Por Rosario Espinal
(A Francina Hungría)
No conozco personalmente a Francina Hungría, pero la devastación criminal en República Dominicana la hizo referente de tragedia. De joven profesional con visión, quedó en un instante incapacitada, su vida transformada; y de ahí ha pasado a ser abanderada de las causas de los discapacitados, en particular, de los ciegos, o no videntes como se dice ahora.
A quienes no padecemos una discapacidad física se nos dificulta imaginar cuán complicadas pueden ser las tareas elementales de la vida cuando se pierde alguna parte vital del cuerpo. Comer, ducharse, leer, escribir, y sobre todo, salir a la calle a realizar tareas cotidianas pueden constituir un gran desafío.
¿Ha pensado usted en las dificultades que enfrenta una persona no vidente para caminar por las calles dominicanas?
Las calzadas están llenas de hoyos, los vehículos y motoristas violan las reglas de tránsito, los basureros y tarantines copan las aceras, la basura se acumula por doquier, y con cualquier cáscara tirada irresponsablemente se resbala medio a medio. Con tantos obstáculos es imposible asumir un orden lógico que permita con un bastón guiar el trecho a recorrer por una persona no vidente.
¿Ha pensado usted en las dificultades que enfrenta una persona que necesita moverse en silla de ruedas?
No hay calzadas con bajaderos en las ciudades dominicanas. Muchos edificios públicos no se construyeron pensando en los discapacitados. No hay transporte público accesible para que puedan montarse en un autobús fácilmente con su silla. Confinados al hogar y al vecindario, estas personas quedan sometidas al aislamiento social y al golpeo de su autoestima. No pueden trabajar ni estudiar, y si lo hacen es con suma dificultad.
Si la vida es muchas veces dura para quienes no tienen discapacidad física, ¿cómo será para quienes la tienen?
Por mucho tiempo, y así sigue siendo en República Dominicana, ha dominado la creencia de que las personas con discapacidad deben estar confinadas al hogar. Pero los tiempos han cambiado, y hoy en día ha ganado aceptación la idea de que, aún con su discapacidad, son seres humanos con derechos y aspiraciones igual que los demás.
Cierto, tienen que ajustarse a sus condiciones; pero eso no significa el confinamiento. Tampoco significa eximir al gobierno y al sector privado de hacer todo lo posible por aligerar la carga física y emocional que llevan los discapacitados.
He visto con entusiasmo en la prensa el esfuerzo que realiza la Fundación Francina Hungría por elevar la conciencia de la sociedad dominicana sobre este tema. Su lucha por mejorar la condición física de las ciudades para responder a las necesidades de los invidentes redundará en grandes beneficios para toda la población, con o sin discapacidad.
Las ciudades accesibles son más seguras para todos y en todos los sentidos. Se transitan con mayor facilidad a pie y en vehículos; el flujo de seres humanos tiende por sí mismo a reducir la delincuencia porque ahuyenta a los ladrones que son menos; las ciudades se hacen más humanas y acogedoras, menos temibles y menos impersonales.
Por eso la lucha de Francina Hungría y su fundación es doblemente positiva.
¡Enhorabuena! Sumémonos todos a este importante esfuerzo por tener mejores ciudades; cada quien dentro de su ámbito y sus posibilidades. Reclamemos a los gobiernos municipales y al gobierno central calles y aceras sin hoyos, respeto a las reglas de tránsito, que recojan la basura con frecuencia, y recojámosla también nosotros al frente de nuestras viviendas para lograr mayor limpieza y orden.
Hagamos nuestra la causa por ciudades accesibles y así tendremos mejor vida y un mejor país.