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Opinión

Haití: sin ruta ni rumbo

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Carece de una estructura productiva sólida (importa mucho más de lo que exporta), no tiene una clase empresarial articulada ni una clase media pujante, la pobreza es extrema, y no hay un sistema de partidos políticos funcional.

Por Rosario Espinal

En el mundo moderno, el Estado requiere dos elementos básicos para lograr un mínimo de estabilidad en la sociedad: una estructura productiva para satisfacer las necesidades fundamentales de la población y la articulación del poder para gobernar. Esa articulación puede ser autoritaria o democrática.

En América Latina, incluyendo Haití, prevaleció el Estado autoritario durante la mayor parte de la historia. Pero, de distintas maneras y a diferentes pasos, cada país fue forjando instituciones y experiencias democráticas.

Para fines de la década de 1980, después de múltiples intentos fallidos de apertura, habían caído muchas dictaduras y surgieron distintas modalidades de democracia electoral en la región.

La caída del dictador Jean Claude Duvalier en 1986 encontró a Haití sin una estructura productiva para satisfacer las necesidades básicas de su población, sin un mínimo de institucionalidad democrática, y sin una figura potente para impulsar una clase empresarial en condiciones cuasi autoritarias. Además, la Constitución barroca aprobada en referendo en 1987, que incluye presidente y primer ministro, tampoco ayudaría a forjar una transición con cierta estabilidad.

El período 1987-1990 estuvo marcado por intentos electorales fallidos y enfrentamientos. En 1990 ascendió a la presidencia Jean-Bertrand Aristide con 67% de los votos. Ocho meses después fue derrocado, luego repuesto en 1994 para completar su mandato. Gobernó nuevamente de 2001 a 2004 y otra vez fue derrocado. El populismo social no funcionó.

En el 2004 hubo un giro internacional: de Estados Unidos, Haití pasó a manos de la Misión de Estabilización de Naciones Unidas (MINUSTAH) en una ocupación que se prolongó hasta el 2017. Fue un tiempo de contención política desaprovechado. Al salir las tropas, Haití estaba peor: sin base económica, sin clase media importante, sin partidos fuertes, sin liderazgo político, y con la devastación del terremoto de 2010. El vacío de poder lo han llenado las bandas armadas sin sujeción a la autoridad estatal.

Los presidentes Michel Martelly y Jovenel Moïse danzaron políticamente en ese angosto político durante la última década, creando la sensación de que en Haití había gobiernos electos. Pero ambas presidencias fueron precarias. Moïse ganó las elecciones de 2015 y no pudo asumir el poder. Se celebraron nuevas elecciones en el 2016, y ganó el 55% de los votos con la participación de solo alrededor del 20% del padrón.

La inestabilidad escaló, al punto que, a principios de 2021, Moïse denunció que había planes para derrocarlo o matarlo. En la medida que su gobierno se debilitaba, diversos sectores convergían en su contra (empresarios, iglesias, jóvenes manifestantes) y aumentaban las bandas armadas. Moïse cerró el parlamento y se fue quedando solo, a tal punto que fue asesinado en su propia casa.

Haití enfrenta hoy un profundo vacío de poder: no cuenta con un Estado mínimamente organizado, carece de una estructura productiva sólida (importa mucho más de lo que exporta), no tiene una clase empresarial articulada ni una clase media pujante, la pobreza es extrema, y no hay un sistema de partidos políticos funcional. Está sin ruta y sin rumbo. Además, hay poca esperanza de que alguna fuerza internacional esté dispuesta en medio de esta pandemia a aportar recursos y asumir el liderazgo.

Culpables de estos males hay varios. Dispuestos con capacidad de superarlos no hay. Desafortunadamente el realismo no me deja brecha para ser optimista ni pretenderlo

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Opinión

Un Futuro Digno, Libre y Democrático

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Por el Dr. Isaías Ramos

En una época marcada por desafíos sociales y políticos sin precedentes, la necesidad de fortalecer los cimientos de una sociedad basada en la dignidad, la equidad, la libertad y la democracia es más urgente que nunca. La búsqueda de un futuro más justo y equitativo para todos nuestros ciudadanos requiere un compromiso renovado con estos principios fundamentales, esenciales para el bienestar y el progreso de nuestra nación.

La libertad individual permite a cada persona expresar sus ideas, creencias y opiniones sin temor a represalias. Es un derecho intrínseco y un pilar indispensable de cualquier sociedad que aspira a ser justa y equitativa. Esta libertad es la esencia misma de la dignidad humana y debe ser defendida con vigor en todos los frentes, especialmente en tiempos donde puede ser amenazada por intereses partidistas o agendas autoritarias.

Paralelamente, la democracia, entendida como el sistema político que facilita la participación activa de los ciudadanos en la toma de decisiones que afectan sus vidas, es crucial para la salud de nuestro tejido social. A través de una democracia robusta y vibrante, podemos garantizar que los derechos fundamentales de cada individuo sean respetados y que las políticas públicas reflejen verdaderamente las necesidades e intereses del pueblo.

Sin embargo, debemos reconocer que la libertad y la democracia no son solo aspiraciones ideales; son principios concretos y palpables que deben guiar nuestras acciones cotidianas. La defensa constante y la promoción de estos valores son cruciales para mantener una sociedad justa, libre de opresión y capaz de adaptarse a los cambios de nuestro mundo globalizado.

Es esencial fortalecer las instituciones democráticas existentes para garantizar su transparencia, eficiencia e integridad. El respeto irrestricto al Estado de Derecho y el cumplimiento riguroso de las leyes son fundamentales en la protección de los derechos individuales y colectivos. Estos principios no solo preservan el orden, sino que también promueven un clima de confianza y seguridad que es vital para la estabilidad social y el desarrollo económico.

La educación desempeña un rol crucial en este panorama, actuando como el medio por el cual se inculcan los valores cívicos necesarios para fomentar una cultura basada en el respeto mutuo, la tolerancia y el diálogo constructivo. A través del acceso universal a una educación inclusiva y equitativa, podemos formar a ciudadanos informados y críticos, capacitados para participar de manera activa y consciente en la vida política y social del país.

En el Frente Cívico y Social entendemos que en estos tiempos donde las amenazas contra la libertad individual y los principios democráticos son evidentes y crecientes, es responsabilidad de todos nosotros defender estos derechos inalienables con valentía y determinación. No podemos ser complacientes ni pasivos; el compromiso con la libertad y la democracia debe ser activo y constante.

Es por esa razón que en el  FCS creemos que un  llamado a la acción no es solo un imperativo moral, sino también una oportunidad para reafirmar nuestro compromiso con un futuro donde cada persona pueda vivir con dignidad y equidad bajo un sistema robusto basado en principios sólidos e incluyentes. Juntos debemos trabajar incansablemente por fortalecer nuestra democracia, preservar nuestra libertad individual e impulsar una sociedad donde reine la justicia social para todos sus habitantes.

No dejemos pasar la oportunidad de ser parte de la construcción de un país que no solo aspire a la grandeza económica, sino que también fomente un ambiente de respeto mutuo y oportunidades equitativas. ¡Juntos, podemos construir el país digno, libre e igualitario que todos anhelamos!

¡Despierta, RD!

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Opinión

La Competencia de la Corte Penal Internacional

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Por Rommel Santos Díaz

Según el artículo 1 del Estatuto de Roma  la CPI tendrá la potestad de ejercer su competencia sobre las personas responsables ¨de los crímenes más graves de trascendencia internacional¨. El artículo 1 también estipula ̈La competencia y funcionamiento de la Corte se regirán por las disposiciones del presente Estatutillo que significa que la CPI sólo tiene competencia sobre las personas mayores de 18 años en el momento  en que se cometió el crimen.

El artículo 11 del Estatuto de Roma estipula que la  CPI tiene competencia sólo respecto a los delitos cometidos posteriormente  a la entrada en vigor del Estatuto de Roma .Si un Estado deviene Estado Parte luego de la entrada en vigor , entonces la CPI podrá ejercer su competencia  sólo respecto a los crímenes cometidos luego de la entrada en vigor del Estatuto en ese Estado, excepto cuando se haga  la declaración estipulada en el artículo 12, en que se acepte la competencia  de la Corte como un Estado no Parte.

Si un Estado Parte desea enjuiciar a alguien por un crimen de la CPI deberá contar, como mínimo, con una legislación que le permita ejercer competencia territorial sobre tales delitos y competencia extraterritorial sobre sus nacionales que cometen los delitos en el extranjero.

Los Estados  que deseen enjuiciar a una persona por un delito de la CPI deberán asegurarse de contar con la legislación nacional que les permita ejercer su competencia sobre aquellas personas que cometan estos delitos dentro de su territorio, y los nacionales que los cometan en el exterior. Esto podría requerir simplemente de una enmienda al código penal nacional.

Adicionalmente, el Estado podría  tomar en cuenta  para ejercer su competencia sería  la ̈competencia universal ̈, tal y como se estipula en las  Convenciones de Ginebra de 1949 y sus Protocolos de 1977, relacionados a las ¨faltas graves Cabe resaltar los distintos  conceptos de  ̈competencia universal¨ que existen: algunos interpretan este término  en cuanto a que un Estado  puede ejercer su competencia sobre cualquier persona que se encuentre en su territorio, mientras que otros lo interpretan de tal manera que significa que un Estado puede arrestar a cualquier persona, en cualquier lugar del mundo, sin tomar en cuenta cualquier relación que tenga  con el Estado en cuestión. Además otros Estados podrían considerar incluir la competencia basada en el estatus de víctima.

Rommelsantosdiaz@gmail.com

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Opinión

La criminalidad y nuestro entorno

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Por Nelson Encarnación

Entre las preocupaciones que suelen perturbar el sueño de los gobernantes, la seguridad de los ciudadanos es una, si tomamos en cuenta que el Estado está obligado a garantizar la tranquilidad y el desplazamiento seguro de los gobernados.

Es por ello que asumir esta como una prioridad refiere el interés de que el territorio desenvuelva su cotidianidad dentro de un ambiente de paz y sosiego.

Sobre todo, un país como el nuestro, cuya economía está atada a dos renglones muy espantadizos: el turismo y la inversión extranjera directa.

Cuando el presidente Luis Abinader asume el combate a la delincuencia como una de sus preocupaciones—y también ocupaciones—es precisamente por el impacto negativo que esta tiene en el clima de negocios, pero igual por el interés de propiciar la tranquilidad nacional.

Con frecuencia escuchamos sobre el entendible temor que genera la delincuencia, lo que deja la impresión de que vivimos en el país más inseguro del continente, lo cual no es cierto.

Y no lo digo yo, sino el informe de InSight Crime de 2023, que recoge las cifras de homicidios en América Latina y el Caribe, en el cual aparecemos entre los más seguros de la región.

Según este informe, la tasa de homicidios se ubicó en 11.5 por cada 100,000 habitantes, una reducción del 7% respecto de 2022, lo que nos sitúa por debajo de países competidores en turismo como Jamaica (60.9), y Puerto Rico (14.4), para solo citar dos ejemplos caribeños.

El Ecuador revienta la balanza en países de más de 10 millones de habitantes, con la astronómica tasa de 44.5 homicidios por cada 100,000, (más que Haití, 40.9), con la agravante de que ha registrado un aumento del 74.5% en los últimos cinco años.

Una verdadera catástrofe sin fin, en contraste con su vecino Perú, que apenas registra 3.2 homicidios por cada 100,000 habitantes.

Sobre nuestro país, el informe resalta que, a pesar de ser territorio de tránsito de cocaína, no experimentó un aumento en la violencia en 2023, sino una reducción del 7%.

“El crimen organizado no parece ser un detonante determinante de la violencia en la República Dominicana, ya que la mayor parte de los casos (45,4%) están relacionados con conflictos sociales, y solo el 24,3% parecen estar vinculados a la delincuencia”. Un dato importantísimo.

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