusionado.

El siguiente paso es identificar si anidan o se desplazan en busca de comida en esta zona, explica Leovigildo Cabrera, administrador de las reservas del programa Chocó– Tumbes, una zona que combina las selvas tropicales del Chocó con los bosques secos de Tumbes, entre Ecuador y Perú, y de la que forma parte la reserva Ridgely. “Hay que entender cómo es su comportamiento, sus movimientos” y “para eso son necesarios los recorridos de monitoreo”, agrega. Hay que realizar largas horas de caminatas desde el amanecer, a las seis de la mañana, hasta entrada la tarde. Una tarea que exige paciencia, dedicación y constancia.

Pero el loro carirrojo no es único habitante de estos bosques. A más de 3.600 metros de altura, donde los pajonales y la vegetación de páramo domina el paisaje, vive el colibrí garganta azul (Lampornis clemenciae), en la reserva Cerro de Arcos que, junto con Ridgely, forman un corredor ecológico. “Las especies que habitan esta larga y delgada cordillera son muy móviles”, menciona Parra. Y, añade, estos ecosistemas “se comportan como islas porque guardan a especies únicas”.

Los vigilantes del colibrí son Ángel Macas y Norberto Ordóñez, dedicados a monitorear los nidos de esta especie única. En la aplicación de su celular llevan un registro exacto de cuántos colibríes habitan en la reserva. “Incluso identificamos los nidos con código y placas para diferenciarlos”, comenta Macas. Los recorridos los realizan en solitario por lo sensibles que pueden ser las aves. Pero su trabajo no se termina ahí, también participan en la reforestación con plantas nativas, como la chuquiragua, una especie de arbusto andino, que es el principal alimento del colibrí de garganta azul.

La meta de la nueva reserva Ridgely es aumentar su extensión. “Actualmente, tiene alrededor de 200 hectáreas y en el futuro se espera duplicar el área para crear un hábitat más grande que permita incrementar la población del loro carrirojo”, cuenta Mena. Proteger al loro crea un efecto paraguas: “Al conservar estos bosques, donde habita el loro, protegemos a muchas otras especies. La reserva empieza desde los 2.800 hasta los 3.500 metros, llegando casi el páramo. Al cuidar este ecosistema, preservamos fuentes hídricas y garantizamos la supervivencia de osos y aves, como el tucán andino, las pavas de monte, los colibríes o las ranas”, zanja el investigador.

La historia detrás del loro carirrojo y del colibrí garganta azul en Selva Alegre es también la de las personas que dedican su vida a protegerlos en medio de una región del Ecuador que está cada vez más amenazada por el impacto del cambio climático, además de la nueva presión que ha puesto en jaque a las áreas protegidas del país andino: la minería ilegal. La creación y expansión de la reserva Ridgely no solo busca salvar a una especie, sino preservar un bosque entero, sus ríos, su páramo y la increíble diversidad que habita en este ecosistema único.

ELPAIS.COM

Continue Reading

Análisis Noticiosos

Los desastres son inevitables; las tragedias, no

Published

on

En México, la alerta de las inundaciones recientes llegó “cuando la ola ya estaba encima”, según dijo un testigo. En Haití, el huracán ‘Melissa’ no llegó, pero fue el país del Caribe donde más muertes dejó el potente ciclón. Los desastres se vuelven catástrofes por sistemas que se omiten y presupuestos que se desvían

Podemos hablar del paso de los huracanes y tormentas como si fueran una serie de números y nombres que desfilan: Erin, Gabrielle, Humberto, Imelda, Andrea, Barry, Chantal, Dexter, Fernand, Jerry, Karen, Lorenzo y Melissa. El último de esta temporada 2025 en el Atlántico, Melissa, dejó al 77% de Jamaica sin electricidad, al menos 28 muertos, más de 25.000 personas en refugios de emergencia; a Haití con 40 fallecidos, decenas de desaparecidos y más de 160 viviendas inundadas; a Cuba con 735.000 personas evacuadas.

Y pensamos en esas personas —las afortunadas— que siguen con vida, pero que perdieron sus hogares y que no tienen dinero para reconstruirlas; que con el tiempo terminarán por reconstruir(se) hasta que el paso de un futuro huracán les vuelva a atravesar por la mitad.

Empezamos, entonces, a asimilar mejor el concepto de “injusticia climática” cuando desciframos estas cifras en el periódico y vemos los encabezados que compiten en grandilocuencia: “el más devastador”, “el más fuerte”, “el más destructivo”. Atravesados como rayo por la palabra cambio climático.

Es más difícil pensar en conceptos y cifras cuando estos se viven en carne propia. Es, también, más difícil tomar distancia de estas tragedias para preguntarse qué convirtió estos desastres en catástrofes humanitarias, crisis de salud pública y económicas. ¿Qué tuvo que acontecer para que esto sucediera?

Quisiera hablar de desastres en un sentido más amplio. En México, hace tan solo unas semanas, lluvias torrenciales en cinco estados provocaron la muerte de al menos 70 personas y otras 70 más siguen desaparecidas. Se estima, también, que hay más de 100.000 viviendas afectadas. Cuando nos preguntamos qué pasó, los sobrevivientes hablan: “La alerta llegó cuando la ola ya estaba encima”.

Y entonces, empezamos a entender el tipo de cosas que tienen que acontecer para que lo inevitable suceda.

En su momento, la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, sostuvo que no se escatimaría en recursos para atender a víctimas y que este año se aprobaron 19.000 millones de pesos mexicanos (unos 1.200 millones de dólares) para la atención de desastres.

Pero la atención no es lo mismo que la prevención. Como no es lo mismo salvar vidas que resarcir daños y enterrar muertos.

Cuando vemos los masivos recortes presupuestales a los sistemas de alerta temprana en México, en beneficio al tren Maya, a PEMEX, entre otros, entendemos por qué, el sistema mexicano de protección civil, que fue único e innovador a nivel global en su momento, sea tan insuficiente hoy en día. Se explica mejor el desmoronamiento de la comunicación de riesgos, la ausencia de convenios de colaboración con las telefonías para que alerten a las poblaciones vulnerables y los fondos de Prevención de Desastres desarticulados.

Este es el tipo de cosas que hacen que lo inevitable suceda.

En junio de este año, la ONU lanzó las alertas en Haití: el 96% de la población estaba en riesgos por desastres y, sin embargo, no existía el financiamiento necesario para activar sistemas de prevención ni material de emergencia post-desastre. Hacía tan solo unos meses, la ONU había decretado que el gobierno no tenía la capacidad de proteger a su población en su entrada a la época más difícil del año, la presente y temible temporada de huracanes. La ONU pedía 908 millones de dólares para apoyar a Haití, a mediados de junio tan solo había logrado reunir el 8%.

Este es el tipo de cosas que hacen que lo inevitable suceda.

En México, como en muchos otros países, la memoria sobre lugares a riesgo se fue gradualmente borrando y la legislación se hizo esquiva: los territorios inundables se volvieron habitables y se convenció a las poblaciones vulnerables de que eran seguros. Se omitieron, también, las estrategias de prevención y adaptación.

Y el problema, después, fue que “la alerta llegó cuando la ola ya estaba encima”.

En Haití, el huracán Melissa no llegó. Pero en las últimas décadas, el país fue paulatinamente acabando con sus bosques y zonas húmedas que permitían las infiltraciones al subsuelo, limitando las inundaciones; transformó sus árboles en energía para electricidad y debilitó los territorios que eran barrera a los deslizamientos de terreno. El huracán Melissa no llegó, pero Haití, que tenía ya a 230.000 haitianos en refugios improvisados, sufrió las consecuencias más mortíferas de la región tras su paso.

Las dinámicas territoriales de las últimas décadas y la degradación de los ecosistemas son ese tipo de cosas que tienen que suceder para que lo inevitable acontezca.

Y así, los desastres se vuelven catástrofes por procesos que se construyen, sistemas que se omiten, presupuestos que se desvían, personas cuyas vidas se juzgan poco importantes. Los escenarios son conocidos, las tragedias son previsibles, pero por falta de capacidad, se vuelven imposibles de evitar.

Estos desastres y tragedias ocurren a tan solo una semana de que se lleve a cabo la COP30, el evento climático más importante a nivel global, en donde se decidirá, entre otros temas, las inversiones que tienen que ser destinadas a la adaptación, la ayuda que recibirán los países más vulnerables a los riesgos climáticos y el rol de esos estados insulares que, a pesar de no ser responsables del cambio climático, terminan siendo los más afectados.

elpais.com

Continue Reading

Análisis Noticiosos

Al menos 64 muertos y decenas de detenidos en una megaoperación contra el crimen organizado en Río de Janeiro

Published

on

El gobernador afirma que “es una guerra que nada tiene que ver con la seguridad urbana” y pide ayuda a las Fuerzas Armadas

Sao Paulo.- Río de Janeiro vive este martes una jornada de caos colosal e intensos tiroteos por una operación policial contra el crimen organizado que ya es la más letal de la historia de la ciudad brasileña. Al menos 64 personas han muerto (incluidos cuatro agentes) y 81 han sido detenidas, según datos oficiales. El despliegue de 2.500 policías en esta megaoperación, que se ha centrado inicialmente en dos grandes barriadas cariocas de favelas, pretende frenar la expansión territorial del Comando Vermelho, el segundo grupo más poderoso del crimen organizado en el país sudamericano. El gobernador del Estado de Río, Claudio Castro, se ha quejado de que “Río está sola en esta guerra”, ha criticado la falta de apoyo del Gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva y ha pedido ayuda a las Fuerzas Armadas.

Río de Janeiro, turística, antigua capital y el hogar de seis millones de vecinos, es simultáneamente una ciudad muy desigual y acostumbrada a la violencia, pero las dosis desplegadas este martes resultan extraordinarias incluso para los locales. El descomunal despliegue policial ha sido respondido con intensos tiroteos por los hombres del Comando Vermelho, que incluso han lanzado granadas desde drones sobre los agentes. Horas después, el grupo criminal ha desplegado a sus miembros, que han cortado avenidas y calles con barricadas por toda la ciudad y por la zona metropolitana.

Las autoridades han elevado el nivel de alerta en Río ciudad y los noticiarios se han llenado de imágenes de avenidas cortadas con autobuses, coches quemados y decenas de hombres sin camiseta a los que los agentes se llevan detenidos. La policía se ha incautado de al menos 75 fusiles.

El baño de sangre en Río se ha producido a las puertas de que Brasil acoja a partir de la semana que viene la cumbre mundial del cambio climático, la COP30, que se celebrará en Belém, en la Amazonia, a más de 3.000 kilómetros de distancia. El presidente Lula será el anfitrión de una cumbre los días 6 y 7.

El principal objetivo de la operación policial es el jefe del Comando Vermelho en una barriada carioca llamada Complexo da Penha, el capo Edgar Alves de Andrade, apodado Doca. Los agentes, que tenían un centenar de órdenes de arresto, también buscan a decenas de sus lugartenientes.

Ya a primera hora de la mañana, las autoridades habían anunciado que los tiroteos entre agentes y criminales obligaron a suspender las clases en 45 colegios y a desviar 12 líneas de autobús. Por la tarde, el CV había logrado cortar el tráfico en al menos una quincena de puntos de la ciudad, incluida la avenida Brasil, una de las principales arterias viarias. “Es un escenario de guerra”, le ha contado la profesora Suellen Gomes al diario Estadão desde el Complexo do Alemão. Según ella, los tiros empezaron al amanecer y nadie fue al colegio. “Ninguna escuela de esta zona abre cuando hay operación”, explica.

Para atrapar a los jefes del negocio, a los contables que les ayudan a blanquear sus ganancias y a los soldados de a pie que con los que mantienen el control absoluto sobre barriadas completas donde dictan la ley, las autoridades han movilizado un despliegue enorme. A los 2.500 agentes de la policía militar y la civil involucrados, se han sumado una treintena de vehículos blindados, dos helicópteros, drones policiales y una docena de vehículos de demolición.

El gobernador Castro, bolsonarista, se ha quejado de que las Fuerzas Armadas rechazaron tres veces sus peticiones para que le enviaran blindados de apoyo. Ha pedido ayuda a los militares con el argumento de que esta “es una guerra que nada tiene que ver con la seguridad urbana” sino que está alimentada “por las armas del narcotráfico internacional”.

El secretario de Seguridad Pública Victor Santos, ha destacado que toda la operación se diseñó y se realiza con apoyo del Gobierno federal. Santos ha lamentado el caos para los vecinos y los heridos, pero ha recalcado que esta acción “era necesaria, estaba planificada, se basa en inteligencia y va a continuar”.

El epicentro de la megaoperación son dos enormes conjuntos de favelas donde viven casi 300.000 personas, el Complexo da Penha y el Complexo do Alemão. El primero es, según la fiscalía de combate a las familias criminales de Río, un centro neurálgico de las actividades del Comando Vermelho. El Complexo da Penha, dice una nota del Grupo Especial de Combate al Crimen Organizado (Gaeco), “es un punto estratégico para el flujo de drogas y armas, gracias a que está en las proximidades de varias autopistas, y se ha convertido en una de las principales bases del proyecto expansionista del grupo criminal”.

Uno de cada cuatro brasileños, es decir, 50 millones de personas, viven en barrios dominados por el crimen organizado, según un reciente estudio de la Universidad de Cambridge. El Comando Vermelho, el PCC u otros grupos armados, imponen su ley a sus vecinos y, en ocasiones, impide la acción de las autoridades. Los vecinos directamente afectados, que suelen ser pobres, negros y periféricos, se encuentran atrapados entre dos fuegos, abandonados por las autoridades, blanco fácil y presa de las balas perdidas, además de sometidos a extorsión.

En los últimos tiempos los delincuentes han descubierto las bondades del trabajo en remoto. Un fiscal del Estado amazónico de Rondonia explicaba recientemente en el diario O Globo que los jefes de las franquicias del Comando Vermelho por otros estados, sobre todo los fronterizos con otros países, se están refugiando en Río de Janeiro, que hasta este martes eran la principal guarida del grupo. “Se dieron cuenta de que el jefe ya no necesitaba estar en su estado natal. Podía estar protegido en Río y tomar decisiones por videollamada”, explicaba al diario carioca Anderson Batista de Oliveira, jefe del Gaeco en Rondonia. “El capo está en un lugar de difícil acceso para la policía, y la organización protege así a sus principales activos”, añadía.

Hasta ahora la operación más letal de Río era la de la favela de Jacarezinho, en el centro, donde en 2021 murieron 27 personas. La policía de Brasil es considerada una de las que más mata y más muere del mundo. En torno a un 10% de las muertes violentas suelen ser obra de uniformados. La de Río, tanto de la ciudad como del Estado, ha destacado durante años a nivel nacional por su alto. La creciente incorporación de cámaras en los uniformes ha contribuido a reducir las muertes en enfrentamientos a tiros con criminales.

elpais.com

Continue Reading

Edificio La República: Restauración No. 138, cuarta planta, Santiago, República Dominicana. Teléfono: 809-247-3606. Fax: 809-581-0030.
www.larepublicaonline.com  / Email: periodico@larepublicaonline.com
Copyright © 2021 Blue National Group