Por Rosario Espinal
El tema de si la educación sexual debe dejarse exclusivamente a los padres o si debe ser materia en las escuelas genera desacuerdos, aunque el sentido común y la evidencia empírica indican que por su importancia y consecuencias sociales (no sólo familiares), debe ser tratada en ambas esferas. Veamos.
Si la sexualidad fuera exclusivamente una cuestión privada-familiar, muchas normas culturales e incluso leyes no tendrían sentido. Por ejemplo, el matrimonio legal sería un absurdo, porque el matrimonio judicializa la relación sexual entre dos personas. La relación de amistad íntima (no sexual) no se judicializa porque no está mediada por la sexualidad y sus efectos. Otro ejemplo, si la sexualidad fuera totalmente privada, el Estado no podría regular que los padres enviaran los hijos a la escuela, porque los padres tendrían absoluto control sobre su prole.
La educación sexual tiene ciertamente una dimensión privada, en tanto debe y puede llevarse a cabo en el espacio familiar; pero en la práctica, en las familias se habla poco de sexualidad a pesar de su importancia.
Los tabúes sociales hacen que muchos padres, sumidos en la vergüenza y la timidez, no expliquen a sus hijos las distintas aristas y consecuencias de las relaciones sexuales. Por eso, los niños y jóvenes aprenden sobre la sexualidad fundamentalmente con amigos o a través de los medios de comunicación. Estas dos fuentes no son sistemáticas, ni hay forma de asegurar que la información transmitida sea adecuada en contenido o forma.
En República Dominicana ha habido mucha resistencia a desarrollar programas de educación sexual en las escuelas porque los gobiernos han preferido ajustarse a las demandas religiosas de que el silencio y la abstinencia son las mejores formas de educación y prevención sexual. Pero resulta que ni el silencio ni la abstinencia son las normas sexuales entre muchos jóvenes, y querer ignorar los problemas que se derivan de una sexualidad temprana y sin protección es tapar el sol con un dedo.
República Dominicana registra una de las tasas más altas de embarazos de adolescentes en la región, y esto sucede sin que se ofrezca educación sexual en la mayoría de las escuelas. Por lo tanto, la educación sexual no es la causante de los embarazos a temprana edad. Por el contrario, los datos comparativos evidencian que a mayor educación sexual, menor número de embarazos. Deberíamos pues apostar a que la educación sexual en las escuelas dominicanas ayude a bajar los índices de embarazos de adolescentes.
La prevención de embarazos a temprana edad tiene múltiples beneficios sociales. Primero, habría menos muertes maternas porque el índice de mortalidad por embarazo tiende a ser mayor entre las jóvenes sin acceso a servicios de salud adecuados. Segundo, habría menos deserción escolar porque las jóvenes que se embarazan son más proclives a abandonar la escuela o a ser expulsadas. Tercero, se reduciría la tasa de nacimiento de niños en condiciones de alto riesgo, con padres en dificultad de asumir las tareas de paternidad y maternidad. Además, la educación sexual ayudaría a reducir los problemas de salud asociados a enfermedades de transmisión sexual, incluido el VIH.
Por todas estas razones, República Dominicana debe ofrecer educación sexual efectiva a la población joven, y las escuelas constituyen un espacio idóneo para hacerlo.
El Estado Dominicano debe garantizar que la educación sexual llegue a todos los sectores sociales; de lo contrario, los jóvenes con menores recursos, que son la mayoría, quedan desprotegidos por el desconocimiento, y expuestos a los problemas asociados a la sexualidad a destiempo o sin protección.
Artículo publicado en el periódico HOY