Por Rosario Espinal
Las estadísticas oficiales encubren los feminicidios. Distinguen entre homicidios de mujeres (que no llaman feminicidios) y homicidios de pareja íntima (que ponen en la categoría de feminicidios). Pero, por ejemplo, si un hombre mata su esposa y también a su cuñada, ¿es la muerte de la cuñada un homicidio o un feminicidio?
La definición del feminicidio enfatiza que el crimen se comete contra la mujer por ser mujer; es decir, que no media otra razón más allá del sentido de posesión (por ejemplo, no es una balacera casual, ni un asalto para robar). En la definición del feminicidio se asume que hay una relación de poder entre el matador y la víctima; y que esa relación de poder tiene que ver con el sentido de dominio que asume el hombre sobre la mujer.
Las huestes anti-derechos de las mujeres que crecen en el mundo y en la República Dominicana, emplean numerosas tácticas para diluir el problema de la agresión masculina hacia las mujeres. Acuden a argumentos sexistas como, por ejemplo, que las mujeres son culpables de los problemas de pareja porque han abandonado sus roles tradicionales. Esta línea de argumentación la usan mucho las iglesias, donde, mantener a las mujeres subordinas es crucial para contar con una feligresía leal.
Otra táctica es argumentar que los hombres no matan mujeres por ser mujeres, que las matan porque tienen algún problema mental como la depresión, o alguna adicción como las drogas. Este argumento es tan descabellado que no resiste preguntas elementales: ¿cuántos casos se reportan de mujeres que hirieron o mataron a sus parejas? ¡Pocos! ¿Quiere esto decir que las mujeres no sufren de depresión ni adicción? ¡No!
El peso cultural a favor de los hombres hace muy vulnerable a las mujeres abusadas: no les creen, y si les creen, les exigen que olviden; un borrón y cuenta nueva
La posibilidad de que una mujer ataque físicamente a su pareja es escasa porque la mujer no construye culturalmente su poder a través del dominio físico.
El machismo es una condición cultural que consiste en la asunción del poder de los hombres sobre las mujeres en base a una supuesta mayor capacidad mental, mayor fuerza física y, por ende, mayor derecho al dominio.
Una vez anclada culturalmente esta concepción, hay diversidad de aplicación, desde el machismo leve hasta el excesivamente fuerte. Es un continuo, y cada hombre se coloca en un punto del continuo con diferentes manifestaciones.
La inmensa mayoría de los hombres ejerce el machismo a nivel sicológico, no físico. Cuando se llega a la fuerza física se pasa a otro plano de agresión, en el cual, entran las autoridades, que, mientras el machismo es sicológico no intervienen porque lo consideran parte de la cultura. Incluso en la agresión física se ha tolerado bastante.
Aún más, cuando la mujer es golpeada por un hombre entran en juego factores culturales que buscan reducir el efecto negativo de la acción para el hombre. Se recurre al perdón, que la cultura promueve para liberar a los hombres. La mujer está supuesta a perdonar hasta los golpes para no fracasar en su relación, o para que sus hijos tengan acceso al padre.
El peso cultural a favor de los hombres hace muy vulnerable a las mujeres abusadas: no les creen, y si les creen, les exigen que olviden; un borrón y cuenta nueva.
Ante los abusos sicológicos y físicos, las mujeres están entre la espada y la pared. Si denuncian son aguerridas y malvadas, y si callan son estúpidas o cómplices.
Es tanto el interés de subordinar a las mujeres, que su queja ante los abusos se diluye con algún argumento en su contra, y la empatía es pasajera.
Artículo publicado en el periódico HOY