La palabra suena y resuena en todos los confines de esta tierra: chikungunya, chikun, chinkun, chinkuncuya, cinkungunya, chunkuncuya, o la maldita cosa esa, según dijo una mujer frustrada con este difícil vocablo.
La he buscado en el diccionario y pronunciado muchas veces para no equivocarme, pero aun así, a veces pongo la “n” en el lugar equivocado. ¿Y e’ fácil?
Ya podemos declarar este país chikungunyado. Doscientos mil afectados dicen unos, un millón dicen otros; y no sabemos cuántos más serán víctimas de la pandemia. De cinco a siete millones vaticinan el total. ¿Pero a quién creer? ¿Al Ministerio que esconde? ¿Al Colegio Médico que suma y anuncia?
El virus llegó de tierra lejana y entró por el puerto de Haina, donde según la gente, hasta desechos nucleares han echado a cambio de prebendas. Luego se expandió a velocidad huracanada en medio de apagones, sequía, incendios, falta de agua, basura, accidentes de tránsito, delincuencia, feminicidios, y jóvenes embarazadas como si vivieran en Escandinavia.
Los hospitales están abarrotados y atestiguan la pandemia, aunque dice Salud Pública que hay menos enfermos en las emergencias. ¿Será porque el mal se hizo hábito, y todo el mundo sabe que con acetaminofén y mucho líquido se calman las penas?
La fuerza laboral dominicana está adolorida y el ausentismo abunda. Para colmo, algunas voces prominentes del empresariado han declarado que los sueldos de los trabajadores no son bajos. El gobierno ha replicado diciendo que los informales ganan más que los formales. ¡Ay caramba! Y dizque quinientos mil dominicanos han salido de la pobreza en los últimos dos años, según la propaganda de aniversario. Pregunte en la calle y verá mucha gente refunfuñando.
La lluvia, o las trochas, sofocaron el gran incendio, y dicen que la foresta resurgirá nueva. Que reine la esperanza en medio de los escombros.
Los apagones dizque son financieros; es siempre el mismo cuento. Unos pagan y otros roban; así no hay progreso. En barrios enteros no llega el agua desde hace tiempo y a golpe de latitas dejan los moradores el pellejo. ¿La basura? Está por doquier llena de moscas, mosquitos, cucarachas y ratones que vuelan, pican y ruyen.
El tráfico es otro desastre. Los motoristas se creen dueños del universo y violan todas las reglas; y los conductores vuelan en yipetas, camiones y camionetas. Con razón hay tantos accidentes, y en este amargo renglón estamos entre los primeros.
Recientemente publicaron las estadísticas de feminicidios y el 2014 va peor que el anterior. Muchas jovencitas, sin embargo, cometen el error de salir embarazadas, y algunas son violadas. Desertan de las escuelas o son expulsadas, y de ahí en adelante su vida es un despeñadero. Del primer hombre pasan al segundo y al tercero. En el camino dejan una prole que no pueden atender bien ni siquiera con la ayuda de los abuelos.
Que se sepa, en este país caliente y súper poblado no hay educación sexual en las escuelas porque a unos cuantos en las iglesias les molesta que hablen de sexo. Mientras tanto, los jóvenes se reproducen como conejos y la delincuencia prospera.
Para alcanzar la felicidad en este país chikungunyado, hay bachata, merengue y muchas bancas de apuestas. Uno se pregunta: ¿quiénes ganan tanto dinero para hacer tantas apuestas? Es un verdadero misterio.
Como último cuplé, el gobierno, desesperado por dinero, anunció que cobrará impuestos a todas las compras por internet. Andan muy molestos los jevitos y dijeron que irán a la Lira desnudos en protesta. Si esto ocurriera, recomiendo ponerse repelente en todo el cuerpo para que los mosquitos chikungunyados no hagan estragos.
Artículo publicado originalmente en el periódico hoy.