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Opinión

La delincuencia y la sociedad

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Por Silvano A. Rodríguez

En nuestro país, la República Dominicana, la queja que más emiten los ciudadanos es la de que: «la delincuencia le está ganando la guerra a las autoridades;» pero la verdad es que quien está realmente perdiendo la guerra es la sociedad.  Y lo más lamentable aún es que muchos de los que conforman la sociedad a todos los niveles, son miembros de los más perjudiciales grupos de delincuentes.

En casi todos los estamentos de la sociedad los delincuentes forman parte de ellos.  Podríamos afirmar, sin temor a equivocarnos, que hasta en la Iglesia Católica los delincuentes han penetrado, o por lo menos van a misa.

La realidad es que delincuentes no son sólo esos desalmados, aunque ahora actúan fuertemente armados, que te acechan en las calles y te quitan una cadena de oro, tu cartera, o tu teléfono celular.   Estos simplemente son los más populares; y tal vez ni siquiera son la mayoría,  pues por cada delincuente que te arrebata una prenda de tu cuerpo, hay más de mil delincuentes que se la quieren comprar.  Por cada dos o tres

delincuentes que se roban un automóvil, hay miles de delincuentes que hoy son distribuidores de repuestos usados de automóviles que se suplen de las partes que estos ladrones les venden a precios de vaca muerta.

También mucho se habla de que en nuestras fuerzas militares y policiales han penetrado indeterminada cantidad de delincuentes, y que hoy día forman parte de las mismas.  Se les acusa como los principales protagonistas de numerosos actos de delincuencia, y muchos analistas pretenden justificar la conducta inapropiada de estos miembros de nuestras autoridades encargadas del orden y la seguridad ciudadana como causadas por los bajos salarios que perciben.

Quisiéramos dejar claro que, aunque no compartimos la política gubernamental de salarios, pues entendemos que es un error de las autoridades querer justificar la aplicación de paupérrimos salarios para los miembros de nuestros organismos militares y policiales, como consecuencia de nuestras limitaciones en la disponibilidad de recursos que beneficien a los empleados públicos con salarios adecuados, no es menos cierto que cometer o no actos de delincuencia depende más de la formación moral del ser humano y la influencia que se recibe como parte del conjunto de miembros que conforman el ente social al que pertenecemos.  En las calles hay muchos policías y militares con bajos salarios, y miles de ciudadanos desempleados que jamás serían capaces de cometer un acto delincuencial.

Un punto que no debemos dejar pasar, si nos enfocamos en la relación  salario-delincuencia-moral, es que como país no somos los únicos que enfrentamos este problema a nivel mundial.  Para citar sólo algunos casos vamos a iniciar con las tantas historias de delincuentes enganchados a policías en los Estados Unidos, y de otros corrompidos ya dentro de la organización.  Algunas de estas historias han sido llevadas al cine y  la

televisión y sus ediciones en libros han sido «best sellers.»  En la actualidad frecuentemente se presentan casos de oficiales de la policía de Nueva York, algunos de origen dominicano, involucrados en acciones ligadas al narcotráfico callejero, a pesar de que sus salarios superan  los ingresos que reciben la mayoría de los policías en todo el mundo.

Recientemente se informó que las fuerzas especiales de la policía de Rio de Janeiro, en Brazil, al penetrar a las favelas para combatir la delincuencia y el narcotráfico, arrestaron a trece policías, quienes fuertemente armados hasta con granadas, se desempeñaban como guarda espaldas del principal  jefe de los delincuentes y narcotraficantes en una de estas favelas.

También la corrupción es un acto delincuencial que repercute en los medios de comunicación como simple acción de los políticos  que ejercen el poder en determinados períodos de tiempo; pero nadie habla de la corrupción que cometen y practican los llamados sectores poderosos de la economía dominicana que aprueban o desaprueban las políticas fiscales que el gobierno de turno solo puede aplicar luego de hacer un pacto

con ellos, o de los contrabandos que se detectan pero nunca se dice quien  o quienes lo intentaron introducir.  Estos actos de delincuencia son poderosamente dañinos para el desarrollo social del país y los que los cometen forman parte de la sociedad.

La delincuencia nos arropa en todos los estamentos de la sociedad.  Combatirla no es tarea particular de ninguna autoridad.  Cada uno de nosotros, como miembros de la sociedad, tenemos la responsabilidad de enfrentarla.  Así como se castiga el lavado de recursos provenientes del narcotráfico, así también hay que penalizar fuertemente el lavado de recursos y bienes provenientes de la delincuencia, incluyendo la corrupción.

 

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Opinión

Responsabilidad Penal Individual y Delitos del Estatuto de Roma

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Por Rommel Santos Díaz

Los crímenes de la competencia del Estatuto de Roma son normalmente aquellas ofensas cometidas contra un número de personas. Los crímenes de lesa humanidad y el genocidio son delitos que generalmente son cometidos por muchos individuos  que operan como parte de una extensa organización criminal.

Aquellos que poseen el grado más alto de responsabilidad penal por estos  crímenes  normalmente son aquellos individuos con posiciones de autoridad que no tienen contacto directo con las víctimas. Ya sea que emitieron las órdenes, incitaron a otros a cometer los crímenes, o crearon los medios con los cuales se cometen estos crímenes.

Es por esta razón que el Estatuto de Roma no restringe la responsabilidad penal por estos delitos a los individuos  que estuvieron directamente involucrados con su comisión, pero la entiende a aquellos  que estuvieron también indirectamente involucrados.

Según el artículo 25 del Estatuto de Roma, la persona será penalmente responsable si:

  1. a)Cometio el crimen por sí solo, con otro o por conducto  de otro, sea este o no penalmente responsable;
  2. b)Ordeno, propuso o indujo la comisión de ese crimen, ya sea consumado o en grado de tentativa;
  3. c)Fue cómplice o encubridor o colabore de algún modo en la comisión o la tentativa de comisión del crimen, incluso suministro los medios para su comisión;
  4. d)Contribuyo de algún otro modo en la comisión o tentativa de comisión del crimen por un grupo de personas  que tengan una finalidad común. La contribución fue intencional y se hizo con el propósito de llevar a cabo la actividad o propósito delictivo del grupo, o a sabiendas de que el grupo tenía la intención de cometer el crimen;
  5. e)Respecto al crimen de genocio, hizo una instigación directa y pública a que se cometiera;
  6. f)Intente cometer ese crimen.

Sin embargo, la persona que desiste de la comisión del crimen o impida de otra forma que se consume no podrá ser penado de conformidad con el Estatuto de Roma  por la tentativa si renunciare íntegra y voluntariamente al propósito delictivo.

Los Estados partes del Estatuto  de Roma que deseen enjuiciar a los acusados en sus tribunales nacionales, según el principio de complementariedad, deberán garantizar que su legislación de implementación incluya todas las formas de responsabilidad penal individual y ofensas incoadas dispuestas por el Estatuto.

De lo contrario, no podrían  enjuiciar en sus tribunales nacionales la mayor parte de los individuos responsables por la omisión de los delitos contenidos  en el Estatuto de Roma.

Finalmente, la mayoría de la legislación penal nacional ya describe la responsabilidad penal individual de la misma manera, y por lo tanto no sería necesario realizar enmiendas legislativas. Los Estados Partes deberán sin embargo asegurarse de que esta responsabilidad se aplique a todos los delitos de la competencia de la Corte Penal Internacional.

Rommelsantosdiaz@gmail.com

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Opinión

La verdad se comprueba con los hechos.

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Por Elba García Hernández

En los últimos días del presente año 2024 he tenido la obligación y el deber de defender derechos fundamentales ante el Tribunal Superior Administrativo y he podido comprobar lo mal que está el país en materia de justicia.

Los abusos de poder se observan en esta jurisdicción de Derecho Administrativo en cualquiera de las salas que conocen las litis que se presentan entre la administración y los administrados.

Es penoso ver como los abogados repiten como papagayos los mismos argumentos en los diferentes casos que en esta instancia se conocen. Pero peor aún el nivel de los jueces que manejan los casos.

En esta jurisdicción hay un nivel de razonabilidad que sonroja a cualquier profesional del derecho, pero las cosas se complican cuando se examinan las sentencias que emiten los juzgadores de una jurisdicción que está estrechamente vinculada con el Derecho Constitucional.

Es tanto así, que muchos de los jueces están más interesados en penalizar a las partes sobre la base de disposiciones arbitrarias e ilegales de comisionar un alguacil de estrado para que haga nuevas notificaciones y cobrarles a los litigantes por ese concepto hasta 20 mil pesos cuando se trata de conflictos legales que provienen del interior del país.

Cualquiera se forja la impresión de que existe una sociedad para hacer dinero mediante las notificaciones entre los alguaciles de estrados y los magistrados que presiden salas en el Tribunal Superior Administrativo.

Lo preocupante de este asunto es que cuando no se satisface el deseo del juez o del alguacil de estrado, ese disgusto se refleja en la sentencia que emite el tribunal.

Otro detalle importante de lo mal que se manejan algunas salas del Tribunal Superior Administrativo es que se agarran de cualquier detalle insignificante para justificar una sentencia en contra del que no se acoge a la comisión de un alguacil para fines de nueva notificación.

Impresiona, además, el poco nivel de razonabilidad de los que participan de las audiencias que se celebraran en el Tribunal Superior Administrativo.

En realidad, parece un juego de niños, lo cual desmiente los supuestos avances en Derecho Administrativo, porque la verdad es que lo ocurre en esta jurisdicción de la justicia  deja mucho que desear.

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Opinión

No es resentimiento ni frustración.

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Por José Cabral

El panorama que se observa en el país lleva a cualquier persona, por optimista que sea, a sentir que todo se derrumba y que nada tiene solución. No hay un solo estamento estatal que indique que el país transita por un buen camino.

Esto así, porque si al azar se escoge cualquier instancia, pública o privada, fácilmente se llega a la conclusión de que prácticamente todo está perdido. Son prácticamente nulos los referentes que indican que en el futuro se alcanzaría una mejor nación.

El principal fracaso de la sociedad dominicana tiene que ver con el fiasco que representa el Ministerio Público y la judicatura nacional, donde uno apoya la ilegalidad del otro. Es un asunto para mantenerse seriamente preocupado.

En realidad, no se sabe cuál si el fiscal o juez anda peor, pero de lo que sí se puede estar seguro es de que ambos transitan por un camino que solo garantiza el abismo de la nación.

En el país no hay proceso penal que termine de buena manera, pero tanto el Ministerio Público como los jueces recurren permanentemente a decisiones al margen de las leyes que les sirven de sustento.

El Ministerio Público sólo parece ser bueno para manejar casos de importancia mediática, mientras que los jueces se han especialistas en emitir sentencias al margen de las normas y de los derechos, deberes y principios fundamentales.

Es una verdadera vergüenza lo que ocurre en el país, ya que tribunales como el Superior Administrativo, donde el administrado busca liberarse de los abusos de la administración, tiene un nivel similar al de un juzgado de paz. Sus jueces carecen de razonabilidad y muchas veces hasta de sentido común.

En el sistema de justicia nacional se produce una verdadera negación de derechos, pero el hecho de que los jueces no puedan ser procesados por muchos de los casos que fallan, ya que hasta las acciones de amparo no pueden ser interpuestas en contra de los tribunales nacionales, habla claro de la trampa en que está envuelto el ciudadano.

Es decir, que, aunque existe la querella disciplinaria, la recusación e incluso la prevaricación, es una batalla como aquella siempre citada entre el huevo y la piedra, porque la complicidad se extiende de un lado a otro sin excluir a prácticamente la totalidad de los actores del sistema de justicia.

Adentrarse en el comportamiento de la justicia y del Ministerio Público es una razón determinante para frustrarse o resentirse, aunque, naturalmente, este mal debe combatirse con herramientas que tal vez algún día surtan efecto.

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