Por Rosario Espinal
Se escucha hasta la saciedad que hay una invasión haitiana en la República Dominicana, que hay más de dos millones (hasta ocho he escuchado). Todo especulación. Ningún opinante ha realizado un censo ni una encuesta para decir cuántos son. Los datos más precisos los ofrece la Encuesta Nacional de Inmigrantes de 2017, que estimó una población de origen haitiano de alrededor de medio millón.
Pero sea cual sea el número, la inmensa mayoría de esos inmigrantes haitianos trabaja en sectores claves de la economía como agricultura y la construcción, donde se estima representan alrededor del 80% de la mano de obra.
Entiéndase bien: los haitianos no llegan a la República Dominicana a campos de refugiados patrocinados por ONG ni Naciones Unidas. Tampoco hay soldados extranjeros en la frontera. Los haitianos llegan a trabajar y son empleados por dominicanos.
La inmensa mayoría permanece por años (quizás hasta morir) sin que el Estado dominicano sepa quienes son, porque no están registrados en ningún lugar. O, si fueron registrados en el Plan Nacional de Migración, el carné venció y muchos no han sido renovados.
Parecería un sinsentido que haya tantos inmigrantes y nadie sepa quienes son, más allá de verlos en las calles o llamarlos por un apodo si hay alguna interacción.
Esta paradoja se debe a que no ha habido interés en establecer quiénes son para poder explotarlos más. Tener documentación conlleva derechos y eso haría la mano de obra más costosa. Además, para explotar de manera más efectiva hay que denigrar, presentando los sujetos como malignos e inservibles por una razón u otra.
Por su lado, muchos dominicanos, insatisfechos con las oportunidades que ofrece la República Dominicana, emigran. La mayoría a Estados Unidos.
En el exterior, muchos viven en una permanente contradicción: se quejan de los problemas de la República Dominicana (la migración haitiana incluida), pero desean mantener una estrecha vinculación con su país de origen.
Forman enclaves con características similares a los barrios populares dominicanos: música alta, basura, juego de dominó en las calles, etc.
Muchos dominicanos ven a los haitianos como destructores de la identidad cultural dominicana, sin percatarse de que los migrantes dominicanos ocupan espacios donde las normas de organización eran otras y las transforman para el desagrado de los lugareños que se sienten también vulnerados en su identidad cultural.
Todos los dominicanos aplauden que la llamada diáspora dominicana progrese en el campo laboral y la política de los países donde han emigrado, pero muchos no aceptan que los haitianos y sus descendientes hagan lo mismo en tierra dominicana.
Desde hace 50 años, la República Dominicana experimenta una significativa migración hacia dentro y hacia fuera que se ha vuelto esencial para el funcionamiento de la economía.
La migración haitiana ofrece un ejército de mano de obra barata a los empleadores dominicanos (por eso los dejan entrar y los emplean).
Y la migración dominicana quita presión al sistema de demandas internas y es fuente de muchas divisas, contribuyendo así a la estabilidad nacional.
¿Y entonces? ¿Quiénes son los villanos?