Por Rosario Espinal
La conducta humana, y votar es una, no puede predecirse con el 100% de confiabilidad. Por eso, en el análisis político-electoral hay que conjugar la estructura y las tendencias políticas para estimar lo que podría suceder el día de las elecciones. Tomando en cuenta estos factores, he dicho en los últimos meses que en República Dominicana no hay contexto propicio de segunda vuelta para las elecciones de 2016. Estas son las razones.
Primero, la segunda vuelta se produce cuando en la distribución de preferencias electorales ningún partido es capaz de alcanzar el umbral establecido. Ese no es el caso dominicano. En las últimas tres elecciones presidenciales (2004, 2008 y 2012), el PLD logró la mayoría absoluta de 50+1 en primera vuelta, y está bien posicionado en las encuestas para el 2016.
Segundo, durante tres años de gestión presidencial, Danilo Medina ha registrado un alto nivel de aprobación, entre 70 y 80%. Esta aprobación no se traduce automáticamente, ni en igual magnitud, en apoyo electoral; pero usualmente hay relación en el electorado entre aprobación de la gestión y votación.
Tercero, los sistemas tri- o multi-partidistas, es decir, donde tres o más fuerzas obtienen un porcentaje significativo de votos, son más proclives a producir una segunda vuelta. Desde que se aprobó esa modalidad en la reforma constitucional de 1994, sólo se ha producido en 1996, cuando existió un tripartidismo con el PRSC, PRD y PLD. Eso se esfumó después de la muerte de Balaguer en el 2002. El PRSC se desplomó.
Cuarto, en República Dominicana domina actualmente un partido político con inmensos recursos acumulados en el poder. Ningún otro se acerca en organización ni financiamiento, ni tampoco en intención de votos al PLD. Por ejemplo, en la mayoría de las encuestas realizadas en el 2016, el PRM, ahora principal partido de oposición, registra menos de 40%; y los partidos minoritarios registran bajísimos porcentajes.
Propagar la idea de que para derrotar a Danilo Medina y el PLD se necesita una segunda vuelta ha sido un despiste de la oposición. Para derrotar al PLD se necesita una fuerte oposición que hamaquee el predominio peledeísta, y esa oposición no existe en estos momentos. Una oposición tan fragmentada como la que concurre a las elecciones del 15 de mayo aleja el objetivo de derrotar el oficialismo.
Cada líder político y organización partidaria tiene absoluto derecho de aliarse o no en unas elecciones, pero, que quede claro, las decisiones tomadas impactan los resultados electorales.
A nivel presidencial es muy remota la posibilidad de una segunda vuelta por las razones mencionadas. A nivel legislativo y municipal, la división de la oposición facilita también el triunfo del PLD. Por ejemplo, los senadores y alcaldes se eligen por mayoría simple (quién obtiene más votos gana la elección aunque no alcance el 50+1). Si a las candidaturas del PLD a senadores y alcaldes se enfrentan cuatro o cinco opositores, el voto de oposición se dividirá mucho y la candidatura oficialista irá más cómoda.
Los argumentos y cálculos políticos errados producen derrotas electorales, y entonces hay que esperar cuatro años más para competir nuevamente. De los errores de la oposición se ha nutrido mucho el PLD en la última década. El inmenso poder acumulado por el peledeísmo no se derrota con falsas ilusiones ni estrategias equivocadas, sino con mucha inteligencia y habilidad política de la oposición.
Quedemos ahora a la espera de ver si algún tsunami político imprevisto cambia los vientos. Si no, habrá que aplicar al PLD aquella expresión acuñada para el PRD: sólo el PLD derrota al PLD.