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El “talón de Aquiles” del TC es la revisión de acciones de amparo, vía para reponer derechos fundamentales.
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1 mes agoon
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Elba GarcíaPor Elba García
El Tribunal Constitucional decide con celeridad algunos casos que, si bien envían el mensaje de una cierta fortaleza del Estado de Derecho, hay otros que son manejados mediante lo que se conoce como denegación de justicia.
Es evidente que todos aquellos procesos que tienen una mayor importancia política, el TC los falla en un tiempo relativamente corto, mientras que los recursos de revisión de las acciones de amparo de extrema urgencia duermen el sueño eterno sin que se determine claramente la razón de ello.
Resulta inconcebible que un recurso de revisión de una acción de amparo sea fallado por el Tribunal Constitucional hasta dos años después de haber sido sometido en violación de su propia legalidad, cuya Ley 137-11 habla de 30 días para que se produzca una decisión, pero, además, es como que, si se tratara de la violación del principio de igualdad, el cual ha sido el más trabajado por la referida alta corte.
El criterio con que el TC maneja estos casos deja la impresión de que sus decisiones son retrasadas cuando se trata de examinar jurídicamente la conducta de los partidos políticos, cuyas sentencias no surten el efecto esperado.
No se sabe con claridad cuál es el criterio que la Presidencia del Tribunal Constitucional aplica en los casos que son depositados en su secretaria, pero se entiende que el lugar de mayor preponderancia debía tenerla la revisión de los recursos de amparo porque son asuntos que se refieren a los derechos fundamentales, los cuales son sumarios y se caracterizan por la celeridad.
El tema parece ser una de las principales razones para que mucha gente entienda que el TC tiene la tendencia a no priorizar aquellos casos que tienen que ver con los derechos fundamentales, sobre todo cuando están involucrados los partidos políticos.
La explicación que muchos ciudadanos ven es que los obstáculos para conocer los recursos de revisión de las acciones de amparo electorales provienen de que los partidos políticos juegan un papel fundamental para que se tome una decisión al respecto porque son los que controlan el Consejo Nacional de la Magistratura, órgano que tiene la responsabilidad de escoger a los jueces, incluidos a los del Tribunal Constitucional.
Y ciertamente no parece haber otra razón para que el TC viole en estos casos el articulo 102 de su propia ley orgánica, la 137-11, que manda que los recursos de revisión de amparo sean fallados en un plazo de 30 días.
El Tribunal Constitucional con la facultad que le otorga la Constitución de la Republica y su ley orgánica, la 137-11, debía cuidar su imagen para que no se contamine como ocurre con todo el sistema de justicia, el Congreso Nacional y el propio Poder Ejecutivo.
El desbalance temporal que se observa en el conocimiento de casos que no tienen la misma prioridad que la violación de un derecho fundamental, que generalmente es planteado a través de una acción de amparo, causa preocupación de que el TC caiga en la misma deficiencia que se observa en prácticamente todo el sistema de justicia dominicano.
En los últimos días se ha observado que el Tribunal Constitucional le da prioridad a la acción directa de inconstitucionalidad frente a los recursos de amparo, pese que éste último trata cuestiones que tienen mayor urgencia.
En los actuales momentos hay recursos de revisión de acciones de amparo que tienen depositados en el TC hasta dos años y que no han sido fallados, lo cual pone en tela de juicio en el principal tribunal del país el principio que dice que sentencias tardías es denegación de justicia.
El problema con relación a los recursos de revisión de las acciones de amparo puede ser una causa para el sometimiento de los casos en la Corte Interamericana de Derechos Humanos, lo cual puede derivar en comprometer civil y penalmente al Estado dominicano.
Pese a que juristas y otros doctrinarios del país no conciben lo ocurrido con el TC en lo que respecta a los recursos de revisión de las acciones de amparo falladas por jurisdicciones especializadas, como el Tribunal Superior Electoral, lo cierto es que parece que todavía pesa mucho la escogencia de los primeros jueces de la alta corte a través del llamado pacto de las corbatas azules.
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Torpezas del Gobierno en política exterior e interna son cada vez más comprometedoras con asuntos de otras naciones.
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2 días agoon
enero 12, 2025Por Elba García
Como nunca antes, naturalmente después de la dominación haitiana que derivó en la declaración de independencia y la proclamación en 1844 del nacimiento de la República Dominicana y de su primera constitución, el país se había manejado con tanta torpeza y falta de razonabilidad frente a la crisis de la hermana nación.
El presidente Luis Abinader ha dado cátedras en lo que respecta al mal manejo de su relación con los vecinos frente a la no existencia de hecho, aunque sí de derecho, del Estado haitiano, pero que ello no implica que el sentimiento nacional demostrado históricamente haya desaparecido en la nación más pobre del hemisferio.
Abinader, quien no ha entendido que el diferendo con los vecinos se debe manejar desde otra perspectiva, ha profundizado las diferencias entre haitianos y dominicanos, las cuales no necesariamente ni solamente tienen que ver con la alta emigración de los vecinos hacia la parte de la isla que ocupa la República Dominicana, sino que además trae consigo un alto nivel de corrupción de una y otra parte, incluido el otorgamiento de visados por parte del Gobierno nacional, cuyos responsables de la aprobación de las mismas cobran 500 dólares por cabeza y son personajes del entorno del presidente de la República, como Margarito de León, cónsul en Juana Méndez.
La confrontación dominico-haitiana fue llevado por Abinader, como si fuera el presidente de toda la isla, hasta el punto de irse a cónclaves internacionales a solicitar que los vecinos fueran invadidos por fuerzas extranjeras para llevar a la normalidad el caos que allí prevalece, sin tomar en cuenta el sentimiento patrio de éstos.
Todo ello se produce sin Abinader detenerse a valorar que los haitianos representan el segundo socio comercial del país, que alimentan el Producto Interno Bruto con miles de millones de dólares, aunque ello no puede llevar a soslayar la carga que tiene la nación con una serie de gastos en salud y educación en favor de los vecinos, pero lo que tampoco justifica las acciones del mandatario.
Pero lo cierto es que el presidente Abinader ha creado, podría decirse, un alto nivel de radicalización de la crisis entre haitianos y dominicanos, pese a que el problema debió manejarse mediante una eficiente y correcta política migratoria y de combate de la corrupción que se produce en la frontera por donde pasa de todo, desde drogas, mercancías de contrabando, prostitución y un peligroso tráfico humano, cuyos principales promotores son bandas de dominicanos, incluidos militares destacados en las zonas limítrofes.
El diferendo por el río Masacre fue otro factor que contribuyó con la profundización de los conflictos entre ambos pueblos que ocupan la isla la Hispaniola, al punto que se llegó a pedir la intervención de organismos internacionales, como la Organización de las Naciones Unidas (ONU), pero sin que todavía se haya producido una solución definitiva al asunto.
Sin embargo, no bien Abinader coloca en un segundo plano el problema dominico-haitiano, el cual trae consigo una intromisión del Gobierno nacional en los asuntos internos de los vecinos, abre otro capítulo en la misma dirección con Venezuela, donde ha querido trazar la regla del juego e incluso utilizar el país para darles todo el apoyo a los opositores de la nación sudamericana.
Tanto es así, que Abinader utiliza el Palacio Nacional para recibir como todo un jefe de Estado a Edmundo González Urrutia y de esa manera tomar parte en favor de la oposición de un conflicto político que debe resolver el ciudadano de allí.
La torpeza del actual gobierno llega al extremo de permitir que González Urrutia permanezca en un hotel nacional desde donde amenaza con hacer su entrada, no se sabe por qué vía, a territorio venezolano, lo cual compromete a la República Dominicana en un atentado en contra de la soberanía de ese país.
El comportamiento del Gobierno dominicano es de total ingratitud cuando se sabe que históricamente Venezuela ha tenido un alto nivel de solidaridad con el país, lo cual, por lo menos, debe conllevar que la nación no se entrometa, en favor de unos y otros, en los asuntos internos de la hermana nación sudamericana.
Lo más sensato fuera que el país se mantenga al margen de un conflicto político que sólo atañe al venezolano, independientemente del criterio que llama a la solidaridad con otros pueblos, pero que ello, de alguna manera, representa una ruptura con una de las partes que mantienen la confrontación por el control del poder, lo cual no es lo recomendable.
Porque hay que preguntarse qué quién ha dicho que la República Dominicana tiene la autoridad para declarar presidente de Venezuela a nadie, así tenga la razón para reclamar un triunfo del que nadie tiene la certeza de que realmente se produjo.
De manera, que recibir como todo un jefe de Estado a quien se ha autoproclamado como ganador de las pasadas elecciones en Venezuela, constituye una intromisión en los asuntos internos del hermano país, ya que esa facultad está reservada a las autoridades electorales de la nación sudamericana.
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La mora representa denegación de justicia, pero muchas sentencias implican un peligro para el Estado de Derecho.
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7 días agoon
enero 7, 2025Por Elba García
En la República Dominicana tuvo lugar este martes 8 de enero el “Día del Poder judicial”, el cual fue aprovechado por el presidente de la Suprema Corte de Justicia, Luis Henry Molina, para insistir, como en ocasiones anteriores, sobre la mortificante mora judicial, la cual, sin lugar a dudas, es una causa muy poderosa para que se produzca una justicia tardía, la cual no es otra cosa que una denegación de la misma.
En la conmemoración de tan importante fecha, Molina, calificó como la mayor calamidad del sistema los innumerables casos pendientes y llamó a no ser indiferentes con esa injusticia, ya que es un daño que se acarrea en contra de las personas y la sociedad en general, por lo que a su juicio erradicar esta falencia es el objetivo central de su gestión.
Sin embargo, el presidente del más alto tribunal del país no abordó otro de los problemas que ha erosionado la credibilidad de la justicia, como son las sentencias al margen de las normas, las cuales demandan una mayor supervisión de los jueces por parte del Consejo del Poder Judicial.
Ahora mismo se puede afirmar que la mora judicial si buen representa una forma clara de denegación de justicia, también el abuso de poder de los juzgadores impone poner en una balanza cuál de estas dos causales pesan más en la prácticamente desaparición del Estado de Derecho.
La primera de las dos, es decir la moral judicial, obedece a un cúmulo de trabajo que el sistema no está en capacidad de manejar y es parte de una deficiencia sistémica, por lo que mediante el mismo mecanismo de la ley se busca reducirlo y quitar presión a los tribunales, pero la segunda tiene que ver con un detalle que descansa, principalmente, en un manejo poco eficiente por parte del Consejo del Poder Judicial, el cual debe producirse a través de una mejoría de los mecanismos de fiscalización de los jueces, el cual también es presidido por el mismo Molina.
De manera, que ambas problemáticas tienen un peso muy fuerte sobre la justicia, pero que mientras la mora podría tener una explicación que aparentemente la justifique, la emisión de sentencias en violación de las normas está asociada a un abuso de poder de los jueces de los tribunales nacionales.
Si se quiere comprobar la cantidad tan alta de sentencias que carecen de razonabilidad y que lesionan el espíritu de las leyes que son aprobadas por el legislador, sólo hay que detenerse a leer cómo el Tribunal Constitucional reprueba la mayoría de los fallos que provienen de los tribunales ordinarios del país.
Sin embargo, esta última parte no luce que sea tan difícil controlarla, ya que sólo habría que crear un mecanismo de fiscalización de las sentencias emitidas por los jueces de todo el territorio nacional y examinar hasta dónde hay o no fallos que violan las normas, lo cual es perfectamente posible y de esa manera, incluso, no hay que esperar a la presentación de un recurso de casación, aunque el mismo siempre estará abierto, dado que los casos manejados por el Consejo del Poder Judicial entran en el marco de su labor administrativa y disciplinaria, no en lo jurisdiccional.
No obstante, se observa que los problemas de la Suprema Corte de Justicia tienen además otras implicaciones como la comisión de errores eminentemente técnicos, lo que permite apreciar en lo que respecta a la aplicación de la nueva norma de Procedimientos de Casación, la 2-23, ya que hace un hibrido procesal con la derogada, la 3726, que luce una violación de derechos fundamentales y de principios como el de no retroactividad de la ley que tiene categoría constitucional.
Esta mala interpretación de los procedimientos de casación si bien no se observan en las sentencias emitidas hasta la fecha por las diferentes salas del más alto tribunal del país o que por lo menos alguien lo haya invocado mediante un recurso de revisión ante el Tribunal Constitucional, pero lo cierto es que muchos de los actores del sistema, máxime a nivel administrativo, confunden con su visión a las partes que buscan apoyarse en los mismos para reclamar sus derechos.
El problema tiene una dimensión que no sólo basta con resolver el problema de la mora judicial en las diferentes salas que conforman la Suprema Corte de Justicia, cuya figura representa una denegación de justicia, sino también procurar evitar que muchos jueces emitan sentencias anulables por ser violatorias de derechos fundamentales y por hacer una interpretación equivocada de la norma, lo cual es atribuible a una multiplicidad de factores como la negligencia, la ineptitud y la complicidad.
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El 2025, como cada año nuevo, entra cargado de grandes expectativas y sueños que normalmente no se ven cristalizados
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2 semanas agoon
enero 2, 2025Por Elba García
El año 2025 entra con la particularidad de que el mundo sufre un deterioro en lo que respecta con los compromisos asumidos entre gobernantes y gobernados y a nivel de las personas físicas y morales., ya que las riquezas están concentradas en una parte muy ínfima de la sociedad.
Por esta razón se observa, podría decirse, la erosión en todo el planeta del sistema representativo, pero el asunto tiene mayor fuerza en aquellas democracias occidentales que han servido de base al resto de las naciones.
Es indiscutible que las falencias de las democracias occidentales siempre han estado presentes en los países con serias debilidades institucionales, pero el fenómeno ya se ha extendido a las que pretenden convertirse en ejemplo para aquellas naciones que las toman como punto de referencia.
El fenómeno del individualismo y el afán personal por acumular grandes riquezas ha representado desde cualquier perspectiva que se vea la principal retranca para que el modelo de democracia representativa que predomina en el mundo recobre su credibilidad.
Ese modelo de gobierno ha profundizado los niveles de desigualdad social y de pobreza en los pueblos, principalmente del llamado tercer mundo, cuando la crisis de valores ya también incluye en este deterioro a las principales potencias mundiales que tienen como sistema político la democracia representativa.
El problema gana terreno y toma tanto cuerpo en un país como los Estados Unidos, donde ahora la lucha no parece ser una expresión entre aquellos que tienen mayor conciencia social y los que no tienen una menor idea de la necesidad de que los Estados incluyan garantías de políticas públicas inclusivas que disminuyan las injusticias sociales.
Pero, lamentablemente, eso no es lo que se ve, sino todo lo contrario, ya que los gobiernos de las democracias occidentales se fundamentan en favorecer a grupos económicos y a personas de forma particular, aunque ello implique el sufrimiento de los que menos tienen.
El descrédito de los partidos, que involucra también al Estado, pese a que se supone que no siempre los intereses grupales deben estar por encima de los colectivos para evitar la ocurrencia de explosiones sociales, conjuntamente con el debilitamiento institucional de las democracias como la estadounidense, indica que podría desaparecer en el curso de los días hasta el foco de presión que constituye la unión americana en contra de detalles tan importantes como la corrupción administrativa y el terrorismo en razón de que hasta ella camina hacia una tolerancia interna de estos flagelos que la conduce aceleradamente hacia el tercer mundo.
Las pasadas elecciones presidenciales de los Estados Unidos se convirtieron en un ejemplo convincente de que los intereses individuales vencieron a los institucionales, cuyos últimos se supone que son una especie de protección de las grandes mayorías nacionales y de la democracia, pero que la práctica dice totalmente lo contrario.
Este cambio en la política estadounidense envía el mensaje de que no es mucho lo que se puede hacer en esta materia, ya que allí hasta la figura del inducto se ha convertido en un instrumento para favorecer a convictos familiares y vinculados a grupos alineados con algunas corrientes tanto democráticas como conservadoras que hoy tienen el control del Estado.
El tema ha entrado en un derrotero que en realidad pone en peligro el sistema democrático occidental, el cual parecía el más fuerte de todos, aunque ello nunca ha ocurrido en aquellas naciones latinoamericanas, donde su precario desarrollo de sus fuerzas productivas ha llevado consigo una pobre conciencia social y en consecuencia una cuestionada democracia.
La tesis en el campo de la sociología política de que en Estados Unidos tiene el control del Estado una clase social para sí, consciente de su papel en la sociedad, ha entrado en un serio cuestionamiento, porque parece no tener asidero el planteamiento de que lo particular nunca estaría por encima de lo colectivo, sobre todo en el contexto de su sistema de justicia.
Sin embargo, el caso Trump ha sido un desmentido contundente a esa corriente de pensamiento y que le atribuye una fortaleza al Estado de la mayor potencia del mundo en virtud de que se señala que fue el primero que surge en el mundo sin influencias feudales y que el mismo es un instrumento de una clase social con una profunda conciencia social.
Entonces, a partir de esa tesis se puede concluir que Trump se ha puesto por encima de esa supuesta clase social y todo ello implica el colapso total de la credibilidad de una nación que sus políticas públicas están dirigidas a no sólo que sean respetadas por sus ciudadanos y población en general, sino también por los países que están en su órbita por razones de geopolítica
De manera, que, si las cosas se observan a partir de las distorsiones y el descredito de las democracias occidentales, entonces habría que concluir que no es mucho lo que se puede esperar en el año que acaba de hacer su entrada, el 2025, sobre todo porque el resto de los países que conforman el planeta están sumergidos en niveles de endeudamiento preocupantes, que sólo llevan a la colonización económica y política y al debilitamiento de su precario aparato institucional.