Por Rosario Espinal
La prevalencia del PLD en la historia política dominicana de los últimos 20 años ha llevado a formular dos tesis sobre su funcionamiento.
La primera: el PLD es un partido disciplinado desde sus orígenes. Para sus dirigentes la organización está por encima de los intereses particulares, y por eso no se ha divido como los otros partidos. Dicho en contraposición al PRD: en el PLD no hay sillazos.
En base a este argumento, y al crecimiento económico en los gobiernos del PLD, Leonel Fernández ha llegado a postular que gobernarán hasta el Bicentenario de la Independencia en el 2044. Esta tesis es de arraigo entre los peledeístas.
La segunda: la disciplina partidaria del PLD tuvo su origen en el boschismo, pero después de llegar al poder, lo que unifica ese partido es la necesidad de protegerse de las acusaciones de corrupción que lloverían si salen del poder. Esta tesis del PLD como “corporación” ha sido promovida por intelectuales vinculados inicialmente al PRD, y luego al PRM.
Desde ambas perspectivas, por motivos distintos, se enfatiza el predominio del PLD y su durabilidad en el poder.
La situación actual demuestra que el PLD ha devenido en una plataforma electoral exitosa que sus principales líderes desean utilizar para llegar y permanecer en el poder. La lucha feroz entre las tendencias de Leonel Fernández y Danilo Medina sobre la reelección atestigua. De este conflicto no hay retorno a la armonía porque ni Leonel ni Danilo tienen la hegemonía en el partido y ambos han gestado grupos de poder desde el gobierno.
La historia de un partido no es uniforme y las razones por las que se transmuta impactan la viabilidad de la organización. La disciplina boschista fue funcional al PLD en su ascenso al poder y conducción del país por una década, pero esa disciplina y unidad están actualmente sometidas a fuertes tensiones porque en el partido han proliferado los grupos de acumulación.
Cuando los partidos funcionan como entidades políticas institucionalizadas, pueden sortear mejor los conflictos grupales y mantener unidad. Cuando devienen fundamentalmente en espacios de acumulación de capital, la lucha se torna más irracional y se dificulta mantener la unidad. Ahí están el PRSC y el PRD abatidos por las divisiones irracionales.
En el PLD, la popularidad de Danilo Medina, ha marcado un punto de inflexión. Si Medina hubiese resultado impopular, Fernández continuaría en el trono y tendría asegurada la nominación del 2016; pero la popularidad de Medina ha gestado otro grupo de poder con ansias de quedarse, y la mayoría de la nomenclatura (Comité Político) prefiere el candidato que lleva al triunfo seguro.
Si hay reelección, el grupo de Medina se consolidará aún más. Si no la hay y Fernández retorna en el 2016, su grupo asumirá nuevamente las riendas de la acumulación; aunque para gobernar tendrá que hacer malabares porque un amplio segmento de la sociedad dominicana se resiste ya al modelo de acumulación concentrada que lo caracterizó y distanció de la sociedad. Félix Bautista es la figura emblemática del declive de ese modelo.
Para solidificar su poder, Medina ha impulsado programas económicos y sociales más redistributivos (no quiere decir necesariamente menos clientelistas) que lo han acercado a la gente. De ahí su alto nivel de aprobación.
Ahora se rompió la taza. El PLD está dividido y enfrentado, se apruebe o no la reelección; y la aprobación de la gestión de Danilo Medina tiene el efecto dual de develar la división y moderar su impacto negativo.
El problema principal de Leonel no es el déficit fiscal ni Quirino, sino la popularidad de Danilo.