Por Rosario Espinal
El trauma causado por la suspensión de las elecciones municipales el pasado 16 de febrero solo puede comenzar a enmendarse con la celebración de elecciones confiables el próximo 15 de marzo.
Se habla de pactos y se han hecho intentos, al momento de escribir este artículo infructuosos. Ojalá se pudiera firmar un plan básico para unas elecciones confiables y pacíficas. Pero si el pacto público no se logra, también es posible celebrar elecciones confiables. Veamos.
Primero: han pasado 42 años de la transición de 1978. Es tiempo suficiente para que la clase política dominicana entienda que es de su entera responsabilidad que en casi todas las elecciones durante estas cuatro décadas se hayan producido serios problemas que generan cuestionamientos al proceso y debilitan la legitimidad de las autoridades electas. ¡Basta ya! Las elecciones son por naturaleza conflictivas, se necesitan por lo menos garantías de buen funcionamiento.
Segundo: el uso del dinero para impactar el voto debe desaparecer. Solo los políticos pueden lograr ese objetivo porque no hay fiscal ni policía electoral que pueda enfrentarlo con eficacia. Apresar algunos operadores políticos puede servir para disuadir otros, pero no eliminará el problema. Tiene que ser una decisión de los políticos. Es mucho pedirles, lo sé, pero si lo políticos no toman la decisión, no habrá remedio al problema. Ahora el PLD tiene más dinero, pero antes fue Balaguer o el PRD. Y cuando lleguen otros, harán igual. Siempre en el presente perdemos la visión histórica.
Tercero: la Junta Central Electoral (JCE), a pesar del inmenso tollo con el voto automatizado, fuera por ineptitud o falta de controles, tiene la capacidad de organizar las elecciones. El asunto es si tiene la voluntad política. Con el descrédito que ya rodea los actuales miembros de la JCE, debería ser de alta prioridad para ellos lograr que este proceso fluya de la mejor manera posible, auxiliarse del personal nacional o internacional necesario, ser vigilantes, y hablarle constantemente al pueblo que es su mejor aliado.
Cuarto: en tiempos de incertidumbre, los políticos buscan pescar en río revuelto (todos). Unos tendrán más habilidades que otros para hacerlo, pero, en general, la debilidad colectiva hace que cada parte tenga la ilusión de ser más fuerte, y el incentivo para colaborar se desploma. Pero ¡ojo! El sistema de partidos en la República Dominicana está en su peor momento de los últimos 40 años y hay una ciudadanía que demanda cambios. El momento requiere de inteligencia política y cordura, no de trampas ni poses.
Cuando no hay ideales, la política es un juego pesado de marrullería. Los políticos lo saben y lo hacen. Estamos ante una catástrofe electoral (la suspensión de las elecciones). Sin que el pueblo sepa exactamente qué sucedió, los partidos se acusan uno a otro y la ciudadanía llegó a su conclusión en función de sus banderías.
La JCE se hundió en el proceso, reina la desconfianza, y en vez de tender puentes para rehabilitarla se echa leña al fuego para aumentar la desconfianza. El país puede entrar en un derrotero de inestabilidad como el resto de América Latina si la clase política no recapacita.
El gobierno es el principal responsable de guiar el país y le corresponde la mayor cuota de acción para lograr unas elecciones confiables. La oposición, por su parte, debe entender que para ganar necesita proyectarse como un actor confiable ante la ciudadanía. En la cooperación con garantías está la solución que necesita y espera el pueblo.
¡Adelante políticos!