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Opinión

¿Feminicidios? ¡Oh no!

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Por Rosario Espinal

ROSARIO-ESPINAL-200x3001111111La mayoría en este país dice rechazar los feminicidios, y eso incluye autoridades gubernamentales y eclesiales. Sin embargo, a la hora de tomar medidas, tipificar violaciones contra las mujeres en las leyes, o establecer programas de prevención y apoyo surgen las discrepancias e incoherencias.

La palabra feminicidio puede sonar fea o gramaticalmente incorrecta, pero ha permitido que la población tome conciencia de un fenómeno que pasaba desapercibido: la violencia extrema de algunos hombres contra la mujer que fue o es su pareja. Por esta razón, usar el término feminicidio ha sido útil.

Actualmente  se discute en el Congreso la aprobación de un nuevo Código Penal y resurge el debate sobre el feminicidio.

Según el Artículo 82 del proyecto de Código Penal, “comete una infracción grave de feminicidio quien en el marco de tener, haber tenido o pretender una relación de pareja  diere muerte a una mujer”.

Dada la magnitud de este problema en República Dominicana, y para muestra  vale indicar que en la primera mitad del mes de junio pasado se produjeron unos 15 feminicidios,  deberíamos aplaudir  que el proyecto de Código Penal incluya el Artículo 82. Pero hay voces en contra de que el feminicidio se tipifique como crimen en el Código.

Por ejemplo, un alto representante de la Iglesia Católica emitió un documento donde plantea que si se incluye el feminicidio en el Código Penal hay que incluir también el masculinicidio; de lo contrario, sería discriminatorio contra los hombres, y para no incluir los dos términos propone excluir los dos.

Yo, al escribir feminicidio y masculinicidio en mi computadora, encontré que la palabra feminicidio está integrada al léxico formal y no hubo registro de error gramatical, no así en el caso del masculinicidio.  Y me pregunté: ¿será discriminación tecnológica contra los hombres? Pues no, es que la proporción de hombres que matan mujeres que fueron o son su pareja es mucho mayor que la cantidad de mujeres que matan hombres que fueron o son su pareja.

La discriminación no es una ficción, es un rechazo o subordinación que enfrenta un grupo social en relación con otro, y puede llevar al asesinato. Por tanto, que se utilice el término feminicidio, que el vocablo haya sido integrado al léxico formal, y que no haya ocurrido así con el masculinicidio, refleja que el feminicidio tiene una dimensión social amplia por la cantidad de hombres que comenten estos crímenes contra las mujeres, no así las mujeres contra los hombres.

Para enfrentar un problema social lo primero es reconocer que existe; lo segundo es describirlo; lo tercero es analizarlo; lo cuarto es resolverlo.  En la República Dominicana, al igual que en otros países, utilizar el término feminicidio ha permitido reconocer que existe, pero no se ha analizado adecuadamente, ni tampoco se ha abordado en la magnitud que amerita.

No incluir en el Código Penal la figura del feminicidio sería diluir el problema para que no sea reconocido como una grave violación del derecho a la vida de las mujeres.

Una de las razones principales para que ocurra el feminicidio es la idea de que las mujeres son propiedad de los hombres. Algunos hombres al perder el sentido de propiedad se desquician y comenten el crimen, precisamente contra aquellas mujeres que ellos piensan son de su propiedad.

Cambiar esta cultura de posesividad supone un gran esfuerzo educativo de muchos años. Como no podemos esperar tanto tiempo para enfrentar el problema, hay que comenzar con la penalización del crimen. De ahí la importancia de que el nuevo Código Penal incluya el feminicidio como una infracción grave.

Artículo publicado originalmente en el periódico Hoy.

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Opinión

La Corte Penal Internacional y la Justicia Internacional (2 de 3)

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Por Rommel Santos Diaz

Otro importante avance del Estatuto de Roma es la formulación de una definición internacional de género asi como la incorporación de normas especiales de procedimiento y prueba con relación a víctimas y testigos de crímenes de violencia sexual.

Lo anterior incluye la prohibición de entregar evidencias sobre la conducta sexual anterior o posterior de la víctima así como no exigir  la corroboración del testimonio de la víctima.

Teniendo en cuenta la complementariedad del Estatuto de Roma ,  la Corte Penal Internacional no podrá juzgar a todos los perpetradores de crímenes internacionales. Esto implica que la responsabilidad de procesar a la mayoría de esas personas recaerá sobre las instancias nacionales.

Un posible impacto de la Corte Penal Internacional  podría ser atraer a la luz pública ´´conflictos olvidados´´ en el mundo a través del inicio de sus investigaciones  para que se le de la atención debida y canalice el financiamiento necesario para afrontar estas situaciones, especialmente las necesidades de la población.

Dada la sensibilidad y polarización que puede llevar este tipo de procesos en el ámbito interno, los juicios  que  la Corte Penal Internacional pueda efectuar servirán de plataforma para que los Estados realicen esta labor.

Cabe destacar que las principales víctimas de los conflictos armados generalmente son las mujeres y los niños. Estos mambiseños fueron reclutados forzosamente, siendo sometidos a tratos inhumanos y degradantes.

Los informes del  Representante Especial del Secretario General  de las Naciones Unidas para la cuestión de los niños y los conflictos armados, más de dos millones de niños  han muerto y  seis millones han quedado desaparecidos  de por vida como consecuencia de los conflictos.

rommelsantosdiaz@gmail.com

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Opinión

Navidad de dignidad: la fe que rompe el silencio

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Por Isaías Ramos

En esta Navidad, cuando las familias intentan reencontrarse con lo esencial, vale la pena detenernos un instante y preguntarnos qué celebramos de verdad. La Navidad no es solo una fecha ni un conjunto de costumbres: es un llamado al renacimiento, a volver a la fuente de nuestros valores y a recordar que la esperanza no es ingenuidad, sino una decisión.

Cerramos el año con señales que duelen. Las denuncias e investigaciones por corrupción han herido la confianza pública y, cuando ese deterioro toca instituciones llamadas a proteger derechos fundamentales, el golpe se vuelve más profundo y más personal para el pueblo.

El caso de SeNaSa, por lo que representa, nos recuerda que la salud no es un privilegio: es un derecho. Por eso, exigir que se investigue a fondo y que se sancione conforme a la ley, caiga quien caiga, no es venganza: es justicia; es respeto al Estado de derecho.

A esto se suma una realidad económica que obliga a la sobriedad. La CEPAL proyecta un crecimiento de 2.9%, insuficiente para responder a la magnitud de las necesidades acumuladas en tantos hogares. Pero el problema no es solo el porcentaje: es el sentido del crecimiento. ¿De qué sirve hablar de avance si no llega al salario ni fortalece los servicios esenciales?

Durante demasiado tiempo se ha sostenido un modelo que, en buena medida, descansa en la explotación laboral y en la extracción intensiva de recursos del pueblo. Zonas francas donde el trabajo no siempre dignifica; minería que presiona recursos y comunidades sin la transparencia y el control ambiental que la nación merece; turismo que produce divisas, pero que no siempre deja prosperidad equitativa y sostenible en los territorios que lo sostienen.

Nadie pide apagar la producción ni cerrar oportunidades; lo que el país exige es justicia: trabajo decente, valor que permanezca en la comunidad y progreso que se convierta en vida digna. El desarrollo real no se mide solo por el PIB: se mide por la dignidad.

Y aquí debemos hablar con claridad, con firmeza y con respeto. No estamos ante fallas aisladas, sino ante un sistema corroído de arriba abajo, donde la impunidad se vuelve costumbre y lo público se usa como botín, mientras al pueblo se le pide paciencia y silencio como si la paciencia pagara la comida, el medicamento y la educación.

Tras tres décadas de un sistema político que, en vez de educar y formar ciudadanos útiles a la patria, ha pervertido la vida pública, endeudado la nación, desmantelado las instituciones productivas del Estado y saqueado los fondos del pueblo bajo un manto de impunidad —donde demasiadas veces los casos se han convertido en “pan y circo”: titulares y medidas de ocasión para calmar al pueblo, pero sin condenas firmes, sin recuperación de lo robado y sin desmontar las redes de impunidad— ha llegado la hora de que el pueblo se ponga de pie, rompa el silencio y se organice para recuperar su dignidad y su futuro.

Sí, existen hombres y mujeres de bien dentro del Estado. Pero cuando el sistema castiga al que denuncia y premia al que abusa, el silencio deja de ser prudencia: se convierte en complicidad. Hoy el país necesita valentía moral y coherencia, no neutralidad cómoda.

Por eso esta Navidad nos importa tanto: nos devuelve al centro. Que esta Navidad nos sirva para asumir un compromiso con una fe inquebrantable en el Niño que nació en Belén. Él nació en humildad, conoció la opresión y, aun así, depositó su confianza en el Padre, más grande que cualquier poder terrenal.

Cristo nos prometió la paz que solo Él puede dar. Esa paz no es anestesia ni silencio ante el abuso; es fortaleza para hacer lo correcto. Es la paz que sostiene el carácter cuando todo alrededor quiere quebrarlo y que impide que la indignación se convierta en odio.

Aunque a veces parezca que los opresores lo tienen todo bajo control, la fe nos recuerda que hay un Dios que ve y toma nota, porque solo Él tiene el control último. Pero esa certeza no nos adormece: nos exige; nos llama a esforzarnos y ser valientes, y a cumplir la parte que nos corresponde.

Nuestro Señor Jesucristo vino a proclamar libertad a los oprimidos y a anunciar buenas nuevas a los pobres. Por eso, la fe verdadera no puede quedarse en consuelo privado ni en indignación sin rumbo: no es solo señalar; es organizar; no es solo criticar; es participar; no es solo esperar; es servir. Y desde el Frente Cívico y Social entendemos que esto incluye comprometerse con una economía que dignifique: apoyar la producción local, exigir trabajo decente, fortalecer encadenamientos para que el turismo se integre a la economía real, compre más a manos dominicanas, y que ningún proyecto de “desarrollo” se construya a costa del agua, la tierra o la vida comunitaria o la explotación humana.

Que esta Navidad sea un punto de inflexión: el inicio de un renacimiento colectivo donde la fe se convierta en responsabilidad, la paz se convierta en unidad con propósito y la esperanza se convierta en acción perseverante. Porque, aunque Dios tenga el control último, a nosotros nos corresponde el deber moral de ser instrumentos de justicia, de libertad y de dignidad para la República Dominicana.

¡Despierta, RD!

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Opinión

Navidad: Pedir perdón y carbonizar codicia

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Por Oscar López Reyes

Son 13 los días -entre el 24 de diciembre y el 6 de enero- de la temporada más festiva y dinámica de término de diciembre y comienzo de enero, la Navidad, simbolizada en el lenguaje de cantar villancicos, adornos especiales, arbolitos con luces multicolores, gustosos manjares, regalos y tarjetas, belenes, encuentros, el icónico atronar de alegría y felicidad de Papá Noel: «¡Jo, jo, jo!» y servicios religiosos. Y, en esa magia en lienzo de aguinaldos y frescura, se aviva el pedido de perdón por los pecados y el apaciguar del alma para espantar la ambición monetaria y carbonizar, en vitriolo de cobre, la codicia que estrangula la dignidad.

¡Qué lástima, corruptos!,

¡Oh, exclusión de la violencia!

¡Ah, deterioro mental!,

¡Vaya, individualismo extremo!

¡Caray, aislamiento!

¡Guau, pérdida del decoro!

¡Uy, discriminación!

¡Caramba, crisis de valores!

¡Ay, cambio climático!

Estos son sintagmas o enunciados que se deletrean con rituales en la Corona de Adviento: Ramas verdes y cuatro velas, que representan a Jesús como luz de esperanza en una vida de amor eterno. Ese signo litúrgico -que evoca las cuatro semanas del Adviento y las estaciones del año- grita para que se deshagan las tinieblas de esas malignidades que socavan la vergüenza y el pundonor, la lealtad y la generosidad, la integridad y la decencia, el orgullo y la autoestima en el abolengo de la aristocracia y el linaje de la plebe.

Cristianos y ateos participan gozosos en la fiesta anual de la Navidad (proviene del latín Nativitas, que quiere decir nacimiento), que conmemora la venida al mundo de Jesucristo (el 25 de diciembre, entre los años 7 y 4 a.C., en Belén de Judea, y la celebración fue estatuida siglos después para coincidir con los jubileos romanos y paganos.

Belén está enclavada en Palestina (región de Cisjordania), a unos 10 kilómetros al Sur de Jerusalén. Desde 1995 está bajo el mando de la Autoridad Palestina (Estado de Palestina), conforme los Acuerdos de Oslo, pero separada de Jerusalén por un muro de hormigón, ocupado por Israel.

Ese Patrimonio de la Humanidad y otros territorios de Oriente Medio, ubicado entre el mar Mediterráneo y el mar Muerto, se sitúa en el epicentro de un conflicto bélico entre Israel y Palestina. La primera entiende a Jerusalén como su capital “eterna e indivisible”, y la segunda reclama a Jerusalén Este (incluyendo la Ciudad Vieja) como la capital de un futuro Estado.

La mayoría de las naciones no reconoce la anexión de Jerusalén Este por Israel, que entre octubre de 2023 y diciembre de 2025 ha matado a cerca de 70 mil palestinos, en el Genocidio de Gaza: horribles violaciones a niños y mujeres, el bloqueo de la ayuda humanitaria para afrontar la hambruna, la destrucción de hospitales, sistemas de agua, escuelas y hogares, y el permanente desplazamiento forzado de sus habitantes por los bombardeos.

¡Oh, violencia…!

A sus discípulos y otros adeptos, Jesucristo predicó, imperturbablemente, contra la violencia y los exhortó a quebrar la cadena del odio y la venganza, a perdonar en la misericordia, a no utilizar la espada o la ley del más fuerte, a amar a sus enemigos y orar por quienes los persiguen; a poner la otra mejilla a quienes les golpeaban y a dar más de lo que les piden.

Como costumbres festivas, en la víspera -el 24 de diciembre- del nacimiento de Jesús, la Iglesia Católica celebra la “Buena Noche” o Nochebuena a la espera de la conmemoración del Mesías, como banquetes: platos típicos -pavo y cerdo asado-, dulces y frutas secas, bebidas, villancicos, compartir de regalos, la Misa de Gallo y vigilias en templos, hasta el amanecer.

Oficialmente, entre el 25 de diciembre y el 6 de enero las iglesias cristianas evangélicas efectúan el período de la Natividad con misas del día, celebración de la Sagrada Familia, solemnidad de Santa María, de la Epifanía, el Bautismo del Señor, los Santos Inocentes (28 de diciembre), Año Nuevo (fuegos artificiales y música navideña) y el Día de los Reyes Magos. Marginalmente, han sido agregados vacaciones y viajes.

En ciertas épocas y territorios, la Navidad fue prohibida por puritanos y congregaciones protestantes, pero se han impuesto la memoria festiva, las texturas crujientes y la tradición, como estímulo para el bienestar psico-emocional -por la alegría-, para renovar la expectativa y la esperanza en nuevos proyectos, fomentar el amor y la gratitud, y como un canal para robustecer nexos familiares, religiosos y sociales.

En esencia, la Navidad equivale a llegar, dar, recibir y tocar. Y para perdurar, ¡qué suba más y más, hasta la Estrella de Belén, en el solsticio de invierno, trazo de luz, banquetes, diversión y júbilo!

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El autor: Periodista, escritor, catedrático, gremialista y columnista de El Nacional y decenas de medios digitales.

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