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Opinión

Reforma y revolución en el presente capitalista

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A propósito de lo que acontece en nuestra América y más allá, considero políticamente útil volver sobre los vínculos y las diferencias entre reforma y revolución, más cuando vuelven a perfilarse marcadas decantaciones entre las izquierdas reformistas y las revolucionarias del país y del continente.

¿Qué es reformar?

¿Qué se entiende por reformas sociales, económicas y políticas?

Reformar es introducir cambios, modificaciones, variaciones dentro de un determinado orden económico, social y jurídico-político vigente, sin reemplazarlo, sin sustituirlo por otro.

Reformar es equivalente, en alguna medida, a reestructurar, remendar, realizar cambios que se consideran convenientes o necesarios por la existencia de una correlación de fuerzas dada.

Reformar el capitalismo es producir variaciones en su funcionamiento, en sus políticas económicas y sociales, en su constitución y sus leyes, en sus instituciones y en su sistema político.

En la tradición marxista la lucha por las reformas es igual a la lucha por mayores espacios democráticos, más libertades, más reivindicaciones económica, más conquistas sociales, mejores ingresos, mejor distribución de las riquezas en el contexto de la dominación capitalista y de la lucha de clase.

Los cambios en los modelos económicos y en el orden jurídico-político también se inscriben dentro de la lucha por reformas al interior del sistema capitalista.

¿Pero específicamente de cuáles reformas hablamos?

Esta pregunta es pertinente porque en las últimas décadas  la palabra «reforma» ha tenido connotaciones distintas e incluso contradictorias.

Esto así porque los ideólogos del capitalismo, cuando pusieron en marcha su reestructuración neoliberal en el contexto de la gran crisis estructural de finales del siglo XX, hicieron un uso perverso de la palabra reforma. Cooptaron el término para denominar lo que realmente fue un proceso de contrarreformas, un desmonte de las reformas posteriores a la segunda guerra mundial, una especie de «revolución conservadora» destinada a anular muchas de las conquistas y reivindicaciones de los(as) trabajadores(as) y los pueblos, a desmontar gran parte de las características del llamado «estado del bienestar» de la era keynesiana y de las democracias liberales socialmente avanzadas; destinadas, en fin, a favorecer al gran capital privado local y transnacional.

Por eso, hoy es obligado diferenciar en lo concreto de cuales «reformas» se trata: si de las contrarreformas neoliberales o de las reformas que favorecen a las clases y sectores explotados, oprimidos, excluidos y discriminados. Si de las reformas progresivas, social y políticamente avanzadas, redistribuidoras de ingresos, propiedades y espacio de poder; o si de las «reformas» concentradora de propiedad, ingreso y poder. Si de las propuestas destinadas a aumentar los ingresos de los(as) de los(as) de abajo, el rol social y económico del Estado, las libertades y derechos ciudadanas….o si de aquellas destinadas a privatizarlo todo a favor de oligopolio y monopolios y a liberar precios, mercados y regulaciones en favor de esas minorías.

Cuando los marxistas nos declaramos partidarios de las reformas y luchamos por ellas, nos referimos concretamente a aquellas que favorecen intereses, valores, derechos, libertades e ingresos de los(as) trabajadores(as) y los pueblos. Nos referimos a las reformas progresivas; las cuales, son repelidas por el modelo neoliberal al punto de imprimirle un carácter cada vez más confrontativo.

¿Pero acaso es lo mismo ser partidarios de esas reformas y ser «reformista»?

De ninguna manera.

¿Qué diferencia hay entonces entre políticos revolucionarios y políticos reformistas?

Los (as) reformistas no rebasan los límites del sistema, se quedan en las luchas por la democratización y por las mejoras sociales, económicas y culturales dentro del sistema capitalista. Se reduce a reformar el capitalismo, a mejorarlo, a hacerlo «más virtuosos» o «menos brutal». Algo cada vez más difícil después de la reestructuración neoliberal.

Los (as) revolucionarios/as no se limitan a combatir por reivindicaciones y reformas más o menos avanzadas, a conquistar espacios democráticos, a luchar por mejores condiciones de vida para los pueblos…asumen esas luchas, cuando las circunstancias las favorecen, pero sin limitarse a ellas, procurando crear en esos combates la conciencia y la organización que posibiliten hacer revoluciones, producir las rupturas necesarias y abrir las compuertas de las transiciones revolucionarias, de las revoluciones populares y democráticas de orientación socialista.

Para éstos (as) últimos (as) reformas son un medio, no un fin. El fin es la revolución.

Para los primeros (as) son su razón de ser. Creen en la evolución, no en la revolución, lo que ahora carece cada vez más de sentido, en vista de que la burguesía transnacional obstruye la vuelta a una especie de neo-keynesianismo como lo evidencian los recientes acontecimientos dentro del contexto de la multi-mega crisis capitalista en curso.

¿Pero es válido acaso contraponer permanentemente las reformas a la revolución, o viceversa?

Decididamente no.

La posibilidad de acumular fuerza a través de lucha por las reformas no es un acto propio de la voluntad antojadiza de los (as) revolucionario (as). No es algo que pueda decidirse por decreto. Es más bien un dato de la realidad, algo relacionado con las posibilidades y condiciones que se presenten en determinadas fases, periodos y momentos.

Igual lo relativo a la posibilidad de hacer revolución. Eso tampoco se decreta. Hay que esperar y promover situaciones, como también crear condiciones que dependen de la confluencia de múltiples factores a desarrollar. Para hacer revolución deben desarrollarse las denominadas situaciones pre-revolucionarias y revolucionarias.

En muchos casos, fases y periodos, la reforma y revolución  andan de la mano. Forman parte de la dialéctica de acumulación de fuerza y confrontación para el cambio.

Reformas y revolución se separan cuando es imperioso cambiar el orden dominante y, sobre todo, cuando las reformas asumen un carácter contrainsurgente, estabilizador del sistema en crisis o al borde de la quiebra. Entonces, hay que decidirse por uno u otro camino, definiéndose así categóricamente si optamos para prolongar el sistema reformándolo o si procuramos abolirlo para remplazarlo.

Esto de abolir el capitalismo habrá que tenerlo muy presente en un contexto en que no solo el capitalismo está en crisis, sino cuando el capitalismo es en sí mismo es la causa de la crisis de existencia de la humanidad; sin  que su clase dominante y el sistema como tal cuenten con un modelo alterno al neoliberalismo y/o fórmulas superadoras  del desastroso cuadro mundial.

Las perspectivas de su permanencia es un caos global cada vez mayor, por lo que las consignas “socialismo o barbarie” y “comunismo o caos” vuelven a resonar con acentuada pertinencia.

 

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Opinión

La avaricia y la codicia, dos enemigos declarados de la humanidad.

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Por José Cabral

En estos días de lluvias como consecuencia del cambio climático, he sido testigo de situaciones dramáticas y tristes, como la pérdida de vidas humanas fruto de estos dos antivalores mencionados en el título de este artículo.

Sin embargo, lo más doloroso ha sido la forma y la vergüenza que constituye el hecho de que la tragedia tiene su razón de ser en las consecuencias de fenómenos de la naturaleza, pero también del hambre de dinero de los que se dedican a construir obras del Estado.

Es un hambre incesante la que tienen los contratistas de obras públicas, tanto es así que se inclinan por comprar lo que menos sirve, es decir, materiales de mala calidad para economizar todo el dinero que sea posible.

Lo otro es que como es natural en un país donde sobrevalúan todo para acumular dinero, sin pensar en el daño que le hacen al país e incluso a su imagen internacional, la impunidad es un pie de amigo de los que se dedican a tan malsana tarea.

El desplome del paso a desnivel de la avenida 27 de febrero con Máximo Gómez ha sido una expresión clara de la mala calidad de las obras públicas, cuyo principal interés es cobrar por ellas miles de veces lo que no cuestan.

Naturalmente, es entendible y lógico que la fuerza de la naturaleza pueda llevarse de paro cualquier obra por muy bien construida que esté y con los mejores materiales del mercado, pero penosamente ese no es el caso de la República Dominicana.

En el país son muchas las personas que buscan refugiarse en la cultura del engaño y de los fraudes que se encuentran por doquier, sobre todo a través del dinero del Estado que no le duele a nadie.

Los fraudes y la estafa ya constituyen una cultura en la República Dominicana, con el agravante de que no hay forma de que la gente se arrepienta de las consecuencias de esa visión de vida.

El paso a desnivel había sido denunciado por vicios de construcción, pero nadie hizo caso y al final llegó lo que tenía que llegar, una gran tragedia.

Ahora nadie es culpable y como la tragedia se produjo en medio de los trastornos y las lluvias causadas por el cambio climático, entonces hay una buena excusa.

Sin embargo, hay que preguntarse si es como dice el Ministerio de Obras Públicas que ese paso a desnivel había recibido 28 mantenimientos desde el año 2020, entonces cómo es posible que los que hicieron los mismos no se percataron del peligro que implicaba esa  obra?

No creo que haya respuesta a esa pregunta, pero como muy bien lo ha dicho el periódico La Republica, el país está lleno de obras públicas que representan un gran peligro para la gente, porque los contratistas han tomado el dinero para estafar al Estado y a la sociedad.

La República Dominicana no ha sufrido más por los desaciertos de sus gobiernos y de los políticos que se gasta, porque la naturaleza ha sido bondadosa con los dominicanos, ya que incluso a nivel sísmico los terremotos no pasan de cinco y hasta  seis grados, pero si llegaran a siete otra cosa sería y la desgracia nacional fuera realmente inmedible.

Ello así, porque en el país nadie respeta ley ni nada para someterse a las previsiones que establecen las normas, ya que todo está contaminado con la desgraciada impunidad.

Es mucho lo que se puede decir sobre lo ocurrido con las lluvias y los fenómenos naturales que han impactado al país en las últimas horas, pero lo que sí se debe indicar de forma muy puntual es que la pérdida de vidas humanas no sólo es responsabilidad de la naturaleza, sino también de los que se dedican a construir obras públicas a troche y moche para robarse el dinero del presupuesto nacional.

De manera, que si bien la naturaleza tiene su cuota de responsabilidad en la tragedia, probablemente los más culpables sean los contratistas que forman parte de la red de delincuentes que van al Estado con la firme decisión de levantar obras públicas con grandes vicios de construcción.

En consecuencia, las muertes ocurridas en el paso a desnivel de la 27 de febrero, entre ellos varios puertorriqueños, deben ser atribuidas a los que se meten a contratistas de la noche a la mañana sin saber nada de eso con la firme convicción de construir cualquier cosa que le cuesta al pueblo dominicano miles de millones de pesos y que al final representan una amenaza en contra de los que transitan por las vías públicas  del país sin pensar en el peligro en que se mueven.

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Opinión

Hoy, como ayer…

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Por Isaías Ramos

La concesión de nuestros aeropuertos es una sombra oscura que persigue al pueblo dominicano, una estafa monumental que deja cicatrices en nuestra historia. Retrocedamos en el tiempo y recordemos las palabras contundentes del respetado jurista Jottin Cury en 1999, cuando denunció el contrato propuesto con la empresa AERODOM como ‘una burla a los mejores intereses del país’.

En este día, la historia se repite, y lo hace con un anuncio inesperado del jefe de estado. Afirma dirigirse al pueblo ‘con gran entusiasmo y satisfacción’ por una supuesta renegociación del contrato del aeropuerto. No obstante, no podemos pasar por alto el hecho de que, una vez más, hombres de prestigio de nuestra sociedad son involucrados, intentando revestir de legalidad acciones que, en su esencia, carecen de sustentación.

El presidente ha elegido un escenario impactante para dirigirse a la nación, empleando frases elocuentes como ‘los contratos pueden ser renegociados, pero los intereses de los dominicanos son innegociables para este gobierno’. Sin embargo, confiesa que el Estado no ha recibido ‘ninguna remuneración’ desde la entrega de nuestros aeropuertos en 2000.

La magnitud de la indignación se incrementa al contemplar que un activo público, generador de más de 4 mil millones de dólares, no ha retribuido a sus verdaderos dueños, al pueblo dominicano. Parece ser que el único propósito de esta concesión es maximizar las ganancias, aplicando tarifas aeroportuarias exorbitantes que impactan directamente en los costos de los vuelos.

Las palabras resonantes de Jottin Cury en el pasado aún resuenan en el presente. Este contrato, según él, era ‘incalificable, elaborado con la intención de empobrecer el patrimonio de la nación’ y que provocaba ‘náuseas por ser leonino’. Pero no detengámonos solo en este contrato inicial; exploremos los addendum y prerrogativas que se añadieron, contraviniendo los intereses del pueblo dominicano. Recordemos la última extensión de vigencia del contrato por 5 años más, firmada el 22 de marzo de 2004, sin siquiera ser ratificada por el congreso. No olvidemos las resoluciones del 11 de agosto de 2017, que aumentaron el cargo por manejo de equipaje y la tasa a cobrar por pasajero de entrada y salida.

El Frente Cívico y Social (FCS) ha sido un eco constante, denunciando estas realidades. Cada vez que la élite política anuncia al pueblo acciones de éxito y bienestar, la realidad se desvela como verdaderos fracasos que traen consigo miseria y empobrecimiento. No permitamos que nuestro pasado devore nuestro glorioso porvenir ni justifiquemos las aberraciones del presente, especialmente cuando comprometen el legado que dejaremos a las futuras generaciones.

Si, como dice el presidente, ‘los intereses de los dominicanos son innegociables para este gobierno’, deberíamos cuestionar la ética y la moral de renegociar un contrato que aún tiene 7 años para vencer. No solo es una cuestión de legalidad, sino de responsabilidad y justicia hacia las generaciones venideras.

En el FCS, creemos firmemente que la defensa de los intereses colectivos debería ser una decisión tomada por las autoridades elegidas por el pueblo dominicano a partir de 2028. En ese momento, podrán debatir y decidir la manera y la forma de operar nuestros aeropuertos. Si optan por continuar concesionándolos, lo mínimo que deberíamos exigir es un proceso de licitación transparente, similar al método utilizado por Advent International cuando decidió vender sus acciones, coordinado por bancos de inversión de alto renombre como Crédit Suisse y J.P. Morgan.

En este llamado final, en el FCS instamos al pueblo dominicano a despertar y a defender vigorosamente los intereses colectivos. La protección de estos valores es esencial para garantizar un futuro próspero y justo para toda la nación.

¡Despierta RD!»

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Opinión

La alianza opositora: suma, resta y el elefante

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Por Rosario Espinal

El elefante de la división sigue ahí, la alianza parcial anunciada no diluye el problema. El PLD y la FP seguirán en su feroz competencia para determinar quién derrota a quién en el 2024.

El anuncio de la ampliación de la alianza opositora Rescate RD ha sido una noticia política muy comentada en los últimos días. Opiniones y especulaciones abundan sobre el impacto de esa alianza para la oposición y el Gobierno del PRM. Para unos, la alianza es la vía segura hacia el triunfo de la oposición en el 2024; para otros es un abrazo en la desesperación.

En política, como en toda actividad humana y social, hay complejidades e incertidumbres en los procesos. Por eso, lo aconsejable es considerar factores y escenarios para evaluar posibilidades. Eso intentaré hacer aquí.

Sin duda, la alianza opositora suma votos a los candidatos que postula porque une tres partidos (PLD, FP, PRD) o dos, dependiendo de la localidad. Eso no garantiza el triunfo, pero ofrece mayor competitividad electoral a esos candidatos. Por esta razón muchos aspirantes de los partidos de oposición querían el acuerdo. La alianza, además, aumenta el costo de la campaña al PRM al hacerla más competitiva.

Y es que, los candidatos presidenciales del PLD, FP y PRD no son aliados, son contrincantes.

Por otro lado, producto de la alianza, se reduce la cantidad de candidatos que se presentan a las elecciones, porque, donde se monta uno se desmontan otros. Esa reducción de candidatos genera descontento entre los aspirantes sacrificados que no podrán emigrar hacia otros partidos de la alianza. Se quedarán con su descontento o se irán al PRM y aliados.

También hay un problema logístico-político. Los alcaldes y senadores son candidatos importantes porque unifican el municipio o la provincia (son candidaturas uninominales). Surge entonces la pregunta: ¿con qué candidato presidencial harán campaña los candidatos de la alianza: con el de su partido o con los tres candidatos presidenciales de la alianza?

Si hacen campaña solo con el candidato presidencial de su partido, estarían contribuyendo a sumarle votos a ese candidato, a expensas de los otros candidatos presidenciales de los partidos de la alianza.

Para ilustrar, recientemente estuve en una provincia donde el candidato a senador de la alianza tiene muchas vallas solo con el candidato presidencial de su partido. Así, le ayudará a sumar votos a nivel presidencial (e igual a los diputados, alcaldes y directores municipales de su partido), mientras restará a los demás candidatos presidenciales de la alianza.

La división del peledeísmo es el elefante en el salón que los aliancistas pretenden ignorar. Esa división limita la efectividad de la alianza, aunque donde vayan juntos a nivel municipal y senatorial tengan mayor probabilidad de ganar.

Y es que, los candidatos presidenciales del PLD, FP y PRD no son aliados, son contrincantes. Eso desdibuja ante el electorado la señal de unidad para otras posiciones. Además, los aliancistas asumen que la alianza concretada asegura una segunda vuelta a nivel presidencial. En este argumento la historia choca con la proyección.

El elefante de la división sigue ahí, la alianza parcial anunciada no diluye el problema. El PLD y la FP seguirán en su feroz competencia para determinar quién derrota a quién en el 2024. Es un pleito entre ellos de largo aliento.

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