Opinión
Los Partidos Políticos: La Peor Lacra de la Democracia
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8 años agoon
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José CabralPor José Cabral
En la República Dominicana sigue sobre el tapete el tema de las primarias abiertas y simultáneas a propósito de la posible aprobación de la Ley de Partidos Políticos.
La propuesta proviene del sector que en la actualidad tiene el control del Estado, el de la corriente de Danilo Medina, y de acuerdo a los que objetan la propuesta sería como celebrar otras elecciones generales en el país.
También se argumenta que los partidos mayoritarios y con mayores recursos económicos contaminarían la elección interna de los más pequeños y que no cuentan con el dinero suficiente para contrarrestar lo que vendría en su contra.
Hay quienes también advierten que la aprobación de las primarias internas abiertas y simultáneas constituye una estocada mortal al sistema de partidos en la República Dominicana.
Hay que dejar lo suficientemente claro que si en algo anda mal la democracia dominicana es en lo que tiene que ver con los partidos políticos, porque son los causantes de prácticamente todos los males que la aquejan.
De los partidos políticos sale el presidente de la República y los demás funcionarios del Poder Ejecutivo, los miembros del Congreso Nacional, el Ministerio Público y los jueces de los tribunales nacionales, es decir del Poder Judicial, lo cual nos indica que si hay un grave problema en la democracia dominicana hay que buscarlo en cada una de las parcelas políticas.
Siendo así, hay que necesariamente llegar a la conclusión que los partidos políticos deben ser obligados a cambiar su forma de actuar y eso sólo puede ocurrir transfiriendo el extraordinario poder que ahora tienen al pueblo dominicano y que en consecuencia su capacidad de seleccionar al futuro funcionario público descanse en el ciudadano.
En este caso habría que poner en una balanza qué es más perjudicial para la democracia dominicana si mantener primero una burocracia partidaria sumamente corrompida con recursos que provienen del Estado y al propio darle la facultad de escoger caprichosamente a candidatos, muchos de los cuales provienen del bajo mundo, y en cuya elección está de por medio el dinero pagado.
La realidad es que aunque la propuesta provenga del sector danilista con el propósito de cerrarle el paso al posible regreso al poder de Leonel Fernández, lo cierto es que de algún modo también constituye una forma de acabar con el poder inmedible de los partidos políticos que lo han corrompido todo en la llamada democracia representativa.
El poder más grande descansa actualmente en los partidos políticos, cuyas cúpulas no sólo son los responsables en el manejo poco transparente de los recursos públicos que pone en sus manos la ley a través de la Junta Central Electoral, sino que también han corrompido hasta más no poder a todo el Estado dominicano.
Habría que reconocer que las primarias abiertas y simultaneas ofrecen la posibilidad de manipulación de los resultados, pero también hay que tener claro que un ciudadano difícilmente el mismo día podrá votar en diferentes eventos de este tipo, pero a esa posibilidad también se le pueden poner correctivos mediante medidas puntuales.
Lo bueno que tiene las primarias abiertas y simultaneas es que van a impedir que una persona se apropie de un partido político porque fue su fundador y a partir de ahí se convierta en un pequeño caudillo que es quien elige caprichosamente hasta los propios candidatos de su parcela política.
En la actualidad el Congreso Nacional está lleno de legisladores que provienen de los peores intereses que inciden en la sociedad y el Estado, ya que los llamados banqueros o dueños de bancas y los identificados como transportistas dominan el Poder Legislativo, cuya responsabilidad del fenómeno recae en la partidocracia.
De manera, que los riesgos en cualquier caso están ahí, lo que habría que determinar qué podría ser más saludable para una democracia totalmente corrompida, como la dominicana, cuyos responsables son precisamente los partidos políticos.
Son los partidos políticos los responsables de fenómenos tan peligrosos para cualquier sociedad como son la carencia de institucionalidad y la promoción de un nivel de impunidad que lo pone en duda todo, principalmente de una democracia que tiene como principal debilidad no contar con un verdadero estado de derecho.
Habría que sopesar que resulta más dañino para los dominicanos si un sistema de partidos totalmente dañado y putrefacto o unas primarias abiertas y simultaneas, cuyo costo económico tampoco debe ser una gran preocupación porque la partidocracia de cualquier modo se lo lleva todo entre sus garras sin el menor remordimiento.
Es un asunto que no deja de ser interesante, porque de lo que sí debe estar seguro el dominicano es que la democracia debe cambiar, no sólo en lo que respecta al manejo de la justicia, el Congreso y el Ejecutivo, sino también en lo que tiene que ver con la supuesta democracia interna en los partidos políticos, incluidos los llamados alternativos, que son manejados por un liderazgo añejo y con los mismos vicios de los tradicionales, sólo que en un nivel más pequeño, dado que incluso hasta participan de la llamada micro-corrupción.
Las primarias abiertas y simultaneas si la analizamos con la suficiente profundidad podríamos llegar a la conclusión de que se constituyen en un elemento que contribuye con darle una estocada mortal a la promoción y base de sustentación del clientelismo a lo interno de las agrupaciones políticas, uno de los fenómenos más destructivos de cualquier sociedad que se proyecta como democrática, lo cual también propicia y consolida uno de los anti-valores más dañino que heredan los dominicanos, como lo es el caudilismo, del cual se derivan otros de igual dimensión social y cultural como el patriarcado, el jefismo, el amiguismo y el machismo, éste último responsable de un flagelo como el feminicidio que colocan el país en los primeros lugares de muertes por esta causa.
El legado de los partidos políticos de la República Dominicana desde cualquier perspectiva que se analice constituye una desgracia nacional que se extiende a todos y cada uno de los problemas que hoy aquejan este país de sufrimiento, pobreza y miseria, pero también de mucha abundancia concentrada en unos pocos que han contado con el apadrinamiento de las diferentes parcelas políticas que se han insertado en los espacios que proporciona el corrompido sistema y paraíso de los que asumen el partidarísmo como una forma de sobrevivencia y de acumulación de poder y fortuna.
(I)
Por Oscar López Reyes
Desde 1950, tres años a posteriori de su creación -1947- la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos comenzó a instrumentalizar a periodistas para manipular y moldear a la opinión pública mundial, en una abominable labor de zapa, en el cenit geopolítico de la Guerra Fría entre dos superpotencias imperiales. Su proyecto primigenio, y el más escalofriante, ha sido la encubierta Operación Mockingbird, mediante la cual se ocultaron y tergiversaron informaciones para influir a favor de los designios norteamericanos, y desde 2019 ejecuta a gran escala una campaña de reclutamiento para difundir noticias y entretenimiento en redes sociales y plataformas streaming.
En estos 78 años, la CIA ha invertido miles de millones de dólares en el enlistamiento de periodistas anti-éticos y anti-democráticos y en infiltración en medios de comunicación para divulgar programas propagandísticos, engendrando el descrédito y la desconfianza ciudadana, así como la animadversión de adversarios en guerras.
La operación Mockingbird, que inicialmente consistió en escuchas telefónicas periodísticas sin orden judicial, fue llevada a cabo por la CIA para identificar fuentes de filtraciones de datos de alta inteligencia. Principió grabando conversaciones privadas de Hanson Baldwin, reportero de seguridad nacional del New York Times, entre el 12 de marzo y el 15 de junio de 1963, desde el Despacho Oval de la Casa Blanca.
Las grabaciones fueron por iniciativa del presidente de Estados Unidos, Jhon F. Kennedy, luego que se incomodara por un reportaje de primera plana publicado por Baldwin (ganador del Premio Pulitzer en 1943 por su cobertura de la Segunda Guerra Mundial) en la edición del 26 de julio de 1962 del New York Times en el que, amparado en una información clasificada, revelaba el número de misiles nucleares en el arsenal estadounidense. A su vez, comparaba esos depósitos atómicos de Estados Unidos con los de la Unión Soviética, y el afán de esta última superpotencia por resguardar sus emplazamientos de misiles balísticos intercontinentales.
A seguidas, la CIA también intervino los teléfonos residenciales de los columnistas Robert S. Allen y Paul Scott (The Allen-Scott Report, publicada en unos 300 periódicos), tras estos dar a conocer secretos clasificados de Estados Unidos. Más adelante, el Buró Federal de Investigaciones (FBI) se incorporó a las averiguaciones y vigilancia para detectar quienes desde los organismos de inteligencia estaban infiltrando informaciones a la prensa. También produjo la intercepción telefónica a la periodista de Newsweek, Lloyd Nornam, y el secretario de Estado Dean Rusk presionó para que CBS News no difundiera un reportaje del periodista Daniel Schorr sobre el espectacular escape de ciudadanos de Alemania Oriental a través de un túnel bajo el Muro de Berlín.
Por intermedio del proyecto Mockingbird -según variadas fuentes- para divulgar propaganda proestadounidense y truquear a la opinión pública contra la influencia comunista, aceptaron ser asalariados de la CIA cientos de periodistas de The New York Times, The Washington Post, Newsweek, ABC, CBS, NBC, la revista Time, Louisville Courier Jounal, Copley News Service, la agencia internacional Reuters y otros medios de América Latina, Europa y otras regiones.
Los objetivos bien definidos de la contratación a sueldo de la red de periodistas, publicaciones, televisoras y emisoras tengo que segmentarlos en siete:
1.- Difundir relatos preescritos por la CIA, para tratar de cambiar la percepción global sobre situaciones y personas, siempre favorables a Estados Unidos.
2.- Controlar la política editorial de medios comunicativos, a través de altos ejecutivos y editores, en una novedosa interacción subrepticia gobierno-prensa.
3.- Ocultar informaciones perjudiciales o desfavorables a Estados Unidos, en una intromisión estatal sin precedentes.
4.- Inclinar la balanza para conveniencia estratégica de Estados Unidos en coberturas informativas, artículos de opinión, editoriales y otros géneros periodísticos.
5.- Contrarrestar la propaganda e influencia de la Unión Soviética, con mecanismos sofisticados de persuasión pública.
6.- Suministrar datos de inteligencia, en una típica tarea de espionaje.
7.- Detectar a agentes o empleados de organismos de inteligencia que confidencialmente suministraban informaciones a periodistas.
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El autor: Redactor principal del Código de Ética del Periodista Dominicano y autor exclusivo del libro “La Ética en el Periodismo. Los cinco factores que interactúan en la deontología profesional”.
Por Isaías Ramos
En el artículo anterior, “Cuando trabajar no alcanza”, mostramos lo esencial: en nuestro país hay trabajadores a tiempo completo que, aun cumpliendo con todo, no alcanzan el costo de la canasta básica. Hoy toca cerrar el círculo con una pregunta inevitable: si el Estado asegura que no tiene margen para indexar el ISR ni para acercar los salarios a la canasta, ¿cómo sí lo tiene para blindar exenciones y subsidios que ya rondan el medio billón de pesos al año?
La comparación es contundente: alrededor de RD$19 mil millones para cumplir la indexación —lo mínimo para que la inflación no se coma el salario por la vía del impuesto— frente a más de RD$500 mil millones en gasto tributario y subsidios no focalizados. Esa diferencia no es técnica; es moral. Es un impuesto silencioso al trabajo para sostener privilegios que casi nunca rinden cuentas.
No hablamos de milagros, sino de coherencia constitucional.
Primero derechos; después privilegios.
La indexación es justicia básica; que el salario cubra la canasta es dignidad mínima. Cuando eso no ocurre, todo lo demás se convierte en una transferencia regresiva: recursos públicos arriba y salarios de subsistencia abajo.
Lo vemos en historias como la de Marta, cajera en una tienda que abre seis días a la semana. Gana el salario mínimo del tramo superior y aun así no le alcanza para transporte, alimentos y educación básica de sus hijos. Todos conocemos una Marta. Su caso no es la excepción; es el reflejo de un modelo.
Reconocemos, sin ambigüedades, que ciertos sectores han traído inversión y empleo. Pero en un Estado Social y Democrático de Derecho, la prioridad no se discute: derechos primero, incentivos después. Si un sector recibe exenciones millonarias durante décadas, la contrapartida mínima es un salario mediano por encima de la canasta y una reducción verificable de la informalidad. Y si los beneficios se justifican por su aporte, ese aporte debe comprobarse con datos públicos.
Las preguntas son simples, y las respuestas deberían serlo también:
- ¿Cuál es su salario mediano y qué parte de la canasta cubre?
- ¿Cuál es su aporte fiscal neto, descontadas exenciones y transferencias?
- ¿Qué metas salariales y de formalización han cumplido —auditadas y con plazos—?
Si esas respuestas no existen, la falla no está en quien critica, sino en un modelo que evita mirarse al espejo.
Cuando miramos la región, el panorama se vuelve más claro y más crudo. Llevamos décadas creciendo alrededor de 5 % anual, más del doble del promedio latinoamericano. Sin embargo, datos del Banco Mundial muestran que menos de 2 % de los dominicanos ascendió de grupo de ingreso en una década, frente a un 41 % regional. Es una de las movilidades más bajas de América Latina: un motor económico de alta potencia montado sobre una carrocería social demasiado frágil.
A eso se suma un mercado laboral con alrededor de 55 % de informalidad, superando un promedio regional que ya bordea la mitad. Millones de personas trabajan sin contrato, sin protección y sin capacidad de negociación. Mientras tanto, el salario mínimo formal del sector privado no sectorizado —según el tamaño de la empresa— oscila hoy entre unos RD$16,000 en las microempresas y cerca de RD$28,000 en las grandes, y ni siquiera en su tramo superior alcanza el costo de la canasta familiar nacional, que ronda los RD$47,500, ni la canasta del quintil 1, situada en torno a RD$28,400. La mayoría de los trabajadores informales ni siquiera se acerca a esos montos.
Ahí está el nudo del modelo: un PIB que corre por delante del promedio regional, con salarios más bajos, más informalidad y menor movilidad que casi todos. Ahí es donde la retórica del “milagro” deja de coincidir con lo que millones viven cada día: jornadas largas, ingresos insuficientes y un crecimiento que no se traduce en dignidad.
Y, mientras tanto, la indexación —que solo evita que el impuesto castigue el salario— se presenta como inalcanzable. No lo es. Lo inalcanzable es pretender estabilidad congelando la protección del trabajador mientras se blindan privilegios que nadie revisa con lupa desde hace décadas. Eso no es estabilidad; es un subsidio a la precariedad.
La discusión no es “si hay dinero”, sino de dónde es justo que salga.
¿De quienes ya no pueden más, o de exenciones que llevan medio siglo sin evaluación seria?
¿De la nómina de la clase trabajadora, o de regímenes especiales convertidos en vacas sagradas?
En el Frente Cívico y Social entendemos que la guía es simple y está escrita en la Constitución. El artículo 62 establece, entre otras cosas, que es finalidad esencial del Estado fomentar el empleo digno y remunerado y, en su numeral 9, consagra el derecho a un salario justo y suficiente para vivir con dignidad. No es poesía; es mandato. Si el salario mediano de un sector no cubre la canasta, ese sector no cumple con la dignidad mínima. Y si además recibe exenciones, la obligación de rendir cuentas es aún mayor.
Y porque no hay dignidad sin desarrollo, no olvidemos lo esencial: salario digno es demanda interna, productividad futura y estabilidad social. Con sueldos de miseria no se construye un mercado interno robusto, no se fortalece el capital humano, no hay escalera de movilidad. Lo que se “ahorra” hoy en salarios bajos se paga mañana en menor crecimiento y mayor conflictividad.
En una frase: un país que se respeta no pone el privilegio por encima del salario, ni el incentivo por encima de la dignidad. Cuando la política honra esa jerarquía, la estadística deja de ser consuelo y se convierte en vida vivible.
Despierta RD
Opinión
La Corte Penal Internacional y los Tribunales Penales Internacionales (1 de 2)
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1 semana agoon
noviembre 26, 2025Por Rommel Santos Díaz
A diferencia de la Corte Penal Internacional, cuyo estatuto es el resultado de varios años de debates y de la Conferencia de Plenipotenciarios, los tribunales Ad –Hoc para la Ex Yugoslavia y Ruanda son la expresión de una respuesta a dos situaciones específicas caracterizadas por la comisión de atrocidades en el territorio de estos países.
Fue precisamente la gravedad de las circunstancias lo que obligó al Consejo de Seguridad a ejercer las atribuciones que le confiere el Capítulo VII de la Carta de las Naciones Unidas para crear las jurisdicciones penales Ad – Hoc para la Ex Yugoslavia ( Resolución 827 de 1993) y para Ruanda (Resolución 955 de 1994)
En estos casos, ambos tribunales tienen virtualmente estatutos idénticos y también compartieron algunas instituciones comunes, como por ejemplo el Fiscal, dado que a partir del 15 de septiembre del 2003, el Consejo de Seguridad designo a Hassan Bubacar Jallow como Fiscal del Tribunal Penal Internacional para Ruanda.
La Fiscal Carla Del Ponte ejerce su competencia exclusivamente en relación al Tribunal Penal Internacional para la Ex Yugoslavia. Las características comunes entre ambos tribunales han tenido como consecuencia, al menos en el ámbito teórico, la economía y uniformidad en el ámbito fiscal hasta el año 2003 así como en el desarrollo de una línea jurisprudencial sólida y constante en el análisis de sus respectivos casos.
De esta forma la creación de dichos tribunales Ad-Hoc constituye un desarrollo sin precedentes a favor de la implementación de las normas sobre derechos humanos que a su vez ha favorecido una dinámica positiva en el proceso de creación de un sistema de justicia penal internacional que se concreta casi una década después con el inicio de las funciones de la Corte Penal Internacional.
Por su lado el Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia y el Tribunal Penal Internacional para Ruanda fueron creados por resoluciones del Consejo de Seguridad en virtud de las cuales son considerados como órganos judiciales subsidiarios del mismo.
Se ha establecido que aun cuando fueron creados por el Consejo de Seguridad, el cual no es un órgano judicial, esto no afecta la validez del acto jurídico de creación puesto que ambos son el reflejo del ejercicio del mandato del principal órgano de las Naciones Unidas para mantener la seguridad y la paz internacional.
Esta línea de razonamiento concuerda con la establecida por la Corte Internacional de Justicia en su Opinión Consultiva sobre los efectos de las compensaciones concedidas por el tribunal administrativo de las Naciones Unidas de 1954.
Por tanto, mientras la Corte Penal Internacional es un tribunal internacional independiente, el Tribunal Penal Internacional para la Ex Yugoslavia y el Tribunal Penal Internacional para Ruanda son órganos judiciales subsidiarios del Consejo de Seguridad Conforme al Artículo 2 del Estatuto de Roma, la Corte Penal Internacional mantiene relaciones de cooperación con el sistema de de las Naciones Unidas, pero ello no afecta su independencia con respecto a dicha organización internacional.
